CARTAS DE SAN CLAUDIO DE LA COLOMBIÈRE(II)

2.-Cartas a jesuitas (IX-XV)

CARTA IX

Al R. P. Domingo Bouhours[1]

Lyon, 1 julio 1671

¿Qué dirá usted de mí, mi querido Padre? ¿No ha sido una desgracia el pasar tanto tiempo sin escribirle? Porque, en verdad no puedo acusar sino a mi mala suerte, o para hablar más cristianamente, la Providencia de Dios parece complacerse en privarme del consuelo más sensible que tengo en esta vida. Si supiera usted en qué estado me encuentro al presente, se admiraría de mi valor. Estoy abrumado de asuntos desagradables, y para colmo de desgracias no puedo aplicarme a ninguno. El dolor de cabeza le deja descansar a usted este año, de lo que me regocijo mucho, pero ahora es mi tumo, según creo. Si tuviera un poco más de tiempo y tanta paciencia como usted, me parece que me aprovecharía más del dolor que siento.

No le envío notas, porque me ha sido imposible acabar de llenar la hoja que he comenzado hace tiempo.

Si en la respuesta que dé usted a las cartas con que le amenazan encontrara usted ocasión de envolver a esos señores por causa de las obras que han dado al público y sobre todo por sus historias, me parece que sería un gran acierto. No he visto en mi vida nada tan ridículo. Por ejemplo: incluir la aventura de don Sebastián rey de Portugal en la vida de don Bartolomé, y contar toda la historia de su viaje a África bajo pretexto de que el santo prelado rogó a Dios por el éxito de esa empresa, sin haber hecho otra cosa. Eso me parece tan divertido que no puedo impedir la risa cada vez que lo recuerdo. Toda la historia del Concilio de Trento aparece en esa obra poco más o menos de la misma manera. Hallará usted un capítulo que tiene por título: Del cuidado que tenía de unir el estudio de la piedad con el de la teología, en el cual después de repetir casi en los mismos términos lo que dice en el título, compone todo el resto con pasajes de los Padres, entre otros de Granada, que aconsejan no descuidar la devoción por mucho interés que se tenga por el estudio. Hacen lo mismo en la mayor parte de los capítulos que tratan de sus virtudes y para unir estos textos con la vida del santo, acostumbran emplear esta fórmula: «Este santo no ignoraba lo que dice san Agustín» e insertan en seguida dos páginas de san Agustín traducidas al francés; y todo esto para hacer gruesos libros que se reducirían a casi nada, si se quitara todo lo que no es del asunto. Es cierto que nunca ha habido nadie que se haya apartado más de la buena manera de escribir la historia. Lea usted la mitad de la vida de san Bernardo, porque los cuatro primeros libros no son sino una simple traducción; vea «san Crisóstomo», «san Atanasio» en dos grandes volúmenes in 4.º Si Salustio, a quien se pone como modelo de excelente historiador, hubiera escrito como esos señores, tendríamos dos volúmenes in folio de la guerra de Yugurta y de la conjuración de Catilina y no seríamos por eso más ricos. Qué graciosos son, entreteniendo al lector con la fundación de Nuestra Señora de los mártires, bajo pretexto de que don Bartolomé fue bautizado allí. Dese usted el trabajo de leer los libros que han escrito; mantengo que están llenos de necedades y absurdos. No tardará usted en darse cuenta de ello si se decide a recorrerlos.

Adiós, mi querido Padre. Le aseguro que no deseo tener tiempo y salud sino para tener la satisfacción de hacerle algún servicio. Ruego a Dios por usted todos los días; hágalo alguna vez por el más fiel de sus amigos.

La Colombière

CARTA X

Al R. P. Luis de Camaret, Provincial de Lyon

París, 16 de enero 1679

Mi Reverendo Padre:

¡La Paz de Jesucristo!

Si en Inglaterra hubiera tenido libertad para enviar cartas a Francia habría avisado a su Reverencia que he sido desterrado, y tal vez al llegar a esta ciudad hubiera encontrado sus órdenes respecto al lugar a donde debo ir. Como no creo que sea oportuno que permanezca aquí mucho tiempo, si no recibo carta de su Reverencia antes del 29 de este mes, partiré para ir a esperar en Lyon su mandato, si mi salud me lo permite.

Me es penoso regresar a la provincia en un estado en que aparentemente no podré trabajar mucho este año, por tener los pulmones muy alterados, y tan sensibles al calor y al frío que he recaído dos veces por algún esfuerzo de espíritu, y otra por haber sufrido un poco de frío. Sin embargo, los médicos de Inglaterra me han asegurado que el aire de Francia y la frescura de la primavera me volverán infaliblemente al estado en que estaba antes de esta enfermedad. ¡Que se cumpla en todas las cosas la voluntad de Dios! Creo que, fuera del trabajo de la predicación, podré hacer desde ahora todo aquello de que su Reverencia me juzgue capaz, y si quiere que hasta me aventure a predicar no tengo ninguna repugnancia para hacerlo. Tal vez es sólo una idea que tengo de que puede hacerme mal, y cambiaré de opinión en cuanto reciba la orden de su Reverencia. Cuando sea necesario obedecer, espero, con la gracia de Dios, que nada me será imposible.

Me encomiendo muy humildemente en su Santo sacrificio, y le suplico crea que no se puede ser con más respeto y sumisión.

Mi Reverendo Padre, de su Reverencia humildísimo y obedientísimo siervo e hijo en Jesucristo:

La Colombière

CARTA XI

Al Reverendo Padre Luis Chasternet, Maestro de Novicios

Lyon, 10 de enero 1680

Mi Reverendo Padre

Pax Christi.

Pido humildemente perdón a su Reverencia por mi pereza. El estado de mi salud y las prescripciones de los médicos me han servido de pretexto para dispensarme de responder a la cortesía con que usted tuvo la bondad de anticiparse. Espero serán también motivo para que me perdone.

Estoy muy edificado del fervor y de la piedad de los jóvenes que nos ha enviado su Reverencia. Quisiera ser capaz de ayudarles a conservar lo que les ha inspirado. Pero será necesario que sus oraciones hagan en el porvenir lo que sus instrucciones y buenos ejemplos hicieron cuando ellos estaban en el Noviciado. Quisiera también que a mí me hicieran algún buen efecto, pues tengo gran confianza en ellas. Le ruego que no me las rehúse y crea que soy con toda sinceridad, mi Reverendo Padre, de su Reverencia muy humilde y obediente siervo en Jesucristo.

La Colombière

CARTA XII

A un Padre desconocido

Lyon, marzo 1679

Mi querido Padre:

Me han entregado en esta ciudad la carta que usted me dirigió a París. He recibido con mucho placer las muestras de afecto que en ella me da usted. No sé en qué se funda un agradecimiento tan grande; muy poca cosa es lo que usted me debe; pero me gusta que la crea grande, porque así se creerá obligado a recordarme en sus oraciones en las que tengo mucha confianza. Yo no le olvido, en las mías y, aunque no tengo motivo para creer que nuestro Señor le haya hecho algún bien por ellas, no he dejado de dirigirle mil acciones de gracias al saber las bendiciones que derrama sobre usted, y que cumple con su gracia las esperanzas que yo había concebido de que sería usted muy fervoroso.

Su señor padre, que tuvo la bondad de venir a verme, me manifestó que usted deseaba saber algo de mis aventuras. Fui acusado en Londres por un Joven del Delfinado a quien creía haber convertido, y a quien después de su pretendida conversión había sostenido durante el espacio de unos tres meses. Su conducta, de la cual tenía yo algún motivo de queja, la imposibilidad en que estaba de continuarle los mismos socorros, me obligaron a abandonarlo. Él creyó que se vengaría descubriendo la comunicación que habíamos tenido entrambos. Así lo hizo y aun me imputó algunas palabras contra el rey y el parlamento. Como conocía una parte de mis asuntos no dejó de convertir en grandes crímenes el poco bien que había hecho entre los protestantes, y aun me hizo aparecer mucho más celoso y afortunado en mis trabajos de lo que efectivamente era. Conforme a su acusación, fui detenido en mi cuarto a las dos de la madrugada y conducido en seguida a la prisión de donde salí dos días después, para ser examinado y confrontado con mi acusador, delante de doce o quince comisarios de la cámara de los lores; después de lo cual me llevaron de nuevo a la prisión donde me custodiaron estrechamente durante tres semanas. Los señores del parlamento llamaron varias veces, durante ese tiempo, a los testigos que mi acusador citaba contra mí, y no habiendo encontrado lo que esperaban al principio, esto es, grandes revelaciones sobre la falsa conspiración que se atribuía a los católicos, no me citaron más, sino que se contentaron con pedir al Rey que me desterrara. Así lo hizo, dando orden a uno de sus oficiales de conducirme hasta el navío y levantar acta de mi embarque.

Felizmente caí enfermo entre tanto, con un vómito de sangre por el cual ya me habían sentenciado a pasar el mar, lo que dio lugar a que se pidiera al Rey que me concediera tiempo para restablecerme. Me dio diez días, durante los cuales me dejaron en casa bajo mi palabra, y tuve tiempo para despedirme de muchas personas a quienes deseaba ver antes de mi partida. Sería muy largo si quisiera darle pormenores completos de este breve asunto y, sobre todo, si le contara todas las misericordias que Dios me ha hecho en cada punto y en cada momento. Lo que puedo decirle es que nunca me he encontrado tan feliz como en medio de esta tempestad, que me ha sido enojoso salir de ella y que estoy pronto a pasarla de nuevo. Yo era indigno de mayor felicidad, y me confundo cuando reflexiono que Nuestro Señor se ha visto obligado a retirarme de su viña por no haber encontrado en mí el fervor y la fidelidad que pide a sus obreros. Le conjuro que ruegue por aquellos que he dejado en tan gran tribulación; son dignos de su compasión y de su celo, sufren mucho y la mayor parte con una constancia admirable.

Todo suyo en Jesucristo.

La Colombière

CARTA XIII

A un Padre que había sido su compañero durante su enfermedad

Lyon, agosto-setiembre 1679

Mi Reverendo Padre:

Esperaba la partida de N…… para escribirle, pero no creía que se retardara tanto. Usted espera sin duda que le manifieste lo que experimento aquí y el dolor que me causa estar tan lejos de usted; no, mi querido Padre, me regocijo cada día más de que estemos separados. No era fácil que yo estuviera desprendido de todas las cosas mientras estaba usted aquí, y siento bien al presente que no era Dios solo quien me aliviaba la reclusión, mientras lo tenía a usted por compañero de mi soledad. Es usted demasiado inteligente para no darse cuenta del justo motivo de mi regocijo. Es un bien tan grande el de no poseer sino a Dios y verse privado de todos los placeres que se pudieran gustar fuera de El, que se deben contar como ventajas todas las pérdidas que nos pongan en este estado. No depende, según me parece, de la Providencia divina que yo no esté enteramente en esa disposición, pero usted sabe que, a falta de todo lo demás, uno se encuentra siempre consigo mismo.

Por lo demás, por muy persuadido que esté de que no hay felicidad en la vida, sino la de hacer lo que Dios quiere, tengo trabajo en no envidiar a usted cuando pienso en el descanso de que goza. Yo no pido ninguno a Dios, ni tampoco lo espero hasta la muerte. Aprovéchese del que Él le da, mi querido Padre, créame, y sírvase de él para hacerse santo. Quizá, si desaprovecha esta ocasión, no tendrá nunca otra semejante y perderá para el cielo muchos años de trabajo y de fatiga, que sin duda seguirán a éste. ¿No admira usted la bondad de Dios que le ha inspirado tan gran deseo de pertenecerle, justamente en el tiempo en que lo coloca en un lugar y en un empleo en que debe serle tan fácil la ejecución de ese designio?

Desea usted que le hable con franqueza: si quiere responder a los favores que ha de recibir, esté en guardia contra los primeros ataques de las pasiones, y sobre todo del amor al placer y al honor. El amor al placer incluye las amistades. Si no me engaño, es usted muy accesible a todo eso y no estará casi en su poder el moderar esas pasiones, una vez que las haya dado entrada. Primero le ocuparán, en seguida absorberán toda su atención, haciéndole descuidar lo demás, de suerte que más tarde, cuando ellas se apacigüen, se hallará usted tan perdido, por decirlo así, tan alejado de Dios, tan fuera de camino, que, no sabiendo por dónde volverse, tiene peligro de arrojarse desesperadamente a través de los campos y de dejarse llevar a donde la naturaleza lo conduzca. Por esto, debe usted combatir contra los primeros movimientos y anticiparse a ellos, si es posible, retirándose en sí. ¡Dios mío!, mi pobre amigo, le ha dado Dios a usted un corazón que me parece tan bueno para amarle! ¿Sería posible que fuera para algún otro que para Aquél que lo ha hecho? Le pido perdón por mi libertad. Ruegue usted a Nuestro Señor que me convierta.

La Colombière

CARTA XIV

A un joven religioso que va a estudiar teología

Lyon, septiembre 1680

Mi queridísimo hermano:

No podré decide con cuánto afán he pedido noticias suyas y con qué alegría las he recibido de su propia mano. Me han encantado los sentimientos que me expresa usted en su carta de una manera tan cortés y tan fina como sincera.

No sé de qué obligaciones habla usted cuando me manifiesta tan gran agradecimiento. Pero me pone usted en mayor aprieto cuando me pide consejos para su conducta. Hablando en serio, quisiera yo recibirlos de usted.

Si tuviera que comenzar de nuevo la teología no encontraría nadie más capaz de aconsejarme. Además usted casi no tiene necesidad de instrucción para regular la vida que va a comenzar. Le gusta la soledad, ama el estudio y se dedica como naturalmente a lo más importante y más sólido. La inclinación que tiene usted al bien, y el gusto sobrenatural que a él lo lleva, no le permiten dejar pasar las ocasiones que tiene de confirmarse más en él. Una persona que tiene esas disposiciones puede prescindir aun de los consejos de un hombre que tuviese tantas luces como tengo yo tan pocas. En cuanto a la teología, le diré que, si tuviera que volver a ese estudio, meditaría dos veces más de lo que leyera. Sólo por la meditación se profundizan las cosas y se conoce lo fuerte y lo débil de las opiniones.

Preveo que en estos cuatro años va a convertirse usted en un gran doctor y un gran santo, porque sé que tiene usted gran deseo de ello, y no veo nada que pueda impedirle satisfacerse en esos dos puntos. Usted se halla en cierto estado en que el ardor se halla muy mitigado; en que uno tiene menos afán por las cosas, en que no se obstina fácilmente ni con las gentes ni con las opiniones o las ocupaciones; en que se comienza a examinarlo todo y a considerarse a sí mismo con más tranquilidad de espíritu. La única cosa que ha podido perjudicar a usted en tiempos pasados ha sido ese sumo ardor con que su imaginación, su espíritu y aun su corazón, se dedicaban a los objetos que le interesaban. El tiempo, la experiencia y, sobre todo, su reflexión y su virtud, han reducido ese ardor a los limites que la razón señala. De suerte que no veo nada que pueda poner trabas a los grandes deseos que ahora le animan. Preveo pues, con gran placer, el feliz éxito que tendrán esos designios. Me regocijo desde aquí con usted y le ruego esté persuadido de que habrá pocas personas en el mundo que tomen mayor parte que yo en esos éxitos.

He quedado muy edificado al saber que se queda usted en Avignon. Le tendría envidia por muchas razones, si no estuviera seguro de que es Dios quien me detiene aquí y que, aun privado de los buenos ejemplos de usted, no dejaré de convertirme con la gracia de Nuestro Señor, si así lo quiero. No me olvide en sus santas oraciones.

Su muy humilde, etc.

La Colombière

CARTA XV

A un joven estudiante, a quien había dirigido

Lyon (1680-81)

Mi querido hijo:

Aunque haya dilatado mucho tiempo el responderle, a causa de mi salud y por la falta de ocasión, no quiere decir que no haya recibido con mucho gozo y gratitud la expresión de su recuerdo. Me ha conmovido tanto más, cuanto que he sabido por otra parte mil cosas de usted que me han sido muy gratas y me han dado motivo para alabar a Nuestro Señor y agradecerle muy sinceramente lo que hace por usted. Su carta ha sido para mí muy buena prueba de la aplicación que me dicen tiene usted al estudio. Me regocijo de ello, porque esa aplicación es por sí misma muy agradable a Dios, que la quiere en nosotros, y porque es un buen medio de conservar el fervor de la devoción y hacerle a usted capaz de desempeñar las obligaciones de su estado. Continúe, mi querido hijo, haciéndose un santo religioso; ruego todos los días a Nuestro Señor que le haga esa gracia. Si conociera algo mejor en este mundo se lo desearía, y quisiera procurárselo a costa de mi vida; pero cuanto más conocimiento adquiero, más me persuado de que es gran desgracia divertirnos con todo lo que puede agradarnos aquí abajo, pudiendo emplear el tiempo y el espíritu en santificarnos por la práctica de la humildad y el desprendimiento completo de nosotros mismos. Hágame el favor de rogar a Dios que haga yo primero lo que veo y aconsejo a los demás.

Que Dios le colme de las bendiciones de su puro amor.

La Colombière


[1] Esta es la carta más antigua que conservamos del Santo, anterior al mes de ejercicios de 1674. Ésta muestra un tono muy diferente del de las restantes cartas. Se aprecia que el Santo todavía no ha dado el gran giro espiritual de su vida, aunque la carta sea normal, pero muestra una ironía y un modo de hablar más interesado por las cosas del mundo, por así decirlo, aunque son también del servicio de Dios. Está La Colombière en el Colegio de la Trinidad de Lyon de profesor de retórica. Según un testimonio del Santo, por este mismo tiempo, sin embargo, ha comenzado ya a meditar su futuro voto de guardar las reglas (V. el Retiro de 1974, Segunda semana, II, B. 1, donde dirá: «Sintiéndome instado a cumplir el proyecto de vida (Voto) que hace tres o cuatro años medito…»). Henry Bremond ha dicho por esta carta, que el Santo, cuando subiese a los altares, podría ser el «patrono de los críticos literarios» (Histoire du sentiment religieux en France, VI, 405). Sobre la «Vida de D. Bartolomé», véase Introd. Cartas, I, 2.