CARTAS DE SAN CLAUDIO DE LA COLOMBIÈRE(III)

3.-Carta al Cura y Congregación de Paray-le-Monial (XVI-XIX)

CARTA XVI

Al Rdo. J. Bouillet, Cura de Paray-le-Monial

Londres, septiembre-octubre 1677

He recibido, señor y queridísimo amigo, una carta suya de 15 de este mes en la cual se queja usted de la partida del Padre (Raybaud) y verdaderamente le tengo mucha compasión. Puedo asegurarle que esta noticia me ha conmovido hasta el fondo del corazón. En efecto, tenía tantas razones para consolarme al separarme de usted, dejándole a él en mi lugar, que habría creído no amarle a usted bastante si me hubiera afligido mucho al abandonar un puesto que él debía ocupar; por lo que me parece que sentí menos nuestra separación. Ese mismo pensamiento me ha sostenido durante este año, y sólo después que él partió me he sentido separado de usted. Espero, sin embargo, que nuestro Señor lo reemplazará y no le dejará a usted sin consuelo. Me dice usted que la pérdida de sus cartas le hace temer que por ello se menoscabe en algo nuestra amistad. ¿Qué dice usted, mi querido amigo? Las uniones que se fundan en Jesucristo son inalterables, y le aseguro que ni la distancia ni su silencio me cambiarán en nada respecto a usted. Al contrario, me parece que cada día quiero más a mis amigos; toda la corte no podrá borrarlos de mi espíritu, y cada día recuerdo en el altar a algunos y algunas que tendrían motivo para creer que los he olvidado.

Creo que sólo Dios sabe cuándo partiré de Inglaterra. Creo que no pensarán en ello antes del mes de septiembre del año próximo. Estoy pronto para partir o para quedarme.

Si fuera más hombre de bien de lo que soy, tendría aquí amplia cosecha que recoger; encuentro grandes desórdenes que corregir y además gran valor en las gentes, cosas muy propias para una gran virtud.

No corro aquí ningún peligro sino el del alma, que está expuesta a todos los riesgos que se pueden imaginar. Toda mi confianza está en Dios y en las oraciones de las almas santas. Recomiendo a su celo aquellas que Dios le ha confiado; pero no olvide usted la suya propia, que me es muy cara y que debe serlo para usted más que todas las demás.

Estoy sumamente agradecido a N. N. por el honor que me hacen con su recuerdo. Ruego a Nuestro Señor Jesucristo que les colme de sus favores espirituales. Me siento con más celo que nunca por su perfección y quisiera que lo viera usted así en mi corazón.

En cuanto a los Señores de la Congregación, son demasiado sensatos para pensar en hacer imprimir la miserable carta que les he escrito. Pero, espero que, si han encontrado en ella algo capaz de inflamarlos en el amor a nuestro buen Maestro y a nuestra buena Madre, lo grabarán tan hondo en sus almas que jamás lo olvidarán.

Me alegro mucho de la gloria que el Sr. N. adquiere cada día; cuando se le estima como yo lo hago, es imposible no desearle todos los bienes verdaderos. Pocos hombres he encontrado de un carácter tan cumplido; soy humilde siervo de toda su familia.

Adiós, amigo mío, si yo creyese en mi propio valor le pediría noticias de toda esa ciudad, que considero como una gran familia, cuyo jefe ha querido Dios que sea usted, a la cual ha de conducir al paraíso, si así lo quiere, por medio de sus santos discursos y sus buenos ejemplos.

La Colombière

CARTA XVII

A los señores de la Congregación de Nuestra Señora[1]

Inglaterra (Londres) 18 agosto 1677

Mis queridos Cofrades:

La paz de Jesucristo.

Aunque no hubiera sabido que me hacían ustedes el honor de escribirme, había resuelto, hace largo tiempo, no dejar pasar este año sin presentarles mis respetos y la expresión de la tierna amistad que conservo por su santa congregación.

He sabido con mucha satisfacción que su número aumenta y que su fervor no disminuye. Espero que Aquél que los ha reunido por su misericordia infinita no permitirá que se separen nunca, ni que se relajen en esa piedad que tanto me edificó durante un año. Pluguiera a Dios, Señores, que pudiera expresarles todos mis sentimientos respecto a la práctica que han abrazado ustedes; me parece que me responde de su salvación y que no tendré nada que temer por sus almas mientras cumplan los deberes que ella impone.

Recuerdo el celo que desplegaron desde el principio para arreglar las cosas de tal suerte que nada pudiera desmentirse más tarde. Admiro todavía la facilidad que encontré en una empresa ue muchas personas creían imposible. Estoy persuadido de que fue obra de Dios y de que la Providencia quiso por allí el del cielo a muchas almas a quienes habla predestinado antes de todos los siglos. Para comprender cuánto me consuela este pensamiento, sería preciso saber cuán caros me son sus intereses y cuánto me importa su salvación eterna. Jesucristo, a quien los encomiendo todos los días, conoce la extensión de mi afecto y el ardor con que les deseo todas las bendiciones de los santos. Preveo con gran placer que las gracias que ustedes reciban en el servicio de la Santísima Virgen han de recaer sobre sus familias y aun sobre su posteridad, y que recibirán en el paraíso la recompensa del mucho bien que se ha de hacer en la ciudad más tarde, y que Nuestro Señor deberá, por decirlo así, a los buenos ejemplos que ustedes habrán dejado a sus sucesores. Por esto les conjuro, Señores, por las entrañas de Jesucristo y las de nuestra buena Madre, que perseveren en la feliz disposición en que están al presente y aun que crezcan, si es posible, en la constancia y en la observancia de los reglamentos que Dios les ha inspirado hacer. Conserven en nombre de Nuestro Señor esa devota asamblea en tan buen estado, que sea para todos los que entren en ella un medio infalible de salvarse y que, imitándolos a ustedes, encuentren sus hijos un medio de santificarse. Que no se diga que los que fundaron la Congregación fueron los primeros en autorizar en algún punto la relajación. Sean ustedes, por el contrario, tan fieles en guardar hasta las más menudas reglas, y tan generosos en corregir abusos que el tiempo pueda introducir, que los que vengan después no tengan nada que reformar, y en caso de que caigan en alguna negligencia se les pueda hacer avergonzarse oponiéndoles el fervor de ustedes.

Es cierto que sólo de ustedes dependerá, Señores, ser causa de la salvación de un gran número de personas y de muchas virtudes que se practicarán muchos siglos después de su muerte; porque si durante todo el tiempo que han pasado en la familia de la Santísima Virgen han estado alejados de todo lo que puede deshonrarla; si hacen franca profesión de tener horror a todo lo que condenan las reglas, si se distinguen de los demás, como lo han hecho hasta aquí, por la fuga de la intemperancia, de las querellas, de la ociosidad, por una perfecta unión, por el uso frecuente de los sacramentos, por la compasión con los pobres, por el cuidado de hacer reinar la paz en casa; si, repito, hay la persuasión de que esa conducta y esas virtudes son como esenciales a los Congregantes, nadie ingresará en esa corporación sin una firme resolución de hacer lo mismo. Bastará, pues, ser Cofrade para verse comprometido a vivir cristianamente. Hagan ese servicio a Dios. ¿Quién podrá imaginarse cuál será su recompensa? Sobrepasará sin duda a todo lo que yo pueda decir, pero me atrevo a asegurar, señores, que no sobrepasará mis deseos, puesto que ruego a Dios con todo mi corazón que sea igual a la de los santos.

Me encomiendo muy humildemente en sus oraciones y les abrazo en el Corazón de Jesucristo y en el de nuestra Señora. Soy y quiero ser eternamente,

Señores, mis queridísimos cofrades.

Su humildísimo y obedientísimo siervo en Nuestro Señor.

La Colombière,

de la Compañía de Jesús

CARTA XVIII

A un miembro de la misma Congregación.

Londres, oct.-nov. 1677

Señor, aunque no había visto la carta que los señores de la Congregación me hicieron el honor de escribirme, no dejé de cumplir con ellos, hace ya tiempo, un deber en el que no hubiera querido se me anticiparan. Le doy las gracias por la copia que tuvo usted la bondad de enviarme: me imaginaba que la carta estaría llena de cortesía y afecto y, si hubiera sabido quién era el secretario, me la habría imaginado muy espiritual y muy bien escrita.

No me han sorprendido las muestras particulares que me da usted de su recuerdo; esto responde a la idea que formé de usted en el tiempo que pasé en Paray. Todo se puede esperar de su virtud y cortesía.

Muy agradecido estoy a su padre y a su buen amigo, el Señor N… de que no me hayan olvidado. Le aseguro que los tres están ustedes muy presentes en mi espíritu. Estimo tanto su piedad, que mientras Nuestro Señor se la conserve estaré persuadido de que ama a nuestra Congregación y que no podrá perecer. Y digo nuestra Congregación, porque no pretendo haberme separado de ella. Cada día me encuentro en espíritu en medio de sus asambleas para tomar parte en las gracias que la Virgen Santísima derrama sobre ellas.

Como no me dice usted nada de su familia, creo que su Señora madre y sus hermanas estarán en perfecta salud.

Les deseo a todos mil bendiciones y les suplico humildemente rueguen a Dios me asista en este país donde no dejo de estar como estaba en Francia.

Señor:

Su muy humilde y muy obediente servidor,

La Colombière

CARTA XIX

Al señor cura de Paray-le-Monial

Lyon, 1679-80

¿Qué dirá usted, señor, de mi pereza? ¿No es extraño que haya esperado tanto para responder a usted, a quien estimo tanto y con quien tengo tantas obligaciones? Me parece que no he podido hacer de otro modo, pero sea de ello lo que fuere, espero que usted me perdonará.

Ya verá usted que los señores de la Congregación volverán de sus prejuicios y que este ligero desvío no servirá sino para hacerlos más fervorosos. De todos modos, no servimos a Dios y a su Santa Madre por los hombres; y así espero que ninguna consideración le hará abandonar su cuidado. Trate, mi querido señor, de persuadir a sus amigos de que deben ser constantes y hacer honor a Nuestra Señora. Aunque fuera usted solo el que perseverara y fuera constante en observar los estatutos exactamente, no habría que relajarse. Nuestro Señor reconoce muy bien a sus verdaderos amigos y los distingue de los demás con gracias particulares. Ruego a Dios a menudo por ustedes, y por todos los congregantes, y deseo con todo mi corazón que sean colmados de las bendiciones celestiales. ¿Qué no haría porque fueran todos tales como deben ser?

Siempre le recomiendo el cuidado de su gran familia, debe usted encomendarla todos los días a Dios, que es su primer padre y que le ha confiado a usted sus queridos hijos. Hágales comprender bien que deben distinguirse más aún por una sólida piedad que por el nacimiento, y que toda la grandeza del hombre consiste en servir a Dios. Perdóneme, mi querido Señor, que no le escriba sino estas pocas palabras. Si supiera de qué corazón parten haría más caso de ellas que de una carta de diez páginas.

No puedo ir a ver a usted tan pronto como lo deseo. Acuérdese de mí en sus oraciones. Todos los días ofrezco a Nuestro Señor el padre y los hijos.

No dude usted de que soy con el más firme afecto, Señor, su muy humilde y muy obediente servidor,

La Colombière


[1] Esta Congregación fue un notable fruto apostólico del Santo. La fundó, con gran resultado, siendo Superior en la Residencia de Paray 1675-76.