CARTAS DE SAN CLAUDIO DE LA COLOMBIÈRE(VI)

4.-Cartas a la Reverenda Madre Francisca de Saumaise, Superiora de Paray (XX-XLIX)

CARTA XXXVII

Londres, 27 de junio de 1678

Mi Reverenda Madre:

¡La paz de Jesucristo sea con usted!

Me regocijo de que esté usted ya en el estado que había deseado, hasta que quiera Nuestro Señor hacerla pasar a otro. En cualquier cosa que ordene para usted, estoy seguro de que todo la ayudará a crecer y perfeccionarse en su amor. Otro motivo de consuelo es saber que ha hallado en su superiora un alma tan buena y tan santa. Espero que Nuestro Señor habrá escogido una muy buena para las hijas que acaba usted de dejar y a quienes ha hecho tanto bien con el auxilio del mismo Señor. No le doy las gracias por lo que ha hecho por las de fuera; tengo que darle muchas por mí. No se si tendré alguna vez la felicidad de manifestarle mi agradecimiento; pero ciertamente Dios me lo ha dado muy grande por todas las bondades de usted.

La carta de nuestra Hermana Alacoque me ha causado mucha confusión; no podré darle a entender cuán a propósito han llegado estos consejos. Si hubiera visto mi interior, no habría podido decirme nada más preciso. No sé lo que voy a responderle; el Señor me lo inspirará.

Le suplico que me dé un consejo respecto a un asunto que se me presenta. Una viuda joven de unos treinta años, de poca salud pero de mucho talento y valor, aunque sin fortuna, se ha sentido movida, hace cerca de un año, a retirarse a alguna parte en un desierto para llevar allí una vida penitente y retirada; después de haber rechazado varias veces como inútil esta propuesta que me hacía, me declaró por fin que se sentía tan fuertemente atraída a dejar el mundo y pasar sus días en la penitencia que me suplicaba tuviera cuidado de no oponerme a la voluntad de Dios, si le resistía. Le hice ver que la cosa era como imposible, pero viéndola con tan gran resolución, me pareció que tal vez habría otro partido más racional que tomar, si deseaba hacer algo por Dios. Le propuse entonces que fuera a presentarse a algún monasterio para servir, en calidad de sirvienta secular, en guardar los rebaños en la granja o alguna otra cosa de esa naturaleza, sin darse a conocer a nadie, como algunos santos que nos han dado ese ejemplo. Esa propuesta, que le hice primero para ejercitarla y mantener su fervor, más bien que para hacérsela adoptar de hecho, le agradó. Me rogó que le ayudara en esto y le prometí que lo pensaría. Es francesa y hace año y medio que la conozco. Ha hecho hasta ahora todo lo que he deseado que haga. Ha trabajado mucho en mortificar sus pasiones; tiene mucho fuego, pero hace dieciocho meses que combate valerosamente; tiene un valor extraordinario, así lo he experimentado a menudo. Vea usted lo que piensa sobre esto. ¿Cree usted que querrá Nuestro Señor renovar en nuestros días los ejemplos de esas almas grandes, que admiramos en los primeros siglos de la Iglesia? Espero la respuesta, que tenga la bondad de darme, después de haber encomendado el asunto a Nuestro Señor.

Hago poca cosa, mi Reverenda Madre, por el servicio de Aquél con quien tengo tantas obligaciones, como usted no lo ignora. A pesar de ello, para ese poco, necesito que me alienten, y sus exhortaciones me sirven más de lo que usted puede pensar. Todas las almas cuya dirección particular me ha encomendado Dios aquí, adelantan por su misericordia, y es cierto que hay tres o cuatro que no se reservan nada y hacen todo lo que quiero. En cuanto a mí, casi no me considero y hago muchas cosas por su adelantamiento que parecen ser contrarias a mis propios intereses, pero no quiero tener otros que los de Dios. Hágame el favor de pedirle que sea así hasta el fin.

La Colombière

CARTA XXXVIII

Londres, 2 de julio de 1678

Mi Reverenda Madre:

Es hoy el 2 de julio, y celebramos aquí la fiesta de la Visitación. Lo hemos hecho, a Dios gracias, bastante bien para el país en que estamos: además de varias personas que han comulgado, dos señoritas escogieron este día para consagrarse a Dios por un voto de castidad perpetua, después de haber hecho confesión general. Una de las dos comienza a recibir de Dios gracias muy grandes. Dos viudas jóvenes deseaban hacer lo mismo, pero he juzgado a propósito dejarlas para la Asunción. Nuestro Señor me manda cada día almas que me parecen escogidas y que se entregan a Él de una manera muy generosa; tres de ellas piensan en la religi6n, y han venido otras dos hace algún tiempo, que me parece no están muy lejos de lo mismo. Despedí a los dos religiosos de los cuales le escribí. (V. carta XXXVI). Pida a Nuestro Señor que les inspire verdaderos sentimientos de penitencia. Entreveo buenos asuntos, que creo prepara Dios para su gloria. Pero, por lo demás, yo no hago nada, no me apresuro y observo que Nuestro Señor me envía después de tres, cuatro y cinco meses, algunas personas que casi no me había atrevido a desear. ¡Oraciones por favor!, porque si usted me ayuda, espero que Nuestro Señor no considerará mis pecados y se glorificará mucho en esta ciudad.

Todo suyo en Jesucristo

La Colombière

CARTA XXXIX

Londres, julio de 1678

Mi Reverenda Madre:

Recibí su carta del 6 de julio con mucho consuelo y provecho de mi alma, según me parece.

La persona que debe entregarle ésta es aquella viuda respecto a la cual le pedí consejo (v. carta XXXVII). Se va a Paray al convento de las Ursulinas, donde me han prometido darle un puesto de sirvienta sin que les haya hecho saber quién es ni tenga intención de hacerlo jamás. Si acaso quiere usted detenerla en el camino, le he ordenado que la obedezca en todo. Le llamará la atención, sin duda, que yo haya precipitado tanto este negocio; no sé lo que será, pero no tengo ninguna aprensión respecto a las consecuencias, después de las precauciones que he tomado, siguiendo su consejo. Espero que cuando usted la vea, la encontrará con disposiciones que no le desagraden y así no hallará usted tanta temeridad en mi proceder. Pongo toda mi confianza en Dios y en el valor que le da a esa mujer, que está tan resuelta a lo peor que le pueda suceder que nada teme. Se la encomiendo, hágame el favor de darle los consejos que usted crea útiles. La mejor prenda que tengo de su constancia es que en el mundo ha hecho sin reserva todo lo que le he aconsejado para su perfección, sin que haya retrocedido nunca en materia de vencimiento propio, lo que hizo siempre con valor y resolución admirables. Hizo en casa de su propio padre una especie de noviciado, en que sufrió la mayor parte de las pruebas a que podía estar expuesta en la vida que quería abrazar, hasta hacer confesar a las personas que la ejercitaban que infaliblemente sería una santa. Todo ese fuego que tiene naturalmente no impidió que se sometiera como una niña al disgusto y mal humor de sus padres, que exigían de ella cosas muy mortificantes y nunca estaban satisfechos con su obediencia. No la daré a conocer a nadie, porque me parece que eso perjudicaría a los designios de Dios, que la quiere en una vida enteramente humilde y oculta, si no me engaño.

Le escribiré otra vez sobre un nuevo descubrimiento que he hecho aquí, y que será para usted de mucha edificación.

Le doy las gracias por la parte que toma usted en los favores que Dios me hace, haciéndome testigo de las operaciones de su Espíritu en las almas. Es cierto que me ha puesto entre las manos tres o cuatro que van hacia Él a grandes pasos y de una manera muy generosa. Me parece que no dejan nada que desear.

Me regocijo a mi vez del santo descanso que Nuestro Señor le da a usted. Aparentemente sólo es para prepararla para el trabajo. Que se cumpla la santísima y amabilísima voluntad de Dios siempre. Espero que la amaremos sin reserva en todos los estados en que le agrade colocarnos. Es todo lo que deseo para usted y para mí, que soy,

Todo suyo en él Corazón de Jesucristo.

La Colombière

CARTA XL

Londres, 19 de setiembre de 1678

Mi Reverenda Madre:

Hace largo tiempo que no he contestado a nadie. Puede usted creerlo, puesto que no le he contestado a usted.

La razón de mi silencio fue un accidente que me acaeció cuando menos lo pensaba y me creía con mejor salud. Comencé a arrojar sangre la víspera de la Asunción, que aquí se celebra diez días después que en Francia. Todo lo abandono a la Providencia (v. carta XXXVI).

Lo que me hace creer que estaré aquí todavía por algún tiempo es, según me parece, que se presentan nuevos frutos que cultivar, y que nuestra buena Hermana Alacoque no me habla sino de nuevas fatigas.

Recibí la carta de usted y el papel escrito por ella justamente el día en que hablé al médico, y en un tiempo en que me encontraba tan abatido y debilitado que me sentí poco capaz para los trabajos que preveo para el año próximo, y consideraba mi mal como un efecto de la Providencia que, conociendo la impotencia en que estaba de sostener la carga, queda retirarme de este país. Pero después de leer el billete que me ordenaba no perdiera el valor en las dificultades, y me hacía recordar que uno es todopoderoso cuando confía en Dios, comencé a cambiar de sentimiento. Y es de creer que permaneceré todavía aquí.

No me opongo a ello y estoy pronto para vivir o morir aquí, a fin de cumplir la voluntad de Dios. Tengo entre manos las más hermosas esperanzas del mundo para el próximo año. Me parece que no faltarán sino fuerzas y tiempo; pero Dios puede suplir a todo esto. Veo por fin a la duquesa, de quien le escribí a menudo, enteramente convertida. Nuestro Señor le envió en días pasados una enfermedad de veinticuatro horas, durante la cual concibió tan gran pesar de no haberlo dejado todo por Dios que estuvo a punto de morir de tristeza. Me rogó ayer que fuera hoy a verla para hablarle en particular. Espero que vamos a comenzar una vida que honrará mucho a Dios; ella es capaz de una gran virtud y creo que Dios le ha dado para conmigo todos los sentimientos necesarios, para que mis pobres consejos le sean muy útiles.

Hace unos dos meses que un joven mercader de veinticuatro años vino a verme para consultarme acerca del proyecto que tenía de dejar el mundo e ir a pasar sus días en países desconocidos, pidiendo limosna y abandonándose a toda clase de austeridades, de que lo hace capaz, según parece, la fuerza de su cuerpo robusto. Mi opinión fue que no precipitara nada y que era necesario que yo le conociese más, antes de darle un consejo sobre el particular. Desde entonces le he dado algunas reglas para probar su docilidad; le ha tomado tanto gusto a la obediencia que hace de ella su principal interés. Ya no piensa en su proyecto ni en el porvenir, únicamente en adelantar en la virtud. Nuestro Señor lo había elevado ya a una alta oración; pero esto aumenta cada día con luces tan particulares y tan delicadas, sobre la práctica de las más excelentes virtudes, que me causa gran admiración.

Justamente cuando escribía esto recibí su carta del 10 de setiembre. Ruego a Nuestro Señor le recompense la caridad que ha tenido usted con la señorita que le envié de aquí. Es un gran consuelo el saber que ha quedado usted satisfecha. No la encomiendo en sus oraciones, porque sé que su generosidad y la bondad que tiene Dios con ella se la harán muy querida.

La Colombière

CARTA XLI

Londres, octubre de 1678

Mi Reverenda Madre:

Después que escribí, estuve a punto de morir de un nuevo vómito de sangre, y de volver a Francia, porque mis superiores lo habían dejado a mi elección y la mayor parte de las personas me lo aconsejaban. Los médicos me detuvieron, diciéndome que no estaba en estado de hacer el viaje y que podía curarme aquí. Ahora no sé lo que Nuestro Señor me prepara, si debo morir o vivir, quedarme aquí o regresar, predicar o no hacer nada. No puedo ni escribir ni hablar ni casi rezar. Veo una gran mies; nunca he tenido tanto deseo de trabajar y no puedo hacer nada. Que se cumpla la voluntad de Dios; yo no merezco servirle. Me ha puesto por mi culpa en el estado en que estoy. Ruego a Nuestro Señor que me castigue y me perdone.

He sufrido, desde que estoy enfermo, penas interiores, que sobrepasan en mucho a las exteriores; pero también tuve el consuelo de ver grandes progresos en las almas que Dios me confiaba. No puedo escribirlo todo.

Tengo bajo mi dirección a una viuda de treinta años de muy buen espíritu y buen juicio, que desde hace año y medio sigue el camino de una perfecta abnegación, y de quien puedo responder en todo sentido. Quiere ser religiosa de santa María, lejos de París. Tiene salud, ha sido educada en Francia en un convento. Su padre es francés, y cirujano de la reina de Inglaterra. Tiene una hija de nueve años, de muy buen natural, a la que quiere poner en un colegio para hacerse ella luego religiosa, si Nuestro Señor lo quiere. Tienen dos mil escudos. ¿Dónde quiere usted que las mande?, quiero confiárselas a usted. Ellas están dispuestas; y esté segura de que quedará usted contenta de ellas.

Hágame el favor de contestarme, y ruegue a Dios por mí a fin de que no desee sino su voluntad, y que me abandone sin reserva a su Providencia.

Encomiéndeme en las oraciones de sus amigas. No escribo a sus santas hijas; pero sí ruego a Dios por ellas más que nunca.

La Colombière

CARTA XLII

París, 17 de enero de 1679

Mi Reverenda Madre:

Le escribo sólo para avisarle mi llegada a esta ciudad. Salí de Inglaterra, después de haber sido desterrado por un decreto y haber corrido varios riesgos de perder la vida. He estado preso durante cinco semanas. Mi enfermedad se renovó en la prisión; pero ahora estoy mejor. Como espero ver a usted dentro de pocos días, no le digo más.

He encontrado aquí una de sus cartas, en que me habla usted de la pretendiente respecto a la cual le escribí. Se vio obligada a huir para sustraerse a la persecución. Está aquí, pero muy lejos de poder dar ocho mil francos; tendrá que reducirse necesariamente a mil seiscientos escudos, y no los podrá tener tan pronto, porque en Inglaterra está todo tan turbado que no se puede tratar de negocios. Mientras recibe el dinero podría entrar como pretendiente y su hija como pensionista, porque puede pagar la pensión; pero no quiere entrar al noviciado antes de recibir su peculio y así se lo he aconsejado yo. Es una persona muy completa. Si usted lo juzga oportuno, haré la propuesta a la Madre Superiora de (Charolles), creo que la aceptará. Yo le enviaré a usted la carta que le escriba.

Cuántas cosas tendré que decirle, si Dios nos concede la gracia de una entrevista. He dejado en Londres personas de gran mérito y muy amadas de Dios; no pierdo la esperanza de poner a algunas en manos de usted.

Ruegue a Dios por ellas y por su siervo en Jesucristo.

La Colombière

CARTA XLIII

Lyon, 23 de marzo de 1679

A la queridísima Madre en Nuestro Señor. La paz de Jesucristo.

Estoy aquí desde el 11 de este mes. Me siento peor que nunca desde mi partida de Inglaterra. Hasta arrojé un poco de sangre, y estuve muy cerca de caer en el primer estado. Creo que una pequeña sangría me salvó de esa recaída y según me parece he mejorado hace dos días. Desde que estoy aquí, como carne aun los viernes y sábados, por orden del médico, y pronto podré tomar leche de burra, de la cual espero algún alivio. Que se haga la voluntad de Dios. Hallo en todas partes una mies tan grande, que me cuesta muchísimo contenerme; pero me ordenan el silencio y estoy resuelto a observarlo, según el consejo de usted. Si la Providencia me vuelve a llamar al país de las cruces, estoy enteramente dispuesto a partir; pero Nuestro Señor me enseña, desde hace algunos días, a hacerle un sacrificio mayor todavía, que es estar resuelto a no hacer nada, si es su voluntad; a morir el primer día y extinguir por la muerte el celo y los grandes deseos que tengo de trabajar por la santificación de las almas, o bien arrastrar en silencio una vida achacosa y lánguida sin ser ya sino una carga inútil en todas las casas en que me encuentre. Estaba mal cuando llegué a Paray; pero allí me restablecí en dos días, de tal suerte que trabajé en seguida durante ocho días de la mañana a la noche sin sentir la menor molestia. No podría decirle cuántos motivos de consuelo me ha dado Dios. Encontré las cosas en una disposición admirable y me parece que todo ha aumentado desde mi partida. Hay no sé cuántas pobres personas a quienes yo habla olvidado y en quienes Dios ha hecho germinar las semillas de las cuales yo esperaba poco; de suerte que producen en sus almas virtudes sólidas y una constancia admirable. Usted podrá comprender que en ocho días no pude tener largas entrevistas con todos los que deseaban hablarme; y sin embargo, quiso la misericordia infinita de Dios dar tales bendiciones a las pocas palabras que les dije, que todo el mundo quedó contento y como renovado en el fervor; Dios sea eternamente glorificado por ello.

Al pasar por Paray no pude ver sino una vez a la Hermana Alacoque; pero tuve mucho consuelo en esa visita; la encontré siempre sumamente humilde y sumisa con gran amor a la cruz y a los desprecios. Esas son señales de la bondad del espíritu que la guía, las cuales no han engañado nunca a nadie.

La señorita de Bisefranc es un ángel. La menor no ha salido aún de las pruebas del noviciado, pero las lleva con ánimo.

La desconocida que le escribió me encanta por su valor y toda clase de virtudes; irá pronto a Charolles, ya está decidido. Nuestro Señor ha dispuesto todas las cosas para eso. La Hermana Alacoque ha sido la primera de esa opinión; pero yo no me rendí sino a buenas razones. No he dicho nada a esa persona, para tenerla en la indiferencia, pero le escribí una palabra ayer por la mañana.

La inglesa que está en Charolles hace todo lo que yo esperaba de la gracia que Dios le ha dado.

Mil y mil gracias por los buenos consejos que me da usted para el cuerpo y para el alma; continúe, mi querida Madre, haciéndome recordar de tiempo en tiempo lo que me es tan importante no olvidar, y que olvido sin embargo tan fácilmente; los recibo como debo, no tenga ninguna pena por ello.

Le prometo el recuerdo que me pide usted en la celebración de la Misa; no sé si ya le he dicho que esa es una de mis prácticas, pensar en ese momento en todos mis amigos y llevar mi espíritu a todas partes donde puedan encontrarse.

Encomiéndeme en las oraciones de su comunidad y particularmente en las de su Madre y de sus fervorosas hijas. No la compadezco de verse privada de las dulzuras de que gozaba; todo lo que puedo hacer es no envidiarla.

Si ve usted al Señor N., a su esposa y a la Sra ….. discúlpeme con ellos por no haberles escrito, porque mi salud me lo impide.

Soy en Nuestro Señor, etc.

La Colombière

CARTA XLIV

S. Symphorien d’Ozon, abril de 1679

Mi Reverenda Madre:

¡Nuestro Señor Jesucristo sea toda nuestra fuerza y nuestra alegría!

Le escribo desde el campo, donde acabo de poner en práctica algunos remedios, que me han prescrito. Ya ve usted que estoy en casa de mi familia, lo que es para mí un gran motivo de humillación; y en lugar de edificarlos con mis palabras y mi manera de vivir, los médicos me ordenan callar o no hablar sino para distraerme. ¿No es verdad que es una vida muy humillante? Comprendo que un alma muy espiritual podría hacerse de esa vida una especie de purgatorio, muy apto para purificarla. Pero Dios sea eternamente bendito por la paciencia infinita con que me soporta, a pesar de mi inutilidad y de las imperfecciones que descubro en mí cada día.

La persona de quien me habla usted piensa hace mucho tiempo en ser religiosa y desea ponerlo en práctica algún día. ¿Por qué diferirlo? No espera sino la orden del director, el cual no se opone sino por razones de salud, que serán cada día más fuertes. Tales razones no hacen que los Superiores la rechacen, y entretanto el mundo se ve privado del ejemplo que le dará ese sacrificio. Se impide a esa persona abrazar un estado que tiene ella el valor de abrazar y que Jesucristo aconseja a todos, los cristianos, y así estará privada de mil socorros y facilidades para servir a Dios. Este sacrificio no deja de costar algo a su corazón; ¿no es esta una señal de que ese corazón no está del todo libre y que le queda algo que dar a Dios? Ruéguele, se lo pido, por el éxito de este asunto, y por mí que soy

todo de usted en el Corazón de Nuestro Señor Jesucristo.

La Colombière

CARTA XLV

Lyon, 26 de mayo de 1679

Mi Reverenda Madre:

Habrá sabido usted tal vez que la Hermana María, a quien envié desde Inglaterra, y que estaba con las Ursulinas, ha ido a casa de nuestras Hermanas de Charolles. Me pareció que nuestra Hermana Alacoque estaba bien persuadida de que tal era la voluntad de Dios; y como yo le representara que me parecía necesario su ejemplo en la casa donde estaba, me respondió que Dios nos quita a veces las cosas que nos serían útiles para nuestra santificación, cuando resistimos demasiado a sus gracias y como que cansamos su paciencia. Ya ve usted que esto debe quedar secreto. Sin embargo no he retirado por eso a esa buena Hermana. Las mismas religiosas son las que me han obligado a hacerlo, dándome a entender que era para ellas una carga. Sin embargo, manifestaron gran dolor por su partida. Recuerdo lo que se me ha recomendado respecto al viernes que sigue a la octava del Santísimo Sacramento. Estoy seguro de que usted no lo olvidará.

La Colombière

(Extracto)

CARTA XLVI

Lyon, 6 de julio de 1679

Mi Reverenda Madre:

Recibí, hace pocos meses, una carta de la Hermana Alacoque llena del espíritu de Dios. Me dice varias cosas muy extraordinarias, y me habla de una persona que yo le había recomendado al pasar, de una manera que hace ver muy bien que tiene muy particulares conocimientos respecto a mí. Me ordena de parte de su Amado Dueño que no piense más en el pasado, que no haga ningún proyecto para el porvenir y, en cuanto al presente que cuide a un enfermo que Dios me ha confiado para que ejercite la caridad y la paciencia, añadiendo que el enfermo soy yo mismo, y que debo hacer sin escrúpulos lo que pueda para restablecerme. Y lo hago ciegamente.

La Colombière

CARTA XLVII

Lyon, 1680

Mi Reverenda Madre:

Usted ha rezado tanto para que yo recobre la salud que creo que Dios la ha escuchado, por fin. Me encuentro mejor que nunca desde mi regreso de Inglaterra; pero será poco lo que ha hecho, sin embargo, si no vuelvo al estado de antes. Será preciso rezar más aún pata obtener la gracia de vivir como sabe usted que debo hacerlo. Tendría necesidad de auxilios muy particulares, para comportarme de tal suerte en la salud que no tenga motivo de arrepentirme de haber sido curado. Porque, si yo supiera que en el futuro debía haber en mí un solo átomo que viviera para el mundo, y no puramente para Dios, quisiera mejor haberme muerto. Con esto usted verá lo que debe hacer por mí cerca de Dios; porque le echaré a usted la culpa en parte, si sucediera que mi restablecimiento me fuera perjudicial.

Aunque he pasado tanto tiempo sin contestarle, no he dejado de rogar a Nuestro Señor por el feliz éxito de su retiro. Espero que usted y todas sus hijas se hayan renovado en el amor a Jesucristo. Feliz usted, porque Dios la ha escogido para inflamar en ellas ese amor y llevarlo, si es posible, hasta el colmo. Para esto, he observado que, además de un gran celo, es necesario tener una humildad profunda y una completa desconfianza de sí mismo; que es preciso proceder sin prisa y esperar con paz y confianza que quiera Dios hacer en esas almas lo que sólo su gracia es capaz de obrar, de lo que le corresponde a Él toda la gloria.

Sin duda la experiencia le ha enseñado ya todo esto, y ruego a Nuestro Señor que le ayude a ponerlo en práctica.

Seguramente ha sabido usted la muerte de la señorita N… La pobre joven ha sufrido mucho interiormente en este mundo y con mucha fidelidad. La vi un momento el verano pasado; me dijo al dejarme, que no me vería más, porque pensaba que yo moriría pronto. Ruegue usted a Dios que tenga misericordia de ella y de mí.

Todos los días le envío a usted muchas bendiciones; como se las envío de parte de Nuestro Señor Jesucristo y de toda su Iglesia, no dudo de que le llegarán. Así sea.

Todo suyo en Nuestro Señor Jesucristo.

La Colombière

CARTA XLVIII

Lyon, mayo-agosto de 1681

Mi Revetenda Madre:

Le doy mil gracias por la carta que me escribió y la parte que tomó en el restablecimiento de mi salud. Me parece que se restablece por la voluntad de Dios, y que la gran crisis, que creyeron sería mortal, será justamente lo que sirva para devolverme la salud, o completa o por lo menos tal que pueda servir todavía a Nuestro Señor. Es maravilla ver cuántos provechos temporales y espirituales me han venido por esta enfermedad; no podré admirar ni alabar bastante la sabiduría y la bondad infinitas de Dios, que cumple sus amables designios por las mismas vías que a los hombres parecen destruirlo todo. Nunca he tenido tanta alegría, nunca he encontrado a Dios tan bueno para conmigo como en el tiempo en que me he visto en mayor peligro de morir. No habría cambiado ese peligro por todo lo que hay en el mundo más digno de nuestros deseos.

Me modero mucho en el celo, que usted pretende que tengo. Quiera Dios que sea muy puro. Tal como es, me parece que Dios lo bendice más de lo que mi debilidad pudiera esperar. Esto me persuade cada vez más de que no son nuestros trabajos y afanes los que santifican las almas. La de usted me es muy querida; ruego a Nuestro Señor todos los días que aumente en nosotros las gracias que ha derramado y que le agradezco muy afectuosamente. Ruego también por su comunidad, a la que deseo mil bendiciones.

Le estoy muy agradecido por la copia de la carta que me envió. Si lo que me concierne no es enteramente cierto, no puedo acusar sino a mí mismo, que por mis infidelidades continuas me opongo a los designios de la misericordia de Dios. Espero de ella, sin embargo, el perdón de mis infidelidades y la gracia de ser más fiel a Dios en el porvenir. En cuanto a usted, mi Reverenda Madre, esté para siempre en el Corazón de Jesucristo, con todos aquellos que se han olvidado completamente de sí mismos, y que no piensan ya sino en amar y glorificar a Aquél que es el único que merece todo amor y toda gloria.

La Colombière

CARTA XLIX

Paray, enero de 1682

Acabo de recibir sus dos (¿paquetes?) con dos de sus cartas. No había necesidad de enviarme tantas cosas, antes de saber si debo partir para Lyon, en lo que no encuentro ya dificultad, puesto que el médico se explicó hace sólo dos o tres días con nosotros, como lo hizo por carta con su hermano (socio del Provincial). El P. Bourguignet, que me manifiesta una bondad extraordinaria, tendrá alguna pena. Además tal vez podamos encontrar un coche cómodo y un tiempo favorable. Sin embargo no he tenido todavía tiempo de pensar en el coche, y tal vez el Señor Billet (el médico) persuada al Padre Superior.

Sea lo que fuere, estoy convencido de que no mejoraré aquí, y usted sabe que, antes de que el médico se declarara después de estudiar muy bien la enfermedad, yo le había dicho a usted que nada me aliviada sino un aire sumamente vivo y sutil. Creer que el de Lyon es el que se necesita, lo dudo un poco. El de Vienne me parecería más a propósito, porque el Sr. Billet dice que no basta pasar dos o tres meses en un lugar alto; se necesitan años enteros para dejar tiempo de reponerse a la naturaleza. Todo lo entrego en manos de los superiores y no propongo esto sino para guardar mi regla. Habría escrito sobre ello al Reverendo Padre Provincial, si hubiera creído que era necesario; pero antes he querido comunicárselo a usted. Hágame el favor de decirme su opinión y aconsejarme según Dios a fin de descargar mi conciencia, y que no muera con el escrúpulo de haber faltado a mi regla.

En cuanto a los consejos que usted me pide, desde que estoy enfermo no he sabido otra cosa sino que nos apegamos a nosotros mismos por muchos lazos imperceptibles, y que, si Dios no pone la mano en ello, no los romperemos nunca; ni siquiera los conocemos; que sólo a Él pertenece el santificarnos; que no es poca cosa desear sinceramente que haga Dios todo lo necesario para ello, pues, en cuanto a nosotros, no tenemos ni bastante luz ni bastante fuerza para hacerlo.

Ruegue a Dios por el que es todo de usted en Jesucristo. Estoy muy agradecido al P. N…. por su caridad, quisiera poder darle las gracias; pero no tengo ni tiempo ni fuerzas para hacerlo en una carta particular; hágame el favor de suplir esta falta.

La Colombière