SAN CLAUDIO DE LA COLOMBIÈRE. Escritos espirituales (V)

Misión de San Claudio de la Colombière en la Iglesia

El hombre cuyo espíritu nos manifiestan tales escritos y máximas ha tenido una altísima misión en la Iglesia de Cristo. Ha sido escogido para ser el testigo de una de las más admirables revelaciones habidas en la Iglesia Católica, la cual ha sido tan extraordinaria que la misma Iglesia la ha recogido en su esencia en la liturgia, otorgándole la máxima solemnidad: la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús. No es, cierto, exclusiva de su vida, pero en ella adquiere un relieve tal que alcanza finalmente la aceptación de la Iglesia como fiesta particular, y por fin aparece como expresiva de uno de los más grandes misterios de la religión católica y de toda religión: el Amor infinito de Dios a los hombres hecho carne en Jesucristo. Ha habido otros santos antes de él, y también después, que han sido favorecidos con altísimas gracias, en ciertos aspectos mayores que las suyas en relación con este misterio de amor; pero él fue elegido para ser el testigo eclesial de una particular voluntad del Señor, la de la instauración de una fiesta para honrar este altísimo misterio.

a) El misterio del Sagrado Corazón de Jesús

Hemos hablado ya de su encuentro con la que el mismo Señor distinguió con el título de «Discípula amada de su Sagrado Corazón». (Autobiografía de Sta. Margarita María, c. V). Hemos visto la misión que en relación con ella tuvo, y cómo fue designado por el mismo Señor como el amigo fiel que le enviaba para asegurarla y dirigirla en su nombre. El mismo Señor le designaba así para una misión particular: dar a conocer este misterio de amor a los hombres y a la Iglesia, por ésta a aquellos.

Suele haber, en la vida de los hombres que Dios escoge especialmente, un instante que puede ser calificado como «el instante de Dios». Este instante cambia el curso de su vida, ya torciendo totalmente su curso del pecado a la gracia, del error a la verdad, ya marcando una huella candente en su vida que transforma el hierro en fuego. Tal es el camino de Damasco para Pablo, tal la herida de Pamplona para san Ignacio de Loyola. Tal fue para San Claudio el encuentro con santa Margarita María de Alacoque en Paray-le-Monial.

Su mirada iluminada por el Espíritu conoció la obra y la presencia de Dios en aquella llamada extraordinaria. La aseguró en su camino. Le mandó, con una certeza carismática, ejecutar las peticiones del Señor, humanamente no aconsejables, por las que le exigía que comunicase a religiosas de su comunidad defectos que el Señor quería ver corregidos (Autobiografía, c. VI), aunque prudentemente haciéndolos pasar primero por la Superiora, para seguridad de obediencia. Las manifestaciones del Sagrado Corazón de Jesús a santa Margarita María culminaron en la Gran Revelación del 16 de junio de 1675.

Como había mandado a la santa escribir todo lo que pasaba en su alma, y luego dárselo a leer a él para mejor juzgar, ella, obedeciendo, transcribió esta gran revelación en que el Señor pedía la Fiesta de su Sagrado Corazón en la Iglesia, que había de culminar y asegurar católicamente esta devoción. De su propia mano, seguramente con una profunda emoción de humildad, él transcribió en su diario del retiro de Londres de 1677 la copia que conservó de este escrito. En este escrito se dice:

«Dadme -le dije- el medio para hacer lo que me mandáis. Entonces añadió: Dirígete a mi siervo, el P. Claudio de la Colombière, y dile de mi parte que haga todo lo posible para establecer esta devoción y dar este gusto a mi divino Corazón. Que no se desanime por las dificultades que para ello encontrará, y que no le han de faltar. Pero debe saber que es omnipotente aquel que desconfía enteramente de sí mismo para confiar únicamente en Mí» (Retiro de 1677, n. 12).

El Santo hace preceder el relato de la gran gracia con estas palabras de testimonio: «Habiéndose Dios descubierto a la persona que hay motivo para creer que es según su Corazón (santa Margarita Mª.), por las grandes gracias que le ha hecho, ella se me manifestó a mí, y yo la obligué a poner por escrito lo que me había dicho. Y esto es lo que con mucho gusto he querido copiar de mi mano en el Diario de mis Retiros, porque quiere el buen Dios valerse de mis débiles servicios en la ejecución de ese proyecto».

Esta fue la hora de Dios en la vida de su servidor. Un gran fuego había sido encendido en su alma en ese momento, preparado largamente. A partir de aquel encuentro y de aquella invitación su vida cobraba un sentido plenario. Era la misión para la cual Dios le había elegido y preparado.

Su agradecimiento es total. «He reconocido que Dios quiere servirse de mí, procurando el cumplimiento de sus deseos respecto a la devoción que ha sugerido a una persona a quien Él se comunica muy confidencialmente, y para la cual ha querido servirse de mi flaqueza» (n. 11). Él sabe ahora que tiene que clamar sobre el mundo a los amigos del Señor de parte de Él, que existe un Corazón apasionado de amor por los hombres, que espera su amor y su reparación, el culto a su divino Corazón. Por eso exhala este grito de su alma encendida:

«¡Que no pueda yo estar en todas partes, Dios mío, y publicar lo que Vos esperáis de vuestros servidores y amigos!» (n. 11).

Esto lo va a hacer de un modo humanamente increíble, conforme a la divina paradoja del Bautista: «Conviene que Él crezca y yo disminuya».

b) El cumplimiento de su misión

Teniendo conciencia del encargo hecho por el Señor de una misión particular, bien se puede comprender cómo su alma se ordenó en aquella dirección con toda su voluntad de cumplirlo. Él mismo nos lo dice en la efusión de su espíritu agradecido:

«Ya la he inspirado a muchas personas en Inglaterra, y he escrito a Francia a uno de mis amigos, rogándole que dé a conocer su valor en el sitio en que se encuentra. Esta devoción será allí muy útil, y el gran número de almas escogidas que hay en esa Comunidad me hace creer que el practicarla en dicha santa Casa será muy agradable a Dios» (Retiro Londres, n. 11).

Aunque no dice cuál sea esa Comunidad de Francia, el modo de hablar de «uno de mis amigos», dentro de una Comunidad, hace dar por seguro que se trata de una Comunidad de jesuitas, y ésta ¿cuál podría ser sino la de Lyon, donde el Santo había vivido la mayor parte de su vida anterior a Paray? Parece más propio pensar en Lyon que en París y su teología, aunque sea posible. Sería entonces la Comunidad del Colegio de la Trinidad en Lyon, donde él mismo irá a vivir a su vuelta a Francia, y tendrá ocasión de encender más el sagrado fuego.

Dice también que la ha inspirado a «muchas personas en Inglaterra». Éstas habrían de ser aquellas almas más piadosas con las cuales ejerció su dirección espiritual. Entre todas ellas podemos estar seguros de que la más importante, tanto por su calidad como por el influjo que más tarde ejercerá para conseguir su desarrollo, es la misma Duquesa de York. María Beatriz de Este fue la primera de las personas reales en Europa que solicitó de Roma la concesión para las Salesas de la fiesta del Sagrado Corazón. ¿No se debe pensar que le había hablado concretamente el P. La Colombière de tal deseo del Señor? Al menos es seguro que habrá leído en los Retiros, publicados ya en 1696 cuando ella hace la petición, la expresa mención hecha por su antiguo confesor el P. de La Colombière del deseo del Señor de que se instituya esa fiesta en tal día precisamente. Tengamos en cuenta que la petición se hace sólo seis años después de la muerte de santa Margarita, para toda la Orden de la Visitación, y para el viernes siguiente a la octava del Corpus. Por iniciativa de santa Margarita misma, en vida suya, el Monasterio de Roma había solicitado esa fiesta para sí solamente, y fue denegada entonces. Ahora volvió a ser denegada la fiesta pedida por la Reina, en razón de la «novedad» que introducía; pero se concedió, a cambio, la Misa de las Cinco Llagas, ya existente, para ese mismo día en la Orden de la Visitación (3 abril 1697). La Reina piadosísima pudo gozar este triunfo parcial en su retiro del Monasterio de la Visitación de Chaillot en París, donde se refugió después de Saint Germain cuando se vio desterrada de Inglaterra por la persecución ¿No era un primer triunfo de La Colombière?

En la Carta V a su hermana Margarita, religiosa de la Visitación de Condrieu, dice el Santo que ha inspirado esta devoción, la de la comunión pedida por el Señor en esta fiesta, a «varias comunidades». Escribe desde Lyon, vuelto ya de Inglaterra. Estas comunidades son, sin duda, de Salesas principalmente, por razones obvias. Tenemos testimonio de algunas de ellas en la Carta XLV, a la M. Saumaise superiora ahora de Moulins, donde más bien es un recuerdo del encargo; la Carta LXXXI bis a la M. Thélis, Superiora de Charolles, y luego a su sucesora en el superiorato (Carta LXXXIII) y a una de las religiosas inglesas (Carta LXXXIX) del mismo monasterio, aparte de la de su hermana en Condrieu. Seguramente que también en Dijon la M. Saumaise espoleada por el Santo ha movido ánimos para este efecto. Así son varias las Comunidades movidas por el Santo con indicaciones breves, por ser devoción nueva.

Pero la cumbre de este apostolado lo va a tener la inserción de la Gran Revelación en su Retiro de Londres, n.12, y va a alcanzar inmensa resonancia después de su muerte, como suele suceder en los casos divinos muchas veces. Es el apostolado póstumo del santo. Sucedió así.

La fama de su santidad al morir era ya tan dilatada que habiendo sido hallados entre sus papeles los que contenían las notas espirituales de sus Retiros, los superiores consintieron en darlos a la luz pública ya a los dos años de su muerte. Es necesario para comprenderlo pensar que era un hombre que tenía también la aureola de confesor de la fe. Pues su misma enfermedad había sido contraída en Inglaterra, y aumentada por la penosa estancia en la cárcel, aunque breve. El testimonio que había dado de sus virtudes era tan grande que aquel hombre, muerto en la mitad de su vida todavía, y cuyos sermones ilustres no habían sido apenas oídos en Francia, fue juzgado inmediatamente digno de ser conocido en su espíritu por el público de la Francia de la edad de oro de Luis XIV. En 1684 se editaban pues sus Retiros, en el segundo de los cuales se hallaba copiada la Gran Revelación.

Llegó inmediatamente un ejemplar al monasterio de santa Margarita María en Paray, donde todas las religiosas habían conocido al Superior de los jesuitas en los años 1675-76. Se leyó su libro en el refectorio de las religiosas como lectura apropiada y deseada por todas. Mas, por un descuido providencial de la encargada de tal lectura (si no fue deliberadamente buscado), al llegar al pasaje de la gran revelación fue leído íntegramente. Como en él se alude expresamente a «una persona a quien él se comunica muy confidencialmente», como receptora y transmisora de esta devoción al Sagrado Corazón de Jesús, que el Santo acoge con tan humilde gratitud, y dice de la misma persona que «hay motivo para creer que es persona según su Corazón, por las grandes gracias que le ha hecho, que ella me manifestó a mí, y yo le obligué a ponerlas por escrito», la voz de la lectora señalaba con absoluta claridad a la santa presente en el refectorio entre los oyentes. Pocas veces se habrá dado en la historia de los santos situación tan singular. Un santo hace el elogio en público de otra santa que está presente. Él ha muerto, pero ella vive.

Transcribe a continuación la gran manifestación en que el Señor pide una fiesta particular para honrar a su Corazón en un día determinado. Puede verse el extraordinario texto íntegro en el Retiro de Londres, n. 12, y se comprenderá lo que su lectura hubo de suponer para aquellas que «habían arrastrado (a la santa) de una parte a otra en medio de espantosa confusión» (Autobiografía, c. VI) hacía solamente ocho años, el 20 de noviembre de 1677 (Carta XXVIII). El Santo actuaba como testigo público de Dios, y su testimonio fue aceptado. La devoción al Sagrado Corazón, a partir de esta lectura, comenzó a verse libre de trabas en los conventos de la Visitación, y fue públicamente conocida. Razona el P. Guitton que esta lectura hubo de tener lugar en los meses posteriores a julio de 1685, porque algunas de la Comunidad de Paray, de tan recta intención como la M. des Escures, que era un modelo de fervor religioso, se opuso a la celebración de la fiesta del Sagrado Corazón en el Noviciado dirigido por santa Margarita María con sus novicias, y cree que no lo hubiera hecho si la lectura ya hubiese tenido lugar en el refectorio.

Ahora bien, aquella fiesta la celebraron con ocasión del santo de su Maestra las novicias, y fue el20 de julio de ese año (Guitton, p. 400).

c) El Memorial de santa Margarita María

Hemos indicado antes cómo la santa entregó al P. La Colombière, al partir éste de Paray para Londres, un breve Memorial o nota de parte del Señor mismo. Se halla transcrito este Memorial, no por el Santo sino por los editores de los Retiros, al comienzo del Retiro de Londres, en el «Aviso previo», n. 1, para que el público lector pueda comprender las alusiones del Santo al mismo en el Retiro.

Consta de tres puntos:

  • el primero habla del carisma del Santo de llevar las almas a Dios, y le alienta para las cruces que en esto tendrá que soportar en Inglaterra;
  • el segundo, le habla de la dulzura con los pecadores, invitándole quizás así a corregir un cierto exceso de rigor que al principio de su ministerio pudo aparecer en él;
  • el tercero le habla misteriosamente de «no apartar el bien de su fuente».

Aparece el Santo, tanto en sus ejercicios o Retiro posterior de Londres como en su correspondencia con la M. de Saumaise, confidente de la santa y suya, íntimamente penetrado de la importancia de aquellos puntos del divino mensaje. Piensa en ellos, y goza de una gran alegría cuando la luz divina le hace descubrir su sentido, y con ello comprobar su verdad. Sobre todo el punto tercero, con su enigmática fórmula, le ha hecho pensar mucho hasta que la luz divina interviene. Y entonces comprende al fin, tras haber dado muchas vueltas a la frase con profundo respeto, que se refiere a la pobreza y su voto, y que tiene una aplicación inmediata en el uso de la pensión de que dispone como predicador de la Duquesa de York. No debe conservar como ahorro lo que le sobra, pues sería perder su confianza en Dios y «apartar el bien de su fuente». Y decide extender su voto al uso de lo sobrante de la pensión en obras buenas y pobres, o mejor «ya estaba comprometido con voto antes de tener la inteligencia, pero había todavía algunos puntos a los cuales no había extendido todavía el voto» (Retiro de Londres, n. 4). Y en un movimiento de alegría, bendice a Dios y «la santidad de la persona de quien quiso servirse para darme este aviso». Esta gracia fue el quinto día de sus ejercicios de ocho días, el día en que se trata de la reforma ordinariamente.

Pero también los otros puntos del memorial son objeto de la luz de Dios. El día tercero de los ejercicios comprende el punto primero sobre los lazos o persecuciones del enemigo en su actividad apostólica (n. 3). Y el día quinto entiende también el segundo punto sobre la conducta que debe seguir con algunas personas que resisten a la gracia divina (n. 5), declarando que sólo falta por entender una parte del punto primero sobre las persecuciones movidas por personas eclesiásticas. Ya lo entenderá cuando lleguen, y será la causa de su confesión de fe.

En su correspondencia con la M. Saumaise expone con claridad la importancia que da al Memorial, y las luces que ha recibido en los ejercicios. Especialmente en la carta escrita inmediatamente después de su retiro de Londres, a diez días de distancia, donde todavía rebosa la alegría del descubrimiento hecho (Carta XXIII). Habla de los tesoros del memorial, de la luz recibida, de la grandísima alegría que le llenó. Habla del escrito como de un mensaje ciertamente divino, lleno de la luz del Espíritu. Del mismo modo menciona repetidas veces después el Memorial, en las Cartas XXIV, XXV, XXVI, XXXI. En la Carta XXI, de noviembre de 1676, apenas llegado a Londres, se halla la primera mención del Memorial como de un escrito de grandísimo valor para él. Tal carta responde a otra en que se confirmaba el Memorial de nuevo. En toda su correspondencia puede apreciarse el respeto y como veneración con que recuerda siempre a la santa, y el aprecio en que la tiene ante Dios, como a tal. Véase para ello las notas de la correspondencia n. 7, 25, 45 y 67. A la M. Saumaise en más de veinte cartas le habla de la santa.

Un punto conviene al fin destacar, porque el mismo Santo le da un inmenso alcance. Es la palabra final de un nuevo escrito de la santa que le ha transmitido la M. Saumaise, y que él propone como muy difícil por lo que encierra: «Sin reserva» (Carta XXV). No sabemos lo que le decía, pero debe ser la entrega al amor del Sagrado Corazón sin reserva. Esta carta, como la siguiente XXVI, prueban que la M. Saumaise le seguía transmitiendo algunos breves escritos (o billetes) de la santa de parte del Señor. Tales escritos son su felicidad y le ayudan en sus dificultades.

Recordemos también un punto de suma importancia, respecto del Memorial. En el Retiro de Londres, n. 8 (v. nota 44) habla también del Memorial, y en él encuentra la fuente de una virtud de inmensa importancia en su vida: la confianza. La hermosa oración de confianza en que allí se explaya con Dios, así como su Acto de confianza, que puede verse entre sus oraciones (p. 167) tras su Consagración, nos muestran una de las virtudes características de la vida de quien se ha entregado totalmente, sin reserva, al Sagrado Corazón de Jesús. Esta confianza en Él, tan propia de esta devoción, es «un gran tesoro» y «no pondrá límites en ella».

d) La Eucaristía y su sacrificio como víctima

En sus Retiros hallamos una de las más profundas devociones de su vida sacerdotal, la de la Eucaristía y la Misa. En la contemplación que anota del día de la Inmaculada Concepción de 1674 (Notas espir. a, 1674, n. 9), recuerda la devoción con la que María llevó a Jesús en sus entrañas, y su pureza, como estímulo para sus comuniones. Recordemos que Kempis, en su Imitación de Cristo, es el único recuerdo que nos ha dejado de su propia devoción a la Virgen: «Con tal afecto, reverencia, honor y alabanza; con tal agradecimiento, dignidad y amor; con tal fe, esperanza y pureza, deseo recibirte hoy como te recibió y deseó tu Santísima Madre, la gloriosa Virgen María, cuando al ángel que le anunció el misterio de la Encarnación, respondió humilde y devotamente: He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra» (Imitación de Cristo, IV, 17).

En la meditación final de la primera semana de su Retiro de mes, I,10, expone abiertamente cuáles son sus sentimientos hacia este admirable misterio. En él pone su confianza de perseverar. Y tiene esta admirable expresión: «Celebraré Misa todos los días. He aquí mi esperanza y mi único recurso». Y apoyándose con seguridad en Él, presente en el Sacramento, añade: «Poco podría Jesucristo si no pudiese sostenerme de un día al otro». Allí encontrará su consejo, su corrección, su fuerza. Como Lope de Vega en su célebre soneto, sabe que tiene a Jesús en sus manos y considera sus sentimientos: «Cuando en mis manos, Rey eterno, os miro…».

En su Retiro de Londres esta devoción a la Eucaristía ha penetrado mucho más profundamente en su corazón. Se halla ahora, por una parte con el conocimiento de la devoción al Sagrado Corazón y un mandato de misión recibido de Él, que toca al Sacramento, pues la fiesta pedida es para reparar especialmente las ofensas que en el Sacramento se le hacen; y por otra parte, se halla rodeado de herejes que niegan la presencia real. Se siente movido a desear derramar su sangre por el misterio. Hace cada día muchas veces actos de fe en el mismo. Y se impuso «como una ley» procurar el cumplimiento de su misión respecto a este Santo Sacramento y la presencia real de Jesucristo con su Amor en el mismo. (Retiro 1677, n. 9).

Ahora bien, el sacrificio de la Misa pone a Jesús en estado de Víctima divina, renovando el sacrificio del Calvario, como el máximo esfuerzo redentor de Cristo, la obra suprema de su amor. También el Santo, aunque no lo sabe todavía pero lo comenzará a saber pronto, habrá de acompañar a Cristo Víctima como nueva víctima de sacrificio. Él todavía piensa en una vida de apostolado lleno de actividad y celo. Cree que el sacrificio de su vida será en el movimiento y la actividad. Pero el sacrificio trae la muerte y tal es el estado de víctima. Y Jesucristo le ha elegido especialmente, como a amigo fiel, para esto.

Un año más tarde, en febrero de 1678, su salud empieza a resentirse, se declara el pulmón enfermo, y comienza a arrojar sangre. Se añade la cárcel, y su salud queda reducida a una ruina. Los cuatro años que durará su vida estarán ya marcados por la enfermedad incurable que acabará con su muerte en febrero de 1682. No podrá hacer nada, tendrá que vivir día a día «el sacrificio de no hacer nada» (Carta XLIII), y en efecto poco podrá ya hacer en actividad. Deberá cuidar su salud, y esto le será obediencia, a sus superiores y al Señor mismo (Carta XLVI). Ejercita la paciencia de callar (XLIV). Tiene una moderada actividad, pero se resiente fácilmente a cada momento; si se excede un poco.

Se halla tan pobre de fuerzas que debe decir a santa Margarita María, en una de las dos cartas que conservamos a ella, que la Misa es casi su único ejercicio espiritual y lo hace mal (L). Y al aproximarse el fin de su vida, cuando se halla en tal estado que no puede salir de su habitación, junto al fuego, en Paray, y necesita dejar que le vistan y le desnuden por la extrema debilidad en que se halla (XCIX), la misma santa Margarita María le ha aconsejado que no diga Misa sino solamente comulgue, y así lo hace, al parecer, desde el tiempo de la Inmaculada. Y el secreto de esta voluntad divina de victimación se lo transmite la misma santa: «Hace mes y medio fui a verla -dice el propio Santo- y me dijo que Nuestro Señor le había dicho que si yo tenía salud le glorificaría por mi celo, pero que estando enfermo Él se glorificaba en mí» (XCIX).

Aparece en el pensamiento comunicado por Jesús a la santa como una mayor y mejor glorificación del Señor la glorificación pasiva operada por Él en el enfermo con su enfermedad, que la glorificación activa que hubiese dado por su trabajo en salud. Es el estado de víctima como mayor glorificación de Dios. Es el reflejo y la participación en el misterio de Jesús, cuya actividad sobre la tierra fue a cumplirse en plenitud de vértice en la entrega total de su muerte. Esta era la Misa que ahora le pedía Jesús: «cumplo en mi carne lo que falta a la Pasión de Cristo en favor de su Cuerpo, que es la Iglesia» (Col 1, 24). Es la razón de ser del sufrimiento cristiano en su más alta valoración. Es el sacrificio del mártir en Cristo. Es la plenitud del ministerio de la reparación, al que Claudio estaba llamado.

La misma santa, en carta a la M. de Saumaise, le comunicaba ya a fines de 1680, en noviembre, sobre los sufrimientos de la enfermedad en curso del Padre, diciendo confidencialmente que el Señor le ha dicho a este respecto: «Que el siervo no es más que su Señor, y que nada había tan provechoso para el Padre como la conformidad con su querido Maestro. Y aunque, según el parecer humano, parecía más gloria de Dios que gozase de salud, se la daban mucho mayor sus padecimientos, porque hay para cada cosa su tiempo. Hay tiempo para sufrir y tiempo para trabajar, tiempo para sembrar y tiempo para regar y cultivar» (Carta X, Vida y Obras, p. 235).

Estos son los pensamientos de Dios que nos resultan misteriosos, pero que en Jesús resplandecen, y en sus servidores. El tiempo plenario no es el de trabajar, sino el último de sufrir; no el de sólo sembrar, sino el de regar con sangre lo sembrado. Es la excelencia de la redención, y del estado de víctima con Jesús.