SAN CLAUDIO DE LA COLOMBIÈRE. Escritos espirituales (XV)

NOTAS ESPIRITUALES

SEGUNDO RETIRO ESPIRITUAL

AVISO PREVIO

El Memorial de Santa Margarita

Los que se tomen el trabajo de leer este Retiro, se encontrarían embarazados si no les comunicase los puntos de la Memoria de que habla el P. De la Colombière en el tercero y quinto día de este Diario de Ejercicios Espirituales. Esta Memoria le fue dada al salir de Francia para ir a Inglaterra como predicador de su Alteza Real Madame la Duquesa de York. La probidad y la virtud de la persona que le dio este papel (Santa Margarita María) hizo que el Padre lo guardase cuidadosamente del original, sin añadir nada.

1º. El talento del Padre de la Colombière es llevar las almas a Dios: por esto los demonios dirigirán contra él sus esfuerzos; hasta personas consagradas a Dios le harán sufrir, y no aprobarán lo que diga en sus sermones para guiarlas a dicho fin; pero la bondad (de Dios) será su sostén en sus cruces, tanto cuanto en Él confíe.

2º. Debe tener una dulzura compasiva para con los pecadores y no servirse de la fuerza sino cuando Dios se lo dé a entender.

3º. Que tenga gran cuidado de no sacar jamás el bien de su fuente. Esta palabra es corta, pero encierra muchas cosas, de las cuales Dios le dará la inteligencia según la aplicación que haga de ella.

1.- Ardiente celo de las almas

Al presente me encuentro en una disposición completamente opuesta a la que tenía hace dos años[2]. El temor me preocupaba completamente y no sentía atractivo ninguno por las obras de celo, por la aprensión que sentía de que no me podría salvar de los peligros o lazos que trae consigo la vida activa, en que veía que me iba a comprometer mi vocación. Hoy ese temor se ha disipado; todo cuanto hay en mí me impulsa a trabajar por la salvación y santificación de las almas.

Me parece que sólo para eso amo la vida, y que sólo quiero la santificación por ser un medio admirable para ganar muchos corazones para Jesucristo.

Me parece que la causa de encontrarme en esta disposición es el no sentir ya tanta pasión por la vanagloria. Es un milagro que sólo Dios podía obrar en mí. Los empleos brillantes ya no me mueven como me movían antes.

Me parece que ya no busco más que almas, y que las de las aldeas y pueblecitos me son tan queridas como las otras. Además, hace ya mucho, por la misericordia de Dios, que las alabanzas y la estima de los hombres no me conmueven como otras veces, aun cuando soy todavía demasiado sensible a ellas. Pero estaba antes tan importunado por esta tentación, que me quitaba todo ánimo y me hacía casi perder la esperanza de poder trabajar por mi salvación, mientras pensaba en la salvación de los otros. De suerte que si yo hubiese estado libre, no dudo que hubiera pasado mis días en la soledad.

Esta tentación empezó a debilitarse por una palabra que me dijo un día N. N. (la Hermana Margarita María). Pues como me dijese un día que al rogar a Dios por mí, Nuestro Señor le había dado a entender que mi alma le era muy querida y que tendría especial cuidado de ella, yo le respondí: –Ay N. N., ¿cómo puede concordar esto con lo que yo siento dentro de mí? ¿Podrá amar Nuestro Señor a una persona tan vana como yo; a una persona que sólo busca agradar a los hombres y merecer su consideración, llena de respetos humanos? -¡Oh, Padre mío! – replicó -; nada de eso habita en vos.

Es verdad que esta palabra me calmó, y que al paso que comencé a turbarme menos con estas tentaciones, comenzaron también ellas a debilitarse y a ser menos frecuentes.

Pero nada ha contribuido tanto, según me parece, a darme este deseo de trabajar en la salvación de las almas como dos cosas: el éxito que plugo a Dios dar a los pequeños cuidados de que me hice cargo en N. (Paray-le-Monial) y lo que N. N. (la Hermana Margarita María) me mandó decir a mi salida por medio de N. N. (la Madre de Saumaise) e hice me lo dieran por escrito. Veo todos los días cosas, que me dan lugar a creer que no se ha equivocado. ¡Concédame Dios la gracia de hacer buen uso de tantos bienes, de los cuales me había hecho tan indigno!

2.- Fin del hombre

El pensamiento de que Dios me ha hecho sólo para Él, me eleva, a lo que creo, por encima de las criaturas y me coloca en una libertad e independencia que produce en mi corazón una gran paz y un gran deseo de consumirme por su servicio. Quisiera, si me fuera posible, no resistir jamás a la voluntad de Dios.

Siento en mí un gran deseo de seguir todas sus inspiraciones, sobre todo, después que una persona, de trato sumamente familiar con Dios, me dijo que Nuestro Señor le había dado a entender que yo le resistía hacía ya mucho tiempo en una cosa sobre la que yo titubeaba, a lo que yo creía, por temor de no obrar con prudencia.

3.- El primer punto del Memorial. Lazos del demonio

Me he dado cuenta el tercer día de mis Ejercicios, de que el primer punto del papel que me dieron al salir para Londres, el cual punto me ha sido confirmado de nuevo en una carta que recibí hace dos meses; me he dado cuenta, digo, de que no era sino muy verdadero.

Porque desde mi salida de París el demonio me ha tendido cinco o seis lazos que me han turbado mucho, y de los cuales no me he visto libre sino por una gracia particular y después de haber caído en mil cobardías. No sé cómo no me di cuenta en seguida, por la turbación que estas cosas me causaban. Cierto, no eran cosas enteramente malas; pero sí cosas en las cuales dudaba cuál de ellas era la mejor. Y el partido de la naturaleza se hallaba tan fortalecido con la tentación del demonio, que me impedía ver lo más perfecto, o me quitaba al menos la fuerza para abrazarlo; de tal manera, que me encontraba en gran turbación y en inquietudes que han cesado, gracias a Dios, por la gracia que Nuestro Señor me ha hecho de hacerme ver la verdad y abrazarme con ella.

4.- «No sacar el bien de su fuente» (3º punto)

El quinto día Dios me ha dado, si no me equivoco, la inteligencia de este punto de la Memoria que he traído de Francia: Que tenga gran cuidado de no sacar jamás el bien de su fuente. Esta palabra es corta, pero encierra muchas cosas, de las cuales Dios le dará la inteligencia según la aplicación que haga de ella. Es verdad que muchas veces había examinado esta palabra – sacar el bien de su fuente – sin poder penetrar su sentido.

Hoy, habiendo notado que Dios debía dármela a entender según la aplicación que de ella hiciese, la he meditado mucho tiempo sin encontrar en ella otro sentido que éste: que debo referir a Dios todo el bien que quiera obrar por mí, puesto que Él es su única fuente. Pero apenas he apartado con trabajo mi pensamiento de esta consideración, cuando de pronto se ha hecho luz en mi espíritu, a favor de la cual he visto claramente que esta era la resolución de la duda que tanto me había turbado los dos o tres primeros días de mis Ejercicios sobre el uso que debía hacer del dinero de mi pensión.

He comprendido que esta palabra contiene mucho, porque lleva a la perfección de la pobreza, a un gran desprendimiento de toda vanagloria, a la perfecta observancia de las Reglas y que es ella la fuente de una gran paz interior y exterior, y de muchos actos de edificación; y que, por el contrario, siguiendo cualquiera otro consejo por muy especioso que fuese:

1º. Me hubiera alejado de la perfección de la pobreza.

2º. Hubiera tenido que pedir dispensa sin necesidad.

3º. Daba a la vanagloria y al amor propio un alimento delicado.

4º. Me exponía a cuidados exteriores que me hubieran ocupado mucho tiempo.

5º. Corría peligro de escandalizar a los de Francia e inspirarles amor al mundo, o al menos hubiera privado a los de Inglaterra de un buen ejemplo.

6º. Iba a entregarme a todas las espinas que la avaricia trae consigo, y empezaba ya a estar muy inquieto.

Lo que hay en esto de admirable y hace ver que sois bueno de veras, oh Dios mío, es que me habéis hecho la gracia de comprometerme con voto a seguir este consejo antes de darme la inteligencia. No sabría yo decir los sentimientos de alegría, de reconocimiento, de confianza en Dios y de valor que me ha inspirado este conocimiento.

Había todavía algunos puntos a los cuales no había extendido el voto porque esto estaba aún muy lejos; pero heme ya, si al Señor le place, tranquilo sobre este particular para toda mi vida. ¡Alabado sea mil y mil veces el Señor, que ha querido hacerme conocer así su misericordia y la santidad de la persona de quien le plugo servirse para darme este aviso!

5.- Segundo punto del Memorial

He encontrado también en el segundo artículo un remedio contra una tentación que, desde que estoy aquí, me ha atormentado mucho. En él he visto claramente la conducta que debiera haber observado respecto de una persona cuyas acciones me desagradan; no sé cómo no lo he entendido antes; pero Dios sea alabado, que al fin lo he comprendido. Este papel contenía justamente todas las Reglas de que tenía necesidad para sustraerme de los lazos del demonio; sólo queda allí un punto cuya ejecución permitirá Dios cuando a Él le plazca. Toda mi confianza está en Él.

6.- Renovación del Voto de perfección

El sexto día, meditando sobre el voto particular que tengo hecho, me he sentido tocado de un gran agradecimiento hacia Dios, que me ha concedido la gracia de hacer este voto. Nunca había tenido tanto tiempo para considerarlo bien; he sentido grande gozo al verme así atado con mil cadenas para cumplir la voluntad de Dios. No me he aterrado a vista de tantas obligaciones tan delicadas y tan estrechas, porque me parece que Dios me ha llenado de muy gran confianza, de que no he hecho sino cumplir su voluntad al abrazar estos compromisos, y que Él me ayudará a cumplirle mi palabra. Es del todo evidente que, sin una particular protección, sería casi imposible guardar este voto; lo he renovado con todo mi corazón y espero que Nuestro Señor no permitirá que jamás lo viole.

7.- Oración afectiva

He notado hoy, séptimo día, que, aunque Dios me ha concedido muchas gracias en este Retiro, no ha sido, sin embargo, sin más trabajo que de ordinario. No sé si esto será por haber querido sujetarme a los puntos ordinarios, hacia los cuales no siento ningún atractivo. Me parece hubiera pasado horas enteras sin agotarme ni fatigarme, considerando a Dios alrededor de mí y dentro de mí, sosteniéndome y ayudándome, alabándole por sus misericordias y entreteniéndome en sentimientos de confianza, en deseos de ser de Él sin reserva, anonadando en mí todo lo que es mío, deseando glorificarle y hacerle glorificar por otros, viendo mi impotencia y la gran necesidad que tengo de la ayuda de lo alto, complaciéndome en todo lo que Dios puede querer, ya con respecto a mí, ya con respecto a otras personas, con las cuales tengo alguna obligación.

Y sin embargo, cuando yo quería considerar algún misterio, me sentía, desde luego, cansado y quebrada la cabeza; de suerte que puedo decir que jamás he tenido menos devoción que en la oración. Creo que no haré mal en continuar trabajando en lo sucesivo como lo hacía antes, para unirme con Dios presente por la fe y después con actos de otras virtudes a las que más atraído me sienta.

Esta manera de oración no está expuesta a ilusiones, me parece, porque nada hay más verdadero que el que Dios está en nosotros y nosotros en Él, y que esta presencia es un gran motivo de respeto, de confianza, de amor, de alegría, de fervor. Sobre todo, que la imaginación no tiene parte en el cuidado que tomamos en representarnos esta verdad, y que no nos servimos para esto sino de las luces de la fe.

8.- Confianza ilimitada en Dios

Este octavo día me parece haber encontrado un gran tesoro, si sé aprovecharme de él. Es una firme confianza en Dios, fundada en su infinita bondad y en la experiencia que tengo de que jamás nos falta en nuestras necesidades. Además, encuentro en la Memoria que dieron al salir de Francia, que me promete Dios ser mi fortaleza, según la confianza que tenga en Él. Por esto he resuelto no poner límites a esta confianza y extenderla a todo. Me parece que en lo sucesivo debo servirme de Nuestro Señor como de un escudo que me rodea, y que opondré a todos los dardos de mis enemigos.

Vos seréis, pues, mi fortaleza, oh Dios mío. Vos seréis mi guía, mi director, mi consejero, mi paciencia, mi ciencia, mi paz, mi justicia y mi prudencia. A Vos recurriré en mis tentaciones, en mis sequedades, en mis disgustos, en mis fastidios, en mis temores. O más bien, no quiero temer ya ni las ilusiones, ni los artificios del demonio, ni mi propia debilidad, ni mis indiscreciones, ni aun siquiera mi desconfianza; porque Vos debéis ser mi fortaleza en todas mis cruces, y me prometéis serlo a proporción de mi confianza. Y lo que es admirable, oh Dios mío, que al mismo tiempo que me ponéis en esta condición, me parece que me dais esta confianza; sed eternamente amado y alabado por todas las criaturas, ¡oh mi amabilísimo Señor! ¿Qué haría yo, pobre de mí, si no fueseis Vos mi fortaleza? Pero siéndola, como me lo aseguráis, ¿qué no haré yo por vuestra gloria? «Todo lo puedo en Aquél que me conforta» (Flp 4,13). Vos en todas partes estáis en mí y yo en Vos; luego en cualquier parte que me encuentre, cualquier peligro, cualquier enemigo que me amenace, tengo mi fuerza conmigo.

Este pensamiento es capaz de disipar en un momento todas mis penas y, sobre todo, algunos resabios de la naturaleza que siento con tal fuerza en algunos instantes, que no puedo contenerme de temblar por mi perseverancia y de estremecerme a vista de la completa desnudez a que Dios me ha hecho la gracia de llamarme.

Todos los textos de la Sagrada Escritura que hablan de esperanza me consuelan y fortifican:

«En Vos, Señor, he puesto mi esperanza; no seré confundido eternamente» (Salmo 30, 2).

«Dormiré en paz y descansaré, porque me habéis, oh Dios mío, confirmado de un modo especial en la esperanza» (Salmo 3, 9-10).

«Os amaré, Señor, a Vos que sois mi fuerza» (Salmo 17, 2).

«El Señor es mi apoyo y mi refugio» (Salmo 17, 30).

«El Señor es mi luz y mi salvación: ¿A quién temeré?» (Salmo 27, 1).

«El Señor es mi gloria y mi fortaleza» (Salmo 117, 14).

Él será también, si le place, mi agradecimiento.

9.- Amor a Jesús Sacramentado

Al acabar este Retiro lleno de confianza en la misericordia de mi Dios, me he hecho una ley de procurar, por todos los caminos posibles, la ejecución de lo que me fue prescrito de parte de mi adorable Maestro, respecto de su precioso Cuerpo en el Santísimo Sacramento del Altar, donde creo está real y verdaderamente presente[8].

Movido a compasión hacia esos ciegos que no quieren someterse a creer este grande e inefable misterio, daría yo voluntariamente mi sangre para persuadirles de esta verdad que yo creo y profeso.

En este país (Inglaterra), en donde se hace punto de honor el dudar de vuestra presencia real en este augusto Sacramento, siento gran consuelo en hacer muchas veces al día actos de fe respecto a la realidad de vuestro cuerpo adorable, bajo las especies de pan y vino.

10.- Devoción a la Iglesia Romana

Mi corazón se dilata cada vez que me doy a hacer estos actos de fe sobre las verdades que nos enseña la Iglesia Romana, que es la única Iglesia verdadera y fuera de la cual no hay que esperar salvación[9]. Mi corazón, digo, se dilata en semejantes ocasiones y siente dulzuras que puedo, sí, gustar y recibir de la misericordia de mi Dios, pero que no las puedo explicar. ¡Qué bueno sois, Dios mío, al comunicaros con tanta bondad a la más ingrata de vuestras criaturas y al más indigno de vuestros siervos! ¡Sed alabado y bendito eternamente!

11.- Devoción al Sagrado Corazón de Jesús

He reconocido que Dios quiere servirse de mí, procurando el cumplimiento de sus deseos respecto a la devoción que me ha sugerido una persona (Santa Margarita María), a quien Él se comunica muy confidencialmente y para la cual ha querido servirse de mi flaqueza. Ya la he inspirado a muchas personas en Inglaterra y he escrito a Francia a uno de mis amigos, rogándole que dé a conocer su valor en el sitio en que se encuentra. Esta devoción será allí muy útil, y el gran número de almas escogidas que hay en esa Comunidad me hace creer que el practicarla en dicha santa Casa será muy agradable a Dios. ¡Que no pueda yo, Dios mío, estar en todas partes y publicar lo que Vos esperáis de vuestros servidores y amigos!

12.- La Gran Revelación 
 (16 de junio de 1675)

Habiéndose, pues, Dios descubierto a la persona que hay motivo para creer que es persona según su Corazón, por las grandes gracias que le ha hecho, ella se me manifestó a mí y yo la obligué a poner por escrito lo que me había dicho. Y esto es lo que, con mucho gusto, he querido copiar de mi mano en el Diario de mis Retiros, porque quiere el buen Dios valerse de mis débiles servicios en la ejecución de ese designio.

Estando, dice esta santa alma, delante del Santísimo Sacramento un día de su octava, recibí de mi Dios gracias excesivas de su amor. Movida del deseo de corresponderle de algún modo y devolverle amor por amor, me dijo: -«No me puedes dar mayor prueba de amor que la de hacer lo que ya tantas veces te he pedido», y descubriéndome su divino Corazón: «He aquí el Corazón que ha amado tanto a los hombres, que nada ha perdonado hasta agotarse y consumirse para demostrarles su amor; y en reconocimiento no recibo de la mayor parte más que ingratitudes por los desprecios, irreverencias, sacrilegios y frialdades que tienen para Mí en este Sacramento de Amor. Pero lo que me es aún mucho más sensible es que son corazones que me están consagrados los que así me tratan. Por esto te pido que se dedique el primer viernes, después de la octava del Santísimo Sacramento, a una fiesta particular para honrar mi Corazón, reparando su honor por medio de un acto público de desagravios, y comulgando ese día, para reparar las injurias que ha recibido durante el tiempo que ha estado expuesto sobre los altares. Y yo te prometo que mi Corazón se dilatará para derramar con abundancia las influencias de su divino amor sobre los que le rindan este honor».

-Pero, Señor Dios mío, ¿a quién os dirigís? ¿A una criatura tan ruin y pobre pecadora, cuya misma indignidad sería capaz de impedir el cumplimiento de vuestros designios? Vos que tenéis tantas almas generosas para ejecutar vuestros planes.

-¡Ay! ¿No sabes tú, pobre inocente como eres, que yo me sirvo de los sujetos más débiles para confundir a los fuertes; y que de ordinario, sobre los más pequeños y pobres de espíritu es sobre quienes hago brillar con más esplendor mi poder, a fin de que nada se atribuyan a sí mismos?

-Dadme, pues, le dije, el medio para hacer lo que me mandáis.- Entonces me añadió:

-Dirígete a mi siervo N. y dile de mi parte que haga todo lo posible para establecer esta devoción y dar este placer a mi divino Corazón; que no se desanime por las dificultades que para ello encontrará, y que no le han de faltar. Pero debe saber que es todopoderoso aquel que desconfía enteramente de sí mismo para confiar únicamente en Mí».

13.- Fin del Retiro. Afectos varios

En este Retiro que termino hoy (8 de febrero de 1677) las luces que ha placido a Dios comunicarme han sido más cortas; pero también por su misericordia más claras que otras veces.

El sentimiento más ordinario que he tenido ha sido un deseo de abandonarme y olvidarme enteramente de mí mismo, según el consejo que me ha sido dado de parte de Dios, como así lo creo, por medio de la persona de quien Dios se ha servido para otorgarme muchas gracias. A veces he llegado a entrever en qué consiste este olvido total de sí mismo y el estado de un alma que no tiene para Dios reserva alguna. Este estado que me ha dado miedo durante tanto tiempo, empieza a agradarme, y espero que, con la gracia de Dios, lograré llegar a él. Me sorprendo a veces en sentimientos opuestos a este total abandono, y esto me causa gran confusión.

Cuando acierto a recogerme en mí, me siento por la misericordia infinita de Dios en una libertad de corazón que me causa incomparable alegría. Creo que nada puede hacerme desgraciado; no me encuentro apegado a nada, al menos entonces; pero esto no impide que sienta cada día movimientos de casi todas las pasiones; pero un momento de reflexión las calma. He gustado a menudo gran alegría interior al pensar que estoy al servicio de Dios; siento que esto vale mucho más que todo el favor de los reyes. Las ocupaciones de las gentes del mundo me parecen muy despreciables en comparación de lo que se hace por Dios.

Me encuentro elevado por encima de todos los reyes de la tierra por el honor que tengo de ser de Dios. Siento que vale más conocerle y amarle que reinar; y aunque tenga a veces pensamientos de ambición y vanagloria, es cierto que toda la gloria del mundo, separada del conocimiento y amor de Dios, no me tentaría nada. Me inspiran grandísima compasión todos los que no se contentan con Dios, aunque posean todo cuanto desean fuera de Él.

He descubierto también, y descubro todos los días, nuevas ilusiones en el celo, y siento un gran deseo de purificar bien el que Dios me inspira y que siento crecer en mí de día en día.

También he tenido sentimientos de gran confusión por mi vida pasada. Una persuasión tan firme como clara de lo poco o nada que contribuimos a la conversión de las almas; una vista muy distinta de mi nada.

Me he dado cuenta de la necesidad de andar siempre con gran circunspección, y una gran humildad y desconfianza de sí mismo en la dirección de las almas y en su propia conducta espiritual. Hay que desprenderse completamente del excesivo deseo que naturalmente sentimos de hacer grandes progresos por cierto sentimiento de amor propio; esto hace que caigamos en grandes ilusiones, y puede comprometernos en cosas muy indiscretas. El amor de la humildad, de la abyección, de la vida oculta y oscura es gran remedio a todos estos males.

Nos comparamos insensible y muy ridículamente a los mayores santos, y hacemos por motivos muy imperfectos lo que hicieron los santos por puro movimiento del Espíritu Santo. Queremos hacer en un día en nosotros mismos, y en los demás, lo que a ellos les costó muchos años; no tenemos ni su prudencia, ni su experiencia, ni sus talentos, ni sus dones sobrenaturales. En una palabra, ellos eran santos y nosotros estamos aún muy lejos de serlo; y sin embargo, somos tan presuntuosos, que creemos poder hacer todo lo que ellos hicieron.

Sólo se encuentra la paz en el total olvido de sí mismo. Es necesario que nos resolvamos a olvidarnos hasta de nuestros intereses espirituales para no buscar más que la pura gloria de Dios.

Siento continuamente un gran deseo, cada vez mayor, de darme de veras a la observancia de mis Reglas. Tengo verdadero e intenso placer en practicarlas. Cuanto más exacto soy en cumplirlas, tanto más me parece que entro en una perfecta libertad; es cierto, en esto no me violento. Al contrario, este yugo se me hace, por decirlo así, cada día más ligero. Considero esto como la mayor gracia que he recibido en toda mi vida.

No puedo decir hasta qué punto me encuentro miserable: mi imaginación es loca y extravagante, y apenas se me pasa un día sin que una tras otra no exciten en él sus más desordenados movimientos. Tan pronto son objetos reales como imaginarios los que las remueven. Verdad es que por la misericordia de Dios sufro todo eso sin contribuir mucho a ello y sin consentirlo; pero a cada momento sorprendo en mí estas pasiones locas que agitan mi pobre corazón.

Este amor propio huye de rincón en rincón y siempre encuentra algún escondrijo; tengo gran compasión de mí mismo, pero no por eso me encolerizo, ni me impaciento; ¿de qué me serviría? Pido a Dios me haga conocer lo que tengo que hacer para servirle y para purificarme; pero estoy resuelto a esperar con dulzura hasta que a Él le plazca hacerme esta merced, pues estoy bien convencido de que esto sólo a Él le pertenece: «¿Quién puede hacer puro a un ser concebido de sangre impura, sino Tú, el único que existe? (por Sí mismo) » (Job 14, 4). Con tal que yo pueda ir a Dios con gran sencillez y confianza, soy muy feliz. ¡Dios mío!, haced que tenga yo siempre este pensamiento en mi espíritu.

Siento en mí un gran deseo de hacer el bien, conozco los medios para ello, y con tal que reflexione al obrar faltaré en pocas cosas; pero esta reflexión es una gran gracia de Dios, que le pido muy humildemente.

He aquí algunas palabras que nunca se presentan a mi espíritu sin que la luz, la paz, la libertad, la dulzura y el amor entren en él al mismo tiempo: sencillez, confianza, humildad, abandono completo, ninguna reserva, voluntad de Dios, mis Reglas.

No gusto alegría semejante a la que experimento cuando descubro en mí alguna nueva flaqueza que se me había ocultado hasta entonces. Muchas veces he tenido este placer durante este Retiro, y lo tendré cuantas le plazca a Dios comunicarme su luz en las reflexiones que haga sobre mí mismo. Creo firmemente, y siento gran placer al creerlo, que Dios conduce a los que se abandonan a su dirección y que se cuida aun de sus cosas más pequeñas.

Cada día siento mayor a San Francisco de Sales; ruego a Dios Nuestro Señor me haga la gracia de acordarme a menudo de este Santo para invocarle e imitarle.