SAN CLAUDIO DE LA COLOMBIÈRE. Escritos espirituales (I)

I
El autor y sus escritos

a) Familia y formación humana

El Santo Claudio de La Colombière, autor de estos escritos, compuestos con sus Retiros espirituales y Notas personales de los años 1674-1676, y con la correspondencia mantenida en 149 cartas, todas las que se conservan, nació en el pequeño pueblo francés de S. Symphorien d’Ozon. Se halla dicho pueblecito en la actual diócesis de Grenoble, pero entonces se incluía en la de Lyon, y en la dependencia civil de Vienne en el Delfinado. La fecha de su nacimiento, tercer hijo del matrimonio de Bertrand de La Colombière y Margarita Coindat, fue el 2 de febrero de 1641, en la fiesta de la Purificación del Señor en el Templo.

Los hijos del matrimonio, y hermanos de Claudio (que es el tercero de ellos), fueron: Humberto el primogénito, Yzabeau y René, fallecidos de niños, Flotis, Margarita Isabel y José. En la primavera de 1650 la familia abandonó el pueblecito y se trasladó a vivir a Vienne.

Ese mismo año, Claudio fue enviado a Lyon, al colegio de los jesuitas de Nuestra Señora del Socorro. Era un colegio menor, del que pasó el año 1653 al gran Colegio de la Trinidad, regentado por los mismos jesuitas, donde estudiaban los niños de más edad. Bajo la dirección de eminentes maestros de humanidades y retórica, cursó normalmente y destacando por sus aptitudes los estudios entonces vigentes, donde las ciencias y la literatura alternaban, con preferencia para la formación humanista, con los principios. de la filosofía.

A los diecisiete años, en 1658, Claudio decidió su vocación al término de los estudios. «Con una horrible aversión por la Vida religiosa», sentida por su sensible naturaleza (carta LXX), pero viendo clara la llamada del Señor, hizo a Dios su sacrificio y entró en el Noviciado de la Compañía de Jesús en Aviñón. Teniendo por Maestro de novicios al P. Juan Papon, a quien había ya conocido como prefecto de las clases de literatura en el Colegio de Lyon, hizo el bienio ordinario de los que comienzan la vida religiosa en la Compañía de Jesús. Hizo sus primeros votos, que son ya perpetuos en la Compañía, el 20 de octubre de 1660 en el Colegio de Aviñón, donde comenzaba a cursar el tercer año de filosofía.

Aquel año se grabó además en la memoria del Santo porque en él murió su madre, a la que quería entrañablemente, el día 3 de agosto. Un biógrafo de Claudio, el P. Séguin, afirma que asistió a la muerte de su madre y que recogió de sus labios esta predicción: «Hijo mío, tú serás un santo religioso». Poco después era designado, al comenzar el curso de 1661, como profesor o regente de la clase de gramática, así llamada en el conjunto de las humanidades, que era la primera de todas para los alumnos menores. Dio ya muestras de su notable talento oratorio, como en el discurso inaugural del curso de 1665, ante un brillante auditorio, y en el sermón para celebrar la canonización del gran san Francisco de Sales en uno de los días del octavario celebrado. Tenía entonces 25 años y participó con destacados oradores sagrados de varias Ordenes religiosas.

En 1666, por especial disposición del General de la Compañía de Jesús, fue destinado a los estudios de la Teología, preparatorios para el sacerdocio, en el Colegio de Clermont, de París, próximo a la Sorbona. El ambiente religioso, si por una parte ofrecía una renovación extraordinaria con un san Vicente de Paúl en plena actividad hasta su muerte, acaecida seis años antes (1660), y con la gran obra de espiritualidad iniciada por Berulle y M. Olier en san Sulpicio, por otra presentaba el drama jansenista en toda su fuerza, así como el problema del quietismo de Molinos. Port Royal, con su doble centro, con un Pascal que en 1655 había lanzado sus célebres Cartas Provinciales, contra los jesuitas, y donde la famosa M. Angélica reunía en torno almas de notables austeridades y entregadas a una piedad desviada por hallarse en rebeldía contra el Vicario de Cristo en la tierra.

En cuanto al ambiente literario y oratorio, ¿qué más será necesario decir que recordar que, por los años de La Colombière en París como estudiante de Teología, triunfaban en la escena Racine y Moliere, y en los púlpitos sagrados Bossuet y Bourdaloue? La Colombière tenía un extraordinario dominio de la lengua francesa, y un espíritu fino y capaz de percibir y expresar todos los matices. Nos dirá el P. de La Pesse, en el prefacio a la primera edición de los sermones de La Colombière, que Oliveti Patru, académico de la Real Academia Francesa, y «el hombre que hablaba mejor el francés» en la Francia de tan grandes talentos del siglo de oro, «admiraba las reflexiones del P. de La Colombière acerca de los más finos secretos del estilo francés», y llegó a decir de éste que era «uno de los hombres del reino que mejor conoce nuestra lengua».

Por este tiempo, mientras estudiaba su Teología, fue nombrado en el Colegio preceptor del hijo mayor del influyente Colbert, ministro de Finanzas de Luis IV. Se cuenta una anécdota, según la cual La Colombière cayó al fin en desgracia del hombre de Estado, porque éste habría hallado entre los papeles personales del preceptor de su hijo inopinadamente un epigrama copiado de su mano contra él. Pero la crítica hoy rechaza como improbable tal suceso.

El 6 de abril de 1669, víspera del domingo de Pasión, fue ordenado sacerdote. No conservamos ninguna noticia, ninguna impresión personal de tan grande y decisivo momento, en un hombre que después vivirá intensamente su sacerdocio y la devoción a la Eucaristía (V Retiro de 1674 en Lyon, I, n. 10). Terminada la Teología al año siguiente, volvió en 1670 a Lyon, al Colegio de la Trinidad, como profesor. Ahora le fue encomendada la cátedra de los cursos superiores, o de Retórica. Tuvo en el Colegio como contemporáneo al célebre P. Menestrier, polígrafo insigne y célebre por su erudición, brillantez y fecundidad. También le fue encargada la dirección, primero, de la Congregación de los Santos Ángeles, y después de la Anunciación, conociendo así de cerca la utilidad para las almas de estas Congregaciones marianas, de lo que dará muestra en Paray-le-Monial, fundando una en su breve estancia como superior en la ciudad. Era también predicador en la ciudad, y tuvo ocasiones de ejercitar este ministerio con su preparación extraordinaria.

Tuvo como Rector en el Colegio al célebre P. de la Chaize, que fue poco después Provincial, quien envió a La Colombière al destino de Paray, y más tarde fue designado confesor de Luis XIV, y con su influjo hizo que La Colombière fuese enviado de Paray a Londres, como capellán de la Duquesa de York. La Providencia pone los hombres necesarios en el camino para que se obtengan los resultados que quiere.

b) El giro espiritual de su vida

Hemos llegado al momento en que la vida del Santo girará significativamente hacia los caminos de Dios. En septiembre de 1674 es enviado, en el mismo Lyon, a la <<isla de Anay», donde una conocida Abadía presidía la confluencia de los grandes ríos Ródano y Saona. En la Casa de san José, se reunían todos los jesuitas que iban a vivir los meses de la llamada Tercera Probación (Terceronado vulgarmente entre los propios jesuitas). La Tercera Probación es un tiempo para intensificar la vida espiritual. Pero el principal centro de ese tiempo es el mes entero dedicado a los Ejercicios Espirituales íntegros, tal como en plenitud los concibió y escribió san Ignacio de Loyola. Este mes de silencio y de intensa meditación interior, tiempo de oración y penitencia, fue decisivo en la vida del P. Claudio de La Colombière, bajo la dirección del P. Athiaud, que dirigía la Tercera Probación, y que ocupó después todos los cargos más importantes de su Provincia religiosa. La importancia de este retiro, que cambia profundamente el alma del religioso al enfrentarle directamente con el misterio de Jesús que le ha llamado, la pondremos de relieve brevemente al hablar de la espiritualidad del Santo.

Ahora baste decir que supone un ángulo de giro hacia Dios en totalidad de entrega. El lo dice: «Dios mío, quiero hacerme santo entre Vos y yo», en la soledad de su propósito (Retiro, III, 5 ante Herodes). Y acaba su mes exclamando con decisión: «A cualquier precio que sea, es necesario que Dios esté contento».

El 2 de febrero de 1675 La Colombière hacía en Lyon, en el Terceronado, su Profesión religiosa. Era la unión con Jesucristo por los tres votos solemnes de los Profesos de la Compañía de Jesús, de los cuales dirá en un sermón pronunciado en Londres: «Me clavé hace tiempo en vuestra Cruz con los votos de mi Profesión religiosa». Hecha la Profesión, debía ya comenzar su trabajo apostólico, cuya preparación larga y cuidadosa había así terminado. Era su primer destino como miembro pleno de la Compañía. ¿A dónde podía ser enviado un hombre de tan brillantes cualidades, que había desempeñado ya cargos de importancia como profesor en el Colegio de Lyon?

La mano de Dios, por medio de su Provincial, el P. de La Chaize, señaló una pequeña ciudad provinciana, al parecer oscura, pero en la que había comenzado a irradiar una misteriosa luz: Paray-le-Monial. Claudio de La Colombière fue enviado como Superior de la pequeña Residencia en aquella ciudad. Sólo tenía tres o cuatro Padres en la Residencia, con un pequeño colegio para los alumnos de Paray. En la ciudad había una notable abadía cluniacense, que todavía conserva su gran iglesia abacial, con título de Basílica. Ocho monjes, divididos en dos observancias, «antiguos» y «reformados», para mayor conflicto. De este foco antiguo monacal, que poseyó antaño como propia la ciudad de Paray, había venido el sobrenombre «le-Monial» (el Monacal). Había también una iglesia parroquial de Nuestra Señora, con un párroco y unos quince sacerdotes entre curas y capellanes. Había un convento de Ursulinas con su colegio y pensionado.

c) Santa Margarita María de Alacoque

Pero, sobre todo, en Paray-le-Monial existía, desde hada cincuenta años solamente, un Monasterio de la Visitación de santa María, conocido por el nombre del Fundador, san Francisco de Sales, con el nombre familiar e las Salesas. Hay que tener en cuenta, para apreciar mejor la situación, que la fundadora o Madre de la nueva Orden inspirada por el célebre obispo de Ginebra, santa Juana Francisca de Chantal, había muerto en 1641, el mismo año en que nació el Santo, y la Orden se hallaba en el auge inicial y además en la misma región donde había comenzado. La santa había nacido en Dijon y muerto en Moulins. En este Monasterio, cuando La Colombière llegó a Paray en 1675, en el mes de febrero, se hallaba uno de los más poderosos focos de irradiación espiritual que han existido en la Iglesia: las revelaciones y apariciones del Sagrado Corazón de Jesús a una humilde religiosa del Monasterio llamada Margarita María de Alacoque.

No tratamos aquí de hacer un resumen de esta devoción, apariciones y revelaciones, sino del Santo de La Colombière. Por eso mencionaremos simplemente los datos relacionados con el Santo. Entrada en el monasterio el 20 de junio de 1671, a los treinta años de la muerte de santa Chantal y mientras La Colombière enseñaba Retórica en el Colegio de la Trinidad de Lyon, Margarita había sido elegida por Jesucristo ya antes de su entrada en el monasterio como predilecta de su Corazón. Desde el principio de su noviciado el Señor había comenzado a manifestársele más claramente con insistentes llamadas y palabras interiores. A los veinticuatro años de edad (nació el 22 de julio de 1647, seis años más tarde que La Colombière) entró en el monasterio. El 25 de agosto de 1671, a los dos meses de su entrada, tomó el hábito de religiosa, y el 6 de noviembre de 1672 hizo su profesión religiosa primera. Desde el día de san Juan Evangelista, 27 de diciembre de 1673, el Corazón de Jesús había comenzado con mayor claridad sus manifestaciones: «Mi divino Corazón ama tan apasionadamente a los hombres, que quiere repartirles los tesoros de su caridad…». Durante todo el año de 1674 crece el divino esplendor de la llamada . Se le mostraba el Corazón de Cristo sobre su pecho como un divino sol rodeado de una corona de espinas. Tiene ardiente deseo de ser amado por los hombres. Se trata de un «último esfuerzo de su amor en estos últimos siglos». Los hechos prodigiosos, las curaciones, los éxtasis, se sucedían, y comenzó a turbarse la paz del convento. Era hasta entonces Superior de los jesuitas el P. Papon, y al marchar llamó la atención del P. Provincial sobre el problema de su sustituto, que debía dirigir el caso.

El Provincial encontró el hombre que la divina Providencia había preparado para ese momento: el P. Claudio de La Colombière. La señorita de Lyonne, cuyo director será el Padre y a quien se dirige una serie de cartas del epistolario conservado, se extrañaba de que un hombre tan eminente hubiese sido enviado a una ciudad tan retirada como Paray. Otro Padre de la Residencia le aclaró el misterio: «Es en favor de un alma que necesita su dirección». Esta era santa Margarita María. Se hallaba sometida a las angustias que acompañan de ordinario a los casos extraordinarios, y que necesitan un maestro iluminado por Dios entre la incomprensión de los demás. ¿Era el demonio o era Dios el que actuaba? ¿Eran ilusiones o era el impulso del Espíritu? Santa Teresa conoció una situación muy semejante. Pero el Señor dijo a santa Margarita María: «Yo te enviaré a mi siervo fiel y perfecto amigo, que te enseñará a conocerme y abandonarte a Mi». (Vida y Obras de santa Margarita María, 3 edic., Bilbao, 1958. Carta CXXXII, tercera de Aviñón al P. Croiset, p. 445).

Cuando a fines de febrero de 1675 el Santo hacía su primera visita al monasterio de Paray, la superiora M. de Saumaise, le presentó la Comunidad de la que iba a ser confesor extraordinario. Tras las rejas del locutorio, entre las demás, la santa oyó interiormente y con claridad esta palabra del Señor: «He aquí al que te envío». Era el siervo fiel y perfecto amigo prometido, con un título inigualable para el que aspira al amor de Jesucristo entre sus sacerdotes. Pocos días después, y aunque ella no quiso entonces o no se atrevió a declararse, se retiró del confesonario, según dice, con la invitación a otra conversación sobre su alma.(Autobiografía, c. VI). La segunda conversación fue más explícita y él admiró los singulares favores que Dios hacía a aquella alma, y la lanzó con seguridad por el camino de Dios. A la Superiora había dicho: «Es un alma elegida». Como san Juan en el lago de Genesaret ante el Señor aparecido, había dicho con la seguridad del instinto divino del Espíritu: Es el Señor.

Un día que vino el Padre a decir Misa en la Visitación, cuenta la santa que el Señor le hizo a él, y también a ella, grandes favores espirituales. Y cuando ella se aproximó a recibir de su mano la Comunión, vio al Señor que le mostraba su Sagrado Corazón como un horno ardiente, y vio otros dos corazones, el suyo y el del Santo, que iban a unirse y abismarse en el del Señor, mientras le decía: «Así es como mi puro amor une para siempre estos tres corazones». Visión, carisma y profecía. Porque efectivamente se ha cumplido la palabra y los dos corazones de los dos santos están unidos indisolublemente con el del Señor en la Iglesia de Dios como primeros fautores de esta admirable expansión del culto al Corazón de Jesús que estalló en Paray-le­ Monial. (Autobiografía, c. VI). «Queda -prosigue la santa­ que yo le descubriese los tesoros de ese Corazón, a fin de que publicase y diese a conocer su valor y utilidad. Para lo cual quería que fuésemos como hermano y hermana, igualmente partícipes de los bienes espirituales». Profecía también cumplida en el primer apóstol de esta forma de la devoción. Y como ella objetara la diferencia entre los dos, dijo el Señor: «Las riquezas infinitas de mí Corazón suplirán e igualarán todo. Háblale sin temor». Es el comienzo de la nueva misión eclesial de La Colombière, que él aceptará con humilde gratitud.

El mandó a la santa que pusiera por escrito los favores recibidos. Pero, en su sencilla y humilde obediencia, quemaba luego lo escrito, esperando cumplir así lo mandado sin darse a conocer. El mandato fue renovado. Llegó el día 16 de junio de 1675. En ese día de la octava del Corpus, que cayó en domingo y por esto se hallaba expuesto el Santísimo Sacramento en el altar, la santa recibió la comunicación y visión definitiva de la intención de Jesucristo. Ha sido llamada la Gran Revelación, en que el Señor pide concretamente la Fiesta en honor de su Sagrado Corazón en el viernes siguiente a la octava del Corpus, con intención reparadora por los pecados de los hombres. Habiendo sido aceptada la fiesta por la Iglesia Católica, y figurando hoy en su liturgia como Solemnidad, tenemos la garantía de la verdad de esta petición. El Santo la transcribió de su propia mano en el Retiro de Londres de 1677, -atribuyendo el escrito a «una persona según el Corazón del Señor, según se puede creer por las grandes gracias que le ha hecho». Y añade: «El buen Dios quiere valerse de mis débiles servicios en la ejecución de este designio».

Porque, en efecto, la revelación contiene estas palabras en boca del Señor: «Dirígete a mi siervo el P. La Colombière, y dile de mi parte que haga todo lo posible para establecer esta devoción y dar este placer a mi Corazón» (Retiro 1677, n. 12). Añade el Señor que «encontrará dificultades, pero que debe saber que es todopoderoso aquel que desconfía enteramente de sí mismo para confiar únicamente en Mí».

La santa se refiere a esta gran revelación en su Autobiografía; c. VII, y menciona también el encargo hecho al P. La Colombière. Siguiendo los deseos del Señor, la santa y el Santo se consagraron a su divino Corazón enteramente en el día señalado por el mismo Jesucristo para su deseo, el viernes siguiente a la octava del Corpus, que aquel año fue el 21 de junio de 1675, aunque no conozcamos con certeza la fórmula literal que el Santo aquel día utilizó para su acto. (V. Retiros y oraciones, nota 53). Quedaba rubricada la definitiva entrega del siervo fiel a su Señor, del amigo perfecto a su Amigo. Jamás se apartará de ella, y le conducirá a la santidad plena. Dice santa Margarita María: «Se había consagrado enteramente a este Corazón, y no suspiraba más que por hacerle amar, honrar y glorificar. Tengo para mí que esto fue lo que le elevó a tan alta perfección en tan poco tiempo» (Vida y obras, Carta LIII a la M. de Soudeilles, p. 297).

Un año más estuvo en Paray el Santo como Superior de la Residencia. En el año y medio de su estancia, desde febrero de 1675 hasta setiembre de 1676, trabajó lleno de celo por las almas en Paray-le-Monial y sus alrededores. Predicó en la iglesia, y la gente llenaba el lugar sagrado para escucharle. Predicó en algunos pueblos pequeños misiones, y en varios conventos retiros y sermones. Conmovió a varias almas, e inició su despegamiento del mundo para comenzar a pensar en la vida religiosa, como la señorita de Lyonne y las hermanas Bisefranc, cuyas correspondencias con el Santo serán frecuentes hasta el fin de su vocación o de la vida del santo. Encauzó por el camino de la virtud a otras almas, madres de familia o padres, como la señora de Lyonne, la de Mareschalle y otras. Fundó y dirigió con gran fruto la Congregación de Nuestra Señora para los caballeros y jóvenes. Trabó profunda amistad con el párroco Bouillet y otros sacerdotes y religiosos. Dejó huella inolvidable en la ciudad, en sólo año y medio de estancia en ella. Podemos ver su rastro en las Cartas del Santo, y hablaremos más concretamente de estas personas en la introducción a las Cartas.

A mediados de septiembre de 1676 dejaba Paray para dirigirse a Londres. ¿Qué había sucedido? Sabemos por el mismo Santo que ya en aquel verano los superiores pensaban en darle otro destino. (Carta LXIX, a la señora de Lyonne). ¿Fue porque creían que sus dotes requerían un puesto de mayor relieve? ¿Fue porque hubo algún revuelo en la ciudad ante su postura claramente favorable a santa Margarita? Porque la misma santa dice que tuvo que sufrir por causa suya, porque la favoreció (Autobiografía, c. VI): «Se hablaba de que yo quería engañarle con mis ilusiones e inducirle a error como a los otros». De hecho se pensó en sacarle, aunque no sabía todavía qué destino le darían. Pero Dios intervino modificando los planes humanos.