Catequésis de San Juan pablo II sobre el Espíritu Santo

San Juan Pablo II

1. «CREO EN EL ESPÍRITU SANTO». LA PROMESA DE CRISTO  (Catequesis 26-IV-89)

 

  1. « Creo en el Espíritu Santo».

En el desarrollo de una catequesis sistemática bajo la guía del Símbolo de los Apóstoles, después de haber explicado los artículos sobre Jesucristo, Hijo de Dios hecho hombre por nuestra salvación, hemos llegado a la profesión de fe en el Espíritu Santo. Completado el ciclo cristológico, se abre el pneumatológico, que el Símbolo de los Apóstoles expresa con una fórmula concisa: «Creo en el Espíritu Santo».

El llamado Símbolo niceno-constantinopolitano desarrolla más ampliamente la fórmula del artículo de fe: «Creo en el Espíritu Santo, Señor y Dador de vida, que procede del Padre y del Hijo, que con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria, y que habló por los profetas».

  1. El Símbolo, profesión de fe formulada por la Iglesia, nos remite a las fuentes bíblicas, donde la verdad sobre el Espíritu Santo se presenta en el contexto de la revelación de Dios Uno y Trino. Por tanto, la pneumatología de la Iglesia está basada en la Sagrada Escritura, especialmente en el Nuevo Testamento, aunque, en cierta medida, hay preanuncios de ella en el Antiguo.

La primera fuente a la que podemos dirigirnos es un texto joaneo contenido en el «discurso de despedida» de Cristo el día antes de la pasión y muerte en cruz. Jesús habla de la venida del Espíritu Santo en conexión con la propia «partida», anunciando su venida (o descenso) sobre los Apóstoles. «Pero yo os digo la verdad: Os conviene que yo me vaya; porque si no me voy, no vendrá a vosotros el Paráclito; pero si me voy os lo enviaré» (Jn 16, 7).

El contenido de este texto puede parecer paradójico. Jesús, que tiene que subrayar: «Pero yo os digo la verdad», presenta la propia «partida» (y por tanto la pasión y muerte en cruz) como un bien: «Os conviene que yo me vaya … ». Pero enseguida explica en qué consiste el valor de su muerte: por ser una muerte redentora, constituye la condición para que se cumpla el plan salvífico de Dios que tendrá su coronación en la venida del Espíritu Santo; constituye por ello la condición de todo lo que, con esta venida, se verificará para los Apóstoles y para la Iglesia futura a medida que, acogiendo el Espíritu, los hombres reciban la nueva vida. La venida del Espíritu y todo lo que de ella se derivará en el mundo serán fruto de la redención de Cristo.

  1. Si la partida de Jesús tiene lugar mediante la muerte en cruz, se comprende que el Evangelista Juan haya podido ver, ya en esta muerte, la potencia y, por tanto, la gloria del Crucificado:pero las palabras de Jesús implican también la Ascensión al Padre como partida definitiva (cfr Jn 16,10), según lo que leemos en los Hechos de los Apóstoles: «Exaltado por la diestra de Dios, ha recibido del Padre el Espíritu Santo prometido» (Hch 2, 33).

La venida del Espíritu Santo sucede después de la Ascensión al cielo. La pasión y muerte redentora de Cristo producen entonces su pleno fruto. Jesucristo, Hijo del hombre, en el culmen de su misión mesiánica, «recibe» del Padre el Espíritu Santo en la plenitud en que este Espíritu debe ser «dado» a los Apóstoles y a la Iglesia, para todos los tiempos. Jesús predijo: «Yo, cuando sea levantado de la tierra, atraeré a todos hacia mí» (Jn 12, 32). Es una clara indicación de la universalidad de la redención, tanto en el sentido extensivo de la salvación obrada para todos los hombres, cuanto en el intensivo de totalidad de los bienes de gracia que se les han ofrecido. Pero esta redención universal debe realizarse mediante el Espíritu Santo.

  1. El Espíritu Santo es el que «viene» después y en virtud de la «partida» de Cristo. Las palabras de Jn 16, 7, expresan una relación de naturaleza causal. El Espíritu viene mandado en virtud de la redención obrada por Cristo: «Cuando me vaya os lo enviaré» (cfr Encíclica Dominum et vivificantem, S). Más aún, «según el designio divino, la «partida» de Cristo es condición indispensable del «envio» y de la venida del Espíritu Santo, indican que entonces comienza la nueva comunicación salvífica por el Espíritu Santo» (Ibid., n. 1 l).

Si es verdad que Jesucristo, mediante su «elevación» en la cruz, debe «atraer a todos hacia sí» (cfr Jn 12, 32), a la luz de las palabras del Cenáculo entendemos que ese «atraer» es actuado por Cristo glorioso mediante el envío del Espíritu Santo. Precisamente por esto Cristo debe irse. La encarnación alcanza su eficacia redentora mediante el Espíritu Santo. Cristo, al marcharse de este mundo, no sólo deja su mensaje salvífico, sino que «da» el Espíritu Santo, al que está ligada la eficacia del mensaje y de la misma redención en toda su plenitud.

  1. El Espíritu Santo presentado por Jesús especialmente en el discurso de despedida en el Cenáculo, es evidente una Persona diversa de Él. « Yo pediré al Padre otro Paráclito» Jn 14, 16). «Pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, Él os enseñará todo y os recordará todo lo que yo os he dicho (Jn 14, 2 6). Jesús habla del Espíritu Santo adoptando frecuentemente el pronombre personal «Él»: «Él convencerá al mundo en lo referente al pecado» (Jn 16, 8). «Cuando venga Él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad completa» (Jn 16, 13). «Él me dará gloria» (Jn 16, 4). De estos textos emerge la verdad del Espíritu Santo como Persona, y no sólo como una potencia impersonal emanada de Cristo (cfr por ejemplo Lc 6, 19: «De Él salía una fuerza»). Siendo una Persona, le pertenece un obrar propio, de carácter personal. En efecto, Jesús, hablando del Espíritu Santo, dice a los Apóstoles: «Vosotros le conocéis, porque mora con vosotros y en vosotros está» (Jn 14, 17). «Él os lo enseñará todo y os recordará todo lo que yo os he dicho» (Jn 14, 26); «Dará testimonio de mí» (Jn 15, 26); «Os guiará a la verdad completa», «Os anunciará lo que ha de venir» (Jn 16, 13); Él «dará gloria» a Cristo (Jn 16, 14), y «convencerá al mundo en lo referente al pecado» (Jn 16, 8). El Apóstol Pablo, por su parte, afirma que el Espíritu «clama» en nuestros corazones (Gal 4, 6), «distribuye» sus dones «a cada uno en particular según su voluntad» (1 Cor 12, 1 l), «intercede por los fieles» (cfr Rom 8,27).
  2. El Espíritu Santo revelado por Jesús es, por tanto, un ser personal (tercera Persona de la Trinidad) con un obrar propio personal. Pero en el mismo «discurso de despedida», Jesús muestra los vínculos que unen a la persona del Espíritu Santo con el Padre y el Hijo: por ello el anuncio de la venida del Espíritu Santo -en ese «discurso de despedida»-, es al mismo tiempo la definitiva revelación de Dios como Trinidad. Efectivamente, Jesús dice a los Apóstoles: «Yo pediré al Padre y os dará otro Paráclito» (Jn 14,16): «el Espíritu de la verdad, que procede del Padre» (Jn 15,26) «que el Padre enviará en mi nombre» (Jn 14,26). El Espíritu Santo es, por tanto, una persona distinta del Padre y del Hijo y, al mismo tiempo, unida íntimamente a ellos: «procede»del Padre, el Padre «lo envía» en el nombre del Hijo: y esto en consideración de la redención , realizada por el Hijo mediante la ofrenda de sí mismo en la cruz. Por ello Jesucristo dice: «Si me voy os lo enviaré» (Jn 16,7). «El Espíritu de verdad que procede del Padre» es anunciado por Cristo como el Paráclito, que «yo os enviaré de junto al Padre» (Jn 15,26).
  3. En el texto de Juan, que refiere el discurso de Jesús en el Cenáculo, está contenida, por tanto, la revelación de la acción salvífica de Dios como Trinidad.En la Encíclica Dominum et vivificantemhe escrito: «El Espíritu Santo, consubstancial al Padre y al Hijo en la divinidad, es amor y don (increado), del que deriva como de una fuente (fons vivus) toda dádiva a las criaturas (don creado): la donación de la existencia a todas las cosas mediante la creación; la donación de la gracia a los hombres mediante toda la economía de la salvación» (n. 10). En el Espíritu Santo se halla, pues, la revelación de la profundidad de la Divinidad: el misterio de la Trinidad en le que subsisten las Personas divinas, pero abierto al hombre para darle vida y salvación. A ello se refiere San Pablo en la Primera carta a los Corintios, cuando escribe: «El Espíritu todo lo sondea, hasta las profundidades de Dios» (1Cor 2,10).

2. EL ESPÍRITU DE LA VERDAD  (Catequesis 17-V-89)

 

  1. Hemos citado varias veces las palabras de Jesús, que en el discurso de despedida dirigido a los Apóstoles

en el Cenáculo promete la venida del Espíritu Santo como nuevo y definitivo defensor y consolador: «Yo pediré al Padre y os dará otro Paráclito, para que esté con vosotros para siempre, el Espíritu de la verdad, a quien el mundo no puede recibir, porque no le ve ni le conoce» (Jn 14, 16 – 7). Aquel «discurso de despedida», que se encuentra en la narración solemne de la última Cena (cfr Jn 13, 2), es una fuente de primera importancia para la pneumatología, es decir, para la disciplina teológica que se refiere al Espíritu Santo.. Jesús habla de Él como del Paráclito, que «procede» del Padre, y que el Padre «enviará» a los Apóstoles y a la Iglesia «en nombre del Hijo», cuando el propio Hijo «se vaya», «a costa» de su partida mediante el sacrificio de la cruz.

Hemos de considerar el hecho de que Jesús llama al Paráclito el «Espíritu de la verdad». También en otros momentos lo ha llamado así (cfr Jn 15, 26; Jn 16, 13).

  1. Tengamos presente que en el mismo «discurso de despedida» Jesús, respondiendo a una pregunta del Apóstol Tomás acerca de su identidad, afirma de sí mismo: «Yo soy el camino, la verdad y la vida» (Jn 14, 6). De esta doble referencia a la verdad que Jesús hace para definir tanto a sí mismo como al Espíritu Santo, se deduce que, si el Paráclito es llamado por Él «Espíritu de la verdad», esto significa que el Espíritu Santo es quien después de la partida de Cristo, mantendrá entre los discípulos la misma verdad, que Él ha anunciado y revelado y, más aún, que es Él mismo. El Paráclito en efecto, es la verdad, como lo es Cristo. Lo dirá Juan en su Primera carta: «El Espíritu es el que da testimonio, porque el Espíritu es la verdad» (1 – Jn 5, 6). En la misma Carta el Apóstol escribe también: «Nosotros somos de Dios. Quien conoce a Dios nos escucha, quien no es de Dios no nos escucha. En esto conocemos el espíritu de la verdad y el espíritu del error ‘spiritus erroris’» (1 Jn 4, 6). La misión del Hijo y la del Espíritu, Santo se encuentran, están ligadas y se complementan recíprocamente en la afirmación de la verdad y en la victoria sobre el error. Los campos de acción en que actúa son el espíritu humano y la historia del mundo. La distinción entre la verdad y el error es el primer momento de dicha actuación.
  2. Permanecer en la verdad y obrar en la verdad es el problema esencial para los Apóstoles y para los discípulos

de Cristo, tanto de los primeros tiempos como de todas generaciones de la Iglesia a lo largo de los siglos. Desde este punto de vista, el anuncio del Espíritu de la verdad tiene una importancia clave. Jesús dice en el Cenáculo: «Mucho tengo todavía que deciros, pero ahora (todavía) no podéis con ello » (Jn 16, 12). Es verdad que la misión mesiánica de Jesús duró poco, demasiado poco para revelar a los discípulos todos los contenidos de la revelación. Y no sólo fue breve el tiempo a disposición, sino que también resultaron limitadas la preparación y la inteligencia de los oyentes. Varias veces se dice que los mismos Apóstoles «estaban desconcertados en su interior» (cfr Mc 6, 52), y «no entendían» (cfr, por ejemplo, Mc 8, 21), o bien entendían erróneamente las palabras y las obras de Cristo (cfr, por ejemplo, Mt 16, 6-11)

Así se explican en toda la plenitud de su significado las palabras del Maestro: «Cuando venga… el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad completa» (Jn 16, 13).

  1. La primera confirmación de esta promesa de Jesús tendrá lugar en Pentecostés y en los días sucesivos, como atestiguan los Hechos de los Apóstoles. Pero la promesa no se refiere sólo a los Apóstoles y a sus inmediatos compañeros en la evangelización, sino también a las futuras generaciones de discípulos y de confesores de Cristo. El Evangelio, en efecto, está destinado a todas las naciones y a las generaciones siempre nuevas, que se desarrollarán en el contexto de las diversas culturas y del múltiple progreso de la civilización humana. Mirando todo el arco de la historia Jesús dice: «El Espíritu de la verdad, que procede del Padre, dará testimonio de mí». «Dará testimonio», es decir, mostrará el verdadero sentido del Evangelio en el interior de la Iglesia, para que ella lo anuncie de modo auténtico a todo el mundo. Siempre y en todo lugar, incluso en la interminable sucesión de las cosas que cambian desarrollándose en la vida de la humanidad, el «Espíritu de la verdad» guiará a la Iglesia «hasta la verdad completa» (Jn 16, 13).
  2. La relación entre la revelación comunicada por el Espíritu Santo y la de Jesús es muy estrecha. No se trata de una revelación diversa, heterogénea. Esto se puede argumentar desde una peculiaridad del lenguaje que Jesús usa en su promesa: «El Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, os lo enseñará todo y os recordará todo lo que yo os he dicho» (Jn 14, 26). El recordar es la función de la memoria. Recordando se vuelve a lo pasado, a lo que se ha dicho y realizado, renovando así en la conciencia las cosas pasadas, y casi haciéndolas revivir. Tratándose especialmente del Espíritu Santo, Espíritu de una verdad cargada del poder divino, su misión no se agota al recordar el pasado como tal: «recordando» las palabras, las obras y todo el misterio salvífico de Cristo, el Espíritu de la verdad lo hace continuamente presente en la Iglesia, de modo que revista una «actualidad» siempre nueva en la comunidad de la salvación. Gracias a la acción del Espíritu Santo, la Iglesia no sólo recuerda la verdad, sino que permanece y vive en la verdad recibida de su Señor. También de este modo se cumplen las palabras de Cristo: «Él (el Espíritu Santo) dará testimonio de mí» (Jn 15, 26). Este testimonio del Espíritu de la verdad se identifica así con la presencia de Cristo siempre vivo, con la fuerza operante del Evangelio, con la actuación creciente de la redención , con una continua ilustración de verdad y de virtud. De este modo, el Espíritu «guía» a la Iglesia «hasta la verdad completa».
  3. Tal verdad está presente, al menos de manera implícita, en el Evangelio. Lo que el Espíritu Sa nnto revelará ya lo dijo Cristo. Lo revela Él mismo cuando, hablando del Espíritu Santo, subraya que «no hablará por su cuenta, sino que hablará lo que oiga,… El me dará gloria, porque recibirá de lo mío y os lo anunciará a vosotros» (Jn 16, 13-14). Cristo, glorificado por el Espíritu de la verdad, es ante todo el mismo Cristo crucificado, despojado de todo y casi «aniquilado» en su humanidad para la redención mundo. Precisamente por obra del Espíritu Santo la «palabra de la cruz» tenía que ser aceptada por los discípulos, a los cuales el mismo Maestro había dicho: «Ahora (todavía) no podéis con ello» (Jn 16, 12). Se presentaba, ante aquellos pobres hombres, la imagen de la cruz. Era necesaria una acción profunda para hacer que sus mentes y sus corazones fuesen capaces de descubrir la «gloria de la redención» que se había realizado precisamente en la cruz. Era necesario una intervención divina para convencer y transformar interiormente a cada uno de ellos, como preparación, sobre todo, para el día de Pentecostés, y, posteriormente la misión apostólica en el mundo. Y Jesús les advierte que el Espíritu que el Espíritu Santo «me dará gloria, porque recibirá de lo mío y os lo anunciará a vosotros«. Sólo el Espíritu que , según San Pablo (1 Cor 2,10) «sondea las profundidades de Dios», conoce el misterio del Hijo-Verbo en su relación filial con el Padre y en su relación redentora con los hombres de todos los tiempos. Sólo El, el Espíritu de la verdad, puede abrir las mentes y los corazones humanos haciéndolos capaces de aceptar el inescrutable misterio de Dios y de su Hijo encarnado, crucificado y resucitado, Jesucristo el Señor.
  4. Jesús añade: «El Espíritu de la verdad… os anunciará lo que ha de venir» (Jn 16,13). ¿Qué significa esta proyección profética y escatológica con la que Jesús coloca bajo el radio de acción del Espíritu Santo el futuro de la Iglesia, todo el camino histórico que ella está llamada a realizar a lo largo de los siglos? Significa ir al encuentro de Cristo glorioso, hacia el que tiende en virtud de la invocación suscitada por el Espíritu Santo: «¡Ven , Señor Jesús!» (Ap 22,17.20). El Espíritu conduce a la Iglesia hacia un constante progreso en la comprensión de la verdad, por su conservación por su aplicación a las cambiantes situaciones históricas. Suscita y conduce el desarrollo de todo lo que contribuye al conocimiento y a la difusión de esta verdad: en particular, la exégesis de la Sagrada Escritura y la investigación teológica, que nunca se pueden separar de la dirección del Espíritu de la verdad ni del Magisterio de la Iglesia, en el que el Espíritu siempre está actuando.

Todo acontece en la fe y por la fe, bajo la acción del Espíritu, como he dicho en la Encíclica Dominum et vivificantem: «El misterio de Cristo en su globalidad exige la fe, ya que ésta introduce oportunamente al hombre en la realidad del misterio revelado. El «guiar hasta la verdad completa» se realiza, pues, en la fe y mediante la fe, lo cual es obra del Espíritu de verdad y fruto de su acción en el hombre. El Espíritu debe ser en esto la guía suprema del hombre y la luz del espíritu humano . Esto sirve para los Apóstoles, testigos oculares, que deben llevar ya a todos los hombres el anuncio de lo que Cristo «hizo y enseñó»y, especialmente, el anuncio de su cruz y de su resurrección. En una perspectiva más amplia esto sirve también para todas las generaciones de discípulos y confesores del Maestro, ya que deberían aceptar con fe y confesar con lealtad el misterio de Dios operante en la historia del hombre, el misterio revelado que explica el sentido definitivo de esa historia»

  1. De este modo, el «Espíritu de la verdad» continuamente anuncia los acontecimientos futuros; continuamente muestra a la humanidad este futuro de Dios, que está por encima y fuera de todo futuro «temporal»; y así llena de valor eterno el futuro del mundo. Así el Espíritu convence al hombre, haciéndole entender que, con todo lo que es, y tiene, y hace, está llamado por Dios en Cristo a la salvación. Así, el «Paráclito», el Espíritu de la verdad, es el verdadero «Consolador» del hombre. Así es el verdadero Defensor y Abogado. Así es el verdadero Garante del Evangelio en la historia: bajo su acción la buena nueva es siempre «la misma»y es siempre «nueva»; y de modo siempre nuevo ilumina el camino del hombre en la perspectiva del cielo con «palabras de vida eterna» (Jn 6,68).

3. «PARAKLETOS». 
EL ESPÍRITU SANTO, NUESTRO ABOGADO DEFENSOR

  1. En la pasada catequesis sobre el Espíritu Santo hemos partido del texto de Juan, tomado del «discurso de despedida» de Jesús, que, constituye, en cierto modo, la principal fuente, evangélica, de la pneumatología. Jesús anuncia la venida del Espíritu Santo, Espíritu de la verdad, que «procede del Padre» (Jn 15, 26) y que será enviado por el Padre a los Apóstoles y a la Iglesia «en el nombre» de Cristo, en virtud de la redención llevada a cabo en el sacrificio de la cruz, según el eterno designio de salvación. Por la fuerza de este sacrificio también el Hijo «envía» el Espíritu, anunciando que su venida se efectuará como consecuencia y casi al precio de su propia partida (cfr Jn 16, 17). Hay por tanto un vínculo establecido por el mismo Jesús, entre su muerte- resurrección-ascensión y la efusión del Espíritu Santo, entre Pascua y Pentecostés.

Más aún, según el IV Evangelio, el don del Espíritu Santo se concede la misma tarde de la resurrección (cfr Jn 20, 22-25). Se puede decir que la herida del costado de Cristo en la cruz abre el camino a la efusión del Espíritu Santo, que será un signo y un fruto de la gloria obtenida con la pasión y muerte.

El texto del discurso de Jesús en el Cenáculo nos manifiesta también que Él llama al Espíritu Santo el «Paráclito»: «Yo pediré al Padre y os dará otro Paráclito para que esté con vosotros para siempre» (Jn 14, 16). De forma análoga, también leemos en otros textos: « … el Paráclito, el Espíritu Santo» (cfr Jn 14, 26; Jn 15, 26; Jn 6, 7). En vez de «Paráclito» muchas traducciones emplean la palabra «Consolador»; ésta es aceptable, aunque es necesario recurrir al original griego «Parakletos» para captar plenamente el sentido de lo que Jesús dice del Espíritu Santo.

  1. «Parakletos» literalmente significa: «aquel que es invocado» (de para-kaléin, «llamar en ayuda»); y, por tanto, «el defensor», «el abogado», además de «el mediador», que realiza la función de intercesor (intercessor). Es en este sentido de «Abogado-Defensor», el que ahora nos interesa, sin ignorar que algunos Padres de la Iglesia usan «Parakletos» en el sentido de «Consolador», especialmente en relación a la acción del Espíritu Santo en lo referente a la Iglesia. Por ahora fijamos nuestra atención y desarrollamos el aspecto del Espíritu Santo como Parakletos-Abogado-Defensor. Este término nos permite captar también la estrecha afinidad entre la acción de Cristo y la del Espíritu Santo, como resulta de un ulterior análisis del texto de Juan.
  2. Cuando Jesús en el Cenáculo, la vigilia de su pasión, anuncia la venida del Espíritu Santo, se expresa de la siguiente manera: «El Padre os dará otro Paráclito». Con estas palabras se pone de relieve que el propio Cristo es el primer Paráclito, y que la acción del Espíritu Santo será semejante a la que Él ha realizado, constituyendo casi su prolongación.

Jesucristo, efectivamente, era el «defensor» y continua siendolo. El mismo Juan lo dirá en su Primera carta: «Si alguno peca, tenemos a uno que abogue (Parakletos) ante el Padre: a Jesucristo, el Justo » (1 Jn 2, l).

El abogado (defensor) es aquel que, poniéndose de parte de los que son culpables debido a los pecados cometidos, los defiende del castigo merecido por sus pecados, los salva del peligro de perder la vida y la salvación eterna. Esto es precisamente lo que ha realizado Cristo. Y el Espíritu Santo es llamado «el Paráclito», porque continúa haciendo operante la redención con la que Cristo nos ha librado del pecado y de la muerte eterna.

  1. El Paráclito será «otro abogado-defensor» también por una segunda razón. Permaneciendo con los discípulos de Cristo, Él los envolverá con su vigilante cuidado con virtud omnipotente. «Yo pediré al Padre dice Jesús y os dará otro Paráclito para que esté con vosotros para siempre» (Jn 14, 16): «… mora con vosotros y en vosotros está» (Jn 14, 17). Esta promesa está unida a las otras que Jesús ha hecho al ir al Padre: «Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo» (Mt 28, 20). Nosotros sabemos que Cristo es el Verbo que «se hizo carne y puso su morada entre nosotros» (Jn 1, 14). Sí, yendo al Padre, dice: «Yo estoy con vosotros… hasta el fin del mundo» (Mt 28, 20), se deduce de ello que los Apóstoles y la Iglesia tendrán que reencontrar continuamente por medio del Espíritu Santo medio del Espíritu Santo medio del Espíritu Santo aquella presencia del Verbo-Hijo, que durante su misión terrena era «física» y visible en la humanidad asumida, pero que, después de su ascensión al Padre, estará totalmente inmersa en el misterio.

La presencia del Espíritu Santo que, como dijo Jesús, es íntima a las almas y a la Iglesia («Él mora con vosotros y en vosotros está»: Jn 14, 17), hará presente a Cristo invisible de modo estable, «hasta el fin del mundo». La unidad trascendente del Hijo y del Espíritu Santo hará que la humanidad de Cristo, asumida por el Verbo, habite y actúe dondequiera que se realice, con la potencia del Padre, el designio trinitario de la salvación.

  1. El Espíritu Santo-Paráclito será el abogado defensor de los Apóstoles, y de todos aquellos que, a lo largo de los siglos, serán en la Iglesia los herederos de su testimonio y de su apostolado, especialmente en los, momentos difíciles que comprometerán su responsabilidad hasta el heroísmo.

Jesús lo predijo y lo prometió: «os entregarán a los tribunales… seréis llevados ante gobernadores y reyes… Mas cuando os entreguen, no os preocupéis de cómo o qué vais a hablar.. no seréis vosotros los que hablaréis, sino el Espíritu de vuestro Padre el que hablará en vosotros» (Mt 10, 17-20; análogamente Mc 13, 11; Lc 12, 12, dice: «porque el Espíritu Santo os enseñará en aquel mismo momento lo que conviene decir»).

También en este sentido tan concreto, el Espíritu Santo es el Paráclito-Abogado. Se encuentra cerca de los Apóstoles, más aún, se les hace presente cuando ellos tienen que confesar la verdad, motivarla y defenderla. Él mismo se convierte, entonces, en su inspirador, Él mismo habla con sus palabras, y juntamente con ellos y por medio de ellos da testimonio de Cristo y de su Evangelio. Ante los acusadores Él llega a ser como el «Abogado» invisible de los acusados, por el hecho de que actúa como su patrocinador, defensor, confortador.

  1. Especialmente durante las persecuciones contra los Apóstoles y contra los primeros cristianos, y también en aquellas persecuciones de todos los siglos, se verificarán las palabras que Jesús pronunció en el Cenáculo: «Cuando venga el Paráclito, que yo os enviaré de junto al Padre…, Él dará testimonio de mí. Pero también vosotros daréis testimonio, porque estáis conmigo desde el principio» (Jn 15, 26-27 ).

La acción del Espíritu Santo es «dar testimonio». Es una acción interior, «inmanente», que se desarrolla en el corazón de los discípulos, los cuales, después, dan testimonio de Cristo al exterior: Mediante aquella presencia y aquella acción inmanente, se manifiesta y avanza en el mundo el «trascendente»poder de la verdad de Cristo, que es el Verbo-Verdad y Sabiduría. De Él deriva a los Apóstoles , mediante el Espíritu, el poder de dar testimonio según su promesa: «Yo os daré una elocuencia y una sabiduría a la que no podrán resistir ni contradecir todos vuestros adversarios» ( Lc 21, 15). Esto viene sucediendo ya desde el caso del primer mártir, Esteban, del que el autor de los Hechos de los Apóstoles escribe que estaba «lleno del Espíritu Santo» (Hch 6, 5), de modo que los adversarios «no podían resistir a la sabiduría y al Espíritu con que hablaba» (Hch 6,10). También en los siglos sucesivos los adversarios de la fe cristiana han continuado ensañándose contra los anunciadores del Evangelio apagando a veces su voz en la sangre, sin llegar, sin embargo, a sofocar la Verdad de la que eran portadores: ésta ha seguido fortaleciéndose en el mundo con la fuerza del Espíritu Santo.

  1. El Espíritu Santo- Espíritu de la verdad, Paráclito– es aquel que, según la palabra de Cristo, «convencerá al mundo en lo referente al pecado, en lo referente a la justicia y en lo referente al juicio» (Jn 16,8). Es significativa la explicación que Jesús mismo hace de estas palabras: pecado, justicia y juicio. «Pecado» significa, sobre todo, la falta de fe que Jesús encuentra entre «los suyos», es decir los de su pueblo, los cuales llegaron incluso a condenarle a muerte en la cruz. Hablando después de la «justicia«, Jesús parece tener en mente aquella justicia definitiva, que al Padre le hará («… porque voy al Padre») en la resurrección y en la ascensión al cielo. En este contexto, «juicio» significa que el Espíritu de la verdad mostrará la culpa del «mundo» al rechazar a Cristo, o, más generalmente, al volver la espalda a Dios. Pero puesto que Cristo no ha venido al mundo para juzgarlo o condenarlo, sino para salvarlo, en realidad también aquel «convencer respecto al pecado» por parte del Espíritu de la verdad tiene que entenderse como intervención orientada a la salvación del mundo, al bien último de los hombres.

El «juicio» se refiere, sobre todo, al «príncipe de este mundo», es decir, a Satanás. Él, en efecto, desde el principio, intenta llevar la obra de la creación contra la alianza y la unión del hombre con Dios: se opone conscientemente a la salvación. Por esto «ha sido ya juzgado» desde el principio, como expliqué en la Encíclica Dominum et vivificantem (n. 27).

  1. Si el Espíritu Santo Paráclito debe convencer al mundo precisamente de este «juicio», sin duda lo tiene que hacer para continuar la obra de Cristo que mira a la salvación universal (cfr Ibid.).

Por tanto, podemos concluir que en el dar testimonio de Cristo, el Paráclito es un asiduo (aunque invisible) Abogado y Defensor de la obra de la salvación, y de todos aquellos que se comprometen en esta obra. Y es también el Garante de la definitiva victoria sobre el pecado y sobre el mundo sometido al pecado, para librarlo del pecado e introducirlo en el camino de la salvación.