Corazón de Jesús, formado por el Espíritu Santo en el seno de la Virgen Madre

Corazón de Jesús, imagen para el segundo día del mes de junio

San Juan Pablo II

Quiero reanudar, junto con vosotros, la meditación sobre las riquezas de este Corazón divino, continuando la reflexión sobre las letanías dedicadas a Él. Una de las invocaciones más profunda reza letanías reza así: “Corazón de Jesús, formado por el Espíritu Santo en el seno de la Virgen Madre, ten piedad de nosotros”. Encontramos aquí el eco de un artículo central del credo, en el que profesamos nuestra fe en Jesucristo, Hijo único de Dios, que “bajo del cielo, y por obra del Espíritu Santo se encarnó de María, la Virgen, y se hizo hombre”.  La Santa Humanidad de Cristo es, por consiguiente, obra del Espíritu Divino y de la Virgen de Nazaret.

Es obra del Espíritu. Lo afirma explícitamente el evangelista Mateo refiriendo las palabras del ángel a José: “lo engendrado en ella (María) es del Espíritu Santo” (Mt 1,20); y lo afirma también el evangelista Lucas, recordando las palabras de Gabriel a María: “el Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del altísimo te cubrirá con su sombra” (lc 1,35).

El Espíritu ha moldeado la santa humanidad de Cristo: su cuerpo y su alma, con toda la inteligencia, la voluntad, la capacidad de amar. En una palabra, ha moldeado su Corazón.

La vida de Cristo ha sido puesta eternamente bajo el signo del Espíritu. Del Espíritu le viene la sabiduría que llena de estupor a los doctores de la ley y a sus conciudadanos, el amor que acoge y perdona a los pecadores, la misericordia que se inclina hacia la miseria del hombre, la ternura que bendice y abraza a los niños, la comprensión que alivia el dolor de los afligidos. Es el Espíritu quien dirige los pasos de Jesús, lo sostiene en las pruebas, sobre todo lo guía en su camino hacia Jerusalén, donde ofrecerá en sacrificio de la Nueva Alianza, gracias al cual se encenderá el fuego que Él trajo a la tierra (Lc 12,49).

Por otra parte, la humanidad de Cristo es también obra de la Virgen. El Espíritu moldeo el Corazón de Cristo en el seno de María, que colaboró activamente con Él como Madre y como educadora:

– como Madre, sí admitió consciente y libremente al proyecto salvífico de Dios Padre, siguiendo trémula, en silencio lleno de adoración, el misterio de la vida quien ella había brotado y se desarrollaba;

– como educadora, modelo el Corazón de su propio hijo, introduciéndolo, junto con san José, en las tradiciones del pueblo elegido, inspirando le el amor a la ley del Señor, comunicándole la espiritualidad de los “pobres del Señor”. Ella lo ayudó a desarrollar su inteligencia y seguramente ejerció influjo en la formación de su temperamento. Aun sabiendo que su niño la trascendía por ser “Hijo del Altísimo”, no por ello la Virgen fue menos solicita de su educación humana.

Por tanto, podemos afirmar con verdad: en el Corazón de Cristo brilla la obra admirable del Espíritu Santo. En él se hallan también los reflejos del Corazón de la Madre. El corazón de cada cristiano ha de ser como el Corazón de Cristo: dócil a la acción del Espíritu, dócil al amor de la Madre.

 

  1. Jesucristo, manso y humilde de Corazón.
  2. Haz nuestro corazón semejante al tuyo.

Oración

Dios todopoderoso: al venerar el corazón de tu hijo Unigénito recordamos los beneficios de tu amor para con nosotros; concédenos recibir de esta fuente divina una inagotable abundancia de gracias.

Por Jesucristo nuestro Señor. Amén