Juan Pablo II ,homilía en la basílica de Lisieux (Francia) , 2 de junio de 1980
La fuerza evangelizadora de la santidad
«Los que son movidos por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios. Que no habéis recibido el espíritu de siervos para recaer en el temor, antes habéis recibido el espíritu de adopción, por el que clamamos: ¡Abba! ¡Padre!» (Rom 8, 14-15).
Sería quizá difícil encontrar palabras más sintéticas, y al mismo tiempo más subyugantes, para caracterizar el carisma particular de Teresa Martin, es decir, lo que constituye el don absolutamente especial de su corazón, y que, a través de su corazón, se ha convertido en un don particular para la Iglesia. El don maravilloso en su sencillez, universal y único al mismo tiempo. De Teresa de Lisieux se puede decir con seguridad que el Espíritu de Dios permitió a su corazón revelar directamente, a los hombres de nuestro tiempo, el misterio fundamental, la realidad del Evangelio: el hecho de haber recibido realmente «el espíritu de adopción por el que clamamos: ¡Abba! ¡Padre! «El caminito» es el itinerario de la «infancia espiritual». Hay en él algo único, un carácter propio de Santa Teresa de Lisieux. En él se encuentra, al mismo tiempo, la confirmación y la renovación de la verdad más fundamental y más universal. ¿Qué verdad hay en el mensaje evangélico más fundamental y más universal que ésta: Dios es nuestro Padre y nosotros somos sus hijos?
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Y el grito ¡Abba!¡Padre!, que resuena a lo ancho de todo los continentes de nuestro planeta, torna en su eco a la silenciosa clausura carmelitana, allí sigue, haciendo siempre vivo el recuerdo de Teresita, quien, en su vida breve y oculta, pero tan rica, pronunció con una fuerza particular: ¡Abba!¡Padre! Gracias a ella, la Iglesia entera ha vuelto a encontrar toda la sencillez y toda la lozanía de este grito, que tiene su origen y su fuente en el Corazón del mismo Cristo.