San Juan Pablo II, homilía de la misa celebrada en San Pedro con motivo de la ordenación sacerdotal, 15 de junio de 1980.
Queridísimos: es necesario que os encontraréis a vosotros mismos. Es necesario que encontraréis la grandeza gusta del momento que vivís, a la luz de las palabras de Cristo que habéis escuchado en el Evangelio de hoy.
Cristo dirige la oración al Padre. Orar en voz alta, ante los Doce que Él había elegido. Ora en el Cenáculo, el Jueves Santo, después de haber instituido el Sacramento de la Nueva y Eterna alianza. Esta oración se llama comúnmente la “oración sacerdotal”.
Dice así:
“He manifestado tu nombre a los hombres que de este mundo me has dado. Tuyos eran, y tú me los distes… No pido que los tomes del mundo, sino que los guardes del mal” (Jn. 17, 6.15).
“Santifícalos en la verdad, pues tu palabra es verdad. Como tú me enviaste al mundo, así yo los envíe a ellos al mundo, y yo por ellos me santifico, para que ellos sean santificados en la verdad” (Jn17, 17 –19).
La identidad sacerdotal
Los que en este momento vais a recibir la ordenación sacerdotal, escuchad estas palabras, porque se refieren a vosotros. Hablan de vosotros. Brotan directamente del Corazón de Cristo, que se reveló ante sus discípulos como sacerdote de la Nueva y Eterna Alianza… y se refieren a vosotros. Y hablan de vosotros. Dicen lo que sois —en lo que os vais a convertir—, lo que debéis ser. Escuchad bien estas palabras y grabadlas profundamente en vuestros corazones, porque deben constituir durante toda la vida el fundamento de vuestra identidad sacerdotal.