“Aprended de mí, nos dice, que soy manso y humilde de corazón.” (Mat. 11,29)
Dos preguntas pueden hacerse aquí:
¿Por qué nuestro divino Salvador, que practicó todas las virtudes, no habla más que de su mansedumbre y de su humildad, y porque presenta a estas dos virtudes como pertenecientes a su divino Corazón?
El Salvador habla de las virtudes del corazón para enseñarnos que, siendo la nueva ley una ley de amor, todas las virtudes deben proceder del corazón. Si no menciona más que su dulzura o mansedumbre y su humildad, es porque son dos virtudes que pueden considerarse como universales, en el sentido de que deben acompañar los actos de todas las demás virtudes.
Los molineros, dice San Francisco de Sales hablando de la mansedumbre, después de triturado el trigo bajo la muela de su molino, lo pasan por una criba o tamiz muy fino, con objeto de separar la harina gruesa de la que ellos llaman flor de harina. De este modo quiere nuestro Señor que hagamos pasar nosotros el trigo de nuestra caridad por el tamiz de nuestro corazón, para separar toda impureza y toda mezcla, de suerte que no quede más que la flor de la caridad, llamada mansedumbre de corazón.
La mansedumbre del corazón no es otra cosa que la caridad pura en toda su delicadeza y en todo su esplendor. Es, si podemos llamarla así, la pura flor de la caridad.
Así que, cuando nuestro Señor nos dice aprended de mí que soy manso de corazón, significa: aprended a tener un corazón semejante al mío, lleno de amor a Dios y a su voluntad; un corazón bueno y caritativo hacia el prójimo, y un corazón pacífico para vosotros mismos.
La humildad de corazón es la compañera inseparable de la mansedumbre. El alma perfectamente mansa, es necesariamente humilde, porque todo sentimiento de altivez hiere a aquellos que son objeto de ella. Por esta razón se humilla, no solamente delante de Dios, sino también delante de toda criatura por el amor de Dios. Y lo que maravilla más, es que ella se goza en estas humillaciones. Esa alma tiene gozo en reconocerse y mirarse como nada. Su corazón se deleita en el último puesto, diciendo: es el mío; como el pobre, prefiere la choza que le vio nacer, al palacio dorado del rico. Por eso esta virtud se llama humildad del corazón.
Santa Margarita María, instruida en la escuela del Corazón de Jesús, habla con frecuencia de estas dos virtudes, y nos presenta al divino modelo en el Tabernáculo.
“Consideráis, dice, a nuestro Señor en el Santísimo Sacramento como vuestro buen maestro que os dice incesantemente:
“Aprended de mí a ser mansos y humildes del corazón. Mi Sagrado Corazón no os reconocerá por sus discípulos mientras no os asemejéis a Él por la práctica de esta santas máximas”
“¡Oh mortales!, que deseáis encontrar
El camino que lleva a la verdadera dicha,
Como dijo este adorable Salvador:
Sed mansos y humildes del corazón.”