CARTAS DE SAN CLAUDIO DE LA COLOMBIÈRE(VIII)

Cartas a la señorita de Lyonne y a su madre

CARTA LII

Paray, noviembre 1675

Señorita: Veo bien lo que desea cuando quiere que le escriba. Ruego a Nuestro Señor que me inspire algo que pueda aumentar en usted su amor y el deseo que le ha dado de agradarle. Me alegro en extremo de lo que sé de su perseverancia; espero más todavía, que habrá hecho usted muchos progresos desde su partida. No es posible que dos meses de soledad hayan sido inútiles y que se contente usted con conservar los bienes que había adquirido aquí. Cuando Dios se ha adueñado una vez de un corazón, no se queda allí ocioso; si se viese que todo seguía lo mismo no sería buena señal, aunque las cosas estuvieran ya en buen estado. Aunque todo el exterior estuviere bien arreglado, no se sigue de ahí que todo esté hecho en el interior. El mundo está enteramente satisfecho, y hasta lleno de admiración; y se extraña de que un alma verdaderamente iluminada con la luz del cielo halle todavía mil cosas que reprocharse, y no cese de asombrarse del error de los que admitan su virtud. No creo que haya en el mundo almas de las que Dios esté menos contento que de aquéllas que creen tener motivo para estar satisfechas de sí mismas. Después que uno comienza a conocer cuán amable es el Señor es preciso ser muy insensible para dejar de amarle mucho, y cuando se le ama así no se cree haber hecho nunca bastante por Él.

No le escribo estas cosas por temor de que tenga usted vana estima de su piedad, sino para animarle a adelantar cada vez más. Aproveche la gracia de Dios, señorita; es usted muy feliz por haber sido escogida entre tantas otras y sacada de las tinieblas en que muchas están envueltas. Si quiere usted buscar la causa de esa felicidad inestimable, creo que le será muy difícil encontrarla en sí misma; pero, de cualquier parte que venga, no es menos cierto que ha sido usted muy distinguida. Después de lo que ha hecho Dios por usted yo la consideraría la persona más desgraciada del mundo si no tuviera usted sino un agradecimiento mediocre hacia Él, o si pusiera limites al apasionamiento que debe tener por servir y glorificar a su Bienhechor. Cierto es que no puedo comprender bien con cuánta bondad se ha insinuado Dios, y con cuánta misericordia, en su corazón. Para mí es un milagro más grande que la resurrección de un muerto.

Quisiera que pudiera usted ver en mi espíritu hasta dónde pienso que debe llegar su gratitud; no puedo expresarlo. Sin embargo, todo lo que Dios ha hecho por usted hasta ahora es poca cosa, no es nada en comparación de lo que desea hacer; en nombre de Jesucristo, no se oponga usted a sus designios; déjele hacer, se lo ruego, ayúdele con toda su capacidad, sea fiel en ejecutar todo lo que Él le inspire y verá pronto los efectos admirables de su docilidad. ¡Qué desgracia si pusiera usted obstáculo a los buenos deseos que tiene en su favor! Le confieso que me costaría mucho consolarme; pero casi no temo esa desgracia; Jesucristo tiene demasiado interés en acabar la obra que tan felizmente ha comenzado, y usted es demasiado generosa para no desear por su parte todo lo que sea necesario para darle la última mano.

Me encomiendo en sus oraciones y soy con respeto, señorita,

su humilde y muy obediente servidor.

La Colombière

CARTA LIII

Paray, enero de 1676

Señorita

Me apremian urgentemente para que responda a su carta, que me ha dado mucha alegría. Tengo gran esperanza de esos buenos comienzos y estoy seguro de que, si es usted fiel a Dios, Él le hará sentir los efectos de su misericordia infinita.

No la olvidé el día de San Juan (27 dic.) y me alegro de que usted no haya olvidado lo que resolvió hacer por Dios. Después de ese paso, ya no debe pensar en el mundo; Está usted consagrada al más amable de todos los esposos; pero recuerde que es también el más celoso, y no podrá sufrir en su corazón el menor apego a cosa alguna.

Trate pues, señorita, de estudiar bien ese corazón y descubrir, por sus diversos movimientos, si hay todavía criatura alguna a la que esté apegado, alguna cosa por la cual tenga afán, a fin de purgarlo, lo más pronto, de toda pasión desordenada. Si está limpio al presente, esté en guardia para impedir que entre en él ningún amor, ningún deseo de las cosas creadas, cualesquiera que sean.

Hablé con la señora de Lyonne acerca de sus trajes, me promete que la dejaría vivir a su gusto, que desde ahora no la molestará a usted ni en eso ni en ninguna otra cosa. Únicamente sea usted constante y verá que Dios le allanará todas las dificultades exteriores. Le recomiendo la soledad y la unión con Nuestro Señor; no le abandone sino lo menos posible; admire la elección que hizo de usted cuando usted pensaba tan poco en Él, y que este pensamiento la mantenga en gran humildad y gran temor de hacerse indigna de las bondades que le prodiga.

El valor que Dios le dio para declararse por Él no lo debe usted ni a mis cuidados ni a mis trabajos; es un efecto del amor que Él le tiene, pero recuerde usted que todas esas facilidades que halla ahora para cumplir su deber se cambiarán, tal vez pronto, en grandes cruces interiores. Esté dispuesta a todo; tenga firme confianza de que, en cualquier estado en que quiera Dios colocarla, no dejará nunca de darle grandes auxilios. Es usted suya, Él la mira desde ahora como bien propio que tiene interés en conservar, y así, con tal de que no se entregue usted a otro, no permitirá que le suceda nada que pueda perjudicarla y que, por el contrario, no pueda usted convertir en su provecho, si lo quiere.

Tenga usted todo el celo que pueda para convertir y santificar las almas, sin que aparezca demasiado sin embargo. Usted no puede nada en ello ni yo tampoco, pero pudiera suceder que Dios quisiera servirse de usted en alguna circunstancia.

Ruegue a Dios, sobre todo por aquellos que no le conocen ni le aman; tenga compasión de su desgracia y del mal uso que hacen del tiempo, de su espíritu y de su corazón. Usted es muy feliz, porque no la dejó más tiempo en las tinieblas.

Adiós, señorita, le deseo mil bendiciones; me encomiendo en sus oraciones y la ofrezco a Nuestro Señor todos los días en la Misa.

Su humilde y obediente servidor.

La Colombière

CARTA LIV

París, 3 de octubre de 1676

He estado muy bien, gracias a Dios, desde Roanne; partiré pasado mañana para Calais, y espero, con el auxilio de Nuestro Señor, ir a Londres el 14 de este mes. No me asombra que su primera confesión le haya causado alguna pena; es un nuevo motivo de mérito. Es bueno dar a conocer lo que sufre usted, eso la aliviará sin duda, pero es preciso no buscar tanto ese alivio cuanto la humillación que debe causarle la declaración que hace de sus miserias. Esté contenta, mi querida hija, y no se espante de nada; Jesucristo será su fuerza y su consolador.

El demonio se burla de usted cuando le sugiere el pensamiento de dejarlo todo. Esa tentación es ridícula, después de los compromisos que ha contraído usted; habría sido menos extravagante en los primeros días de su conversión. Pero ya se acabó, su partido está tomado, es usted de Dios y no puede darse a ningún otro.

Es tiempo de consolarse de mi ausencia; ya me debía haber olvidado usted. Escríbame cuando guste; pero recuerde que no debe tratarme de Padre en sus cartas ni darme ningún título, ni llamarme señor. Guárdese bien de manifestar a nadie que recibe cartas mías; tendrá usted trabajo para callarlo; sin embargo, hay que hacer a Dios ese sacrificio.

La encomiendo a Nuestro Señor y le ruego con todo mi corazón que la sostenga con su gracia, y que le haga sentir siempre los efectos de su misericordia infinita.

La Colombière

CARTA LV

Londres, 1677

Alabado sea Dios, señorita, porque se digna dar a mis cartas alguna fuerza para llevarla a su amor. Usted no se engaña al atribuirle a Él todo el bien que mis cartas pueden hacerle; porque siento que es Él quien me inspira todo lo bueno que le digo, y tengo menos parte aún de la que usted puede pensar.

Sí, señorita, tiene usted razón, no debe pensar en esos bienes, hay que abandonarlo todo a la discreción de su buena madre; déjela disponer de los fondos y de la renta como ella lo entienda. Dice usted que lo peor que le puede suceder es tener que servir, quedar abandonada en sus enfermedades y reducida a la última, indigencia; y yo me atrevo a decirle que eso es lo mejor que puede acontecer a un alma que ama a Dios y que ha comprendido qué honor es asemejarse a Jesucristo. Su madre desea que usted crea que la quieren; crea todo lo que quieran y no se apure porque no sabe si dicen verdad o si la engañan. ¿Se puede pensar en el amor de las criaturas cuando se aspira al de Dios? Puede usted hacer o no hacer testamento, como lo juzgue mejor. Si no le hablan más de ello, déjelo. Si le hablan, proceda usted de tal manera que queden contentos y que vean que hace usted poco caso de los bienes de la tierra. En una palabra, sería ocuparse demasiado tiempo en una cosa indigna del menor de sus pensamientos. Son entretenimientos que le impiden gozar de Dios que está con usted y la quiere toda para sí. En el estado en que está usted, sin haber hecho voto de obediencia, practique esa virtud como si hubiera hecho voto.

No veo todavía ninguna señal de tener que salir de aquí. Será cuando a Nuestro Señor le plazca.

En lo que le concierne, no creo estar ausente de usted, mientras sea usted fiel a Dios; me parece que nada es capaz de separarnos sino nuestra inconstancia y nuestra frialdad en el servicio de Dios. Doy gracias a Dios con usted; por los favores que le ha hecho. Como los considero como hechos a mí, trataré de no ser ingrato.

Respecto a las comuniones, puede usted pedir permiso para algunas extraordinarias con tal de que no sea muy a menudo; lo que le diga su confesor en este punto debe tomarlo usted como si yo se lo dijera.

No hay que tener escrúpulos por los pecados pasados, pero no está mal decir al fin de las confesiones ordinarias aquéllos que tema usted no haber confesado nunca. No hay que turbarse por ese recuerdo, sino buscar con toda confianza el remedio a ese mal, desconocido hasta entonces. Dice usted que, si yo estuviera presente, me rogaría, sin duda, que le permitiera hacer confesión general; si es así, hágala sin esperar ese tiempo que tal vez no llegará nunca; por eso, prepárela lo más pronto sin turbarse, ofreciendo a Nuestro Señor la pena y la confusión que debe usted sufrir al hacerla, en parte para procurar esa confusión. Pero, guárdese bien de enredarse en algún escrúpulo; es preciso que sea el amor y no el temor lo que la induzca a hacer esa revisión; no pretenda decirlo todo; las cosas importantes se pueden detallar, las demás en general; de otro modo no se acaba nunca. En los movimientos del amor de Dios puede usted seguir suave y humildemente su atractivo interior, con sumisión a la impresión de la gracia y no por ningún apego que tenga a los favores sensibles.

No cambie el tema de la oración en la sequedad; sufra con humildad el abandono en que se halla.

No le hablo ya de su bienestar; cuanto más dura le parezca la cosa, más motivos tiene de regocijarse; de otro modo todos sus sentimientos de amor serían ilusiones. Haga usted ver a Dios que le ama; lo puede hacer en todos los estados. El amor se alimenta de sufrimientos; y éstos se encuentran en todas partes.

La Colombière

CARTA LVI

Londres, 7 de febrero de 1678

Me parece, señorita, que será fácil satisfacerla en el asunto de su confesor. Diríjase usted al nuevo en las ocasiones en que lo juzgue necesario para tranquilidad de su conciencia y mientras el antiguo esté ausente. Me parece bien que le dé a conocer todo lo necesario para entender la gravedad de sus pecados, sin hablarle de mí sin embargo, porque eso no sirve para nada. No me parece oportuno que ayune con todo rigor esta cuaresma; creo que las viandas ordinarias le son dañosas. Hable usted con el médico y séale obediente. Me parece que debe tomar huevos; la leche le hace bien y le aconsejo que la tome a menudo. No es tiempo todavía de volver a usar las mortificaciones corporales; será cuando le plazca a Nuestro Señor.

No sé qué decir a la señora (de Maréschalle) hasta que la vea, porque no conozco el estado en que están las cosas, ni lo que ella misma hace. Gran deseo tendría de que fuera santa, y temo mucho que sus bienes sean un obstáculo para ello. Si fuera así, más valdría que tirase todo al río. Por lo demás, si regatea con Dios, y da a las criaturas aunque sea la menor parte de su corazón, será la mujer más desagradecida que yo conozca; porque después de las bondades que Nuestro Señor ha tenido con ella, aunque tuviera cien millones de fortuna debía sacrificarlos todos para servirle. Es maravilla que tan poca cosa sea capaz de detenerla en tan hermoso camino, y que renuncie a los favores infinitos que su buen Maestro le preparaba, por cualquier pretexto que sea. Debería ser ya tan santa como los más grandes santos, según la manera con que Dios comenzó con ella. Ruéguele de mi parte, en nombre de Jesucristo, que recuerde los primeros días de su conversión y las muestras de ternura que le dio al principio nuestro Padre que está en los cielos; que no olvide que la trató como lo habría hecho con la mejor de las hijas en el mundo; soy testigo de ello, y nunca lo recuerdo sin que e conmueva hasta el fondo del corazón. Quedaría desalentado si esa oveja se extraviara una vez más y no permaneciera sujeta y consagrada sin reserva a su Pastor, que es Jesucristo.

La Colombière

CARTA LVII

Londres, 27 de marzo de 1678

No puedo darle ningún consejo respecto al asunto que me propone[1], mientras no sepa de qué se trata; cómo se vive en ese hospital; si las jóvenes sirven allí a los hombres; quién debe gobernarlas; si sirven ellas sin interrupción o sólo por turnos. Pero sea lo que fuere, preveo grandes dificultades en todo ello, y antes de resolverme necesitaré tiempo y tener otras muestras de la vocación de Dios. Entre tanto, viva usted tranquila y sufra con constancia las cruces que se hallan en su estado presente y que son su verdadera felicidad. Me agrada que no haya cambiado usted de confesor; yo no consentí en ello sino porque creí que era una necesidad para usted.

Cuando yo no responda a algún punto de sus cartas, como en lo que concierne a la oración, será señal de que todo va bien. Yo estoy mejor, me parece. ¡Alabado sea Dios! Le ruego que nos llene a todos de su puro amor y que nos dé la gracia de vivir y morir en el Corazón de Jesucristo, nuestro tesoro y nuestro amor.

La Colombière

CARTA LVIII

Londres, junio-julio 1678

¡Qué alegría me causa su perseverancia, señorita! Alabo a Dios con todo el corazón porque continúa amándola y colmándola de sus dulces bendiciones. Me alegro de haberla hecho conocer a nuestra buena Madre de Santa María y tomo mucha parte en a pérdida que ha sido para usted su partida[2]. Alabado sea Dios eternamente por los bienes que le quita, lo mismo que por aquellos que le da. Me sorprende algo la propuesta que le hacen. Espera usted mi consejo en esta materia; yo se lo daré tal como crea que me lo inspira Nuestro Señor.

Primeramente quisiera que examinara usted si su salud le permite entrar en una casa religiosa, porque una joven enferma y que no puede levantarse a las seis de la mañana, ¿cómo se levantará a las cinco?

En segundo lugar, vea usted si puede resolverse a las pequeñas persecuciones que una religiosa perfecta, como usted debe serlo, puede soportar de aquellas que viven en la tibieza y no gustan de la regularidad.

Si estas dos cosas no le dan miedo, le voy a decir lo que pienso de su designio. Creo que será hacer un sacrificio muy agradable a Nuestro Señor entrar en una casa donde las cosas no están muy en orden, con el fin de contribuir a restablecer el fervor. Sería un celo que se extendería sumamente lejos, pues todas las religiosas que entraran en ese monasterio y que se santificaran, tal vez hasta el fin del mundo, serían los frutos de un celo de esa naturaleza. Además, nada se puede hacer sino por personas como usted, porque las demás son demasiado jóvenes para cambiar a las antiguas con su ejemplo, y generalmente entran sin tener las luces y las gracias que Nuestro Señor le ha concedido a usted. De suerte, que hay mayor peligro de que sean arrastradas por la cobardía de las otras, que probabilidad de reformarlas con su fervor. Preveo que el ejemplo de usted hará gran impresión en los espíritus, y que, por lo menos, inspirará el deseo de perseverar. Lo cierto, señorita, y de lo que puedo responder es que para usted no puede haber peligro, y que cuanta menos virtud haya en general en esa casa (y la hay sin embargo más de lo que se piensa) más medios de santificarse habrá para usted. Añado a esto que la causa de que no pueda restablecerse enteramente el monasterio es que hace falta un edificio donde pueda tener cada una su celda, y usted puede contribuir a hacerlo levantar, sea con sus bienes, sea pidiendo al señor N. que las ayude; y aunque no pudiera usted soportar la regla, tal vez sería muy agradable a Dios que entrara como pensionista en esa casa y con sus ahorros tratara de hacer comenzar el edificio usted misma, para despertar la caridad de los demás, que podrían ayudarle en esa obra de caridad. En fin, hija mía, no se trata aquí de poca cosa para la gloria de Dios. Si Jesucristo le hiciera el honor de escogerla para restablecer su casa, atraer a sus esposas y preparar a tantas almas que serán allí recibidas un retiro seguro contra el desenfreno y los peligros que debían correr en un monasterio relajado, yo la estimaría muy feliz. Piense usted en todos estos puntos, envíeme los pensamientos que Dios le inspire sobre este asunto, sus penas, sus razones, todas sus miras, después de lo cual le daré un consejo decisivo; será desinteresado, se lo aseguro y espero en la misericordia de Dios que será según su santa voluntad.

Ha hecho usted muy bien en levantarse a la hora que ha señalado, como también en abrir su corazón a la buena Madre de Santa María, y seguir en todo su consejo. Desearía que le propusiera usted el asunto de que le escribo, y aun puede usted mostrarle mi carta; estoy seguro de que la aconsejará según Dios. Me alegro de los buenos sentimientos que inspira usted a la señora N…, pero recuerde, hija mía, que Dios le ha hecho a usted gracias que no hace a todo el mundo.

Tomo mucha parte en la enfermedad de la pobre señora N…, salúdele de mi parte si lo juzga a propósito; le prometo que rezaré por ella. Exhórtela mucho a la paciencia; estoy persuadido de que su enfermedad le será muy provechosa; verdaderamente es un alma hermosa y sería gran lástima que no amara a Dios con todo su corazón.

Me escribe usted como conviene; cuanto más sencillamente mejor. Señáleme alguna vez cómo hace la oración y la comunión, las gracias que allí recibe y las faltas en que incurre.

Dice usted que es muy débil, pero recuerde que Jesucristo es la fuerza de los débiles que confían en Él ¡Feliz es la debilidad que alimenta la humildad, y que nos obliga a poner en Dios toda nuestra esperanza!

La Colombière

CARTA LIX

S. Symphorien d’Ozon, abril de 1679

Señorita:

Contesto muy tarde a una carta y un billete que recibí de usted al mismo tiempo, y a pesar de ello no le diré sino dos palabras sobre lo que me dice de la nueva condición en que quieren colocarla. No sé lo que pueda haber sucedido desde que la vi; pero me parece que entonces convinimos en que usted permanecería en el estado en que está, a lo menos por un tiempo. No me manifestó usted entonces que estuviera inclinada a abrazar otro; por el contrario, tenía razones para no pensar en la vida religiosa. Si las cosas están ahora en el mismo estado de entonces, no veo por qué haya de cambiar usted de resolución. No tiene salud, no se siente atraída interiormente a dejar el mundo; está contenta con el género de vida que lleva, y en él encontrará medios de practicar todas las virtudes cristianas; no tiene ningún apego al mundo; los asuntos que atiende no le separan de la unión que desea tener con Dios. Se siente usted dispuesta a obedecer a su señora madre; puede hacer algún bien entre sus amigas con su palabra y su ejemplo y se siente inclinada a hacerlo. Hasta que usted me diga otra cosa no puedo decirle sino que permanezca como está. Si en estas cosas que acabo de suponer le sobreviene alguna duda, hágame el favor de escribírmelo y le diré lo que pienso.

Ruegue a Dios por mí a fin de que trabajemos todos de acuerdo en honrar a nuestro Dios, y crecer en el odio de nosotros mismos y en su puro amor. Se lo deseo sobre todas las cosas y con todo mi corazón.

La Colombière

CARTA LX

S. Symphorien d’Ozon, abril de 1679

Le sorprenderá, sin duda, señorita, recibir esta carta puesto que hace largo tiempo no he recibido ninguna de usted. Deben haberle entregado la respuesta que envié un poco tarde a la única que me escribió usted desde que no tengo el gusto de verla[3]. En esa respuesta le decía que no veía razón para que cambiara usted de estado de vida por ahora, a causa de que nada había cambiado desde nuestra última entrevista, en que convinimos que no era todavía necesario. Hoy me veo obligado a decirle, por razones que me parecen buenas, que he cambiado de sentimiento. Soy de opinión de que se disponga usted lo más pronto a hacer a Dios un sacrificio que sólo ha comenzado usted, y que Nuestro Señor le pide sea consumado. Es fácil prever que el demonio se unirá al mundo para oponer obstáculos a tan grande empresa, que debe dar tanta gloria a Dios y atraer a usted tantas gracias. Pero el Señor, a quien se sacrifica usted enteramente, no dejará de socorrerla, y espero que con la gracia ha de triunfar de todo. Combata generosamente, señorita, una gran corona la espera, la cual bien merece todo lo que sufra usted por alcanzarla. Se trata de dar a su Esposo la última muestra, o más bien la primera, de su amor; porque, a decir verdad, no se ha dado testimonio de que se ama a Jesucristo de veras mientras no se le ha dado todo lo que es posible darle. Me regocijo con usted por la misericordia que le hace de llamarla a su servicio y el deseo que tiene de poseerla por entero; es decir, que Él, a su vez, se entregará a usted todo y sin reserva, lo cual es un tesoro que ninguna criatura puede merecer y que hace igual nuestra felicidad a la de los ángeles.

Espere usted de mi parte, en esta ocasión importante, todo el socorro que puede esperar de mis débiles plegarias, y del celo muy sincero y muy ardiente que de su perfección me da Nuestro Señor.

Todo suyo en Jesucristo.

La Colombière

CARTA LXI

S. Symphoden d’Ozon, mayo de 1679

Ya ve usted claramente, señorita, que Dios no quiere que se apoye usted en nadie, puesto que permitió que estuviera usted todavía más turbada después de su regreso, siendo así que vino aquí para calmarse. Debe pues tomar esta lección una vez por todas: que Dios es el único dueño del corazón; que sólo Él puede dar una paz sólida y que sólo en Él debemos poner nuestra confianza.

No debe disponer usted de nada, mientras viva su madre, sin su permiso; y cuanto más exacta sea en este punto, más agradará usted a Nuestro Señor. Por lo tanto, no debe vestir a ese pobre; pero, en lugar de eso, trate sin ansiedad de instruir a alguno en los puntos principales que debe saber un buen cristiano para creer y para vivir bien. Puede usted, para obligarlo a escuchar sus instrucciones, darle alguna cosilla, como para premiarle el cuidado de retener lo que le enseñe.

No hay que pensar en el porvenir; sin embargo, puede usted recibir como limosna lo que le dé su madre y de ello puede dar parte a los pobres, si a ella no le disgusta. Si yo vivo, veremos lo que tendremos que hacer; si no, Dios proveerá.

Le doy las gracias por sus oraciones, Dios las ha escuchado, pues me parece que nunca he estado tan bien, al menos desde que regresé a Francia. Continúe rogando a Dios por mí, y téngame por todo suyo en Nuestro Señor.

La Colombière

CARTA LXII

Lyon, julio de 1679

Me asombra, señorita, que le haya sorprendido mi carta. Me parece que habiendo pedido a Dios, durante treinta días, la gracia de conocer su voluntad, sin que yo supiera nada, y cuando mi carta se le entregó justamente al día siguiente, podía parecer que había sido usted escuchada y que Nuestro Señor le daba a conocer de ese modo lo que usted deseaba saber de Él.

No encuentro mal que haya mostrado usted mi carta a su señora madre y a la señora de (Varenne). Estoy seguro de que ninguna de las dos pondrá trabas a los designios de Dios, pero tenga cuidado de ocultar a los demás lo que le escribo.

En cuanto a las dificultades que se encuentran en la ejecución, no me asombran; el demonio no puede ver sin despecho los pasos que damos para santificarnos, y para agradar a Dios; pero, si tiene usted valor y resolución, Aquél que la llama le allanará todos los caminos y le dará fuerzas para vencer.

Le perdono las lágrimas y la ternura para con su madre; pero esto no impide que en ello mismo descubra una fuerte razón de separarlas; porque si fuera usted de Nuestro Señor, tan enteramente como lo desea, su corazón no sufriría tanto al solo pensamiento de dejarla. Ese resto de apego, aunque inocente, es lo que da celos a Dios, y lo que debe sacrificársele.

No podré ir a verla; los médicos me han ordenado nuevamente que tome leche de burra, y dentro de dos o tres días tendré que ir al campo por un mes; después de eso estaré en Lyon, un año lo menos, si quiere Nuestro Señor que viva tanto. Tome usted sus medidas en esto, y suceda lo que suceda no haga nada indigno de la misericordia que ha recibido de Dios. En Él soy de usted.

La Colombière

CARTA LXIII

S. Symphorien d’Ozon, agosto de 1679

Señorita:

¡Jesús sea su luz y su fuerza!

Sin duda habrá recibido usted una carta que le envié por el correo, respecto a lo que me escribió y me escriben sobre su proyecto; no tengo nada nuevo que decirle. Si desea usted darse a Nuestro Señor, hágalo, como por decisión propia y por el único deseo de sacrificarle todo lo que más ama.

Me parece también que de nada sirve dar a conocer las repugnancias que siente, porque el mundo no es capaz de concebir que se pase por encima de todos los sentimientos de la naturaleza para pertenecer a Dios sin reserva. Estos proyectos que se forman para agradar al Señor jamás se ejecutan sin pena. Cuanto más se esfuerza el demonio por impedirlos, más gloria para Dios se debe esperar de ellos.

Escribo a su señora madre Carta (LXX); no sé cómo recibirá mi carta; ruego a Nuestro Señor que se resigne enteramente a su voluntad. En cuanto a usted, debe recordar que el que ama a su padre o a su madre más que a Jesucristo no es digno de Él.

Hágame el favor de rogar Dios por mí; yo lo hago muy a menudo por usted.

La Colombière

CARTA LXIV

Lyon, marzo de 1680

Señorita:

¡Nuestro Señor Jesucristo sea en adelante su Todo!

Me regocijo grandemente con usted porque ha querido Nuestro Señor abrirle su santa casa. No dudo de que al mismo tiempo le haya abierto también su Sagrado Corazón para darle allí un lugar entre todas las almas santas que permanecen en Él continuamente; bendígale con todos sus esfuerzos por haberla atraído a sí enteramente y alábele tanto más gustosamente cuanto mayor ha sido el trabajo en efectuarlo. Tenga confianza en el Señor por usted y por su madre; ya verá que, con tal de que no les falte el valor, todo resultará para bien de ambas y pronto una gran calma les hará olvidar las agitaciones de la tempestad. Comience usted su ensayo lo más pronto, si no lo ha comenzado todavía; no hay que diferir ni un solo momento, si es posible, el placer que tendrá Jesucristo de poseerla toda entera, y el honor que tendrá usted de ser toda suya. No tema las consecuencias, piense que se da a un Esposo omnipotente. El será su fortaleza, como ha sido hasta aquí su paz y su dulzura. Hágale ver que sabe usted amarlo en la cruz como en el consuelo, y que el camino penoso de los santos no la espanta. Nunca he estado tan contento de usted como desde que sufre. Ese reposo continuo de que gozaba antes me daba alguna pena. Pero veo ahora que Dios la preparaba de ese modo para las pruebas que le place enviarle en esta hora. Le ruego con todo mi corazón que la sostenga con su gracia.

No puedo ir a verla, por más que lo desee. Es preciso que nos conformemos en esto con la voluntad de nuestro buen Maestro, y que nos contentemos con Él sólo. No dude usted de que he de aprovechar todas las ocasiones que me ofrezca la Providencia de ir a visitarla. No olvidaré ni a usted ni a su señora madre.

La Colombière

CARTA LXV

Lyon, abril de 1680

Mi muy querida Hermana:

Si no ha sucedido nada extraordinario, al presente estará ya revestida con el hábito de su Esposo; y no dudo de que ese cambio exterior haya causado otro muy provechoso en su alma. Llevo con usted todas sus cruces, y pediría con gusto cargar yo solo con ellas, si no temiera hacerle un mal, y si no estuviera seguro de que son las joyas más preciosas que recibió usted de Jesucristo en la santa alianza contraída con Él. ¡Oh qué agradable a Dios y a los ángeles es usted, mi querida Hermana, con ese hábito de gracia y de inocencia con que su muy Amado se ha complacido en adornarla! ¡Ojalá que lo lleve hasta la muerte con toda la santidad que pide a aquéllas que con él se revisten! En lo que toca a su señora madre tenga usted un poco de paciencia. Dios lo convertirá todo en provecho de ella. El dolor que siente no la abrumará; saldrá de él más pura y más santa; pero usted piense que no tiene ya ni madre ni parientes en el mundo. Jesucristo es todo eso para usted y algo más. En Él soy, etc.

La Colombière

CARTA LXVI

Lyon, mayo-junio de 1680

Muy querida Hermana:

Tuve hoy el honor de ver a su señora hermana. Lo que puedo decirle es que todas las buenas razones que trajo para persuadirme de que usted había hecho mal en darse toda a Nuestro Señor, me han hecho tan poca impresión, que, por el contrario, nunca he estado tan firme en el pensamiento de que ha cumplido usted la voluntad de Dios y que su sacrificio le ha sido muy agradable. No quisiera, por todos los bienes del universo, que la cosa estuviera por hacerse, y me expondría con gusto, por tan buena causa, a todas las persecuciones de parte del mundo. Alégrese, mi querida Hermana, ahora es cuando puede usted decir a su Esposo que le ha dado todo su corazón y cuando puede pedirle el suyo en recompensa.

Permita que le avise de paso que debe rezar por su señora madre y por sus otros parientes, pero que cuanto menos piense en ellos y menos se preocupe de lo que sufren por usted más pronto les consolará Nuestro Señor. Puesto que Jesucristo tiene todo su corazón, quiere tener todas sus preocupaciones y cuidados. Piense en Él, y deje todo lo demás a su bondad. Verá que Él arreglará todos sus asuntos cuando usted no se ocupe sino de los de Él. Haga usted, si le agrada, una reflexión muy particular sobre este consejo; encierra un gran tesoro; la experiencia le hará ver que no la engaño. Acuérdese de los dos discípulos que pedían tiempo a Jesucristo para ir a asistir a su padre, que no tenía ya sino pocos días de vida, y cumplir con él sus últimas obligaciones. Nuestro Señor les dio esta respuesta: «Dejad a los muertos que entierren a sus muertos.-Cualquiera que pone la mano al arado, y mira hacia atrás, no es apto para el reino de los cielos»

Aprenda usted bien sus reglas, y cúmplalas de tal manera que a la hora de la muerte tenga el consuelo de no haber quebrantado deliberadamente una sola.

Adiós, mi querida Hermana; ame mucho a su nuevo Esposo crucificado; su corazón es muy pequeño para amarle como Él merece; dedíqueselo, por lo menos, todo entero, y no le permita ningún movimiento voluntario que no sea de amor a Jesús en la cruz.

La Colombière

CARTA LXVII

Lyon, marzo de 1681

Mi muy querida Hermana en Jesucristo:

Estoy muy avergonzado de haber pasado tanto tiempo sin contestarle, a lo que estaba tanto más obligado cuanto que su última carta me había procurado muy sensible consuelo al darme a conocer el ventajoso cambio que Nuestro Señor tuvo a bien hacer en su alma y en las de las señoras su madre y la de (Varenne).

Cuando recibí esa noticia no me hallaba en estado de manifestarle mi alegría, pero la sentí tan vivamente como si hubiera estado en perfecta salud, y di gracias a Dios con todo mi corazón. Le doy gracias de nuevo muy humilde y afectuosamente. Nuestro Dios es bueno, mi queridísima Hermana, se conmueve con nuestros males y no permite que sean eternos. Le gusta probar nuestro amor por un tiempo, porque ve que esas pruebas nos purifican y nos hacen dignos de recibir sus mayores gracias; pero atiende muchísimo a vuestra debilidad, y se diría que sufre con nosotros, tanto afán manifiesta en aliviarnos. ¡Que sea eternamente bendito y alabado por todas las criaturas! En cuanto a nosotros, Hermana mía, continuemos amándole sin reserva y creciendo de día en día en ese santo amor. Recibiremos muchas otras pruebas de su bondad; todo lo que hemos experimentado no es nada en comparación de lo que hará por nosotros, si le somos fieles y no ponemos obstáculos a sus amorosos designios.

No puedo decirle por ahora nada mejor que exhortarla a vivir en la casa de Dios con una gran sencillez, a dejarse gobernar como una niña de seis años con el mismo candor y la misma humildad que si no supiera sino el Padrenuestro, mirando a sus superioras como a Jesucristo y no dudando de que son ellas quienes deben conducirla a Él y abrirle la entrada de su Corazón, donde le deseo un buen lugar entre los que aman a ese Salvador.

Escribo a su señora madre, como lo deseaba usted; con mucha tardanza, pero espero que Nuestro Señor haga que mi carta sirva para algo. Ruegue mucho a Dios por mí; es una desgracia que no sepa usted cuánto lo necesito.

Soy todo suyo en Jesucristo, etc.

La Colombière

CARTA LXVIII

Lyon, abril de 1681

¡Que Jesucristo posea todo su corazón!, mi muy querida Hermana:

Hoy no le escribo sino un billete por falta de salud; porque recaí el día de Pascua, arrojando sangre, lo que me duró tres días. Esto no impide que tome mucha parte en su felicidad, y que considere con gran alegría que va usted a poner el sello a la santa alianza contraída con Nuestro Señor. Después de la profesión, ya no hay vuelta posible. Sus votos son vínculos que deben atarla a Jesucristo y a su cruz por toda la vida. ¡Oh dulces lazos, mi querida Hermana, y cuán queridos deben ser para usted! ¡Oh si pudiéramos, en lugar de tres, unirnos por un millón de cadenas a ese amable Esposo! Apriete bien esos nudos, mi querida Hermana, y rompa al mismo tiempo todo lo que pueda quedarle de apego a las criaturas, cualesquiera que sean. Me regocijo de todo corazón por las buenas disposiciones en que encuentro a su señora madre; y me acordaré de ustedes ante Nuestro Señor todo el resto de mi vida, la que le pido encomiende a Dios, a fin de que la viva según su santísima y amabilísima voluntad.

La Colombière

b) A la señora de Lyonne (LXIX-LXX)

CARTA LXIX

Paray, 1 de julio de 1676

Señora:

No tengo sino un momento para responder a la carta que me hizo usted el honor de escribirme.

La conducta que quiere usted seguir con la persona de quien me habla sería bastante razonable y aun, tal vez, bastante cristiana, si el celo que la lleva a abandonarla fuera muy puro y no entrara en él algo de pasión. Pero esas grandes inquietudes son señales infalibles de que piensa mucho menos en vengar a Dios que en vengarse a sí misma de la afrenta recibida. Créame, señora; mantenga su corazón en la mayor calma que pueda, y tenga en este encuentro la misma entereza que ha mostrado en otras ocasiones. Hace usted muy bien en estar alarmada y preocupada por una posible falta irreparable.

Era usted demasiado insensible a todo lo demás, y Dios ha escogido ese punto en que podía ser sensible para tener una prueba de su sumisión. Hasta ahora no ha recibido usted demasiado bien la cruz que se le presentaba; pero todavía es tiempo de aprovechar. Es preciso callarse, señora, y tener, con la pariente del señor de N…, . toda la indulgencia que deseamos que Dios tenga con nosotros. Ya ha hecho usted bastante para persuadir a las gentes de que esa aventura la ha conmovido. Puede usted decir en adelante que ha resuelto no hablar más de ello; que ha tomado la cosa demasiado a pecho y que, aunque muera usted de dolor, no podrá reparar el mal que se ha hecho. Si no puede usted salvar a esa joven delante de los hombres, discúlpela por lo menos en su corazón, téngale compasión, hágale todo el bien que pueda. En una palabra, saque de este asunto todo el fruto que pueda para su propia alma.

Espero a la persona de quien me habla usted. La señorita N… me dijo que ella le ofrecía su casa. Esta clase de proyectos nunca se ejecutan demasiado pronto, y es cierto que debo irme de Paray en el mes de septiembre; pero no sé todavía a dónde debo ir. A cualquiera parte del mundo donde me envíen llevaré una estima particular por su virtud, y muy gran deseo de su santificación. Quisiera poder contribuir a ella de alguna manera; y no ahorraré ni mis oraciones ni mis trabajos. Pero sólo Dios puede poner la mano en esa obra y quiere para sí toda la gloria. Será mucho para mí, que usted me permita aspirar a ser toda mi vida, con profundo respeto, señora, su muy humilde y complaciente servidor.

La Colombière

CARTA LXX

S. Symphorien d’O.zon, agosto de 1679

Señora:

Nuestro Señor sea todo su amor y su único consuelo.

Puesto que no quiso Dios que le entregaran la carta que había tenido el honor de escribirle respecto a su hija, me tomo la libertad de dirigirle este billete para rogarle, en nombre de Jesucristo, que me perdone todos los disgustos que le he causado sin pensarlo. No he podido disimular mis sentimientos a una persona, que tiene en mí cierta confianza, sin traicionar mi conciencia, y sin hacerme culpable delante de Dios de un crimen que no quiero añadir a mis otras infidelidades. Pero como no he tenido otro interés ni otro deseo que procurar la gloria de Nuestro Señor, le aseguro que no me disgustaré nada si no siguen mis consejos, ni me costará trabajo creer que estoy en un error, y que me he engañado pensando que haría usted un sacrificio agradable a Dios dándole sin reserva una hija tan buena, como es esa que Él sólo le confió. Reflexione usted, si quiere, que todas las razones que la apartan de consentir en dejarla, no le habrían parecido, tal vez, tan fuertes sí se hubiera tratado de casarla bien a cien leguas, aunque usted no hubiera podido ir a vivir con ella ni verla más de una vez al año. Después de la muerte de usted ella tendrá menos salud de la que tiene ahora; y le costará más acostumbrarse a la vida religiosa cuando sus negocios le permitan a usted separarse de ella; además de que no hará usted entonces un sacrificio en separarse de ella, y ella perderá la parte principal de su mérito, que consiste en separarse de usted.

Encuentra usted extraño que abrace un estado hacia el cual no tiene demasiada inclinación. Pero me parece que nunca se tiene demasiada inclinación a la cruz. Yo sé que tuve una horrible aversión a la vida que abracé cuando me hice religioso; y casi no he visto persona que no haya dado ese paso sino con extrañas repugnancias, a no ser esos niños que Dios saca del mundo sin saber bien lo que hacen, porque no tendrían bastante fuerza para sobreponerse a las dificultades, si las vieran.

Respecto a su objeción de que yo pensaba de otro modo cuando tuve el honor de verla, no tengo otra cosa que responderle sino que eso le hará ver que no hay que hacer caso de mi opinión, y que si me engañé entonces, como lo creo, puedo engañarme también ahora (v. Cartas LIX-LXII). Nuestro Señor nos da, cuando le place, las luces que nos son necesarias para conocer su voluntad y el valor para cumplirla. Si Él le inspira el deseo de consentir en que se retire su amadísima hija, hará usted algo que le valdrá tal vez más que todo el bien que haya hecho. Quizás no se necesite nada más para borrar todos los pecados de su vida. Recuerde que nunca tendrá ocasión tan ventajosa para ganar el corazón de Dios, y que deja usted escapar un tesoro que nunca podrá recobrar. Me parece que Dios le hace mucho honor al pedirle su hija; se la habría usted concedido a un gentilhombre, y ¿tendrá valor para negársela a Aquél que la ha creado, y debe juzgarla tal vez más pronto de lo que usted piensa?

Adiós, señora, ruego a Dios que le haga tomar en este asunto la decisión que más le agrade a Él, cualquiera que sea. Lo deseo por el amor de su alma, que me es infinitamente cara, y que desearía poder hacer tan agradable a Nuestro Señor como las de los más grandes santos.

No deje usted, por favor, de recordarme en sus oraciones y de creerme

Todo suyo en Jesucristo. La Colombière