CARTAS DE SAN CLAUDIO DE LA COLOMBIÈRE(XI)

Cartas al Monasterio de la Visitación de Charolles (LXXXI­XCIX)

c) A la Maestra de Novicias (LXXXV-LXXXVI)

CARTA LXXXV

Lyon, 1680

Mi muy querida hermana:

Si no se queja usted de mi pereza y de mi descortesía, es usted la persona más paciente del mundo. Pero aunque no haya respondido a la primera carta que recibí de usted y haya diferido tanto tiempo contestar a la segunda, no he dejado de conmoverme muy sensiblemente por la bondad que ha tenido usted con nuestras dos pobres N… (hermanas inglesas) y de rogar a Nuestro Señor que tenga a bien recompensarla. Nada más prudente que la conducta que ha observado usted con una y otra, y no dudo de que Dios, que es Padre de ellas, le habrá inspirado todo lo que ha hecho. No me asombran las tentaciones de N…… no es mala señal; al contrario me parecen un buen augurio para su santificación y para el buen ejemplo que dará algún día a todo el monasterio. Apruebo de verdad el rigor aparente que emplea usted con ella. No quiero decir con eso que, según mi manera de ver, no sea necesario cambiar a veces e imitar en esto al mismo Dios, que mezcla ordinariamente la dulzura con la severidad y, por lo común, hace suceder la consolación a la desolación para volver a ponernos otra vez bajo la prueba. Este proceder es más conforme con nuestra debilidad y nos hace las pruebas más sensibles y más útiles; pero me engaño tantas veces en mis juicios que no sé si esto que le propongo será razonable. Espero que Nuestro Señor, que ha entregado esas almas en sus manos, le dará luz para conducirlas, mientras usted se lo pida, como lo hace, con humildad y confianza. Ya ve usted que, por su misericordia, ha bendecido hasta ahora sus afanes, y no puedo creer que, siendo tan bueno como es, permita que se extravíe en la dirección de sus esposas; siendo así que no tiene usted otro fin que conservárselas muy puras y hacérselas cada día más agradables. Le ruego con todo mi corazón que la colme a usted y a ellas de mil bendiciones.

En Él soy todo suyo.

La Colombière

CARTA LXXXVI

Lyon, 1680

Mi queridísima hermana en Nuestro Señor:

¡La paz de Nuestro Señor Jesucristo reine siempre en su corazón!

No he recibido todavía su primera carta; N…… me entregó la segunda; hablé con ella algún tiempo y espero verla otra vez. Creo que con la gracia de Dios estará usted contenta de ella en el futuro; me parece muy dispuesta para eso. Puede usted decirle que le he rogado me dé cuenta de sí misma, a fin de que, si resiste al amor que Dios le manifiesta, yo la abrume con reproches de parte del Señor. Haré a N….. todos los favores que él me pida; estoy contento de que su pequeña haya marchado; ruego a Nuestro Señor que la conduzca con felicidad.

Todos los rumores que lleguen a esa ciudad acerca de nuestra hermana no nos hacen ni bien ni mal, de modo que no hay que hacer gran caso. Le he enviado las cartas que me pidió usted de su parte. Se la encomiendo a su cuidado y a su caridad, y yo me encomiendo en sus oraciones.

La Colombière

d) Cartas a unas hermanas inglesas de Charolles (LXXXVII­XCIX)

A la hermana María inglesa (LXXXVII – XCV)

CARTA LXXXVII

Londres, 19 septiembre de 1678

Mi muy querida hermana:

Hemos recibido todas sus cartas de París y de Dijon; pero es una pena saber que no le han llegado las nuestras. El señor N. me escribió que las había quemado; Dios sea bendito de que se vea usted privada de todo consuelo temporal, y que contribuya así por su parte al perfecto desasimiento a que la llama por su gracia.

He tomado parte en todas las penas que usted ha sufrido, las he presentado a Nuestro Señor, le he rogado que las acepte, le he rogado y suplicado a menudo por los méritos de Jesucristo que le socorra. Con frecuencia ofrezco al Santo Sacrificio de la Misa por esa intención.

Hasta ahora me parece que todo ha ido bien, Dios la ha protegido y guiado; y espero que lo continuará haciendo hasta el fin. Aguardo con paciencia noticias de su llegada, de cómo la han recibido y cómo ha comenzado a hallarse en ese nuevo género de vida. Confío que Nuestro Señor lo dispondrá todo para su gloria y que tendremos mil motivos de acción de gracias a Él. Hice todo lo que me encargó usted en sus cartas. Su despedida ha sido muy bien recibida y con muchas lágrimas; pero lo que debe consolarla grandemente es que después de su partida, se ha obrado un gran cambio en su familia. N…… que es testigo de todo y que no es mujer que se deje engañar, me dijo hace dos días que no reconoce ya a ……, que todo lo sufre con una paciencia admirable, que tiene una gran ternura para con ……; todo el mundo cumple con su deber y así me confirmo cada vez más en que era voluntad de Dios que hiciera usted lo que ha hecho. Escribo a la (madre superiora de las Ursulinas de Paray), lo habría hecho antes si no hubiera dudado si no la detendrían en (la Visitación de Dijon); pero, en fin, espero de la misericordia de Dios, que todo habrá resultado bien; en todo caso siempre habrá posibilidades para la Providencia. Le había escogido a usted por nombre el de María, pero no sé si ya ha tomado usted otro. Pediré a N…. Que le entregue esta carta.

Espero noticias suyas para decirle muchas cosas sobre el estado en que está ahora; entre tanto, mi queridísima hija, tenga gran valor; está usted, por la misericordia de Dios, en la vía de los santos; en estado de practicar el puro amor y testimoniar a Jesucristo alguna gratitud por los favores inmensos que le ha hecho. ¡Dios mío!, qué digna de envidia me parece usted, y cómo estimarían su felicidad, si la conocieran, todas las almas que tienen algún conocimiento de Nuestro Señor. ¡Oh, qué fácil le será, con la asistencia de Dios, conservarse en una unión perfecta y continua con Él! ¡Oh, qué cosa tan encantadora ese secreto, que existirá entre usted y su divino Maestro!; pero tenga cuidado de no revelarlo, ni dar motivo a las gentes para adivinar algo de él. Este ha de ser su gran cuidado; mi querida hija, es un tesoro que está en sus manos, pero lo perderá si es descubierto. Vele pues continuamente por la conservación de esa preciosa humillación con que Dios la ha favorecido.

Adiós, mi querida hija, soy más que nunca de usted, puesto que es usted de Jesucristo a quien quiero pertenecer sin reserva.

La Colombière

CARTA LXXXVIII

A la misma

Londres, octubre de 1678

Mi queridísima hermana:

Si pudiera escribirle una carta tan larga como lo desearía, respondería ampliamente a todos los puntos de las suyas; las he recibido todas. Baste por ahora con decirle que no le puedo expresar la alegría que me causa usted y con cuánto placer pienso en todo lo que me dice; y cuánto ruego a Dios que le conceda la perseverancia. Valor, pobre hija mía, ya está usted en el camino recto; si continúa caminando generosamente será la escogida de Jesucristo.

Respecto a lo que me señala, observo demasiado afán por los que ha dejado aquí; demasiada curiosidad por saber cosas que yo desearía estuvieran enteramente fuera de su corazón, como el resultado que tienen sus cartas o el efecto que producen. No he entregado la última que escribió usted, en la que N…… incluyó una página para… tampoco la que usted le consignó de N… déjeme a mí ese cuidado y usted no piense sino en sí y en su Esposo. El que pone la mano en el arado y mira hacia atrás no es digno del reino de los cielos. Estoy un poco disgustado por las quejas que ha dado a los de N… respecto a la conducta que han tenido con usted. Dice usted cosas que me parecen opuestas a la humildad y a la perfecta sumisión que me había prometido. Se diría, al oírla hablar, que espera usted su recompensa en este mundo, y que no se considera bien pagada por todas sus penas con el honor que tiene de servir a Nuestro Señor en su casa y en la persona de sus hijas. Le confieso que no puedo hacer concordar esos sentimientos con la resolución que tomó usted. Además, ¿no hay algo de voluntad propia y de orgullo en decir que no se quiere recibir el dinero de los pobres, y que se tomará otra resolución antes que consentir en ello? Espero que usted hará todo lo que yo quiera, y que olvidará para siempre que tiene voluntad.

Consiento en la abstinencia de fruta. Recuerde que, ante todo, es necesario mortificar y humillar el espíritu.

No se enfadará usted porque le diga de este modo lo que pienso, estoy seguro. Proviene de un fondo de estima por usted, que se ha aumentado mucho después de su sacrificio, y que Dios quiere que conserve hasta la muerte.

Adiós. Que Jesucristo la colme de sus bendiciones. Pero nada de desconfianza, de voluntad, de murmuración ni de reserva para con Dios, que tanta bondad tiene con usted.

La Colombière

CARTA LXXXIX

A la misma

S. Symphorien d’Ozon 1679

Espero, mi queridísima hermana, que me perdonará el atraso con que respondo a su carta del 14 de abril y lo breve de la respuesta de hoy; mi salud no me permitió escribir antes, y los remedios, a que estoy todavía sujeto, me impiden hacerlo como yo quisiera.

Todo lo que me dice usted de sí misma me consuela grandemente, sobre todo el paso que ha dado cerca de su superiora. Me parece que ese paso me responde de su constancia en todo lo demás.

Respecto a las emociones y resentimientos de que se queja usted, no tengo que decirle otra cosa sino que, todo lo que no es libre en usted, no se le puede imputar, y que puede subsistir una gran caridad junto con grandes movimientos indeliberados de odio y de venganza. Basta que, a pesar de todo ello, usted no se canse de orar por las personas por quienes siente aversión; que cuando las encuentre hable usted y obre al exterior como si las amase, y desee tener en el fondo del alma todo lo que Dios quiere que tengan efectivamente todos los que lo aman.

Ruego al Espíritu Santo que llene su corazón de sus más preciosos dones.

Si su reverenda madre encuentra bien que reciba usted a Nuestro Señor al día siguiente de la octava del Santísimo Sacramento, para reparar las irreverencias que se hayan cometido para con el Cuerpo adorable de Jesucristo durante el tiempo de la octava en que ha estado expuesto en los altares, tendré mucho gusto en que practique usted esa devoción y lo haga después toda su vida, cuando se lo permitan. Espero que sacará gran fruto de esa comunión.

Tenga la bondad de rogar a Dios por mí.

Todo suyo en Jesucristo.

La Colombière

CARTA XC

A la misma

Lyon, 1679

Mi muy querida hija en Jesucristo:

Que Nuestro Señor la llene de mil bendiciones y de sí mismo. No he recibido el paquete de que me habla y lo tengo por perdido; pero no importa. Dios es quien así lo ha permitido.

Basta con saber que está usted contenta de todo, menos de sí misma. Sólo temo que tenga la mirada un poco demasiado fija en sí. Me parece que sería bueno olvidarse de sí alguna vez y no pensar en las miserias propias, sino cuanto dan a conocer la inmensa misericordia de Dios para con nosotros. Además, me parece que no debería asombrarse tanto de encontrarse sumamente miserable. ¿Qué podemos esperar de nosotros, sino eso? Pero hay que admirar con complacencia y amar la bondad de Dios que la sufre, que la ama, tal como es y que quiere hacer de usted como un trofeo de la gloria y de la misericordia infinitas. Espere sólo en Él y, en cualquier estado en que se encuentre, no pierda nunca la confianza de que la salvará y aun la santificará, infaliblemente, si usted lo quiere.

Adiós, mi querida hermana en el Corazón de Jesucristo. Ruego a Nuestro Señor que le dé su paz y su amor, y que la desprenda de tal manera de sí misma, que ya no se ocupe sino de Él sin pensar si está usted todavía en el mundo.

La Colombière

CARTA XCI

A la misma

Lyon, febrero-marzo 1680

Mi muy querida hermana.

Que Dios sea su fuerza y su consuelo en todas sus penas.

Estoy tan lejos de abandonarla, que mi celo por su querida alma crece cada día. Sus tentaciones me afligirían, si no supiera que las tiene a pesar suyo, y que el demonio es el único autor de ellas. Me basta, muy querida hija, que conserve usted siempre mucha confianza en Dios y un deseo sincero de hacer su voluntad. Estoy seguro de que su obediencia la salvará; apéguese fuerte y constantemente a ella, y búrlese de los vanos temores que su enemigo quiere inspirarle acerca del porvenir. Él teme muchísimo el sacrificio que va usted a hacer; y como hasta entonces no desesperará de retirarla del puerto a donde el Señor la ha conducido, no cesará tampoco de atormentarla hasta que esté atada a Jesucristo y a su cruz por un vínculo indisoluble. Escuche pues, mi amadísima hija en el corazón de Jesucristo, escuche la voz de su buen Padre y el mandamiento que hoy le doy de su parte. En cuanto lea mi carta vaya usted ante el altar donde descansa ese Esposo infinitamente amable y perfecto que la ama tal como es, y que quiere tenerla por esposa; y allí, sin esperar más, hágale un voto secreto de hacer su profesión en el día que se destine para ello, a fin de quitar al demonio por ese medio toda esperanza de obtener algo con sus tentaciones importunas. Confío en nuestro buen Maestro que, después de dar este paso, quedará usted en paz y en estado de disponerse para las santas bodas que desea celebrar con el Cordero. Viva contenta, mi querida hija, soy incapaz de tener aversión por un alma a quien Dios ama y que ha tenido la bondad de confiarme; será usted hija mía hasta la muerte y yo haré con usted, por amor a Jesucristo, todos los oficios de un buen padre. Quien la trajo al mundo no tuvo nunca por usted tanta ternura como la que Dios me inspira por su salvación y perfección.

No iré a Charolles, por mucho deseo que tenga; aunque mi salud parece restablecerse, no es suficiente para emprender ese viaje ni las fatigas que le seguirán necesariamente.

Adiós, mi querida hija, la felicito de antemano por la gloriosa alianza que va a contraer con Jesucristo crucificado. Recuerde los grandes deseos que le dio el año pasado de abrazarse con su cruz; ha llegado el tiempo de cumplirlos. En la profesión es cuando se ha de firmar el contrato y celebrar la ceremonia. Ruego a Nuestro Señor que derrame mil bendiciones sobre ese desposorio espiritual.

Todo suyo en la cruz y en el Corazón de Jesús.

La Colombière

CARTA XCII

A la misma

Lyon, marzo de 1680

Mi muy querida hermana en Jesucristo.

Supe la muerte de su señor padre a quien Nuestro Señor haga sentir, según su bondad, los efectos de su misericordia infinita. Tomé mucha parte en el dolor que esa noticia puede haberle causado; pero no me cuesta trabajo creer lo que me dicen: que usted la ha recibido con fe cristiana; y estoy seguro de que el Señor no la ha abandonado en esta circunstancia. Sea alabado eternamente su santo nombre y cumplida su voluntad en la tierra, como lo es en el cielo.

Escribo una palabra en inglés a su buena madre. Quisiera tener más conocimiento de ese idioma para expresarle mejor y más detenidamente mis humildes pensamientos. Ruego a Nuestro Señor que les dé por su gracia la fuerza y la unción que les falta. Tómese el trabajo de leer y corregir esta carta.

Por lo demás, pronto hará un año que entró usted en la casa del Señor; fue el veintiséis de este mes. Le ruego que celebre ese día con solemnidad. En cuanto a mí, le prometo celebrar la Misa en acción de gracias, porque fue el día en que tuve el honor de entregarla en manos del Esposo de su alma. Estoy impaciente por ver terminadas con la profesión esas santas y purísimas bodas. Estoy seguro de que el compromiso indisoluble que contraerá entonces con Jesucristo le atraerá grandes bendiciones. Por favor, prepárese para una acción tan importante. Si Dios quisiera que fuera yo testigo de ella, sería para mí un gran consuelo; pero es preciso sacrificar todo eso a la amable voluntad de nuestro Dios, en cuyo cumplimiento quiero cifrar toda mi felicidad. Ruéguele que no me aparte de ella jamás. Encomiéndeme también en las oraciones de N…… a quien deseo mil bendiciones.

Me parece que estoy un poco mejor. Si quiere Dios devolverme un poco de salud, será para mí un gran placer emplearla en ayudarle con todas mis fuerzas para crecer en el amor de Aquél en quien soy para usted, todo lo que se puede ser por amor de Él.

La Colombière

CARTA XCIII

A la misma

Lyon, 1680-81

Mi muy querida hija:

Quisiera poder escribirle una carta larga; pero me veo obligado a decirle brevemente que el voto o promesa que ha hecho es bueno, y que lo ratifico de buena gana. Habría hecho bien en consultar antes con su maestra o superiora, o por lo menos en no comprometerse sino a condición de que se aprobara su compromiso. No es un voto propiamente hablando, pero debe usted considerarlo como si lo fuera.

El hambre que siente es señal de gran calor. Dígalo a la madre y sufra ese tormento como expiación de las delicias pasadas; coma, sin embargo, todo lo que le permitan.

Apruebo mucho la carta que ha escrito usted a N……

La luz, con la cual ha querido Dios descubrirle la fuente de todas sus penas y tentaciones, debe haberla calmado completamente. Eso quiere decir, en una palabra, que la turbación en que la ponen sus distracciones, sus disipaciones, el alejamiento que siente de Dios y todas sus oposiciones al bien, que esa turbación, digo, cesaría si recibiera usted con humildad todos estados penosos que, en el fondo, no son pecados ni males espirituales, sino únicamente castigos amorosos de su buen Padre, que ha encontrado ese secreto para purificarla de todas las manchas que su alma había contraído en su vida anterior. Todo lo que la desconsuela y le hace creer que está perdida, todo eso, digo, sufrido con paciencia, humildad, conformidad con la voluntad de Dios, se cambiaría en un tesoro que la enriquecería en un día más de lo que pudiera hacerlo un año de consuelos y éxtasis. Pero su amor propio huye de modo notable de la cruz, y corre tras las luces y delicias espirituales. Ruego a Dios que le haga conocer cuán misericordiosa es la conducta que sigue con usted; la perdería si la tratara de otro modo.

Le envío un billete: para N…… tenga la bondad de hacérselo entregar. No sé en qué soy tan riguroso con usted; haría muy mal en tratarla severamente, siendo tan indulgente conmigo mismo.

Le he dado la bendición que me ha pedido, con todo el afecto y toda la devoción de que soy capaz.

Ruego por usted ardiente y constantemente; pero me falta mucho para tener delante de Dios el crédito que usted piensa. Ponga en Él su confianza, mi querida hija. La amo en Él y por Él únicamente.

La Colombière

CARTA XCIV

A la misma

Lyon, mayo de 1681

Es cierto, mi querida hermana en Nuestro Señor, que recobré en apariencia mucha salud[4], pero comencé de nuevo a hacer tan mal uso de ella que obligué a Dios a permitir que recayera después de Pascua, con los mismos accidentes que me llevaron ya, más de una vez, cerca de la muerte. No sé todavía cuales serán las consecuencias; la voluntad de Dios se cumplirá, como lo espero y lo deseo únicamente.

Si tiene usted entera confianza en su superiora, no es tan desgraciada como dice; es difícil perecer cuando se está así unida a los que Dios nos ha dado para que nos conduzcan al cielo.

El alejamiento de Dios en que se encuentra es un castigo amoroso que ejercita con usted; si yo estuviera en su lugar, no me turbaría por ello, ni haría grandes esfuerzos de espíritu para recobrarlo; sufriría humilde y pacientemente esos divinos rechazos, lo mismo que toda la rebelión de las pasiones, que sólo trataría de impedir que estallaran al exterior; obrando, a pesar de ellas, en todo según la voluntad de Dios, y recibiendo corno una penitencia por el pasado todo el trabajo que sintiera para hacer el bien. Este es, según me parece, el mejor consejo que puedo darle; siguiéndolo fielmente encontrará usted, en medio de esa misma turbación, la paz que busca. Se la deseo entera y perfecta.

Todo suyo en Jesucristo.

La Colombière

CARTA XCV

A la misma

Lyon, junio-julio de 1681

Muy querida hija en el amor y el Corazón de Jesucristo.

Que Nuestro Señor sea su paciencia y su fortaleza.

Estoy bastante bien al presente, y aun mejor de lo que estaba antes de este último accidente, que creyeron mortal. Sin embargo; no puedo escribir mucho todavía sin sentirme mal.

Sus cartas me dan mucha alegría, porque me hacen saber que Nuestro Señor continúa dándole parte de su cruz, es decir de su amor y sus delicias.

Por fin ha encontrado usted el verdadero secreto, según lo que me dice al fin de su carta; que es no volver a examinar su estado presente y abandonarse sin reserva, en cuanto al pasado y al porvenir, a la misericordia de Dios; tener plena confianza en su bondad, que es infinitamente mayor de lo que usted puede escribir, y creer, a pesar de todo lo que le persuadan en contrario, que es amada de Él no obstante todas sus miserias. Conserve con amor esos pensamientos; son seguramente de Dios; yo respondo de ello.

Le envío una carta de N… escríbale, con permiso de su superiora, y avísele que ha hecho la profesión. N… está siempre en….., partirá pronto para hacer un nuevo establecimiento cerca de …. Ruego a Dios por ella y por mí, y le deseo a usted mil bendiciones y soy para usted todo lo que puedo serle en Jesucristo.

La Colombière

CARTA XCVI

A una religiosa inglesa

Lyon, 1679-80

Mi muy querida Hermana:

Ruego a Nuestro Señor que tenga piedad de usted, según su grandísima e infinita misericordia.

Conmovido por vivo dolor he leído su carta, y no tanto por las faltas que ha cometido; me hace sufrir más el estado lamentable en que esas faltas la han puesto, a causa de la poca confianza que tiene usted en la bondad de Dios y en la facilidad amorosa con que Él recibe, según debía usted saberlo, a aquellos que más gravemente le han ofendido. Reconozco en su disposición presente los engaños y la malicia suma del espíritu maligno, que trata de aprovechar sus caídas para llevarla a la desesperación. Al contrario, el Espíritu de Dios la inclinaría a la humildad y a la compunción, y le inspiraría que buscase los medios de reparar el mal que ha hecho. Es grande, mi muy querida Hermana, pero no es irremediable. Puede ser un remedio admirable para curarla enteramente de todo orgullo, de toda presunción[6]. Si yo estuviera en su lugar, he aquí cómo me consolaría: diría a Dios con confianza: Señor, he aquí un alma que está en el mundo para ejercitar vuestra admirable misericordia y para hacerla brillar en presencia del cielo y de la tierra. Los demás os glorifican haciendo ver cuál es la fuerza de vuestra gracia por su fidelidad y su constancia, cuán dulce y generoso sois para con aquellos que os son fieles. En cuanto a mí, os glorificaré haciendo conocer cuán bueno sois con los pecadores y que vuestra misericordia es superior a toda malicia, que nada es capaz de agotarla, que ninguna recaída, por vergonzosa y criminal que sea, debe hacer desesperar del perdón a un pecador. Os he ofendido gravemente ¡oh mi amable Redentor! pero sería peor todavía si os hiciera el horrible ultraje de pensar que no sois bastante bueno para perdonarme. En vano vuestro enemigo y mío me tiende cada día nuevos lazos; me hará perderlo todo, antes que la esperanza que tengo en vuestra misericordia. Aunque recayera cien veces y mis crímenes fueran cien veces más horribles de lo que son, siempre esperaré en Vos. Después de lo cual, me parece que nada de lo que pudiera reparar mi falta y el escándalo que hubiera dado me costaría trabajo. Iría a arrojarme a los pies de la superiora, le rogaría que me perdonase, que reflexionara que aquello había sido una tentación del demonio, que sabiendo que su salvación depende de la confianza que tiene usted con ella, y de la perfecta unión que ha de conservar, ha querido separarla. Le suplicaría que ordenara lo que juzgara a propósito para reparar en público y en particular una falta tan escandalosa; después de lo cual, comenzaría de nuevo a servir a Dios con más fervor que antes, y con la misma tranquilidad que si nunca le hubiera ofendido. Ruego a Dios de todo corazón que se digne bendecir estos consejos que le doy, con un afecto muy sincero y una confianza muy fuerte de que, si usted quiere seguirlos, recobrará la paz del alma, que le suplico en nombre de Jesucristo no pierda nunca, en cualquier desgracia que le sobrevenga.

La Colombière

CARTA XCVII

A una religiosa inglesa

Lyon, 1680

Mi querida Hermana en el Corazón de Jesucristo:

Su Madre superiora le dirá la razón por la cual he pasado tanto tiempo sin responder a la suya, y no puedo al presente escribir sino poco cada vez.

Por la que usted me escribió comprendo muy bien su estado interior. Nunca he dudado de que, por la misericordia de Dios, sus tentaciones le hayan sido útiles y provechosas; Él no permite nada que no sea muy oportuno. Si supiera usted qué alegría es la que siente mi corazón cuando me da a conocer que está contenta en el servicio de Dios, creo que me daría a menudo ese consuelo. No pierda el ánimo, mi querida Hermana; verá usted que Nuestro Señor le hará misericordia; Él es bueno, más allá de todo lo que se puede decir o pensar. Recuerde solamente lo que le dije tantas veces, que sacrificara a Dios su propia voluntad, su juicio, olvidando por amor a Él sus propios pensamientos y luces, viviendo como un niño pequeño que no sabe discernir lo que es suyo. Créame, esa es la víctima que Nuestro Señor quiere que le inmole. Estas palabras, que están en el Evangelio, son para usted: «Si no os hacéis como un niño pequeño no entraréis en el reino de los cielos». Déjese conducir por sus superioras, como quieran, según su voluntad y como les agrade; que juzguen las cosas de usted, y no se preocupe sino de obedecer a ciegas y someter su juicio. Yo saldré garante de todo lo que la obediencia le mande y lo tomaré todo sobre mi conciencia. Sé que eso es muy difícil y contrario a su naturaleza; pero nada es imposible a los que aman a Dios y son amados por Él.

En cuanto a su dinero, déjelo todo a la Providencia de su buen Padre; que Él cumpla su voluntad; suceda lo que suceda, nada puede impedirle a usted ser santa.

No desconfío de volver a verla, si es voluntad de Dios. Estoy mucho mejor, y casi como nunca. Nada deseo tanto como hablarle del Amado de nuestros corazones; espero que Él nos dará alguna ocasión para ello y quizás más pronto de lo que pensamos. ¡Que se cumpla su dulce, buena y amable voluntad ahora y siempre en todas las cosas, por contraria que sea a la nuestra!

Nada me han dicho de las personas de quienes me hablaba en su carta; no he visto todavía a aquella a quien no quiere usted nombrar; no está aquí, le ruego que olvide enteramente esas cosas, y todo lo que no le concierne a usted o a su divino Esposo, por cuyo amor la amo en su Corazón tanto como puede ser amada.

La Colombière

CARTA XCVIII

A una religiosa inglesa

Lyon, 1680

¡Qué feliz es usted, mi querida Hermana, si soporta con sumisión los horribles golpes que recibe, sea que vengan de la mano de Dios, sea que los demonios la ataquen por permisión de Aquél a quien ha ofendido! No se atormente demasiado para deshacerse de los pensamientos espantosos que asaltan su espíritu; toda la resistencia que hay que hacer es la que usted hace, humillándose bajo el brazo omnipotente de la justicia de Dios que la hiere y aceptando de todo corazón cuanto le plazca ordenar respecto a usted. Usted no consiente en esas imaginaciones importunas; pero, aun cuando cayera por la fuerza de la tentación, sería necesario levantarse con valor, pedir perdón a Dios, esperar en Él, a pesar de la caída, recibir la humillación con ánimo y detestar la malicia con toda su alma. La incertidumbre en que está, de si peca o no, es otra cruz que también hay que llevar con resignación perfecta. No le aconsejo que confiese esas cosas, mientras se queden precisamente en el estado que me dice. Podía usted decir, si quiere, en general, que le han pasado diversas clases de pensamientos por el espíritu, muy malos en sí mismos, pero que usted cree involuntarios.

Valor, mi querida hija, sufra con sumisión y amor las pruebas del Señor; póngase de su parte contra sí misma, y ponga su placer en ver que le castiga a usted de manera proporcionada a sus desórdenes, y trate de agradarle por una perfecta devoción a las más rigurosas disposiciones de su divina justicia, por la aceptación voluntaria de todo lo que suceda de más doloroso, de más humillante en el cuerpo y en el alma, y particularmente de la confusión y el arrepentimiento que le queda, de haber empleado tan mal una vida de la que podía haber hecho un uso tan provechoso. Es preciso que se mezcle a su compunción cierta complacencia en encontrarse pobre, miserable, anonadada, desprovista de todo mérito y de todas las virtudes. Manténgase, en cuanto le sea posible, en la oración y fuera de la oración, a los pies de Jesucristo, como la más imperfecta y la más desgraciada de todas las criaturas y como la que más merece el infierno. No deje, sin embargo, de poner en Él toda su confianza, y no tema que la rechace a causa de sus infidelidades. Sabe usted bien que Él busca a aquellos que le ofenden, y que por el pecador se ha hecho hombre. No deje sus pies adorables, y estréchelos tan fuertemente que, si quisiera precipitarla en los infiernos, se viera como obligado a dejarse arrastrar con usted.

En cuanto a sus ejercicios espirituales, cuando no pueda hacer nada, ejercítese en actos de humildad, comparando su nada con la grandeza de Dios, sus ingratitudes con sus beneficios, su vida pasada con la santidad de sus reglas, su poca virtud con la pureza y la perfección de los santos, y sus defectos con las virtudes de sus hermanas.

Basta por esta vez. Si Dios nos hace la gracia de conservarnos la vida, hay probabilidad de que no pasará mucho tiempo sin verla. Entre tanto, ruegue a Dios por mí; Yo lo hago todos los días por usted en la Santa Misa.

Soy, etc.

 La Colombière

CARTA XCIX

A la Hermana María

Paray, diciembre 1681

Mi querida Hermana:

Sólo hoy he recibido su carta del 6; la he comprendido toda muy bien, sobre todo el pasaje que usted sabe me ha de regocijar más. Doy gracias a Dios con todo mi corazón. Le confieso de buena fe que ese punto me ha conmovido siempre mucho, y ha constituido uno de los mayores pesares o placeres de mi vida, según los cambios buenos o malos que en él he notado. Debo confesarle que esas alternativas tan sutiles y frecuentes me han sugerido a veces extraños pensamientos, hasta de desconfiar de ver las cosas llegar a buen término. Pero en fin, nada es imposible a Dios, y su misericordia no tiene límites. Le ruego que asegure usted a la persona de quien me da tan agradables noticias, que, después de usted, ninguno de sus amigos tomará tanta parte como yo en ello, y que rogaré a Dios que acabe y perfeccione lo que tantas veces ha comenzado en esa hermosa alma.

Por lo que a mí toca, estoy siempre mal con una tos muy fuerte y una opresión continua; esto, de vez en cuando, tiene pequeñas disminuciones y aumentos. No salgo, no hablo sino con trabajo, aunque, por otra parte, tengo buen apetito y casi todas las demás señales de salud. No he podido todavía probar si el aire de aquí me hace bien, porque no puedo respirar sino el del fuego de mi cuarto. Es cierto que hace unos dos meses que mis fuerzas y el buen tiempo me permitieron dar algunos paseos, con lo que sentí alivio; pero la humedad y las lluvias me sumergieron pronto en el estado en que estaba antes. Hará pronto cinco meses que necesito que me vistan y me desnuden, porque yo mismo no puedo hacerme ningún servicio. En lo demás no puedo estar mejor, y los criados y los seglares tienen tal cuidado de proveerme de todo lo que puede gustarme que llega hasta al exceso. Veremos lo que Dios nos enviará con la primavera.

La persona cuyas cartas le comuniqué ha dicho siempre hasta ahora que estaba a punto de no rogar a Dios por mí, porque veía que cuanto más rogaba peor me ponía. Hace mes y medio que fui a verla, y me dijo que Nuestro Señor le había dicho que si yo tenia salud le glorificarla por mi celo, pero que estando enfermo Él se glorificaba en mí. Con todo, me recomienda mucho el cuidado de mi salud y me aconseja que no celebre Misa como lo hice durante la octava de san Javier, sino que me contente con comulgar todos los días; y esta mañana una persona amiga suya (Catalina de Bisefranc), y que tiene mucho interés por lo que me toca, me dijo que ella esperaba con tal seguridad mi curación, que le había hablado de esto como de una cosa de que no dudaba. Dios podría devolverme la salud para castigarme del mal uso que hago de la enfermedad; que se haga su santa voluntad. Hágame el favor de guardar todo esto en el mayor secreto.

Ruegue por mí.

La Colombière