CARTAS DE SAN CLAUDIO DE LA COLOMBIÈRE(XIII)

Cartas a religiosas Ursulinas del monasterio de Paray (C-CVIII)

CARTA CV

A la directora de las pensionistas

Londres, 1678

Recibí sus cartas, mi queridísima Hermana, y la razón por la que no le contesté antes fue, según me parece, porque no tuve bastante tiempo para hacerlo.

No veo nada en lo que me dice usted de sí misma que pueda apartarme de servirla; y si supiera usted cuán a menudo y de qué manera ruego por usted, estoy seguro de que estaría contenta de mí.

Alabo a Nuestro Señor, mi queridísima Hermana, por toda la bondad que ha tenido con usted y el deseo ardiente que le da por el bien; pero no me ha escrito nada hasta ahora que me haya gustado tanto como ese amor que Dios le inspira por su comunidad. Yo la ayudaré todo lo que pueda, no lo dude; y si fuera preciso emplear en esto mi vida, la daría con gusto.

Escribo a la persona de que me habla; en cuanto reciba una respuesta de ella le diré claramente mi parecer, que será conforme con el de usted, si Nuestro Señor no me da otras luces. Esté segura de que, si Dios quiere que salga bien este asunto, yo gozaré tanto como aquellas que tendrán la felicidad de vivir con esa aspirante[1]. Estoy persuadido de que dará muy buen ejemplo; porque, por ahora, no hay novicia en Francia que tenga más humildad, una sencillez más santa y prudente, mayor docilidad y sumisión que ella. En esto, mi querida Hermana, es en lo que deseo que se distingan todos aquellos que quieran ser de Dios sinceramente; confieso que, de todas las señales que puede haber del espíritu de Dios, no conozco otra mejor que ésta.

Creerá usted, tal vez, que digo esto de paso, para hacerle recordar lo que tantas veces le he repetido, que es preciso que su fervor, su amor al retiro, a la oración, a las austeridades, esté siempre regulado por la obediencia. Antes de hacer nada, mi querida Hermana, asegúrese de que hace lo que Dios quiere, hágase dependiente de otra desde la mañana hasta la noche, y crea que las cosas más hermosas y las más santas en apariencia son poco gratas a los ojos de Dios, cuando se mezcla en ellas nuestra propia voluntad. Un alma que no se somete en todo como un niño está expuesta a todos los engaños del demonio, quien nunca ha engañado ni engañará a un alma verdaderamente obediente. En cuanto a mí, queridísima Hermana, hago tan gran caso de esta virtud que las demás no me parecen nada, si ella no las conduce; reconozco que el empeño que he tenido en practicarla ha sido toda la felicidad de mi vida, que le debo todas las gracias recibidas de Dios y que mejor quisiera renunciar a toda clase de mortificaciones, de oraciones y de buenas obras, que apartarme en un solo punto, no sólo de los mandatos, sino aun de la voluntad de aquellos que me gobiernan, por poco que pueda entrever esa voluntad. ¡Oh Dios mío! ¿Cómo se puede tener un solo momento de descanso cuando se hace la voluntad propia? ¿Cómo se puede vivir, aun cuando se viva muy santamente, cuando se duda si lo que se hace os es agradable? Y, ¿cómo no dudar cuando lo que se hace no ha sido ordenado o aprobado por los superiores? Digo aprobado, aceptado y juzgado bueno; porque se pueden arrancar los permisos, y se cree hacer maravillas cuando se fuerza a una superiora a acomodarse a nuestro favor.

Ruego a Nuestro Señor, con todo el ardor y afecto de mi alma, que no permita caiga usted nunca en error tan peligroso; esto haría inútiles todos nuestros afanes y no haría nunca grandes progresos en la piedad, por mucho que a ello se aplicara.

Deseo que lea usted bien esta carta, que la medite a menudo y que la obediencia sea en adelante su virtud favorita, como lo fue de Jesucristo. Si hubiera algo mejor debe usted pensar que se lo diría, pues ¿por qué no habría de hacerlo?

Le doy mil gracias porque me recuerda en sus oraciones. Le recomiendo las pensionistas. Puede usted hacerles mucho bien y preparar almas para Nuestro Señor, que las ha puesto en sus manos con ese fin. Tenga cuidado, pues quizás dependa de usted que sean algún día santas.

La Colombière

CARTA CVI

A una religiosa ursulina

Londres, 1677

¿Qué dirá usted, mi queridísima Hermana, de mi pereza y de mi falta de cortesía? Tiene razón en quejarse, y es muy extraño que la haya tratado de ese modo teniendo tantos motivos de satisfacción de usted y de su perseverancia. Porque no creo lo que me dice en su carta, que está muy relajada; otras personas que la conocen, y en, quienes tengo mucha confianza, me dan otro testimonio de usted. ¡Dios sea alabado por todas las gracias que le hace! Le suplico con todo mi corazón que las aumente cada día.

No, yo espero que no se arrepentirá nunca de haberse dado a Dios, ni de haberse decidido a vencerse en todas las cosas por amor a Él. Le recomiendo esta práctica; no la abandone nunca, se lo ruego. Busque sin cesar las ocasiones de ofrecer a su amable Esposo algún nuevo sacrificio por la práctica de esa santa mortificación, fuente de todas las gracias que han recibido los más grandes siervos de Dios. Recomiendo lo mismo a su hermana; sin eso toda virtud no es sino ilusión. Ruego a Dios por las dos, y le pido que les haga la gracia de observar sus votos y reglas, como quisieran haberlo hecho a la hora de la muerte.

Me encomiendo en sus oraciones, mucho las necesito.

Todo suyo en Jesucristo.

La Colombière

CARTA CVII

A una religiosa ursulina

Londres, 1677

No sé lo que dirá usted de mí, queridísima Hermana, pero estoy muy avergonzado de mi pereza. Sin embargo no es efecto de falta de recuerdo, porque pienso en usted y doy gracias a Nuestro Señor por las bondades que le prodiga. Sé que su salud está algo quebrantada; alabo también a Dios por esa muestra de su amor. No dudo en ninguna manera de que usted la aprovechará y gustará con mucha dulzura los frutos de la santa cruz.

Acepte que yo la aliente a la perfecta observancia de sus reglas; en verdad es una fuente de bendiciones. De mí sé decirle que mis reglas son mi tesoro, y que encuentro tantos bienes encerrados en ellas que, aun cuando estuviese enteramente solo en una isla en el extremo del mundo, nada me haría falta ni desearía otro socorro, con tal de que Dios me concediera la gracia de observarlas bien. ¡Oh santas reglas! ¡Bienaventurada el alma que ha sabido poneros en su corazón y conocer cuán provechosas sois!.

Adiós, mi querida Hermana en Jesucristo.

La Colombière

CARTA CVIII

Londres, 1677

Mi muy querida Hermana:

Aunque fuera cierto que usted me debe algo, cosa de que no puedo persuadirme, me encuentro tan bien recompensado con los buenos sentimientos en que la veo, que no sé lo que no haría para procurarme un goce semejante al que usted me proporciona. Seguramente, Hermana, ha hallado usted la fuente de la verdadera paz; y, puesto que Nuestro Señor le ha hecho la gracia de gustar su dulzura incomparable, no temo que vaya a buscar arroyos que, lejos de apagar su sed, nunca han hecho otra cosa que dejarla más sedienta.

¡Cuánto debemos agradecer a Dios que nos haya dado una regla para toda nuestra conducta! ¡Qué ciegos somos cuando creemos que alejándonos de esa regla encontraremos algo mejor! Créame, Hermana mía, toda nuestra felicidad está unida al respeto que tengamos por las más menudas observancias. Los espíritus relajados miran esto como una molestia, una tortura. Pero hay un tesoro encerrado en esa fidelidad exacta, una cierta abundancia de dulzura, y, cuando se hace con amor, una especie de libertad mil veces más agradable que los falsos placeres de las personas más desarregladas. No tengo necesidad de decírselo, mi muy querida Hermana, usted lo ha experimentado por la misericordia de Dios, y espero que una más larga experiencia la convencerá todavía más. Aunque crea usted que ha perdido algo con mi ausencia, no me resuelvo a compadecerla; cuando se encuentra a Dios es fácil consolarse de todo lo demás.

Me alegro por los hermosos frutos que ha dado en este otoño su desierto; espero que desde ahora no habrá estación estéril para usted y que tendrá siempre con qué hacer regalos a Jesucristo. Espere también que ha de recibir de su parte grandes muestras de bondad. Si los efectos de su misericordia la colman de tanto consuelo, ¿qué será cuando le obliguemos a manifestarnos su amor?

No tengo dificultad en creer que es usted bien recibida cuantas veces recurre al asilo que Dios ha colocado en medio de su casa; aunque no tuvieran todas las bondades que han usado con usted, siempre sería un asilo donde estaría fuera del alcance de los golpes de sus enemigos. Participo en la caridad que su madre tiene con usted; le doy las gracias con todo mi corazón y ruego al Señor que la recompense.

No debería usted hacer mucho caso de mis oraciones; sin embargo, yo la recuerdo particularmente. Cure usted lo más pronto que pueda a su querida hermana; estoy seguro de que su enfermedad le causa tan poca pena que a mí me cuesta tenerla. Lo único que deseo es que sufra como hija de Jesucristo, y que la voluntad de Dios se cumpla en ella.

Adiós, muy querida Hermana; ruegue a Dios por este pobre desterrado que es

Todo suyo en Nuestro Señor

La Colombière