CARTAS DE SAN CLAUDIO DE LA COLOMBIÈRE(XV)

Cartas a señoras seglares (CXIII-CXLVIII)

      A una señora desconocida (CXIII-CXV)

CARTA CXIII

Londres, 1677-78

No, señorita, no hace usted mal en quedarse con N… por las razones que me indica; pero, en nombre de Jesucristo, súfralo todo sin quejarse y sin murmurar. Las injurias, las blasfemias deben hacerle derramar lágrimas, porque son consecuencias de sus infidelidades pasadas, pero de ninguna manera darle cólera ni hacerle lanzar ni una sola queja.

Haga, todo el bien que pueda a sus sobrinos, pero desprenda su corazón de ellos cuanto pueda.

No deje nunca la oración de la mañana; de otro modo se expondrá usted a perderlo todo. ¡Qué! ¿Se cansaría usted de Dios o despreciaría el honor que le hace de conversar con usted?

Es necesario que ocupe el primer lugar, y no debe pensar en los negocios antes de la meditación, como si no hubiera negocios para usted. ¿Le parece que sería buena educación y muestra de gran amor que, cuando Jesucristo la espera para abrirle su Corazón y saber lo que pasa en el suyo, usted lo olvidara para ir a ocuparse de bagatelas? Quisiera poder escribir en todos los rincones de su casa, pero sobre todo en su corazón, estas tres palabras: Paciencia, amor, presencia de Dios.

La Colombière

CARTA CXIV

Londres, 1677-78

Señorita:

No me cansaré de servirla si usted no se cansa antes de servir a Dios y amarlo. Espero que lo hará hasta la muerte. Pero, ¿cómo le amaremos con todo el corazón, si amamos tanto el dinero? Dios mío, ¡qué feliz sería usted si fuera pobre! Si no tuviera usted sobrinos la cosa se haría pronto; pero en buena hora ocúpese de ese malhadado dinero. Consérvelo, si es posible, sin inquietud; más valdría que se acabara mil veces, antes que hacerle cometer el más ligero pecado venial.

Encuentro buena la reflexión que hace usted del provecho que ha sacado del cambio que se ha hecho en ese hombre, y cómo usted ha comenzado a ser mejor desde que él comenzó a ser peor. Dios sea eternamente alabado, porque hace servir así la corrupción de un pecador para la conversión del otro. Cuando esté retirada acuérdese de que debe estarlo de corazón, lo mismo que con el cuerpo; que si se vuelve mejor en la soledad será señal de que hace la voluntad de Dios. No debe amarla porque vive en ella en paz, sino porque así no cometerá tantas faltas. En fin, si en lugar de esa cruz que deja, Dios le envía otra, llévela de buena gana.

No hable a nadie de N…, diga que si está separada, es más bien efecto de impaciencia de usted que del mal carácter de él. Converse a menudo con Dios en su retiro, pero suavemente.

Todo suyo en Jesucristo.

La Colombière

CARTA CXV

Londres, 1677-1678

Me alegro, señorita, de saber que por fin se ha separado usted de N… Sea Dios eternamente alabado por ello; aproveche bien su soledad.

En nombre de Nuestro Señor, no se atormente tanto con los impuestos; si estuviera en su lugar, preferiría dar el doble que cometer la menor falta de las que usted comete murmurando. Si Nuestro Señor le pide sus bienes por intermedio de los que tienen autoridad, ¿se los negará usted? ¿No le pertenece a Él todo? ¿No lo ha recibido usted todo de Él? ¿Cree usted que esto se hace sin una disposición particular de su Providencia? Haga lo que pueda a fin de que no cometan injusticia, porque Nuestro Señor lo quiere así; pero que sea sin inquietud y, cuando haya hecho usted todo lo que está en su poder, entregue el dinero al cobrador con tanta alegría como si Jesucristo en persona se lo pidiera visiblemente.

No omita nunca la oración de la mañana sin verdadera necesidad. El tema de la Magdalena es bueno desde el principio del año hasta el fin, mientras le convenga; y, en general, todo tema que le agrade, si encuentra usted gusto y provecho en meditarlo, es el que debe adoptar y continuar. Se puede cambiar todos los días y aun muchas veces en una misma meditación, y también se puede continuar el mismo asunto toda la vida. Debe examinar lo que hace en la oración, cuáles son sus pensamientos y sentimientos más ordinarios cuando conversa usted con Dios; si está muy distraída, si se complace en ese ejercicio, si piensa a menudo en Dios durante el día, a qué virtud se siente más inclinada interiormente. Haría bien en descubrir todo eso a su director; como también, si tiene grandes deseos de comulgar y qué efecto hace en su corazón la presencia de Jesucristo.

Continúe, si le place, rezando por mí; yo no cesaré nunca de hacerlo por usted ni de desearle todas las gracias que le son necesarias para su santificación, que pido a Nuestro Señor se digne adelantar y cumplir lo más pronto, por su misericordia infinita.

La Colombière

  A la señorita María Mayneaud de Bisefranc (CXVI-CXXX)

CARTA CXVI

Londres, diciembre de 1676

No me trate ya de Reverendo Padre, señorita, porque, si abren sus cartas en Inglaterra, me haría un mal negocio.

No piense más en la condición de Hermana servidora; es una quimera, no la soportarían en ese estado y usted no podría sufrirlo.

En cuanto a la manera de dormir, cámbiela sin escrúpulo en cuanto se sienta mal. Si ahora no le hace daño, menos le hará en lo futuro; pero si está cansada, si duerme con menos tranquilidad, debe dejarla absolutamente y contentarse con practicarla una o dos veces por semana.

Teme usted que Dios le mande pruebas que no pueda soportar; es un pensamiento que le pasa por la imaginación, porque si creyera que así lo siente no le perdonaría esa desconfianza y el ultraje que haría a la sabiduría y a la bondad de Nuestro Señor. No llega a entender todavía que es Él principalmente quien lo hace todo en nosotros, excepto los pecados, y que no debemos considerar ni nuestras faltas ni nuestra debilidad, sino esperarlo todo de Él.

Nuestro Señor le dará por sí mismo los socorros que habría recibido de la santa mujer de que me habla; a usted no le faltan luces para servir a Dios, conténtese con eso sin desear nunca otras extraordinarias. Aplíquese, sobre todo, a lo que la fe y el Evangelio nos enseñan; es lo que, para nosotros, debe reemplazar lo demás.

Ruegue a Dios por mí; yo le pido para usted firmeza y progreso en su servicio.

La Colombière

CARTA CXVII

A la misma

Londres, febrero-marzo de 1677

No sé, señorita, lo que habrá pensado usted de tan largo silencio. Le pido perdón; he estado sumamente ocupado y ahora lo estoy más que nunca; pero no puedo diferir más el contestarle; en el porvenir trataré de ser más puntual, aunque antes de Pascua me será difícil. Por lo que a usted toca, trate de ser precisa en las cosas que me escribe, a fin de que halle mayor facilidad en satisfacerla. Esto quiere decir que debe poner desde el principio y en pocas palabras los puntos que quiere aclarar. Si es posible distíngalos por capítulos; en seguida podrá añadir lo que quiera. Haga de manera que sus cartas sean poco más o menos como ésta:

1.-Me pregunta usted si los sentimientos que tiene usted, respecto a los santos que han sufrido por Dios, son buenos. – Sí, señorita, son buenos; pero si quiere tener una buena señal, imítelos en las ocasiones grandes o pequeñas, que se presenten, de sufrir por Dios.

2.-Acerca de la tristeza de la que yo le advertía, ha creído usted que se habían quejado a mí. -No, yo no he juzgado sino por sus cartas. Sea lo que fuere, no hay necesidad de que se justifique; basta con que se corrija, si es cierto; si no, que Dios sea bendito.

3.-Me pregunta usted otra vez si debe entrar en el convento en el estado en que están las cosas; y sobre eso me escribe tres páginas, como si nunca le hubiera respondido sobre ese punto. Pero si quiere tomarse el trabajo de ver mis cartas (¿en Paray?), hallará que le he dado a conocer mi pensamiento tan ampliamente que no puedo dudar de que el demonio, a fin de atormentarla, le impide reflexionar. No me vuelva a escribir sobre eso, aténgase a lo que juzgue la Madre superiora.

4.-No está usted obligada a decir al confesor sino sus pecados, a menos que él le pregunte; porque en ese caso hay que responder con sencillez por el respeto que se debe al tribunal de la penitencia, pero brevemente; fuera, de eso, nada absolutamente.

5.-Quiere usted que le diga ahora lo que pienso, sobre la necesidad que cree usted tener de un director en el estado en que está… -No, señorita, no tiene ninguna necesidad; tantas comunicaciones perjudican mucho y no sirven de nada.

Viva tranquila, en nombre de Jesucristo: lo repito otra vez, deje los bienes temporales; que hagan de ellos lo que quieran. Si después de haberla despojado de una parte, quisieran todavía quitárselo todo, sería preciso consentir en ello por amor de Dios. ¡Oh, cuándo será el día en que Jesucristo la ocupe sin reserva, y que ningún pretexto la obligue a dedicar su cuidado y sus pensamientos a otra cosa![5]). Es necesario dirigirse a Él con sencillez infantil, y amarle en todo. Basta que de vez en cuando dé usted a su confesor una simple cuenta de las gracias que Dios le hace y de los deseos que le inspira, a fin de que juzgue si todo va bien y para no fiarse de sí misma; pero no dude de que Dios le ha de dar por sí, o por ese confesor, todo lo que le sea necesario, ni de que nunca dejará perecer un alma que preferiría morir antes que desagradarle. Le confieso que no puedo perdonar ni un instante de inquietud a una sierva de Jesucristo. Es una gran injuria a su Señor, que soporta, conserva y colma de bienes a sus mayores enemigos; piense si querrá perder a los que no sueñan sino en servirle.

Adiós, señorita, procure mucho que su amor a Dios sea cada día más puro; no olvide nada para conseguir olvidarse enteramente de sí; piense en Dios, y entréguele todo el cuidado de sus negocios.

La Colombière

CARTA CXVIII

Londres, abril de 1677

Señorita:

Creo que habrá recibido por fin la respuesta que le hice esperar tanto tiempo. Hoy contesto a las preguntas que me hace usted sobre la oración.

1.-Encuentro bien todo lo que me dice sobre ese asunto. Una cosa me sorprende, y es que para ponerse en la presencia de Dios piense usted que Él la ve desde el cielo, como si hubiera olvidado que no está con más realidad en el cielo que en el lugar donde usted ora, o que en su corazón, donde Él habita, invisiblemente a la verdad, pero con tanta realidad como está Jesucristo en el Santísimo Sacramento del altar. El cielo está pues en todas partes para usted, puesto que todos los lugares están llenos de su Dios y usted misma está llena de Él.

2.-Ocuparse de sí misma no es, en ninguna manera, necesario. Pluguiera a Dios que estuviéramos tan ocupados con el pensamiento y el amor de nuestro Maestro, que nos olvidáramos enteramente de nosotros.

3.-Su modo de oración no es tan elevado como usted piensa; es común a todas las almas que quieran ser de Dios sin reserva; por lo menos a la mayor parte de ellas. Lejos de que haya presunción en meditar las perfecciones de Dios, es un ejercicio que todos los hombres están obligados a practicar. El Creador no ha hecho nada en el mundo que no tenga por objeto hacerle conocer, admirar y amar de nosotros. Todas las criaturas nos invitan a pensar en Él, y aquellos que no lo hacen son monstruos de la naturaleza, que se alejan del fin para el cual los ha formado el Señor.

4.-Desprecie todos los objetos que se presenten a su espíritu durante los ejercicios espirituales, y soporte su importunidad con gran sumisión; son penas que sirven para expiar las faltas pasadas.

5.-No se preocupe por su ignorancia; conténtese con lo que sabe y practíquelo, y Nuestro Señor mismo le enseñará lo que no sabe.

6.-Me gusta mucho el desprendimiento de todo apoyo humano, para no esperar sino en Dios solo.

7.-No podrá hacer bien los ejercicios espirituales en el estado en que está; se necesita para ello más libertad de la que tiene.

8.-Tranquilícese respecto a sus confesiones, y crea que la misericordia infinita de Dios lo ha olvidado todo. Sin embargo, si se siente usted inclinada, por motivo de humildad y de mortificación, a sufrir la confusión de una confesión general, no me opongo a ello; pero si no es sino un escrúpulo, no quiero ni que piense en eso.

9.-Me parece muy bien que se comulgue por intenciones de caridad y de celo, por los parientes, amigos o enemigos, por los pecadores, por la perseverancia y progreso de los buenos, por agradecimiento de gracias particulares que se reciben de Dios, por las almas del purgatorio, por honrar a los santos en el día de su fiesta, o por todas esas intenciones a la vez, cuando no se tiene ocasiones particulares de aplicarlas.

10.-Combata constantemente sus imperfecciones y sobre todo los juicios y repliegues sobre sí misma. Sopórtelas pacientemente; el gran remedio es la humildad.

11.-No pida nada a su madre, déjela gobernarlo todo como ella lo entienda; sométase a la Providencia que se opone a los deseos que tenía usted de dejar el mundo, y no piense ya sino en servir a Dios en su estado.

Ruegue mucho por mí en esta Cuaresma.

La Colombière

CARTA CXIX

Londres, mayo de 1677

Señorita:

Contesto a su última carta.

Primeramente, nada de inquietudes, se lo ruego en nombre de Nuestro Señor. ¡Cómo quisiera que pudiera usted hacer penetrar en su alma que lo que le inquieta no viene del buen espíritu, y que cuando las cosas son inspiradas por Dios dejan completa libertad para buscar consejo sin turbar el corazón, con tal de que haya voluntad de ejecutar lo que se ordene!; pero, mientras se espera el consejo, se goza de completo reposo. Así, en todas las dudas que le vengan, respóndase a sí misma: Veremos cuál será la voluntad de Dios, y con su gracia la seguiremos. Después, viva en paz hasta que haya comunicado sus dudas a aquellos que deben resolverlas, esperando su parecer con entera indiferencia.

2.-Le han respondido muy prudentemente que después de la falta que ha cometido, comunicando por propio movimiento aquello que estaba convenido no comunicaría usted, que después de esa falta, digo, no había que cometer una segunda inquietándose. Sería preciso vivir en un perpetuo disgusto, si hubiera que disgustarse por todas las faltas que se cometen; hay que contentarse con humillarse ante Dios, y aceptar la mortificación que nos causan.

3.-Si hubiera usted consultado a la (Madre de Saumaise) sobre el disgusto que manifestó usted por los gastos, y la oposición que pensó hacer contra ellos, no dudo que le habría dicho que esos pensamientos y esos disgustos no agradan nada a Dios, y que es necesario abandonarlo todo a la Providencia. Usted tiene una madre que la quiere y que, según parece, no olvidará sus intereses. Si estuviera usted sola, le aconsejaría que reclamara sus derechos; pero imagínese que Nuestro Señor la gobierna por medio de su madre.

4.-Continúe viendo y ayudando al alma que le recomendé. Dígale que viva en paz, puesto que Dios está con ella. Sería muy desgraciada si no estuviera contenta, ahora que desea servir a Nuestro Señor, ella que en otro tiempo no tenía tan buena voluntad. La pena que tiene es una tentación del demonio; está rabioso al ver que está bien con Jesucristo y quisiera arrojarlo de su corazón, introduciendo en él la turbación y la inquietud. Pero que se guarde bien de dar ese gusto a su enemigo; que cada vez que se le ocurra que pierde algo por estar yo lejos, no deje de decir al Señor: ¡Oh Dios mío! ¿No soy bastante rica poseyéndoos? Vos sois mi todo y nadie puede arrebatármelo. Por lo demás, no tenga usted dificultad en decirle lo que piensa sobre las cosas que le dan pena, aunque por eso cobre buena opinión de usted. Es un gran bien ser desconocido; pero vale más todavía hacer conocer y amar a Nuestro Señor, y practicar la caridad que es la más grande de las virtudes.

Me contenta usted hasta un punto que no puedo expresarle, cuando me dice que se confirma cada día más en sus buenos deseos. Ruego a Aquél que es autor de ellos y que la amó tanto que la llamó a su servicio, la conserve siempre en lo más profundo de su Corazón. En cuanto al pensamiento de retirarse de tantos peligros, ofrézcalo a Nuestro Señor y espere con resignación entera lo que le plazca ordenar. Entre tanto procure una soledad dentro de sí misma, donde no haya sino Dios y usted, y donde no entre nada de lo de fuera.

Adiós, señorita, ruego a Nuestro Señor que le dé todo el fervor que merece el buen Señor a quien sirve.

La Colombière

CARTA CXX

Londres, junio de 1677

Estaba bien persuadido, señorita, de que usted perseveraría en el servicio de Dios y que Nuestro Señor Jesucristo, en cuyas manos la entregué al partir, cuidaría de usted. Pero, no obstante, es una satisfacción saberlo por usted misma, que es la única qué puede dar de ello testimonio infalible. Me regocijo, pues, con usted de que pertenezca para siempre a Aquél que ha escogido por Dueño y por Esposo. Le doy mil y mil gracias por las bondades que derrama sobre usted y las misericordias de que la hace objeto. Le suplico con todo mi corazón que se digne no cansarse nunca de amarla y atraerla a sí cada día más.

Seguramente es una gracia de Dios esa seguridad en que se encuentra usted; es una señal muy evidente de que el Dios de la paz habita en su alma. Haga todo lo que pueda para conservarse así. Le confieso; sin embargo, que si yo estuviera en el mismo estado me sentiría sumamente humillado, y me consideraría muy débil al ver que Nuestro Señor tenía conmigo una conducta tan amorosa, es verdad, pero tan cuidadosa y tan distante de la que observa con sus grandes servidores. Cuando digo que me sentiría humillado, no digo que estaría turbado. Al contrario, la humildad sirve para aumentar la calma y hacerla continua. Además le aconsejo que, sin alterar en nada su corazón, lo desprenda, en cuanto sea posible, de esas dulzuras que Dios le presenta, como de un bien muy sensible y que puede corromper su amor, el cual no debe tener por objeto sino a Dios solo y no sus dones y sus gracias. Desearía que tuviera usted necesidad de resignación para permanecer en un estado tan agradable, y que tuviera una gran envidia a los que tienen bastante fuerza para llevar la cruz. En fin, debe usted creer que la razón de que Nuestro Señor la trate de ese modo es porque espera que usted suplirá las cruces que le faltan con un ejercicio continuo de mortificación interior, y que a medida que Él la colma de dulzuras espirituales usted suprima todas las dulzuras temporales.

No tengo nada que decirle respecto a la señora N… Deseo que Nuestro Señor la convierta y así se lo he pedido muchas veces; pero ya ve usted el crédito que tengo con Dios, y si tiene usted motivo para pensar que mis oraciones son las que la sostienen. Sea Dios alabado eternamente y amado, si es posible, de todos los corazones. Apruebo mucho su docilidad con su señora madre. Hace bien en obedecerle en todo lo que no sea contra la voluntad de Dios. Si es una cruz para usted acompañarla en las visitas que hace, tanto mejor. Ruego a Dios con toda, mi alma que le disguste siempre el mundo; mientras suceda así no le hará daño.

En cuanto a la oración, temo que se apegue usted demasiado a los puntos de su libro; sin embargo, si le va bien no cambie. Recuerde que cada vez que se sienta llena de algunos sentimientos extraordinarios, sea de agradecimiento, sea de amor de Dios, sea de admiración por su bondad, de deseo de agradarle o de desprecio de las cosas de la tierra, sea en fin de su presencia, debe hacer de ello el asunto de su oración y ocuparse en gustar y fortalecer tales sentimientos; hace muy bien en hacerlo así antes de salir de la oración.

Me alegro muchísimo de que sea tan fiel en observar lo que Dios le pide; continúe así y crezca cada día en el amor de Aquél que la ama tanto. No quede nunca contenta de sí misma hasta que no tenga indiferencia y aun honor por todo lo que no es su Esposo, y hasta que no se sienta languidecer y como morir por su amor. Puesto que halla usted tantas dulzuras después de algunos pasos que ha dado, ¡qué será cuando haga mayores progresos!

En cuanto a la oración a san Juan que desea, no tengo por ahora tiempo para hacerla; pero alégrese con él por haber sido santificado en el seno de su madre; porque desde ese tiempo nunca estuvo en desgracia de Dios, y porque mereció recibir alabanzas de boca de Jesucristo con preferencia a todos los hijos de los hombres; dé gracias a Dios por todas las que concedió a ese santo; pida por sus méritos la de conocer a Jesucristo y seguirlo con tanta fidelidad como tuvo él en servirle de precursor. Casi he compuesto la oración, que decía que no tenía tiempo para hacer. Ya le será fácil a usted componerla con lo que le llevó dicho.

No tenga dificultad para escribirme, y hágalo con sencillez; de otro modo, prefiero que no me escriba. Hágame saber qué cosas la conmueven más, los sentimientos que más de ordinario afectan su corazón; si le agrada el ejercicio de la presencia de Dios, si saca algún provecho de él; si reza algunas oraciones vocales; si tiene gusto en ellas; si no está tentada de dejarlas. Pero no cambie nada, sin embargo y hágalo todo como antes, a menos que yo le escriba lo contrario.

Adiós, señorita, continúe ofreciéndome a Nuestro Señor; tengo gran necesidad de oraciones; creo que, sin ese socorro, ya habría perecido mil veces.

La Colombière