CARTAS DE SAN CLAUDIO DE LA COLOMBIÈRE(XVI)

Cartas a señoras seglares (CXIII-CXLVIII)

A la señorita María Mayneaud de Bisefranc (CXXI-CXXX)

CARTA CXXI

Londres, 1677

Creo, señorita, que ya le dije que hace tiempo que Dios me inspiró el deseo de su salvación. Le doy gracias con todo mi corazón porque ha escuchado mis deseos respecto a usted, inspirándole una gran voluntad de pertenecerle. ¡Sea eternamente bendito por ello! Así como veo todas las señales de una verdadera vocación en el proyecto que tiene usted de entrar en la compañía de las esposas de Jesucristo, así veo también los obstáculos que a ello se oponen. Le confieso que me parecen muy grandes; pero a Nuestro Señor le es muy fácil darle los medios de cumplir su voluntad cuando Él lo quiera. Entretanto, desearía que usted hiciera lo que está ahora en su poder, que es vivir en el mundo como si estuviera ya fuera de él, privándose de todos los placeres que no convienen al estado religioso, haciéndose como una especie de claustro en su casa, sin tener trato sino con Aquél que ha escogido ya por Esposo, excepto las visitas de cortesía que no pueda usted rehusar a sus parientes; porque, en cuanto a lo demás hay que separarse absolutamente de ello. Además, soy de opinión de que debe usted arreglar el tiempo y las ocupaciones de tal modo, que no sólo no esté nunca ociosa sino que no haga nunca su voluntad, haciéndose en todo dependiente de la regla que haya elegido siguiendo el consejo de la (superiora de Santa María). Y no me diga que no siente bastante fuerza para emprender la práctica de una vida santa: Nuestro Señor que la llama a ella, se la dará y será Él mismo su fuerza. Basta que comience con valor; haga conocer al mundo, una vez por todas, que lo desprecia y renuncia a él, y pronto verá que con la gracia de Nuestro Señor, nada es imposible a un alma que tiene un poco de amor a Dios. No olvide probar la práctica de las ligeras mortificaciones corporales que se practican en la religión. Acostúmbrese a ellas poco a poco, y hallará una gran ayuda para la vida que le aconsejo.

Respecto a los asuntos domésticos, tómelos como si Nuestro Señor se los hubiera confiado, por espíritu de obediencia y de caridad. Hágalos con esmero y sin prisa.

Hay que sobrellevar por amor a Dios el trabajo que le cuesta hablar al señor N… cuando crea usted que es para gloria de Dios, aunque no ha de olvidar nunca el profundo respeto que debe al que ocupa para usted el lugar del mismo Dios.

No está usted obligada en ninguna manera a…, y el poco atractivo que siente es señal de que no debe sujetarse a ello. Sea obediente en todo a su buena maestra (la superiora de Santa María) y no se preocupe de nada más. Valor, señorita, Nuestro Señor la ama mucho, pues ha ido a buscarla en medio del mundo, donde usted se hallaba, para darle su Corazón y ponerla en el número de sus elegidas.

Le conjuro en su nombre que no le rechace, y que acepte con humildad y confianza la gracia que le ofrece. ¡Si supiera usted lo que es ser toda suya!, ¡con qué ardor abrazaría el ejercicio de la perfecta devoción! Sea usted el ejemplo de su pequeña ciudad. Quizás ha unido Dios a su perfecta conversión la santificación de varias almas que la seguirán en cuanto haya comenzado usted. ¡Qué felicidad la suya por haber sido la primera! ¡Cómo se lo agradecerá su querido Esposo! A Él le ruego con todo mi corazón que acabe en usted lo que ha comenzado y que la llene de la fuerza y la dulzura de su santo amor. Le ofrezco todos los servicios que me crea capaz de hacerle; sería muy feliz si pudiera contribuir en algo a hacerle amar a Aquél a quien bien sé que ama, el cual quiere amarla todavía más. Soy en Él todo suyo, etc.

La Colombière

CARTA CXXII

Londres, 1677

Consuélese, señorita, estoy encantado de haberme engañado; pero no se puede dejar de clamar cuando uno se imagina que el enemigo de nuestra salvación siembra cizaña y trata de seducir a las esposas de Jesucristo.

Se preocupa usted demasiado cuando se trata de escribirme; no soy tan refinado como usted piensa. La sencillez me agrada mil veces más que el bien decir. Estoy muy contento con sus cartas; son lo que deben ser, no se trata de dar pruebas de elocuencia.

Si algo la aflige en cuanto al interior, diríjase a la Madre superiora de Santa María y siga sus prudentes consejos. Cuanto a las cosas exteriores, puede comunicarlas a las personas prudentes que juzgue a propósito.

No creo que su señora madre consienta nunca en su retiro, que sin eso tendría toda mi aprobación. Sin embargo, si a ella le viniera deseo de retirarse, la cosa no sería imposible. Se me presenta otro medio que no puedo decirle todavía; ruegue a Dios por ello, y entretanto viva contenta en su estado y trate de adelantar como si nunca debiera salir de él.

En cuanto a sus limosnas, las alabo; pero serán mil veces más agradables a Dios cuando usted se comporte con su madre con sencillez de niña. Le es permitido representarle sus razones; pero cuando ella rehúse, alégrese de esa negativa; considere la impotencia en que está de hacer limosna como un efecto de su pobreza. Regocíjese de ser pobre como Jesucristo y prívese por amor a Él del placer que hay en ejercer la caridad.

Me equivoqué al principio cuando le dije que no me daba a conocer las causas de su dolor de cabeza; hay remedios para ello.

Ni la oración ni el recogimiento piden tensión; es necesario evitar esos defectos; es preciso que nuestro corazón se una a Dios; si su espíritu resiste a esa unión, ame y haga todo lo que quiera en lo demás. Nada es difícil al que ama y no hay que hacer violencia para sentir el amor. Digo sentir, porque ni siquiera es necesario expresarlo siempre en la oración. Aquél a quien ama verá su corazón y eso basta; no quiere que nos atormentemos con la impotencia en que a veces nos encontramos de actuar y tener afectos con el gusto que desearíamos. Hay que someterse humildemente en esto a su voluntad, juzgándonos indignos de elevar nuestros pensamientos hasta Él. ¡Oh!, qué feliz será usted, señorita, si aprende bien esta lección, y si establece de ese modo su alma en una santa libertad y en una perfecta resignación, bajo la dirección de Dios.

He leído su carta sin ninguna dificultad, el temor que tiene usted de lo contrario es una tentación.

Ruego a Nuestro Señor que la conduzca por sus vías rectas y seguras, que la llene de su puro amor y que aumente cada día en su alma lo que ha comenzado tan misericordiosamente.

La Colombière

CARTA CXXIII

Londres, otoño de 1677

Señorita:

Estoy muy agradecido por su recuerdo y la parte que toma usted en lo que me concierne. A Dios gracias, tengo ahora buena salud; tal vez no será por mucho tiempo; que se haga la voluntad de Dios en todas las cosas.

Por favor, no me hable más de la pérdida que ha sido para usted mi partida; es añorar con exceso a un miserable, que por sí mismo era más capaz de perjudicarle que de servirle.

No cambie de parecer, créame. Usted se queja de que la hacemos caminar con demasiada lentitud; y yo me quejo de su poca humildad. ¡Ah! ¿Quién podrá detenerla, si tiene usted verdadero deseo de adelantar? Su corazón, ¿no está acaso en su poder? ¿Quién puede poner límites a su amor, si su amor propio no se los pone? ¿Tendrá usted desde ahora necesidad de que la animen a pensar en su Dios que está siempre con usted, a reconocer la bondad infinita que ha tenido con usted, a reparar el tiempo que no ha empleado en su servicio, a desprenderse cada vez más de todo lo que le ha sido ocasión de ofenderle? ¿Cree usted que todo consiste en las prácticas exteriores que le quitan? ¿No sabe usted que vale más obedecer que hacer sacrificios? ¿Le impiden que mortifique sus pasiones y que se una a Jesucristo en el Santísimo Sacramento del altar, y a Dios en todas partes donde usted se halla? No tema nada, Nuestro Señor está con usted. Mientras persevere en el deseo de agradarle, no le faltarán los medios necesarios para ello; le ruego que no pierda el valor suceda lo que suceda.

La encomiendo a Dios todos los días; yo necesitaría que hicieran otro tanto conmigo.

La Colombière

CARTA CXXIV

Londres, 1677

Le escribí, señorita, después de la muerte de su querida hermana. Nuestro Señor permitió que mi carta se perdiera; sea eternamente bendito. Ya puede usted pensar que he cumplido una parte de mi deber con la difunta y no pienso dejar tan pronto de rogar por ella. Sin embargo, no me inquieta su salvación. Tengo muchos motivos para creer que su alma es bienaventurada, porque ha sido sumamente probada en esta vida y fiel a Dios en todas esas pruebas.

Ahora es necesario pensar en usted. No dudo de que la pena que ha tenido su madre, durante su enfermedad, respecto a usted, esté bien fundada. Me parece que su ternura para con ella llega al exceso, y que usted la prefiere a Dios lo mismo que hace con sus otros parientes. Después de lo que le ha dicho, me admiro de que no lo haya realizado todavía. Se entretiene usted con escrúpulos sobre lo que ha hecho en servicio de su hermana, y no tiene en cuenta que deja pasar el tiempo de hacer a Dios un sacrificio que expiaría todas sus faltas pasadas. Vamos, vamos a la cruz, señorita, y acordémonos de que debemos amar a Jesucristo más que a todo lo demás. Si viene aquí ( = ¿si me escribe?)será bienvenida, pero preferiría que fuera a Santa María.

Tengo gran deseo de que la señora (de Maréschalle) sea santa, pero temo mucho que sus bienes sean un obstáculo para ello. Dígale de mi parte, que si regatea con Dios, y da una parte de su corazón a las criaturas, es la persona más ingrata que conozco; porque, después de la bondad que ha tenido con ella Nuestro Señor, aunque tuviera cien millones de fortuna, debía sacrificarlos todos para servirle. Maravilla que tan poca cosa sea capaz de detenerla en tan buen camino y que renuncie, por cualquier razón que sea, a los favores que tan buen Señor le prepara. Según el modo con que Dios comenzó con ella, debía ser ya tan santa como los más grandes santos; exhórtela a que recuerde los primeros días de su conversión; soy testigo y nunca pienso en ello sin alabar la misericordia infinita de Nuestro Señor.

En cuanto a usted, señorita, ponga toda su confianza en Dios y no en criatura alguna; ponga toda su esperanza en Él; espérelo todo de Él, y no de criatura alguna; ni aun de sus directores, quien quiera que sean; no pueden nada sin Nuestro Señor, y Él lo puede todo sin ellos.

Guárdese en adelante de ese aire altivo tan contrario al espíritu de humildad, y que irrita más la cólera que si se mostrase colérica. Es preciso callar, pero también se debe hablar, cuando hay motivo para creer que el silencio molestará.

En fin, señorita, es necesario ser paciente con buena fe, y dulce como Jesucristo hasta el fondo del alma. Le recomiendo esta virtud sobre todas las cosas, es preciosa a los ojos de Dios.

Me parecen bien las visitas a los pobres con la señora N… Sólo hay que señalar el tiempo y el número, y tener cuidado de que no le hagan faltar a usted ni a ella a sus deberes domésticos, y también cuidar de no disiparse en esos actos de caridad.

Converse usted algunas veces con sus buenas amigas de cosas santas; es dulce hablar de lo que se ama, pero más todavía con Jesucristo dentro de su corazón.

Adiós, señorita, ruegue a Dios que me haga la gracia de morir enteramente a mí mismo.

La Colombière

CARTA CXXV

Londres, 1677-78

Señorita:

Su carta[2] me ha gustado tanto como la mía le gustó a usted. No hay que pensar en hacer tantas confesiones generales; la que hizo usted me pareció muy buena; todas las inquietudes que le vienen sobre este punto son meras tentaciones. Si tiene a veces grandes deseos de humillarse, y al fin de la confesión ordinaria quiere decir algún pecado del pasado, puede hacerlo. Si después de hacer esto queda turbada, no vuelva a hacerlo más. Si quieren que comulgue en la semana, hágalo sin vacilar; es un bien que Nuestro Señor le envía; no debe rehusarlo. Somos indignos de ello, pero cuando el Señor manda, a usted le toca obedecer.

Desearía mucho que N… fuera más razonable de lo que es; lo desearía, digo, por su interés; por el de usted quisiera que fuese usted la primera en cambiar; no sea que Nuestro Señor tenga que reprocharle que no ha sido paciente sino cuando no ha tenido nada que sufrir. Yo quisiera, si fuera posible, que de una vez usted se persuadiese de que las cosas seguirán siendo como hasta hoy, y que tomara la resolución de guardar por amor de Dios un silencio eterno sobre la conducta de ese hombre, que la misericordia infinita le ha conservado para purificarla y hacerla santa por esas menudencias que han estado a punto de perderla. He aquí un consejo de amigo. Aunque estuviera tan cerca de usted como lo estoy de distante, no podría decirle otra cosa. Hay que sacrificar, si es necesario, todo lo bueno que Dios le ha dado para conservar la paciencia y la paz del alma. Estoy persuadido de que sólo de eso depende que sea usted feliz y completamente agradable a Dios. Abandónelo todo a la Providencia, y haga de buen grado lo que hasta ahora ha hecho regañando y murmurando. No digo que conceda usted más ni que le tire a N… el dinero a la cabeza, pero cuando Dios permita que se vea como forzada a dárselo para tener paz, no vacile; o si se lo niega, como puede hacerlo, hágalo con toda la dulzura y la calma de espíritu que pueda. En cuanto a él, déjele vivir como quiera, y no le diga nunca una sola palabra sobre su pureza o sobre sus malas costumbres, si cae en ellas. Vea usted si tiene valor para hacer esto por amor de Aquél que la ha amado tan tiernamente, y que la ha atraído a sí cuando pensaba tan poco en hacerse digna de esa gracia.

Ruegue a Nuestro Señor que me perdone mis pecados, que me conceda una perfecta conversión, y que me conserve, si le place, entre los peligros en que estoy de perderme en este país. Agradezco a su hermana su recuerdo; ámense siempre en Nuestro Señor y ayúdense entrambas a salvarse.

La Colombière

CARTA CXXVI

Londres, febrero-marzo 1678

Señorita:

Dios sea alabado por haber movido al fin a su madre a que le conceda disfrutar sus bienes. Espero que sacará usted de ello algún provecho para su alma. Me alegro de que Nuestro Señor le haya dado fuerza para vencer la tentación de murmurar, que le ha causado tantas penas. Convengo con usted en la poca utilidad que ha sacado de las penas de su vida. Pero el único medio de reparar esa pérdida con ventaja es bendecir a Dios que ha permitido que sucediera así, y no dejarse turbar por el recuerdo inútil de lo que ha hecho por N… y lo que habría podido hacer por usted misma.

Sí, se lo repito, no se inquiete nunca por nada.

No piense en otra orden ni en ser Hermana conversa.

La disipación exterior no impide la soledad del corazón, cuando el espíritu está tranquilo y lo deja todo en manos de Dios, cuando se hace con humildad y resignación lo que se hace por el mundo; cuando se cree que nada sucede sin permiso de Dios; cuando se obedece a los hombres como al mismo Dios, persuadiéndose de que sus palabras, sus acciones, su carácter, sus faltas, que todo eso, digo, en general y en particular, está ordenado por la voluntad de Dios, que sabe muy bien lo que nos ha de suceder y lo quiere para nuestro bien y para su gloria.

En cuanto a su oración, hace usted bien en no buscar cosas particulares como tema. Deténgase en admirar las perfecciones de Dios y las virtudes de los santos, y soporte con paciencia las distracciones involuntarias. Le aseguro que todo eso es de gran mérito. Guste, fomente, aumente el deseo que Dios le da de hacer algo por Él. Haga de eso el tema de su oración todo el tiempo que se sienta movida por esos sentimientos.. No pase a otro punto sino cuando su corazón quede vacío de todo buen pensamiento; si está ocupado siempre por movimientos de admiración, de deseo, de vergüenza, de dolor, de sumisión, de desprecio del mundo, de amor de Dios, de respeto a su presencia, podrá usted prescindir de libros, y tendrá razón. Esos grandes deseos pueden significar algo. Piense un poco qué puede hacer por Dios. ¿No tiene usted ninguna idea a ese respecto?

1.-Una sumisión ciega a su voluntad en todos los asuntos domésticos, de modo que entregue su corazón al gozo y a la paz del Espíritu Santo.

2.-Un mayor desprecio del mundo y de sí misma, etc.

El examen particular es excelente, hágalo con cuidado. Tenga un grande amor a la castidad; que llegue tan lejos como sea posible: los ojos, los vestidos, en público lo mismo que a solas; siempre sumamente recatada.

La Colombière

CARTA CXXVII

Londres, abril de 1678

Señorita:

Ruego a Nuestro Señor que la colme de sus más grandes bendiciones.

Le estoy muy agradecido por las oraciones que reza y hace rezar por mí; nunca dudé de su caridad; sin embargo, he visto con gusto la relación que usted me hace, y me ha consolado y confirmado en la esperanza que tengo de que Nuestro Señor tendrá piedad de mí, puesto que le ruega con tanta insistencia una de sus más queridas servidoras, a cuya oración no creo que niegue nada, puesto que se le ha entregado toda entera.

He examinado todo lo que me dice de su oración; viva tranquila, todo va bien y muy bien, a Dios gracias, continúe con entera confianza en su buen Maestro.

Me habla usted de entrar en Santa Clara. Pero para responderle quisiera yo saber:

l.-Si ese pensamiento le agrada, si la alegra cuando se presenta, si le turba cuando viene, o cuando se aleja.

2.-¿Cómo podrá ejecutar ese proyecto?

3.-¿En qué lugar?

4.-¿Cómo arreglaría ese asunto?

5.-¿Cómo lo recibirá su madre, y si en caso de necesidad tendría usted valor para dejarlo todo sin despedirse?

Cuando me haya respondido a esto le diré lo que pienso.

Manténgase siempre en pensamientos de confianza, mientras quiera Dios dárselos. Cuanto más miserables somos, más se honra a Dios con la confianza que tenemos en Él. Pero me parece que si su confianza estuviera en el punto en que debe estar, no se atormentaría tanto con lo que le puede suceder; todo lo abandonaría en manos de Nuestro Señor, esperando que cuando Él quiera de usted algo se lo dará a conocer. Si no estuviera usted ahora en el estado en que Dios la quiere actualmente, no le haría las gracias que le hace.

Dios sea alabado por el provecho que ha sacado de la tentación, y por los otros dos favores de que tendrá que hablarme la próxima vez; lo espero como una cosa que me ha de ser muy agradable, y que me obligará a alabar la bondad de Aquél a quien usted sirve.

No tengo nada que decirle respecto a la confesión general; puede usted tomar su resolución sobre lo que le he escrito.

Visite lo más que pueda a los enfermos pobres. Hable de Dios cuando se presente la ocasión, sobre todo con su hermana pero siempre sobriamente, por temor de que se evapore el perfume. Sin embargo, es bueno que manifieste un poco de confianza a su querida hermana, sin darse a conocer demasiado y sin querer enseñarla; pero no me parece bien que las conversaciones sobre la oración se conviertan en bromas.

Hay que desear hacer que se ame a Dios, pero, como le digo, sobriamente. Porque creo que Nuestro Señor le pide una vida muy oculta y que sea toda para Él. Tenga firme confianza, no piense sino en vivir en el estado en que está.

Goce del dominio de sus bienes: ahorre lo que pueda sin inquietarse por ello sin embargo, y luego veremos lo que ha de hacer con esos ahorros.

No hable más a su madre de nada ni le dé a conocer sus intenciones; respétela, tenga mucha condescendencia con ella; pero no le manifieste los proyectos de vida retirada que pueda tener.

La Colombière

CARTA CXXVIII

Londres, 1678

Señorita:

Creo haber respondido a todos los puntos de su carta. Me parece bien que use usted de sus propiedades de la manera que me dice; esto es, arrendándolas y disponiendo de la renta; pero no creo que deba mirar como una desgracia la obligación en que está de emplear su tiempo en servir a sus hermanas. Este ejercicio vale más que todos los que usted deja. Todo lo que hace por los demás lo hace también por sí, más que por ellos, puesto que trabaja por Dios y practica al mismo tiempo la obediencia, la humildad y la caridad. Me gusta el amor que siente por la soledad y le aconsejo que se haga una celda en el corazón, a imitación de santa Catalina de Sena, de donde no salga nunca ni siquiera para las ocupaciones exteriores, sin demasiada tensión, sin embargo. Pero no apruebo ese disgusto que le causan las dificultades en que la ha puesto la Providencia y en que la retiene a pesar de lo que usted desea; Me parece que todo lo que viene de Dios debe recibirse con humildad, silencio, dulzura, gozo espiritual y perfecta tranquilidad. Usted cree que tendría menos distracciones si no estuviera metida en los negocios en que Dios la ha puesto, y yo creo que tendría menos si tomara esos negocios con más conformidad con la voluntad de Dios, y si se considerara en sus ocupaciones como una sierva de Jesucristo, a quien ocupa su Señor donde le place, y que está igualmente contenta con cualquier servicio que le pida. Trate de vivir en el estado en que está como si no debiera salir nunca de él, y piense más bien en hacer buen uso de sus cruces que en descargarse de ellas bajo pretexto de estar más libre para servir a Dios. Espere de la Providencia los medios que ella le ha de enviar para realizar su proyecto; proveerá a ello seguramente. La inquietud que esto le causa no viene de Dios; échese en sus brazos, y espere allí sus órdenes en profunda paz.

Puesto que su madre quiere que reciba usted sus bienes, hágalo, pero vea a quién los arrienda. El pensamiento de entrar en un monasterio en forma de pensión no me parece mal; pero dudo de que tenga usted suficiente renta para ello. Además quisiera saber en qué monasterio. Encuentro muchas dificultades. Un poco de paciencia: Dios le abrirá tal vez algún camino.

Tomo parte en todos los males que sufre, y pido a Nuestro Señor; que se los envía, que la colme al mismo tiempo de los dones y gracias de su Espíritu Santo. No dudo de que usted recibe sus cruces con los mismos sentimientos de un amor purísimo y muy ardiente. Espero que saldrá de estas pruebas muy pura y agradable a Dios.

Me encomiendo en sus oraciones y soy, en Nuestro Señor Jesucristo,

Todo suyo.

La Colombière

CARTA CXXIX

Londres, junio-julio de 1678

Señorita:

No se atormente en manera alguna por la restitución de que me habla, y no piense ya sino en vivir constantemente en la resolución que Nuestro Señor le ha inspirado. Soporte con humildad y paciencia el estado de insensibilidad en que se halla; es una penitencia que ha merecido, y Dios mismo se la impone para hacerle expiar todas sus faltas. Ha esperado justamente hasta después de su confesión general para sustraerse así toda gracia sensible, a fin de que usted no pueda dudar de la razón de por qué lo hace, y esté bien persuadida de que es castigo por sus pecados. Si es necesario, para estimularla a la compunción, recordarle las faltas pasadas es porque no quiere que pierda usted ese recuerdo. No es necesario, sin embargo, examinarse con demasiados pormenores; basta que usted se arrepienta en general de los desórdenes y cobardías que deben causarle mayor confusión. Es una misericordia muy señalada que Dios no le haya tratado desde el principio según sus méritos; eso habría sido causarle disgusto del bien, y como no conocía todavía sino imperfectamente la extensión de sus ofensas, una conducta severa y rigurosa de Dios habría sido menos útil. Todo esto, muy lejos de quitarle el valor, debe llenarla de esperanza. Si sucediera de otro modo habría que temer que estuviera usted en una ilusión y que olvidara la humildad, que le es tan necesaria. Toda la dificultad que siente en la práctica de esta virtud no servirá sino para aumentar su mérito. En una palabra, su disposición presente es la que yo desearía tener, si estuviera en su lugar. Espero que Aquél que tiene la bondad de mantenerla en ella le dará los socorros que necesita para aprovecharla. Se lo pido con todo mi corazón. Los favores que reciba usted, después de tan larga y generosa penitencia, no le serán ya sospechosos. Haga, pues, esa penitencia con fortaleza, valor y humildad; créase además indigna de llevar esa cruz que Dios le envía para disponerla a ser una esposa digna de Él.

Soy, señorita, todo suyo en Nuestro Señor.

La Colombière

CARTA CXXX

Lyon, 1679

Mi muy querida Hermana en Nuestro Señor.

Su Reverenda Madre me ha asegurado que está usted ahora en una disposición mucho mejor de lo que hubiera podido creer por sus últimas cartas. Tal noticia me ha dado demasiado gozo para que se lo manifieste. Alabo a Dios con todo mi corazón. Esto me hace pensar cuál sería el consuelo que yo tendría si usted fuera tan buena y estuviera tan contenta como lo deseo. ¡Ay!, mi querida Hermana, qué lejos estaríamos de encontrar mal que prefirieran a cualquiera de la tierra antes que a nosotros, si tuviéramos completo conocimiento de nosotros mismos y quisiéramos recordar todas las faltas que hemos cometido. ¿Podría amarnos más Nuestro Señor que procurándonos cruces y humillaciones que puedan hacer las veces de penitencia, y ahorrarnos la confusión que recibiremos en el día del juicio, si no tratamos de anticiparnos sometiéndonos a todas las que nos vienen en esta vida? Continúe pues, mi querida Hermana, desprendiéndose de todo juicio, de toda voluntad propia y sacrificando a la obediencia y a la justicia de su buen Maestro todo el honor que pueda esperar en este mundo.

Me pide usted noticias de mi salud; le diré ingenuamente que las frecuentes recaídas que experimento me habían hecho comprender que Dios no quería servirse de mí, y que yo era indigno de emplearme en la dirección de las almas. Esto no impedirá que la recuerde constantemente delante de Nuestro Señor. Tenga la caridad de rogarle también que me haga la gracia de no tener nunca otro deseo que el de agradarle. Trate usted, por su parte, de hacerse todavía más delicada en todo lo que puede agradar o desagradar a su Esposo, el más sabio, el más razonable y el más amable de los hijos de los hombres. Valdría mil veces más haber ofendido a todo el género humano, y haberse convertido en objeto del odio de todas las criaturas, que haber desagradado en lo menor del mundo a un Esposo tan perfecto.

Soy todo suyo en Jesucristo.

La Colombière