Luís-María Mendizábal Ostolaza, S.J.
No hace falta recordarlo, y aquí lo supongo, que entendemos el culto al Corazón de Jesús en el sentido presentado por “Haurietis Aguas”. No es simplemente una imagen o una reliquia o una serie de plegarias y prácticas laterales.
Diría que la verdadera y genuina devoción al Corazón de Jesús es «vivir el cristianismo a la luz del misterio del Corazón de Cristo». Es vivir la vida diaria iluminada por la fe en el amor de Jesucristo, revelación del amor del Padre, y fuente de sus designios amorosos de redención realizados cada día también en el mundo de hoy. El cual «vivir a la luz» presupone la contemplación penetrante y ardiente del misterio mismo del Corazón abierto de Cristo.
El Corazón de Cristo es Jesucristo resucitado vivo de Corazón palpitante que amó al hombre, a cada hombre, hasta la cruz, que está cerca de cada hombre, que le ama ahora con corazón humano, que le da continuamente el Espíritu Santo, que lleva ahora adelante con corazón humano la obra de la redención, que es sensible a la respuesta del hombre, que introduce a cada hombre en el drama de amor de su misterio-de redención.
Y la tonalidad de la respuesta está marcada por la consagración, entendida, más allá de un acto de culto, como una actuada donación de si mismo, como respuesta de amor; y por la reparación, es decir, por la asimilación personal y asociación consciente a la obra de la redención desde el corazón y al unísono con el Corazón redentor de Cristo.
Esta visión central del culto al Corazón de Jesús, es la que empapa toda la teología, la pastoral y la catequesis. Más que presentar una tesis teológica sobre la legitimidad del culto al Corazón de Jesús a manera de apéndice de la Cristología, se trata de presentar la Cristología misma a la luz del misterio del Corazón de Cristo. Y lo mismo vale de la pastoral y de la catequesis.
Así el Corazón de Cristo sintetiza sapiencialmente todo el misterio cristiano en su cordialidad fontal: la manifestación del amor del Padre y la enseñanza del amor al Padre; la riqueza de los tesoros de Dios; las virtudes y sentimientos de Cristo; la inmolación expiatoria de Jesús en Getsemaní y en la cruz; la comunicación del Espíritu Santo como don de amor; el amor esponsal de Cristo a la Iglesia; el sentido personal de la redención vivida en el Corazón; el contenido profundo de la Eucaristía; el amor misericordioso que se expresa y derrama en la penitencia…
El Corazón de Cristo abierto en la cruz es el gran punto rojo en que confluye el cielo y la tierra[6]. Es revelación del amor del Padre y ejemplar supremo del amor del hombre al Padre. Es el Mediador en su corazón. En ese corazón humano está el mundo entero envuelto en amor ofrecido en inmolación al Padre: están todos los pecados del mundo por los que él muere. Y está todo el amor de Dios que quiere salvar a esos hombres, que entrega a su hijo por nosotros, en ese Corazón de Cristo que se entrega a sí mismo por nosotros, que nos da el Espíritu Santo, como fruto de esa entrega de amor. Es la presentación maravillosa que hace Juan Pablo II, presentando el misterio del Calvario.
Es el Corazón de Cristo izado en alto para que atraiga los corazones de los hombres y les enseñe y comunique la actitud interior que deben mantener en su vida cristiana. Es lo que Jesucristo proclamaba: «Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón» (Mt 11,29) y lo que pedía en su oración sacerdotal: «Para que el amor con que me amaste esté en ellos y yo también en ellos» (Jn 17,26), y a lo que él mismo exhortaba: «Como el Padre me amó, así también os he amado yo.. . amaos unos a otros como yo os he amado» (Jn 15,9.10).
Ese «como» no significa un simple ejemplo exterior. Sino que el «como» joaneo es también, participación. Participación de los sentimientos actuales de Cristo glorioso que mantiene su misma oblación, que en él no tiene ahora una humanidad capaz de sufrir, pero sí la tiene en nosotros.
Cada cristiano participa su amor de Cristo glorioso según su propia vocación. El sacerdote participa el corazón sacerdotal de Cristo y lo nutre en la Eucaristía, donde se le da en su oblación sacerdotal de la cruz donde contempla en la adoración y presenta al pueblo el Corazón de Cristo que se identifica con la Eucaristía. Su oficio es ser la revelación del misterio del corazón escondido en los velos eucarísticos. Y manifestar en sí mismo el corazón mismo de Jesucristo buen Pastor, puesto que debe ser la visibilidad del Buen Pastor, haciendo accesible en sí ese Corazón.
El Corazón sacerdotal de Cristo manifestado al sacerdote determina su vocación hacia una intimidad con Cristo adhiriéndose a él como amigo, que debe a su amigo la redención y todo su ser, pues por su sangre ha sido salvado: es un fiel redimido por Cristo.