El Corazón de Jesús centro de lo divino y humano de Cristo (I)

P. Luis María Mendizábal S.J.

Pío XII En la encíclica “Haurietis Aquas”, citaba haciendo la suya una expresión que había escrito el Papa Pío XI en la encíclica “Miserentissimus”: “¿No están acaso contenidos en esta forma de devoción el compendio de toda la religión y aun y la norma de vida más perfecta?”. La expresión de Pío XI Nos dice que la devoción al Corazón de Jesús sea en sí el compendio, la quinta-Esencia, De manera que a quien no la tuviera le faltase lo sustancial del cristianismo; sino que dice: “en esta forma de devoción se contiene el compendio de toda la religión”.

Pero a su vez ese “contener” creo que hay que entenderlo en su sentido pregnante. Quiero decir que “expresa”, “simboliza”, “sintetiza”, “lleva directamente a la quinta-esencia de la vida cristiana”. Diríamos que propone a la veneración la quinta-esencia; y propone a la práctica quinta-esencia. Esto ya tiene una enorme fuerza. Podemos decir, claro está, que en todo el cristianismo se contiene la quinta-esencia. Pero no podríamos decir que en una devocioncilla particular se contiene la quinta-esencia. En cambio el Papa viene a decirnos que en esta forma de devoción del misterio del Corazón de Jesús se contiene, se expresa, se propone, la quinta-esencia del cristianismo.

Esto nos orienta para comprender mejor qué significa el Corazón de Jesús. Ha habido elucubraciones muy profundas sobre estos temas. Se ha hablado de cómo el Corazón es una brotó palabra, que es una palabra humano-total, que se refiere a la unidad del compuesto humano, el cual es espíritu encarnado y carne espiritual izada. Se ha hecho ver qué corazón es un concepto simbólico real de ese centro de la persona. Muchas de estas elucubraciones y cuestiones han sido ricas aportaciones. Pero se refiere mucho al concepto, a la palabra, como estática: la palabra “corazón”, “corazón del hombre”. Creo que se refiere y explican menos de la presentación del corazón. Ahora bien, en el misterio del Corazón de Jesús es fundamental caer en la cuenta de que no se trata simplemente ni de un puro símbolo, ni el puro corazón-órgano. Sino que se trata de Cristo que muestra el Corazón con ciertos símbolos como son el fuego de la caridad hasta la cruz y los signos de la respuesta ingrata: lanzada, espinas, cruz. Ahora bien, ese gesto de mostrar el corazón no significa sólo y simplemente el centro de la persona, sino que representa la actitud que podemos denominar como “interioridad cordial abierta”, “interioridad comunicada”. Y comunicada con el signo de la incomprensión grabado en ella. Y comunicada de manera que al mismo tiempo incita a la relación plena y a la respuesta perfecta a ese amor comunicado.

Por lo tanto lleva consigo una riqueza tan enorme que podemos decir que realmente va a encontrarse ahí el centro del humano y de lo divino en Cristo, en el doble sentido que constituirán las partes de lo que vamos a exponer en esta conferencia: a) En la misma persona y obra de Cristo y b) en la humanidad redimida en Cristo; la cual siempre está en camino, siempre está conducida por el amor de un Dios que busca la redención del mundo, a cuya iniciativa de redención el mundo no responde. Ahí es donde nos encontramos en el centro del humano y lo divino. En el punto crucial, como dice Urs Von Blathasar, en ese punto rojo que es como la estrecha abertura del reloj de arena, donde se comunica al humano y lo divino.

Así hay que entender el Corazón de Jesús para presentarlo como centro. No es el puro órgano, no es tampoco el centro de la persona sin más, sino el corazón, la interioridad de Cristo abierta. Como veremos es la interioridad del Padre abierta en Cristo, es la integridad de Cristo comunicador del Espíritu Santo, es toda la riqueza de Dios que se da, de Dios que se abre y de Dios que no es correspondido en su entrega de amor. No es correspondido por la humanidad, no sólo por este sujeto al que aquí habla; sino por la humanidad. Y por lo tanto nos inserta plenamente en lo humano y en los divino, En ese doble horizonte. Es la grande riqueza del Corazón de Jesús: nos lleva a lo más profundo del hombre, que es no sólo lo personal, sino su responsabilidad en la humanidad, la que tiene todo hombre, como se muestra en el mismo Cristo, que se hace hombre-redentor de la humanidad. Todo cristiano como redimido es redentor con Cristo redentor.

Lo que significa ese corazón que se abre es la intimidad abierta. Claro está que la intimidad es diversa según la persona. En el caso de Cristo es toda la intimidad humano-divina de Cristo. Por eso su corazón no es puro símbolo, como cuando hablamos del Corazón del Padre. Rahner nos habla del símbolo-real, que él analiza. El símbolo-real se da cuando una realidad tiene que realizar algo distinto de ella para ser lo que es. Por ejemplo dos. El espíritu del hombre Formando el cuerpo (porque el cuerpo sin el espíritu no es cuerpo), se hace y se expresa como espíritu humano. Por eso el cuerpo vivo es símbolo-real del espíritu del hombre. De esta misma manera el corazón palpitante es, al menos, símbolo-real del amor humano; porque está vinculado de la manera indicada a ese mismo amor. En este sentido, en el Corazón de Jesús se trata de la intimidad abierta humano-divina, corporal-espiritual de Cristo; es parte de su ser, es expresión constitutiva de la misma realidad que expresa; el corazón está implicado en el fuego de su amor. Por lo tanto tenemos la intimidad humano-divina abierta de Cristo, que se entrega, que se abre. Dicho con otra palabra, la persona divina ama con corazón humano.

Resultan siempre impresionantes las palabras del Concilio: “trabajó con manos de hombre, amó con corazón de hombre”. Sólo que hay que insistir en un aspecto ulterior, que me parece fundamental para entender lo que vamos a decir.

Impresiona esa palabra que ha puesto el Concilio: ”amó con corazón de hombre” pero es que además tenemos que añadir que Jesucristo ama ahora corazón de hombre.  Y esto es lo que de manera especial recalca la visión de. Y esto es lo que hay que retener sustancialmente hoy existe peligro de no recalcarse. Porque hay cierta presentación de la resurrección de Jesucristo, en la cual no se puede decir ya que ama con corazón de hombre. Y sin embargo hemos de admitir que ahora ama con amor humano, con corazón de hombre. Y Sin embargo hemos de admitir que ahora ama con amor humano, con corazón de hombre; porque si no, la resurrección no es verdadera resurrección.  ¿Cómo está ese cuerpo resucitado? No lo sabemos con precisión absoluta. Pero tenemos que decir que ama con corazón de hombre. Si no, el Verbo de Dios ya no sería Hombre. Y es hombre y será hombre. Realismo de la humanidad resucitada de Cristo que se implica también vigorosamente en la Eucaristía cuyas palabras institucionales recalcan la verdad de la humanidad de Cristo resucitado:  ”Esto es mi cuerpo” como recalca ese realismo en la vida de Cristo y del cristiano el Apóstol San Pablo en diversos lugares de sus escritos.

Esta idea que parece así muy fuerte, está repetida claramente por Pío XII En la preciosísima encíclica “ Haurietis aquas”. Después de exponer como el Corazón de Jesús es signo y expresión del triple amor: divino, infuso y sensible, que aparece en los actos, enseñanzas y milagros de la vida de Cristo, escribe: “debemos meditar los latidos de su Corazón con los cuales pareció que medía los momentos del tiempo de su peregrinación terrena hasta el supremo instante en el que, como atestiguan los evangelistas, Jesús lanzó un grito y dijo: “todo está cumplido”; e inclinando la cabeza entregó el espíritu. Fue entonces cuando el latir de su corazón se detuvo y su amor sensible quedó suspendido hasta el instante en que, incida la muerte, resucitó del sepulcro. Unida de nuevo el alma del Redentor victorioso de la muerte a su cuerpo glorificado, su Corazón sacratísimo volvió a tomar sus latidos regulares y desde entonces no ha cesado nunca, ni cesaran jamás de significar con su ritmo, que se ha hecho ya para siempre tranquilo e imperturbable, el triple amor que vincula al Hijo de Dios a su Padre celeste y a la entera comunidad humana de la cual es con pleno derecho, cabeza mística”.

Son Expresiones formidables. Y no Es sólo eso. Más adelante envuelve la Encíclica a ofrecernos estas expresiones:

“El Corazón de Jesús es fuente de la caridad divina que el Espíritu Santo difunde en la Iglesia. Nada por lo tanto nos prohíbe adorar al Corazón sacratísimo de Jesús como, con-partícipe y símbolo el más expresivo de aquella in-exhausta caridad que el Redentor Divino nutre todavía por el género humano. Él, de hecho, aunque ya no está sujeto a las turbaciones de la vida presente, está siempre vivo y palpitante”. Y poco antes en la misma Encíclica nos había dicho: “después de que el Salvador subió al cielo y se sentó a la diestra del Padre en el esplendor de la humanidad glorificada no ha cesado de amar a la Iglesia su esposa también con aquel ardentísimo amor que palpita en su Corazón “.

Esta es la visión del corazón de Cristo. No es, pues, como una reliquia, como se podía rendir culto al corazón de Santa Teresa que se conserva momificado en Alba de Tormes, sino que se trata de esta realidad de Cristo, pero insistiendo y subrayando en este aspecto real y signo de su donación íntima, abertura íntima, que se expresa en el símbolo-real –Como dicen los teólogos – del corazón. Ahora, pues, nos ama con su corazón humano, en su cuerpo glorificado, con la misma verdad que en su vida mortal.

Ahora bien. Ese corazón así entendido –No se trata pues del órgano simplemente tal, puesto que no podríamos decir todo eso solo del órgano, sino así entendido como acabamos de proponerlo-, en toda su riqueza, es centro del humano y de lo divino en Cristo. Sólo quiero presentar una somera indicación de las líneas de pensamiento por las que debería llevarse el tema que ese normalmente rico y amplio.

Cristo es el centro del mundo y del cosmos. Tal es el comienzo de la encíclica “Redemptor Hominis”: “El redentor del hombre Jesucristo es el centro del cosmos y de la historia”. Es el centro. ¿En qué sentido es el centro? ¿Cómo es el centro de la Iglesia y de la historia? ¿En qué sentido decimos centro? El fin último, al fin y al cabo, es el Padre. Pero en cuanto síntesis, en cuanto cumbre de este cosmos que lo ordena a Dios Padre, Cristo es centro, es la cumbre de la creación, del mundo creado.

Podríamos ver esto en dos pasos. El hombre es la cumbre de la creación, el hombre en cuanto que sintetiza en sí mismo materia y espíritu, en un sentido ontológico. Pero esa unión de sentido ontológico, materia y espíritu, se ordena a que sean también la cumbre vitalmente, a que la tendencia de la creación hacia Dios se hará en él consciente y de esta manera sea él sacerdote de la creación que vuelva esa creación a través de su conciencia hasta Dios, que es la cumbre de la creación.

El hombre es, pues, cumbre de la creación por su corazón. En eso queremos indicar como la cumbre del hombre es su corazón; entendiendo por corazón el amor humano del hombre. Es el aspecto culminante superior. El hombre amando a Dios y uniéndose a la creación en ese amor de Dios, llega a entender como toda esa creación bien en el amor de Dios y de esa manera da el culto a Dios en la entrega de sí mismo en  amor. En ese sentido vale de manera particular lo que decíamos: el hombre que es cumbre de la creación por su corazón, entendiendo ahora corazón en el doble sentido de la cordialidad, abertura a la humanidad entera, y al cosmos, que acoge con el sentido transparente que tiene de don de Dios, para devolverlo en amor a Dios. Eso es el hombre y a eso está destinado. Desde el principio esa debía de haber sido la coronación de la creación. El hombre estaba ordenado a ello a través de una verdadera amistad con Dios.

Notemos bien que cuando estamos hablando de corazón, de amor, entendemos siempre el amor en el sentido de amor personal, que tanto recalca la encíclica Redemptor Hominis: “a cada hombre, a todo hombre”. El hombre singular es objeto de ese amor personal de amistad de Dios. Es lo que manifiesta el corazón abierto. No es sólo simplemente un entusiasmo por las cosas o personas, sino es entrega de amor. Invitado el hombre a esa amistad con Dios, en la cual dominará el mundo, se rebeló contra Dios; no quiso aceptar su abertura hacia Dios. Ni quiso aceptar su abertura hacia la creación; sino que de hecho quiso constituirse  dueño de la creación independientemente de Dios, ordenando toda ella a sí mismo. Es lo que ha formado la humanidad pecadora alejada de Dios, dominada por el egoísmo, sujeta a la vanidad.

A esa ruptura del plan de Dios por parte del hombre, corresponde la fidelidad de Dios, lo que podemos llamar el amor loco de Dios, que, desechado por el hombre, persiste en su invitación de amor al hombre a través del misterio de la redención. Y aquí es donde surge Cristo (no vamos a hablar de la cuestión teológica del motivo del decreto de la Encarnación), que es cumbre de la redención De la creación y de la elevación del hombre.

Aquí podemos decir: Cristo es centro del cosmos, de la historia, de la Iglesia. Y como decíamos del hombre: que el hombre no es simplemente centro del cosmos por su realidad ontológica, sino que además es centro por su corazón en su realización de amor y de su amor material-espiritual, en su realidad material-espiritual; esto se va a cumplir y llevar a perfeccionamiento en Cristo, si Cristo es el centro del cosmos, de la historia y de la Iglesia, lo es por su corazón. Aquí llegamos al Corazón de Cristo. Podríamos decir, pues que el Corazón de Cristo es precisamente aquello por lo que él es centro de la creación, de la redención, el centro de la humanidad y de la historia entera.

 

En efecto, Cristo es centro de la creación, unión del humano y de lo divino, en sí mismo, en su realidad ontológica, en su unión hipostática. Como el hombre une lo espiritual y lo material, Cristo une además en sí, en su unidad, lo divino y lo humano. Es Dios-Hombre. Es mediador. Mediador no es el que ciclista de los extremos sino el que participa de los extremos, el que es los extremos. Eso es Cristo.  Es Dios-Hombre En unidad de persona. Dios-Hombre. Lógicamente, existencialmente. Y entonces tenemos el ser de Cristo, con todas las cuestiones teológicas surgidas a lo largo de la historia de la Iglesia sobre la realidad de la naturaleza humana de Cristo Contra los  doketistas. Y luego las cuestiones referentes al obrar de Cristo. Se subraya la realidad de la voluntad humana de Cristo, con las problemáticas de los monoteletas bastante más adelante, en cuya polémica se clarifican los conceptos y se declara explícitamente que en Cristo hay también una voluntad humana.

Pero antes de adentrarnos en ese misterio de voluntad y amor, hacemos una reflexión. Desde el momento de la encarnación una naturaleza humana, y más concretamente un corazón humano, se ha hecho símbolo-real de Dios. Es impresionante. Con la asunción de la naturaleza humana, muestra Dios cómo se inclina hacia cada hombre con inclinación amorosa eterna, para revelarle y declararle su amor, el que es y tiene, entrando en la vida de la humanidad. El hombre le está a Dios “muy en el corazón”. Dios no es el indiferente y frío, sino el amor que vino que conlleva un exceso de entrega, mucho más allá de lo que se le corresponde. Expresión y representación del Dios siempre mayor que el comprender humano, cuya matriz tu máxima es la de su darse sin límites.

Dios no sólo tiene corazón humano, sino que éste es símbolo-real de lo que es Dios, y de cómo es Dios. El Corazón de Jesús -dice Monseñor Hhengsbach- es como el meollo de su existencia humana, centro revelador de la conexión entre la humanidad de Jesús y la profundidad divina del Verbo, que ha tomado ese corazón como su propio corazón.

Por otra parte, al encarnarse el hijo de Dios, se ha puesto al mismo tiempo al lado de la humanidad, en representación vicaría de la humanidad. La obediencia absoluta, la asunción del destino de la humanidad pecadora, pone de manifiesto la soberanía y santidad de Dios. Así muestra junto a la misericordia de la justicia y la alteza de Dios. Y el amor uniendolo todo. “El suyo es un amor que no se echa atrás ante las exigencias que en él mismo tiene su justicia”. Se rebelan mutuamente en el corazón de Dios regalado al hombre y en el corazón del hombre regalado a Dios. Pero ha sido la caridad divina la que inundando el corazón humano le inspiró un idéntico amor de entrega total.

Tenemos por lo tanto existencial mente esa unión del humano y lo divino en el actuar de Cristo dentro de la unidad de persona. La Iglesia aclara que realmente Cristo redimió al mundo con su voluntad humana, la voluntad humana de la persona divina con la cual el acepta.

Parece que está ya todo dicho con hablar de la voluntad humana y la voluntad divina. Y sin embargo hoy día con razón se insiste en que hay algo distinto que es el amor y se habla de que el amor es irreductible a la pura de voluntad, porque el amor no es la pura voluntad. Es claro que el amor implica el ejercicio de la voluntad y libertad pero no es puro voluntarismo. Llegamos ya con esto al Corazón de Cristo. Estamos ya en el Corazón de esa persona con su naturaleza humana y divina. Se plantea la cuestión del amor humano y del amor divino en Cristo, en lo cual la Iglesia no se ha pronunciado totalmente, ni puede decirse simplemente resuelto por la definición que se refería a las voluntades de Cristo. Tiene matices diversos; y en su profundización aparece mejor como en el corazón precisamente se encuentra el punto cumbre de la unión del humano y lo divino en Cristo.

Defendía el concilio Constantinopolitano II que existe una voluntad humana en Cristo, unida y conformada indefectiblemente a la voluntad divina, que tiene su espontaneidad natural, que se expresa en el huerto de los olivos en aquella oración de Jesús: “ no se haga mi voluntad sino la tuya”, en una conformidad plena que no elimina la lucha tremenda, las dificultades enormes. Nos hace ver ciertamente que nuestra propia unión de voluntad con Dios no nos exime de problemas, de dificultades, de ansiedades, de tristezas. Al fin y al cabo la voluntad humana de Jesús está firme y conformada con la del Padre. Es la realidad de dos voluntades distintas, pero conformes plenamente por la unión hipostática.

Pero aquí llegamos más adentro: el amor. Vuelvo a repetir que estamos hablando del amor personal que es amor de amistad. Ese amor suele conllevarse y significarse por ciertas resonancias afectivas, emotivas, de sensibilidad, reacciones que llamamos afectivas. En Jesús, en su naturaleza humana tales reacciones y resonancias eran perfectamente. La Encíclica  Haurietis Aquas recuerda muchas de estas reacciones humanas de Cristo, para indicar su amor humano. Hasta aquí no hay problema especial. Pero tratamos de penetrar y analizar en la riqueza que lleva consigo el amor personal y entonces se plantea una cuestión que nos hace entrar hasta lo más profundo de la unión del humano y lo divino en Jesús. El amor personal, como amor, lleva consigo siempre la donación de la persona; si no, no hablamos de amor personal. En el amor personal, en el amor de amistad, la persona se entrega. Ahora bien, si ponemos el amor personal humano de Cristo, tiene que entregar la persona; y como no hay más persona que la divina, tenemos que en lo que toca al amor personal humano de Cristo, en el mismo amor humano se implica la persona divina, por el concepto mismo de amor en su realidad de amor personal. Ya no nos referimos a sus resonancias en los órganos humanos, sino a lo que es entrega personal de amor, propia del amor de amistad. Por eso decía que aquí llegamos al punto crucial en el que realmente las dos naturalezas se unen en la unidad de persona, y en esa operación en la cual no simplemente como responsabilidad o como sujeto de atribución, como sucede en otras actividades de la naturaleza humana de Jesucristo, de Cristo, sino en el concepto de amor como Don Personal se implica el donde la única persona que es la persona divina. Aquí estamos por lo tanto en el punto rojo de la unión del humano y de lo divino, en ese misterio del amor humano de Cristo que es la cumbre y el constitutivo de la redención. No fue sólo un acto de voluntad humana de la persona divina, sino una verdadera oblación de sí mismo al Padre por amor: “me amó y se entregó a la muerte por mí” (Gal. 2,20).

Es, pues, de enorme profundidad, de enorme riqueza. Sugiero solamente esta visión y íntima para señalar los inmensos horizontes que contiene el misterio del Corazón de Cristo y que están sintetizados en el gesto del que abre su corazón.

Añado la presencia y la significación del don del Espíritu Santo. Jesucristo, Hijo de Dios, con su naturaleza humana unida en unión hipostática a la segunda persona de la Trinidad, no sólo tiene la gracia capital, sino que también tiene la caridad. Y esa caridad, infusa también en él, se le da por la comunicación del Espíritu Santo. Es decir que la unión hipostática implica que la persona divina da continuamente el Espíritu Santo con sus dones y frutos a la naturaleza humana, e infunde también la caridad en el Corazón de Cristo. Hemos de tener claro que la unión hipostática no suple todo lo demás, sino que implica y conlleva una continua comunicación del Espíritu Santo a la humanidad de Cristo. Y este Espíritu Santo le conduce.