Jesús, que ha realizado esta institución en el cenáculo, ciertamente no desea revocar la realidad expresada por el sacramento de la última cena. Es más desea de corazón su cumplimiento. No obstante esto, si ora para que “pase de Él este cáliz”, es para manifestar ante Dios y ante los hombres el gran deseo de la tarea que ha de asumir: sustituirnos a todos nosotros en la expiación del pecado. Manifiesta también la inmensidad del sufrimiento que llena su Corazón humano. De este modo el Hijo del Hombre se revela solidario con todos sus hermanos y hermanas que forman parte de la gran familia humana, desde el principio hasta el final de los tiempos. El mal es el sufrimiento para el hombre; y Jesucristo lo siente en Getsemaní con todo su peso, el que corresponde a nuestra experiencia común, a nuestra espontánea actitud interior. Él permanece ante el Padre con toda la verdad de su humanidad, la verdad de un corazón humano oprimido por el sufrimiento, que está a punto de alcanzar su culmen dramático: “Triste está mi alma hasta la muerte” (Mc. 14, 34). Sin embargo, nadie es capaz de expresar la medida adecuada de este sufrimiento como hombre sirviéndose sólo de criterios humanos. En efecto, en Getsemaní quien reza al Padre es un hombre que, a la vez, es Dios y consustancial al Padre.
San Juan Pablo II, carta a los sacerdotes como motivo del Jueves Santo, 13 de abril de 1987.