El Corazón de Jesús está escuchando

Del libro «Que hace y que dice el Corazón de Jesús en el Sagrario.«de  San Manuel González.
                                                

“Mas oyendo Jesús…” (Mt. 9,12.)

 

Pregunto de nuevo al Evangelio, el gran descubridor de los secretos del Sagrario, y me responde que esa es otra de las constantes ocupaciones del Corazón de Jesús en él.

¡Escuchar siempre! Yo invito a los hombres, a quienes aún les queda un poquito de corazón para sentir y agradecer, a que se fijen en lo que significa esa ocupación del Corazón de Jesús que me ha descubierto el Evangelio.

Primeramente fijaos en que no digo oír, sino escuchar, que es oír con interés, con atención, con gusto.

Mirad tres cosas que no las hace nadie en el mundo: Escuchar siempre, escuchar a todos y escuchar todo.

Ni el curioso fisgón, por más interés que tenga en enterarse de todo, ni el amante más firme, por más deleite que tenga en oír hablar a quien o de lo que ama, puede llegar a poseer toda la fuerza de cabeza, de corazón y hasta de sensibilidad que se necesita para escuchar siempre, a todos y todo.

Y sin embargo nuestra sensibilidad, nuestro corazón y nuestra cabeza reclaman, piden con exigencia siempre un oído benévolo.

Decidme que hay un hombre de saber que no encuentra oídos que recojan sus enseñanzas, que hay otro de corazón ardiente que no halla quien quiera recoger sus cuitas, y que hay otro que sufre enfermedades y quebrantos sin poder depositar el ¡ay! de su lamento en un oído compasivo y yo os diré que ese sabio y ese enamorado y ese dolorido no escuchados son los hombres más desgraciados de la tierra.

La soledad, la aterradora soledad, perdería la mitad por lo menos de sus terrores si los que la sufren encontraran quien se pusiera a escucharlos.

Pero ¡qué pena!, la experiencia me ha llevado a hacer un balance entre dolores y alegrías, cariños y odios, anhelos y temores que contar y oídos que se pongan a escuchar y he deducido que hay un gran exceso de aquéllos sobre éstos.

¡Qué bien se entiende ahora la exclamación de los libros santos repetida bajo mil formas! escúchame: ¿a quién iré, Señor, que me escuche? , ¡Y qué bien se entiende así la ocupación del Corazón de Jesús que me descubría el Evangelio: escuchar siempre!

Sí, sí, sabedlo bien, almas que tenéis que contar y no encontráis quien os escuche, saber que en el Sagrario hay quien os escuche siempre, a todos y todo.

                                                           Siempre

 

¿No os acordáis? Lo mismo buscaban al Maestro a la caída de la tarde para que bendijera y curara a los enfermos, que a media noche cuando dormía, para que aplacara los vientos y los mares; lo mismo le pedían en las glorias de la transfiguración que en  las ignominias de la calle de la Amargura y del Calvario… Siempre, siempre escuchaba.

                                                           Y a todos

 

Lo mismo escuchaba al discípulo ingenuo que preguntaba para saber, que al fariseo taimado que le preguntaba para cogerlo, lo mismo a su Madre Inmaculada, que a la mujer pecadora; escuchaba a todos.

                                                           Y todo

La petición de la  fe que hablaba sólo con el corazón en la hemorroísa y en Zaqueo y el grito de la blasfemia del Pretorio, el Hosanna del triunfo y el falso  testimonio, en el llanto reprimido de los penitentes y el mal pensamiento de sus enemigos. ¡Todo, todo lo escuchaba!

Y así sigue viviendo en el Sagrario: escuchando a todos y todo.

Con una gran diferencia entre su manera de escuchar y la que suelen tener los hombres; éstos acostumbran a escuchar sólo con sus oídos, a lo más con la cabeza.

El Jesús de nuestro Sagrario escucha con su oído, porque lo tiene para eso, y con su cabeza, porque siempre atiende y entiende, y sobre todo con su Corazón… ¡porque ama…!

Y ¡Pensar que en muchos Sagrarios no hay quien le hable…! ¡Qué bueno es!

¡Qué bueno es!

¡Madre Inmaculada, Ángeles del Sagrario, hablad mucho al oído de vuestro Jesús en esos Sagrarios de tan doloroso silencio!