San Juan Pablo II
Esta invocación de las letanías del Sagrado Corazón nos invita hoy a contemplar el Corazón de Cristo obediente.
Toda la vida de Jesús está bajo el signo de una perfecta obediencia a la voluntad del Padre, suprema y coeterna fuente de ser. Uno solo es su poder y su gloria, una sola su sabiduría; es reciproco su amor infinito.
Por esta comunión de vida y de amor, el Hijo se adhiere plenamente al proyecto del Padre, que quiere la salvación del hombre mediante el hombre dos. En la plenitud de los tiempos nace de la Virgen Madre con un corazón obediente, para reparar el daño causado al género humano por el corazón desobediente de los primeros Padres.
Por esto, al entrar en el mundo Cristo dice: “he aquí que vengo… Para hacer, oh Dios, tu voluntad” (Heb 10,7). ¡Obediencia es el nuevo nombre del amor!
Los evangelios nos muestran a Jesús en el transcurso de su vida siempre dedicado a hacer la voluntad del Padre. A María y José, que durante tres días lo habían buscado afligidos, Jesús, que tenía doce años, le responde: “¿Por qué me buscábais? ¿No sabíais que yo debía estar en la casa de mi Padre? (Lc 2,49).
Toda su existencia está dominada por ese “yo debo” que determina sus opciones y guía su actividad. A los discípulos les diría un día: “mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado y llevar a cabo su obra” (Jn 4,34), y les enseñara a orar así: “Padre nuestro…, hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo” (Mt 6,10).
Jesús obedece hasta la muerte, aunque nada le resulte tan radicalmente opuesto como la muerte, ya que Él es la fuente misma de la vida.
En aquellas horas trágicas le sobrevienen, inquietantes, el desconsuelo y la angustia, el miedo y la turbación, el sudor de sangre y las lágrimas. Luego, en la cruz, el dolor desgarra su cuerpo traspasado. La amargura-del rechazo, de la traición, de la ingratitud-llena su Corazón.
Pero sobre todo domina la paz de la obediencia: “no se haga mi voluntad, sino la tuya”. Jesús recoge las fuerzas extremas y, casi sintetizando su vida, pronuncia la última palabra: “Todo está cumplido” (Jn 19,30).
Al alba, al mediodía y al atardecer de la vida de Jesús late en su Corazón un solo deseo: hacer la voluntad del Padre.
Contemplando esta vida, unificada por la obediencia filial al Padre, comprendemos la palabra del apóstol: “por la obediencia de uno solo todos serán constituidos justos” (Rom 5,19), y la otra, misteriosa y profunda, de la carta a los hebreos (5,8-nueve): “aun siendo Hijo, con lo que padeció experimentó la obediencia; y, llegado a la perfección, se convirtió en causa de salvación eterna para todos los que le obedecen.”
Que María Santísima, la Virgen de hágase tembloroso y generoso, nos ayude también a nosotros a aprender esta lección fundamental.
- Jesucristo, manso y humilde de Corazón.
- Haz nuestro Corazón semejante al tuyo.
Oración
Oh Dios, Padre de misericordia, que, por amarnos sin medida, nos has dado con inefable bondad a tu hijo Unigénito, haz que, en perfecta unión con su Corazón, que ofrezcamos nuestra vida, oblación digna de ti.
Por Jesucristo nuestro Señor. Amén