Nosotros somos suyos. La Iglesia quiere que miremos, durante todo el tiempo pascual, hacia la cruz y la resurrección, y que en mi damos nuestra vida humana con el metro de aquel misterio que realizó en la cruz y en la resurrección.
Cristo es el Buen Pastor porque conoce al hombre: a todos y cada uno de los hombres. Los conoce con este conocimiento único pascual. Nos conoce porque nos ha redimido. Nos conoce porque “ha pagado por nosotros”; hemos sido rescatados a gran precio.
Nos conoce con el conocimiento y la ciencia más “interior”, con el mismo conocimiento o con que Él, Hijo, conoce y abrazada al Padre y, en el Padre, abraza la verdad infinita y el amor. Y mediante la participación en esta verdad y en este amor, Él hace nuevamente de nosotros, en Sí mismo, los hijos de su Eterno Padre; obtiene, de una vez para siempre, la salvación del hombre: de cada uno de los hombres y de todos, de aquellos que nadie arrebatara de su mano… En efecto, ¿quién podrá arrebatarlos?
¿Quién puede aniquilar la obra de Dios mismo, que ha realizado el Hijo en unión con el Padre? ¿Quién puede cambiar el hecho de que estemos redimidos? ¿Un hecho tan potente y tan fundamental como la misma creación?
A pesar de toda la inestabilidad del destino humano y de la debilidad de la voluntad y del corazón humano, la Iglesia nos manda, a la fuerza irreversible de la redención, que vive en el corazón y en las manos y en los pies del Buen Pastor.
De aquél que nos conoce…
Hemos Sido hechos de nuevo la propiedad del Padre por obra de este amor, que no retrocedió ante la ignominia de la cruz para poder asegurar a todos los hombres: “Nadie os arrebatará de mi mano” (cf. Jn. 10,28).
La Iglesia nos anuncia hoy la certeza de la salvación.