San Juan Pablo II, homilía tenida en San Pedro a las jóvenes del movimiento GEN (Los foco lares) domingo 17de mayo de 1980
¿Qué es lo que os inspira semejante confianza? ¿De dónde sacáis la valentía para proyectar e intentar la empresa ciclópea de la construcción de un mundo unido? Me parece escuchar la respuesta que prorrumpe de vuestros corazones: «De la Palabra de Jesús. Es El quien nos ha pedido amarnos entre nosotros hasta llegar a ser una sola cosa. Más aún, El ha orado por esto».
Efectivamente, es así: hemos vuelto a escuchar sus palabras en el pasaje evangélico que se acaba de proclamar. Jesús pronunció esas palabras en la última Cena, pocas horas antes de dar comienzo a su pasión. Son palabras en las que se encierra el ansia suprema del corazón del Verbo encarnado. Jesús entrega esta ansia a su Padre, como a Aquel que es el único que puede entender toda su intensidad y su urgencia, y que es el único en disposición de corresponder a ella eficazmente. Jesús pide al Padre el don de la unidad entre todos los que creerán en El: «Que todos sean una sola cosa».
Queridísimos jóvenes, generación nueva que lleva en las manos el mundo del futuro: Vosotros habéis decidido hacer del amor la norma inspiradora de vuestra vida. Por esto, el compromiso por la unidad se ha convertido en vuestro programa. Es un programa eminentemente cristiano. El Papa, pues, se siente muy contento al animaros a proseguir en este camino, cueste lo que cueste. Debéis dar a vuestros coetáneos el testimonio de un entusiasmo generoso y de una constancia inflexible en el compromiso exigido por la voluntad de construir un mundo unido.
Vosotros sabéis dónde encontrar la fuente para sacar las energías necesarias para este camino nada fácil: está en el Corazón de Aquel que es «el alfa y la omega, el primero y el último, el principio y el fin» (Ap 22, 13). De El se ha dicho que ofrece a cada uno «gratis el agua de la vida» (ib., ver. 17).