San Juan Pablo II
Pocas páginas del Evangelio a lo largo de los siglos han atraído la atención de los místicos, de los escritores espirituales y de los teólogos tanto como el pasaje del Evangelio de san Juan que nos narra la muerte gloriosa de Cristo y la escena en que le atraviesan el Costado (19, 23-37). En esa página se inspira la invocación de las letanías que acabo de recordar hace un momento.
En el Corazón atravesado contemplamos la obediencia filial de Jesús al Padre, cuya misión realizó con valentía, y su amor hasta el extremo sacrificio de Sí mismo.
El Corazón atravesado de Jesús es el signo de la totalidad de este amor en dirección vertical y horizontal, como los brazos de la cruz.
El Corazón atravesado es también el símbolo de la vida nueva, dada a los hombres mediante el espíritu y los sacramentos. En cuanto el soldado le dio el golpe de gracia, del Costado herido de Cristo “al instante salió sangre y agua”.
La lanzada atestigua la realidad de la muerte de Cristo: murió verdaderamente, había nacido verdaderamente y como resucitará verdaderamente en su misma carne (cfr. Jn 2, 24.27). Contra toda tentación, antigua o moderna, de docetismo, de ceder a la apariencia, el evangelista nos recuerda a todos la cruda certeza de la realidad.
Pero al mismo tiempo tiende a profundizar el significado del acontecimiento salvífico y a expresarlo a través del símbolo. Por tanto, en el episodio de la lanzada ve un profundo significado los como de la roca golpeada por Moisés brotó en el desierto un manantial de agua, así del Costado de Cristo, herido por la lanza, brotó un torrente de agua para saciar la sed del nuevo pueblo de Dios. Este torrente es el don del Espíritu (cfr Jn 7,37-39), que alimenta en nosotros la vida divina.
Finalmente, del Corazón atravesado de Cristo brota la iglesia. Como del costado de Adán que dormía fue extraída Eva, su esposa, así, según una tradición patrística que se remonta a los primeros siglos, del Costado abierto del Salvador que dormía sobre la cruz en el sueño de la muerte fue extraída la Iglesia, su esposa. Ésta se forma, precisamente, del agua y de la sangre—Bautismo y Eucaristía—que brotan del Corazón traspasado. Por eso, con razón afirma la Constitución conciliar sobre la Liturgia: “del Costado de Cristo dormido en la cruz nació el sacramento admirable de la Iglesia entera” (SC 5).
Junto a la cruz, advierte el evangelista, se encontraba la Madre de Jesús. Ella vio el Corazón abierto del que fluían sangre y agua—sangre tomada de su sangre–, y comprendió que la sangre del Hijo era derramada para nuestra salvación. Entonces comprendió hasta el fondo el significado de las palabras que el Hijo le había dirigido poco antes: “mujer, he ahí a tu hijo”: la Iglesia que brotaba del Corazón atravesado era confiada a sus cuidados de Madre.
Pidamos a María que nos guíe para sacar, cada vez más abundantemente, el agua de los manantiales de gracia que fluyen del Corazón atravesado de Cristo.
- Jesucristo, manso y humilde de Corazón.
- Haz nuestro Corazón semejante al tuyo.
Oración
Señor Dios nuestro: al descubrir por la fe de la inmensa caridad del Corazón de tu Hijo, te pedimos la gracia de parecernos a Cristo en la tierra para merecer compartir su gloria en el cielo.
Él, que vive y reina por los siglos de los siglos. Amén