“Corazón de Jesús, rey y centro de todos los corazones”
Jesucristo es el rey de los corazones. Sabemos que durante su vida mesiánica en Palestina el pueblo, al ver los signos que hacía, quería proclamarlo rey. Veía en Cristo un justo heredero de David, que durante su reino llevó a Israel al culmen del esplendor.
Sabemos también que ante el tribunal de Pilato Jesús de Nazaret, a la pregunta: “¿Tú eres rey?”, respondió “Mi reino no es de este mundo … Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: a dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi voz” (Jn. 18, 33.36-37).
Este mundo Cristo es el rey de los corazones. Nunca quiso ser soberano temporal ni siquiera sobre el trono de David.
Sólo deseó aquel reino que no es de este mundo y que, al mismo tiempo, en este mundo se arraiga mediante la verdad en los corazones humanos: en el hombre interior.
Y confirmó de nuevo este reino con su resurrección dando el Espíritu Santo a los apóstoles y a los hombres de la Iglesia.
De este modo Jesucristo es el rey y centro de todos los corazones. Reunidos en Él por medio de la verdad, nos acercamos a la unión del reino, en el cuál Dios “enjugará toda lágrima” (Ap. 7,17), porque será “ todo en todas las cosas” (1Cor. 15,28).
Hoy reunidos para la acostumbrada oración del Ángelus Domini, elevamos juntamente con la Madre de Dios, al Corazón de su hijo la invocación: “Corazón de Jesús, rey y centro de todos los corazones, ten piedad de mí”.