San Juan Pablo II
La expresión “Corazón de Jesús” nos hace pensar inmediatamente en la humanidad de Cristo, y subraya su riqueza de sentimientos, su compasión hacia los enfermos, su predilección por los pobres, su misericordia hacia los pecadores, su ternura para con los niños, su fortaleza en la denuncia de la hipocresía, del orgullo y da la violencia, su mansedumbre frente a su adversarios, su celo por la gloria del Padre y su júbilo por sus misteriosos y providentes planes de gracia.
Con relación a los hechos de la pasión, la expresión “Corazón de Jesús” nos hace pensar también en la tristeza de Cristo por la traición de Judas, el desconsuelo por la soledad, la angustia ante la muerte, el abandono filial y obediente en las manos del Padre. Y nos habla, sobre todo, del amor que brota sin cesar de su interior: amor infinito hacia el Padre y amor sin límites hacia el hombre.
Ahora bien, este Corazón humanamente tan rico está unido, como nos recuerda la invocación, a la persona del Verbo de Dios. Jesús es el Verbo de Dios encarnado: en Él hay una sola persona, la eterna del Verbo, subsistente en dos naturalezas, la divina y la humana.
Jesús es uno, en la realidad de la angustia ante la muerte, al mismo tiempo perfecto en su divinidad y perfecto en nuestra humanidad; es igual al Padre en lo que se refiere a la naturaleza Divina, e igual a nosotros en lo que se refiere a su naturaleza humana; verdadero Hijo de Dios y verdadero Hijo del hombre. El Corazón de Jesús, por tanto, desde el momento de la encarnación, ha estado y estará siempre unido sustancialmente al verbo de Dios.
Por la unión del Corazón de Jesús al verbo de Dios, podemos decir: en Jesús, Dios ama humanamente, sufre humanamente, goza humanamente. Y viceversa: en Jesús, el amor humano, la gloria humana adquieren intensidad y poder divinos.
Reunidos para la oración del Ángelus contemplamos con María el Corazón de Cristo. La Virgen vivió en la fe, día tras día, junto a su hijo Jesús: sabía que la carne de su hijo había florecido de su carne virginal, pero intuía que Él, por ser” Hijo del Altísimo” (Lc 1,32), la trascendía definitivamente: el Corazón de su hijo estaba unido a la persona del Verbo. Por esto, ella lo amaba como hijo suyo, y al mismo tiempo lo adoraba como a su Señor y a su Dios.
Que ella nos conceda también a nosotros amar y adorar a Cristo, Dios y hombre, sobre todas las cosas, “con todo el corazón, con todo el alma y con toda la mente” (Mt 22,37). De esta manera, siguiendo su ejemplo, seremos objeto de las predilecciones divinas y humanas del Corazón de su Hijo.
- Jesucristo, manso y humilde de Corazón.
- Haz nuestro corazón semejante al tuyo.
Oración
Mira, Señor, el amor del Corazón de tu Hijo que se ofrece por nosotros, para que todas nuestras acciones sean agradables a tus ojos y sirvan para reparar nuestras culpas.
Por Jesucristo nuestro Señor. Amén