Dios quiere conseguir su gloria principalmente haciendo felices a las criaturas racionales

Dios se ha hecho todo para su gloria, la cual quiere conseguir principalmente haciendo felices a las criaturas racionales y comunicándose a  ellas.

Dios ha hecho todo para su gloria: verdad fundamental que debemos poner como base de la doctrina que vamos a exponer.

Ningún otro motivo pudo hacer que Dios, infinitamente y rico y feliz, dejará su reposo para crear el mundo. El que existe por sí mismo, debe tener en sí mismo todo lo necesario para su perfección y felicidad. Su bondad infinita, esencialmente comunicativa, podrá hacer de la nada millares de criaturas, imágenes necesariamente imperfectas de sus perfecciones; pero lo que en ellas buscará  y lo que en ellas hallará será Él mismo y siempre Él mismo. Su facultad de amar es ciertamente infinita; mas, por infinita que sea, es del todo satisfecha por su infinita amabilidad, y, por lo mismo, incapaz de para darse en miserables apariencias.

Libertad tenía de crear o no crear; mas, una vez determinado a producir algo fuera de sí, no estaba en su mano darle otro fin que a sí  mismo, puesto que sólo  Él puede ser el término de sus acciones. No podría, sin destruirse, dejar de enderezarlo todo así. Es ley de su ser, y ley gloriosísima impuesta por la soberana perfección de su esencia a su voluntad todopoderosa, que, así como es el primer principio de todas las cosas, sea también último fin de ellas.

Desde el momento en que dejó el descanso para fabricar el mundo, el único blanco que su sabiduría pudo tener presente fue el de complacerse y amarse en sus obras.

Imposible desechar esta primera ley sin negar la evidencia, y sin instruir a la vez la noción de Dios, y la noción de criatura. Tanto la razón como la fe nos dicen que, si el menor movimiento del más pequeño átomo no se dirigiese directa o indirectamente a Dios, habría que rechazar, junto con la asistencia de Dios, Toda verdad y evidencia.

Una vez puesta fuera de duda esta verdad, podemos abiertamente afirmar que, en la actual providencia, Dios quiere ser glorificado por la divinización del hombre.

Las criaturas racionales, los ángeles y los hombres, son, sin disputa, entre todas, las que mejor representan en su naturaleza  a la perfección divina, y las más dispuestas para recibir la felicidad de Dios. En ellas, por consiguiente, con especialidad, se glorificar a Dios realizando los amorosos planes que le movieron a sacar las cosas de la nada.

Gloria esa cara de la misma producción del alma, sustancia espiritual e inmortal como Él, Cuya simplicidad, imagen de su inefable simplicidad, encierra, sin embargo, en si una tan maravillosa fecundidad de actos y potencias. Pero esta gloria no es más que el principio de la que  Él Pretendió al Darle el ser, Fue su intento o S glorificado principalmente por medio de la felicidad de la criatura racional, por el desenvolvimiento de sus facultades, por la amistad que se dispone a trabar con ella.

            Naturaleza de esa felicidad: la felicidad misma de Dios, o el orden sobrenatural.

Mas, ¿cuál será la naturaleza de esta felicidad? ¿cuál la de este trato amoroso?

El hombre, limitado en todas sus facultades, no podría tener como aspiración de la evolución, aún la más completa de su ser, sino una perfección y felicidad naturales. La plenitud de la ciencia, del amor, el goce de Dios en las criaturas y de éstas en Dios, unido a la carencia de todo dolor y a la certeza de la inmortalidad, hubiera formado el completo desenvolvimiento de las facultades del hombre y su natural bienaventuranza.

Esta felicidad y hubiera bastado, y Dios no debía más a su criatura. De suerte que, aun cuando no le hubiera concedido ninguna otra perfección ni dicha, hubiera sido suficiente para obligarla a que se uniera a Él con los vínculos del perpetuo reconocimiento.  Su justicia hubiera estado del todo satisfecha, y nada más hubiera exigido su sabiduría.

Mas lo que hubiera sido bastante para su sabiduría y justicia, no contentó en manera alguna su bondad. La felicidad es natural que hubiera saciado  eternamente las facultades del hombre, no pudo parecer cumplida a la inefable necesidad que Dios siente de comunicarse. Por un acto de copiosa comunicación, cuya infinita ternura jamás comprenderemos, se entregó  al hombre;  le hizo participar  de su naturaleza, de su luz y de su amor; se constituyó  el término, el objeto de nuestra felicidad admitiéndonos a la clara visión de su belleza y el goce de su infinita bondad.

Ved, pues,  al hombre, arcilla viviente, colocada por la perfección de su naturaleza a la cabeza de la creación, perdido poco ha en los abismos de la nada, elevado ahora por Dios a una altura inconmensurable, a un mundo que está sobre todo lo creado. Pues, en efecto, se llama  con razón orden sobrenatural al destino dado a la racional criatura, de gozar por toda la eternidad de la misma felicidad de Dios, después de haber tenido a su disposición aqui abajo los medios aptos para alcanzar tan excelso fin.

 

Del libro “El Corazón de Jesús y la divinización del cristiano“, del Padre Enrique Ramière SJ