EL CORAZÓN DE CRISTO, SIGNO DE SALVACIÓN

 Publicado en P. CERVERA (ED.), Enciclopedia temática del Corazón de Cristo
Edouard Glotin, S. I

Introducción. El Corazón traspasado

El culto al Corazón de Jesús ocupa un puesto privilegiado en la vida de la Iglesia
Desde su primera encíclica Redemptor hominis, el papa Juan Pablo II definió el misterio del hombre en relación con el misterio del Corazón de Cristo2.
Después de haber señalado que «el misterio interno del hombre se explicita, tanto en el lenguaje bíblico como en el extrabíblico, por la palabra «corazón»» y que según el Concilio el Hijo de Dios «amó con un corazón de hombre… y en cierto modo se unió a todo hombre»3, prosigue diciendo:
«La redención del mundo, misterio asombroso de Amor en el que la creación se renueva, es, en su raíz más profunda, la plenitud de la justicia en un corazón humano, el Corazón del primogénito, para que así pueda hacerse justicia en los corazones de muchos, quienes precisamente, en el Hijo Primogénito, han sido predestinados desde la eternidad a ser hijos de Dios y llamados a la gracia y al amor».
Como estas afirmaciones constituyen el objeto de un prolongado y apasionado desarrollo en el contenido de un texto que, en palabras de su autor, encierra «los pensamientos que maduraron en él a lo largo de su ministerio sacerdotal», se tiene la impresión de que tanto para el Papa actual como para sus predecesores (JUAN XXIII, Carta Inde a primis de 1961 y PABLO VI, Carta Investigabiles divitias Christi de 1965) el misterio del Corazón de Jesús ocupa constantemente un lugar privilegiado en la vida de la Iglesia.
«De este misterio», escribía Pablo VI en 1965 con ocasión del bicentenario de la aprobación de la fiesta litúrgica del Sagrado Corazón para el Reino de Polonia,
«deseamos que se expongan a todas las categorías de fieles los fundamentos doctrinales de la manera más adaptada y completa posible».

  1. Objetivo de estas páginas
    Esto pretenden modestamente las páginas siguientes en las que resumiré la argumentación que en 1956 presentaba la Iglesia romana:
    «No se trata de una devoción cualquiera que pueda aceptarse o relegarse a un segundo plano… Se trata de un culto muy antiguo sólidamente fundado en la Escritura y conforme con la Tradición y la Sagrada Liturgia».
    Para captar el triple examen que pretendemos abordar —Culto, Escritura, Tradición— hay que tener presente que el culto al Corazón de Jesús nace del que se tributa a la humanidad traspasada del Salvador, desde los orígenes del cristianismo.
    I. El culto litúrgico primitivo: las imágenes «sotéricas»


1. La figura del Buen Pastor
Si consideramos en el culto primitivo de la Iglesia latina, la iconografía más antigua de Cristo —la de las catacumbas— llama la atención enseguida la insistencia de un tema cercano a nuestro «Sagrado Corazón»: el Buen Pastor. Parece que se remonta a la segunda mitad del siglo primero e invade todo el arte funerario de las criptas en las que pronto y definitivamente ocupa el medallón central de la bóveda. De este modo el Cristo de las primeras eucaristías subterráneas es un Cristo joánico, «El que da su vida por sus ovejas» (Jn 10,15); «Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia» (Jn 10,10).
2. El Cordero
A partir de la paz constantiniana, en el siglo IV, es cuando se desarrolló el segundo arte cristiano. Es de nuevo una figura simbólica sacada del 4º evangelio que, en competencia con el Cristo triunfante, Rey y Legislador supremo, ocupa el mosaico del ábside o el arco triunfal de algunas basílicas: ya no es el Pastor, sino la representación, por así decirlo, complementaria, del Cordero aureolado, a «El Buen Pastor es quizá la representación más querida y preferida en el arte cristiano primitivo, pintada sobre los revoques de las criptas y de los pasillos o grabada en las piedras sepulcrales y esculpida en los frentes o cabeceras de los sarcófagos». 
Quedan 93 imágenes pintadas del Buen Pastor que van desde fin del siglo I hasta todo el siglo IV. O. c., p. 56, n. 7).
«En el Buen Pastor está ciertamente simbolizado Cristo que afirmó de sí mismo de modo expreso: «Ego sum Pastor bonus» (Jn 10,11), como en las ovejas se apunta a sus fieles, su amado rebaño». O. c.
menudo, erguido sobre la montaña mística de la que brotan ríos de agua viva: «El que tenga sed que venga a mí y beba» (Jn 7,37)9.
3. Cristo, fuente de salvación
En ambos temas, el del Pastor y el del Cordero, se trata siempre de la persona de Cristo representado como Fuente de salvación, a la vez vencedor y salvador, o mejor dicho; «otorgando la salvación» y a la vez «entregado para la salvación», dando la Vida, y dando Su vida.
4. Cristo según el Espíritu
Así, desde su origen más remoto el arte pictórico cristiano aplicó con rigor el principio de san Pablo: «Aunque hayamos conocido a Cristo según la carne ya no lo conocemos así» (2 Cor 5,16). El Cristo de los frescos paleocristianos y el de los mosaicos postconstantinianos es un Cristo según el Espíritu. Para los artistas primitivos no se trata nunca de presentar el retrato físico de Jesús, sino de representarlo simbólicamente en el acto en el que se realiza la salvación cristiana. El hecho de que en los techos de las catacumbas estén, junto a la imagen criófora (que lleva la oveja en los hombros) del Buen Pastor, la de Daniel entre los leones, la de Jonás arrojado por la ballena o la de Moisés golpeando la roca10, acrecienta más todavía la intención simbólica: se trata, desde el principio, de una imagen sotérica, es decir, de una representación de la salvación cristiana como victoria sobre la muerte. Cuando en los relieves de los sarcófagos desde principios del siglo IV el arte funerario se organiza en círculos narrativos, lo hace bajo el ángulo de la «sotería», de la actividad salvadora de Cristo, taumaturgo y salvador de los hombres.
5. El Crucificado
Muy pronto, sin embargo, la cruz (sin el crucificado) ocupa el centro de algunos ábsides y en la basílica de Fondi, la encontramos asociada, a comienzos «El Cordero divino, figura tan rara en el ciclo cementerial pictórico, más frecuente en los sarcófagos, se hace sin embargo común en la iconografía basilical», tras la paz constantiniana (cf. O. c., 183).
En el ábside de la basílica de los santos Cosme y Damián, en Roma, (siglo VI), el cordero está en lo alto del prospecto del ábside, puesto con cuidado en el altar y bajo la cruz entre los siete candelabros, y a los pies el volumen cerrado con los siete sellos. En la concavidad del mismo ábside, bajo la figura de Cristo, está también el cordero nimbado (disco claro circular), erguido en el monte, del que brotan los cuatro ríos místicos (Cf. Jn 2, 11-14).
En San Vitale (Rávena) el cordero nimbado está en la bóveda del presbiterio.
En el baptisterio de San Juan de Letrán (Roma) el cordero se encuentra en la bóveda de las santas Rufina y Segunda, en medio de 15 palomas (O. c., 183).
10 Por ejemplo en la catacumba de S. Calixto.
De Daniel entre los leones se conocen alrededor de 41 representaciones que van desde el siglo I al IV.
De Moisés que golpea la roca 72 representaciones que van del siglo II al IV (O. c., 12, n. 11). del siglo V, a la roca mística enseñoreada por el Cordero victorioso y de la que fluyen los cuatros ríos del paraíso. La culminación de la imagen salvífica aparece en el siglo XIII con el primer crucifijo absidal romano que ha llegado hasta nosotros: el de la Iglesia de San Clemente. Jesús, que por fin osa presentarse sobre la cruz a la multitud de los fieles, aparece como el fruto del Árbol de la vida del que brotan en ramificación lozana los pámpanos de la Viña eclesial y del que fluyen los arroyos evangélicos del Agua viva: todas esas connotaciones están tomadas de la pluma de san Juan.
6. Del Costado traspasado al misterio del Corazón
Si tratamos de seguir el rastro de estos temas «sotéricos», constatamos lo siguiente: todos ellos son relegados poco a poco a un segundo plano, menos el último de los mencionados: el del Crucificado, del que se apodera muchas veces el realismo medieval conservando muchas veces su perfil joánico: el Salvador ya muerto, tiene los ojos grandes y la mirada viva en señal de su victoria anticipada sobre la tumba, y lleva en el costado la herida abierta de la que brotan Sangre y Agua. Al pie de la cruz, a veces, aparece un personaje femenino, como figura de la Iglesia, recogiendo en su cáliz la efusión de Salvación.
Como esta representación de Cristo traspasado, a través de la corriente de ternura cristiana por la Humanidad del Señor, orientará paulatinamente la devoción de los contemplativos hacia el Corazón de Jesús, es interesante situarla con claridad en este evangelio de san Juan donde parece que tiene su fuente toda la figuración cultual de Cristo. Después de la iconografía litúrgica, la exégesis bíblica nos va a revelar todo un aspecto del misterio de Cristo habitualmente muy poco subrayado.