EL CORAZÓN DE CRISTO, SIGNO DE SALVACIÓN(II)

Sagrado Corazón de Jesús

II. La exégesis de san Juan: el signo del traspasado

Premisa
Acostumbrados, como estamos, a la lectura del Evangelio, muchas veces no caemos en la cuenta del extraordinario contenido de la Transfixión del costado de Jesús por la lanza del soldado (Jn 19,31-37). Estamos tentados de ver aquí sólo un episodio aislado pero sin mayor conexión con el conjunto de la Revelación.
En realidad, la exégesis más reciente establece con rigor científico que los Padres y Doctores tenían razón al proponer a la piedad medieval el signo del Traspasado como el símbolo central del misterio de la salvación. En efecto, para san Juan el signo de Cristo Traspasado es un resumen simbólico de todo el cristianismo.
Sin entrar en justificaciones de detalle esta afirmación se puede establecer a partir de los siguientes principios:
1. El evangelio de Juan es cultual
Desde el punto de vista del género literario, el evangelio de San Juan es «cultual». No es casualidad que las imágenes sotéricas hayan sido tomadas de este Evangelio: san Juan quiso crearlas. Se puede decir que su problema era éste: ¿cómo encerrar en un reducido número de signos, imágenes capaces de alimentar el culto
(fe y oración) de la comunidad cristiana, la significación redentora de la muerte de Cristo?
Los evangelios iniciaron una reflexión sobre el misterio de la Redención. San Pablo lo había teorizado: se trata de un misterio de muerte y de vida. San Juan llega el último y compendia esta teología en imágenes potentemente evocadoras que tratan de expresar una idea central del cristianismo: la muerte produce la vida. Se puede decir que cada una de estas imágenes reproduce el esquema fun-damental de la breve parábola del grano que muere (Jn 12,24): hay una fecundidad en germen en la muerte, desde que el Salvador ha vencido la muerte con su resurrección.
2. El Corazón traspasado
El signo del Corazón traspasado resume esta idea central del cristianismo.
En efecto, más que todos los demás signos de san Juan indica esta idea de la fecundidad redentora de la muerte de Cristo. Lleva inscrito simultáneamente un símbolo de muerte, la herida, y un símbolo de vida, la sangre y el agua que para los semitas indican vitalidad y fecundidad. Subrayemos esto: el corazón queda herido después de la muerte de Jesús y los signos de vida brotan antes de su resurrección. Este doble acontecimiento no es inteligible sino en un orden simbólico. Dado que el evangelio de san Juan es cultual, la herida en la muerte debe ser considerada como la última incisión ritual practicada sobre el Cordero al que «no quebrarán ningún hueso» (Jn 19,36) y la efusión de agua y de sangre como una prelibación del don del Espíritu que será entregado cuando Jesús sea glorificado (Jn 7,38-39).
Este doble acontecimiento simbólico se realiza en un mismo instante: «Un soldado le abrió el costado con su lanza y al punto salió sangre y agua» (Jn 19,34). Encontramos aquí una especie de instantánea fotográfica que resume, para la mirada de fe, toda la fecundidad de la muerte de Jesús. El Corazón traspasado es un resumen simbólico del misterio pascual.
3. La clave del mensaje joaneo
Todo el evangelio de san Juan está estructurado en función de la revelación de este signo de salvación.
Los grandes progresos realizados en la exégesis de san Juan a partir de los años 30 permiten determinar con bastante precisión la estructura del cuarto evangelio. Exegéticamente se puede decir lo siguiente:
a) El episodio del Corazón traspasado es la clave del mensaje joaneo
San Juan, en efecto, puso mucho cuidado en subrayar la importancia del acontecimiento de la efusión de salvación del costado traspasado:
—En el evangelio afirma la certeza histórica del hecho mediante un testimonio solemne apoyado en dos profecías (Jn 19,35-37). Ningún otro signo anterior de su evangelio es testificado con tanta fuerza: se trata del último y como de la culminación de los otros.
—En su primera carta (5, 6-8) establece la significación teológica del
testimonio dado en el evangelio. La efusión del Calvario prueba que Jesús no ha venido sólo «con agua», sino «con agua y con sangre». Es decir, para entregar el Espíritu (indicado por el agua), tenía que entregar su vida (indicada por la sangre) sobre la cruz.
b) San Juan quiso expresamente hacer del Corazón traspasado un «símbolo sotérico»
Dicho de otro modo, quiso hacer palpable, con una imagen sorprendente, esta verdad teológica: la fecundidad de la resurrección de Cristo está en germen en el sacrificio de la Cruz.
La prueba más sólida de esta intención del evangelista es la puesta en escena, desde el comienzo de su obra, de la imagen de la serpiente de bronce (Jn 3,14-15)12: es preciso que Jesús sea «levantado» sobre la cruz para que los hombres tengan la fe y la Vida. En la idea de san Juan esta profecía se cumple en el instante de la Transfixión: la efusión del Agua viva se produce para que tengamos fe (Jn 19,35: «Para que vosotros también creáis») y Vida eterna (Jn 20,31): «Para que creyendo tengáis Vida en su nombre»). Así, en efecto, en el día de Pascua, el Espíritu brotará en el momento en que Jesús muestre a los Once la herida de su costado (Jn 20, 20-22): viendo lo cual Tomás pone el primer acto de fe de la historia en la divinidad de Jesús: «Señor mío y Dios mío» (Jn 20,28).
Ahora bien, san Juan, que conocía la Escritura sabía ciertamente que el libro de la Sabiduría calificaba la serpiente de bronce como símbolon soterías, símbolo sotérico.
«Pues tenían una señal de salvación como recuerdo de tu ley; el que a ella se volvía, se salvaba no por lo que contemplaba, sino por ti, Salvador universal» (Sab 16, 6-7).
Ahora que la Ley ha sido abolida, san Juan puede sustituir este antiguo símbolo por el de la verdadera serpiente de bronce, e invitar a los creyentes a contemplar en él al Salvador universal, «mirando al que traspasaron» (Jn 19,37).
Finalmente si recordamos que san Juan es el último escritor del nuevo testamento y que toda la revelación de ambos testamentos culmina con él, podemos concluir: San Juan ha hecho del signo del Corazón traspasado la clave de las Escrituras y el símbolo central del cristianismo.
Podría surgir una posible objeción: San Juan no ha hablado del Corazón, sino del Costado traspasado. No hay duda de que para la Iglesia viene a ser lo mismo en la práctica. Sin embargo se impone examinar esta dificultad, lo que nos llevará a recorrer otra vez, desde el punto de vista de la experiencia espiritual, los datos escriturísticos del cuarto evangelio.

III. Un progreso de la tradición: el símbolo del corazón

Cuando se estudia con cierta seriedad el desarrollo del culto hacia la humanidad de Cristo, llama enseguida la atención un doble hecho:
1) La importancia del símbolo del Corazón.
 «Como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así tiene que ser levantado el Hijo del hombre para que todo el que crea en él tenga vida eterna». El episodio referido del desierto se narra en Núm 21,6-9.
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2) Su aparición progresiva en la piedad cristiana, a través del culto tributado a la herida del costado.

No se trata de un símbolo que brota bruscamente con santa Margarita María: multitud de santos, pertenecientes a escuelas espirituales muy diversas, han vivido una experiencia mística muy próxima a la de ella. Alguien incluso ha podido escribir que se vislumbraba perfilarse toda «la historia interior» de la Iglesia bajo el signo privilegiado del amor, el Corazón traspasado de Jesús.
Esta historia interior manifiesta una homogeneidad notable.
A través de cambios insensibles, la Iglesia, en la persona de doctores y contemplativos, ha ido pasando del exterior al interior de la humanidad de Jesús, de sus llagas visibles a su Corazón escondido en la herida de su costado. Antaño se pensaba que se podía atribuir la iniciativa de un cambio tan decisivo a san Bernardo que había sido el primero en acercar dos versículos de los salmos y sugerir que la lanza había penetrado el Corazón. Pero cada día salen a la luz nuevos textos que nos llevan a un pasado más lejano, hasta los verdaderos orígenes de la devoción al Corazón del Señor. Todo se desenvuelve como si se verificara con certeza creciente la intuición de Pío XII de que «el culto tributado al amor de Dios y de Jesucristo hacia el género humano a través del símbolo augusto del Corazón transverberado del Redentor, no ha estado jamás completamente ausente de la piedad de los fieles» (Encíclica Haurietis aquas, 47).
No obstante, algunas opiniones de hoy día, considerarían este desarrollo del culto de Cristo bajo el símbolo del Corazón de Jesús como un tipo de infidelidad a los datos primitivos de la Tradición. En realidad, este desarrollo parece situarse, por el contrario, en el eje del culto cristiano tal y como la Iglesia apostólica puso sus bases. De tal modo que no sólo la imagen del Corazón traspa-sado es una interpretación legítima del signo joánico de Cristo traspasado, sino que también el evangelista nos indica el principio mismo de una profundización mística de la visión de san Juan para las generaciones venideras. Para convencerse de ello basta verificar la exégesis minuciosa del versículo 19,37: «Mirarán al que traspasaron».
Vamos a tomar de nuevo, por un momento, el argumento escriturístico para mostrar cómo el versículo citado incluye ya en germen el culto tradicional del Corazón de Jesús y después estudiaremos el desarrollo mismo de la Tradición. Por brevedad indicaremos sólo las grandes líneas de la argumentación sin desarrollar a fondo las pruebas en que se apoya.

l. El culto del Corazón de Jesús anunciado en Juan 19,37

El estudio escriturístico de la «perícopa» del traspasado nos ha llevado a la siguiente conclusión: para san Juan, Cristo traspasado es la verdadera serpiente de cobre, el gran signo de Salvación de los creyentes. Si concentramos ahora nuestra atención sobre el versículo 19,37 «Mirarán al que traspasaron», decisivo porque sirve de conclusión a todo el pasaje, podemos llegar progresivamente a las siguientes afirmaciones:
a) San Juan anuncia la mirada de la Iglesia hacia el Traspasado
En efecto, es conforme con los principios de la exégesis joánica que el apóstol retome por su cuenta la profecía de Zacarías, que al principio apuntaba a los judíos de su tiempo, considerándola como no totalmente cumplida
todavía13. Siguiendo a Zacarías Juan exclama por su parte: «Mirarán al que traspasaron». Designa, pues, explícitamente a los cristianos ya sean los que componen la comunidad de la época en la que escribe o los que vendrán después.
El magisterio ha hecho suya esta interpretación: «A los cristianos de todos los tiempos se dirigen estas palabras del profeta Zacarías, que el evangelista san Juan aplicó a Jesús crucificado: «Mirarán al que traspasaron»» (Encíclica Haurietis aquas, 50).
b) San Juan predice que la mirada de la Iglesia será dirigida infaliblemente hacia este signo de Salvación
Por tratarse de una profecía, es decir, de una palabra de Dios pronunciada en el Espíritu sobre su Hijo encarnado, hay que tomarla en su sentido más estricto, no como una mera invitación hecha a los cristianos, sino como una aseveración infalible de que la contemplación de Cristo traspasado quedará viva hasta el fin de los siglos.
c) Para san Juan será el signo del Traspasado el que encauzará todo el desarrollo del culto cristiano
Esto se deprende lógicamente de lo ya establecido, a saber, que, por una parte, el signo del Traspasado es para san Juan el resumen simbólico del cristianismo («el signo sotérico central») y, por otra parte, que la contemplación de la Iglesia, según el apóstol, será atraída infaliblemente en la órbita de este signo.
Se llegaría a la misma conclusión partiendo de la exégesis del versículo 12,32: «Cuando sea levantado sobre la tierra atraeré todo hacia mí». Cristo, «elevado como la serpiente en el desierto» (3,14), ya hemos dicho que es Cristo crucificado, tal y como aparece en el instante de la Transfixión, Manantial de vida por la fecundidad de la sangre y del agua que se manifiesta desde lo profundo de su muerte. Este versículo predice la atracción infalible que ejercerá Cristo sobre todos los hombres y principalmente sobre la mirada de los creyentes que lo contemplarán como al que han traspasado.
d) La mirada de los creyentes hacia Cristo será una mirada de amor y de reparación
San Juan no precisa la naturaleza de la mirada al Traspasado. Pero para la comunidad cristiana del siglo primero el versículo «Mirarán al que traspasaron» no podía tener otro sentido que el que tenía para el profeta Zacarías. En la versión hebrea (y en la neovulgata) leemos: «Mirarán hacia mí a quien traspasaron. Harán lamento por él como se hace por un hijo único y le llorarán como se llora a un primogénito» (Zac 12,10).
San Juan tradujo de una versión griega: «hacia aquel a quien ellos«Derramaré sobre la casa de David y sobre los habitantes de Jerusalén un espíritu de gracia y de oración: y mirarán hacia mí. En cuanto a aquel a quien traspasaron, harán lamentación por él como lamentación por hijo único, y le llorarán amargamente como se llora amargamente a un primogénito» (Zac 12,10). «Aquel día habrá una fuente abierta para la casa de David y para los habitantes de Jerusalén, para lavar el pecado y la impureza» (Zac 13,1).
traspasaron». No es sólo el «hermano mayor» al que lloran con amor; es el «Hijo único» del Padre al que nosotros mismos hemos traspasado.
e) Esta mirada sobre el Traspasado será portadora de frutos espirituales
Del mismo modo que los Hebreos en el desierto sanaron de la mordedura de las serpientes por aquel a quien contemplaban en el «símbolo sotérico» de la serpiente de bronce, «así tiene que ser elevado el Hijo del hombre para que todo el que crea (=quien le mire con fe en el signo del Traspasado) tenga por él vida eterna» (Jn 3,15).
Esta sanación de la muerte es un secreto del amor pues Juan añade a continuación:
«Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo Único, (= lo entregó a la cruz) para que todo el que crea en Él (=lo contemple con fe) no muera, sino que tenga vida eterna» (3,16).
f) Esta mirada amorosa y fecunda será una forma de contemplación
En el vocabulario joánico «ver» designa, como «conocer», una operación del espíritu más que de la vista. La mirada de los creyentes sobre el Traspasado no será una especie de asombro embrutecido, sino la iniciación en un misterio escondido en esta imagen de Cristo en Cruz cuya herida abierta invita al «ojo» espiritual del creyente a buscar la fuente secreta de la que brotan aguas vivas.
2. La Tradición descubre el «secreto del corazón»
«Ea! escóndete en el costado de Cristo crucificado y allí aplica tu espíritu a la contemplación del secreto de su Corazón»14. Ya no es san Juan el que habla, sino un testigo de la Tradición haciéndose eco de su llamada. Y Catalina de Siena pone también estas palabras en la boca de Dios:
«Soporté que su costado fuera Traspasado para que pudierais ver el secreto de su Corazón del que hice un refugio abierto donde fuera posible ver y probar el inmenso amor que tengo por vosotros»15.
A catorce siglos de distancia estamos en el contexto espiritual del cuarto evangelio: la mirada hacia el Traspasado tiene un «secreto» que revelar. Pero ya desde hace tiempo, la Iglesia se ha empeñado en manifestar este secreto que Juan había dejado entrever: el Corazón de Jesús símbolo de su Amor.
No se trata de bosquejar, ni siquiera a grandes rasgos, las etapas por las que la Iglesia tuvo ese conocimiento explícito del misterio del Corazón traspasado del Salvador. Contentémonos con fijar brevemente la naturaleza de este progreso y sus articulaciones lógicas16.
14 SANTA CATALINA DE SIENA, Carta 163.
15 Diálogo, cap. IV.
16 Para una visión más amplia de este tema cfr. J. SOLANO, Desarrollo histórico del culto al Corazón de Cristo, en Teología y vivencia del culto al Corazón de Cristo II: Parte histórico-pastoral, tomo 2 (Edapor, Madrid 1979) 279ss; J. SOLANO, Desarrollo histórico de la reparación en el culto al Corazón de Jesús. Desde el siglo I hasta santa Margarita María de Alacoque (Centro Cuore di Cristo, Roma 1980).
a) El paso legítimo del culto de la llaga del costado al de su Corazón escapa a toda lógica humana
Permaneceremos siempre desconcertados si pretendemos hallar la explicación del culto al Corazón de Jesús con nuestra pobre razón humana. Necesitamos la ayuda del Espíritu Santo para aceptar la idea de que el culto al Corazón de Jesús estaba, desde el principio, implícitamente contenido en el relato joánico de la Transfixión.
Se podrá alegar, sin duda, la persuasión de la Iglesia de que «lo que aquí se afirma del costado herido de Jesús se puede decir igualmente de su Corazón, al cual, sin duda, llegó el golpe de la lanza, asestado precisamente por el soldado para que constase de manera cierta la muerte de Cristo» (Encíclica Haurietis aquas, 39). Pero esta lógica tan material del relato no habría bastado nunca por sí misma para imponer el culto al Corazón de Jesús.
El paso del culto de la llaga del costado al del Corazón de Jesús no se ha realizado según una lógica «cartesiana», sino bajo el impulso del Espíritu Santo.
b) Solo el Espíritu Santo ha podido descubrir a la Iglesia el sentido del contenido de la Transfixión del costado
Se trata, pues, de un verdadero progreso de la fe que penetra en la inteligencia del dato revelado.
Este progreso es doctrinal y experimental:
-por una parte, los Padres de la Iglesia han elaborado toda una teoría simbólica del nacimiento de la Iglesia partiendo del Costado traspasado. Fieles al pensamiento joánico, ven en el agua y la sangre los signos de la fecundidad del Bautismo y de la Eucaristía;
-por otra parte, los místicos de la Edad Media, meditando sobre los datos de esta teología patrística, descubrieron el secreto de esta fecundidad: el amor de Dios que se da hasta el extremo.
Y este descubrimiento lo hicieron experimentalmente. Volvieron a vivir, por así decirlo, en ellos mismos, todo el misterio de la fecundidad del Amor redentor y, en esa experiencia, descubrieron que el amor formaba su contenido.
Obedeciendo a una lógica simbólica no podían traducir correctamente esta experiencia sino por el viejo símbolo nupcial del amor y del don: el Corazón.
c) No se puede descubrir el secreto del Corazón de Jesús, sino mediante contacto personal con el Señor
Entre todos los signos que sirven para expresar el amor humano, el símbolo del Corazón es uno de los más íntimos y delicados. Forma parte del lenguaje por el que dos seres que se aman afirman su unión exclusiva. Un legítimo pudor reserva su uso a las horas de intimidad.
Lo que Jesús revela en su Corazón es el signo de una emocionante amistad para la Iglesia, y para cada fiel en particular. El Señor indica en él que quiere entrar en comunión personal con la Iglesia, su Esposa, y con cada uno de nosotros.
Resultaría paradójico que, en una época en la que se ha redescubierto el lenguaje de los signos y su valor interpersonal, nuestra vida de fe y de oración no recurriera a este símbolo del Corazón de Jesús, que traduce lo que hay de más exquisito en el don que Dios nos hace de sí mismo.
d) Este secreto del Corazón nos entrega el secreto de la fecundidad del misterio pascual
Más arriba hemos indicado que el Corazón traspasado era para San Juan el compendio del misterio pascual. El signo del Costado traspasado, del que manan sangre y agua, expresa en efecto la fecundidad del acto redentor: la Vida que brota de la Muerte.
Ahora, siguiendo la invitación de san Juan a descifrar el secreto de este signo, la Iglesia ha descubierto el simbolismo escondido del Corazón: el amor de Dios a los hombres pecadores. De ahora en adelante cada cristiano puede decir con san Pablo: «Me amó a mí y se entregó por mí» (Gál 2,20).
Si la sangre y el agua brotan de este Corazón, Dios nos dice con eso que este amor personal de Jesús es manantial, en la Iglesia, de la fecundidad redentora del bautismo y de la Eucaristía, esto es, de toda la vida sobrenatural. Murió por Amor, pero de este Corazón aniquilado el amor brota todavía bajo el símbolo del agua viva. El amor lo explica todo, tanto la muerte como la vida. El misterio pascual es todo él un misterio de Amor.


Conclusiones prácticas
1. Hacia el descubrimiento de los símbolos sotéricos


Hermano o hermana en Cristo, tú que te dispones a pasar la última página, has tenido la amabilidad de seguirme en una exploración que hoy se emprende raras veces.
Espero que no lamentes el camino que hemos recorrido juntos. Como buenamente he podido, he tratado de hacerte «ver» a Jesús en el acto mismo, en el que, al hilo de una historia, en realidad muy simple, ha revelado su Corazón a su amada Esposa, la Iglesia. Al principio, tal vez intrigado por el título de esta intervención, con la curiosidad de ver que se publicaba todavía algo sobre una materia que ingenuamente creías ya superada, aceptaste que te llevara de la mano.
Los primeros pasos que dimos no fueron muy difíciles, aunque teníamos que bajar a la obscuridad de las catacumbas. Levantar la cabeza hacia la bóveda y descubrir allí al «Sagrado Corazón» bajo los rasgos bucólicos del Buen Pastor: había allí algo de original que compensaba un dolor de tortícolis. Pronto volvimos al aire libre de la Roma de Juan Pablo II que se propuso desde el principio para ser nuestro guía.
Sin embargo sabiendo que eres hijo o hija de este tiempo, pensé que una vez asegurado el descubrimiento del principio de la imagen sotérica —pequeña llave que se debe guardar cuidadosamente en el bolsillo—, era hora de poner fin a la búsqueda arqueológica por las antiguas basílicas y de abrirnos camino hacia Jerusalén. En efecto, había visto tu biblia debajo del brazo y adiviné que nuestros primeros hallazgos te tenían impaciente por abrir el capítulo 19 de san Juan. Allí nos hemos detenido largamente mientras descubríamos la «tierra natal» del misterio del Corazón de Jesús. Fue entonces cuando te invité a disparar tu cámara
para fijar «fotográficamente» en tu memoria la instantánea histórica del «acto pascual» en su brote original, en el que inmediatamente, sin solución de continuidad —¡anota bien que ésa es la única vez en todo el evangelio!— la vida fluye toda nueva de la muerte, el Manantial de la herida. Ya satisfecho te disponías a dejar el tema cuando yo te retuve

¿Qué dice a todo esto la Tradición?
2. La Tradición intérprete del símbolo del Corazón

Sí, hermano o hermana mío. Si hasta el presente, con la ayuda de esos buenos mecanismos de defensa que anidan en todos nosotros, tú has esquivado el misterio del Corazón de Jesús, hoy en día cómodamente despreciado, ¿no era quizá porque, haciendo referencia demasiado exclusivamente a la Biblia, después de haberla ignorado durante tanto tiempo, saltabas a pies juntillas por encima de todos los siglos que nos separan de los que lo han escrito? Tienes ahora una visión «plana» del texto; te falta la «tercera dimensión», la que conduce de «afuera» hacia «adentro», de la herida al Corazón.
Advierte, en todo caso, una cosa: te faltará lo mejor del misterio de Cristo, este secreto único y fascinante de su Corazón traspasado, mientras ignores la manera exacta por la que el Espíritu Santo conduce a los discípulos de Jesús «hacia la verdad completa» (Jn 16,13). ¿Te resulta chocante esta declaración del Vaticano II: «La Iglesia no saca de la sola Escritura su certeza acerca de todo lo revelado» (Const. Dei Verbum, 9)? Medita entonces el párrafo precedente sobre la Revelación divina: «La Tradición que viene de los apóstoles progresa en la Iglesia bajo la asistencia del Espíritu Santo: es decir, la percepción de las cosas y de las palabras transmitidas crece, en efecto, ya mediante la contemplación y el estudio de los creyentes que las meditan en su corazón (cf. Lc 2,19.51), ya por la percepción interior que experimentan de las cosas espirituales, ya por el anuncio de aquellos, que con la sucesión del episcopado recibieron el carisma cierto de la verdad… Las palabras de los Santos Padres atestiguan la presencia viva de esta Tradición, cuyas riquezas se comunican a la práctica y a la vida de la Iglesia creyente y orante. Por esta Tradición conoce la Iglesia el canon de los Libros Sagrados y la misma Sagrada Escritura se va conociendo en ella más a fondo y se mantiene siempre activa. Así Dios, que habló en otros tiempos, sigue conversando con la Esposa de su Hijo amado» (Id., n. 8).
Por tanto no rechacemos, hermano o hermana, mirar a Jesús ahí donde le hemos golpeado y traspasado. Esta mirada reparadora de amor y de «compasión» es, por así decirlo, la mirada «axial» de toda la Tradición: el misterio del Corazón de Jesús no sólo forma parte de los misterios revelados, sino que tiene como misión muy clara indicar dónde está la clave de bóveda de toda la Revelación. Conservando en nuestro corazón, al estilo de la Madre de Dios, la visión joánica del Traspasado, entremos decididos, por el estudio y la oración, en el diálogo del Hijo amado con su Iglesia, a la que Él ha amado y por la que se ha entregado (cf. Ef 5,25). Y entreguémonos nosotros mismos «en sacrificio vivo, santo y agradable a Dios, de conformidad con este culto espiritual que debe ser el nuestro» (Rom 12,1).