Del libro»QUÉ HACE Y QUÉ DICE EL CORAZÓN DE JESÚS EN EL SAGRARIO» de San Manuel Gonzalez
He aquí una pregunta que a no pocos cristianos y, diré más, piadosos, dejará perplejos:
¿Qué hace y qué dice el Corazón de Jesús?
¡No habían parado mientes en que en el Sagrario hay quien pueda hablar y hable!, ¡quien pueda obrar en el Sagrario virtud!
¿Verdad que para muchos cristianos la idea del Sagrario es esto: Un lugar de mucho respeto, porque en él habita un Señor muy alto, muy grande, muy poderoso, todo majestad, pero muy callado y muy quieto?
Y no es que no crean que Jesucristo en el Sagrario esté todo entero como en el Cielo. Creen ciertamente que está allí con divinidad y alma y cuerpo y por consiguiente con ojos que ven, con oídos que oyen, con manos que se pueden mover, con boca que puede hablar…
Sí, la fe de todo esto la tienen, pero es una fe que se quedó sólo en la cabeza y no bajó al corazón y mucho menos a la sensibilidad.
Es una fe que, por quedarse allí estancada, apenas se ha convertido en luz de aquella vida, en criterio, en calor, en amor, en persuasión íntima, en entusiasmo, en impulsor de acción y de acción decidida.
Le pasa a esa fe lo que a las semillas de plantas grandes sembradas en macetas pequeñas.
- Por muy fecunda que sea la semilla, por mucha agua y luz con que la regaléis, si no dais a sus raíces tierra y lugar para su expansión, no conseguiréis sino una planta raquítica y encogida.
Y hay cristianos que hacen eso mismo con su fe, de tal modo la ahogan en su rutinario modo de ver y entender que, sin que se pueda negar que tienen fe, ésta apenas si da señales de vida y de influencia.
Me he convencido hace tiempo de que el mal de muchísima gente no es no saber cosas buenas, sino no darse cuenta de las cosas buenas que saben.
Mucha ignorancia hay, y de cosas religiosas es una ignorancia que espanta; pero con ser tan grande, es mucho más la que yo llamaría falta de darse cuenta.
Y prácticamente, creo, que es causa más frecuente de la indiferencia religiosa y de tanta clase de pecados públicos y privados, como hoy lamentamos, la falta de darse cuenta, que la falta de saber.
- La mayor parte de los cristianos que viven sin cumplir con ninguno de los preceptos que su religión les impone, saben que tienen obligación de oír Misa los domingos y fiestas, de confesar y comulgar una vez al año, etcétera; todos esos tienen fe en la Misa, en la Confesión, en la Comunión, en la autoridad docente de la Iglesia, y, sin embargo, no practican, ni se inquietan por no practicar.
Yo creo que su mal está en que han metido su fe en la maceta de sus rutinas, de sus comodismos, de sus idiosincrasias, de su egoísmo, ya dije la palabra, de su egoísmo, porque éste es el único interesado en tener encerrada y ahogada la fe en el alma.
- Así como la humildad y la caridad, si no son la sabiduría, son los elementos que mejor preparan para recibirla y fomentarla, la soberbia y el amor propio, que son los componentes del egoísmo, entorpecen, inutilizan y paralizan la ciencia adquirida.
El remedio, por consiguiente, estará en tratar de hacer añicos esa maceta para que la fe, como las raíces de la planta cautiva, se extienda libre por toda su alma, y se convierta en amor, y en obras y en hábitos de vida recta cristiana.
Y en nada se echa de ver tanto esa falta de darse cuenta, como en la conducta de los cristianos con respecto a la santa Eucaristía.
Todos saben lo que allí hay, pero ¡qué pocos se dan por enterados!
¡Qué feliz sería yo si consiguiera con mis escritos despertar en algunos cristianos el sentido de darse cuenta de la Eucaristía! ¡Qué feliz si por resultado de estas lecturas algunos cristianos se levantaran decididos a ir al Sagrario para ver lo que allí se HACE y para oír lo que allí se DICE por el más bueno y más constante de nuestros amadores! Porque sabedlo, cristianos, el Corazón de Jesús no está en el Sagrario ni callado ni ocioso.