Por Gervais DUMEIGE, SJ
- La entrada en el corazón y la reciprocidad de amor
Las divisiones “históricas” que van cortando el tiempo de siglo en siglo, tienen un valor relativo. Ayudan, sin embargo, a caracterizar períodos que presentan caracteres particulares que les son propios. Gracias a ello, puede observarse en los siglos XI y XII Ia importancia que revisten las órdenes religiosas, tanto las antiguas, como la fundación de san Benito, como las más nuevas, como los cistercienses y premonstratenses, quienes, con matices particulares, llevan a profundizar en el misterio del Corazón. El papel desempeñado por las mujeres, sobre todo monjas, es también importantísimo y representa un elemento nuevo. La contemplación adquiere una calidad afectiva más pronunciada que en el pasado. La contemplación ocupa un lugar mayor, y a veces el Señor interviene directamente en la oración del contemplativo. Incluso, si se vuelve sobre temas ya conocidos, no es raro que la expresión y el sentimiento sean nuevos. El carácter íntimo lleva incluso al peligro de adquirir una coloración algo individualista.
Juan, el Geómetra, sacerdote y monje oriental de un país desconocido, celebró la mansedumbre del Corazón de Cristo, a la que recurre en su miseria: «Escuchad mis suspiros, miradme y volved a mí vuestro corazón para que no me exponga a ser rechazado por Vos… Tomad en cuenta, oh Dios de misericordia, el inmenso dolor que vuestro mansísimo Corazón soportó a causa de mis pecados». El abad benedictino Jean de Fécamp (+ 1078) también celebra esa mansedumbre: «Jesús es manso, cuando inclina la cabeza en el momento de morir; es manso, cuando extiende los brazos; es manso en la apertura de su costado; es manso, cuando permite que sus pies queden fijos por un solo clavo. Es manso, cuando inclina la cabeza en la cruz, porque parece decir al alma, su amada: Tú, a quien amo, me has expresado muchas veces el deseo de que te admita a mi Ósculo… Aquí me tienes, estoy pronto; inclino la cabeza hacia ti para que puedas besarme tanto cuanto quieras… Jesús es manso en la apertura de su costado: su herida ampliamente abierta nos ha puesto de manifiesto las riquezas de su bondad, es decir, nos revela la caridad de su corazón para con nosotros.
Rémy d’Auxerre, quien llegará a ser el maestro de la Escuela de Reims (+ 908), une el corazón y el fuego de la caridad: «Mientras el enfriamiento de la caridad hace que el corazón se encierre en el silencio, el ardor del amor suscita en nosotros el grito del corazón. Así, pues, si el fuego de la caridad arde en ti, clamarás sin cesar al Señor»79. En cambio, Brunon, obispo de Wurzburgo (+ 1045), fiel a la Encarnación, comenta la turbación del Corazón de Cristo: “Mi corazón ha sido inflamado. El Señor es quien hace aquí oír su voz. jSí! El Corazón de Cristo ha sido realmente inflamado para hacer la voluntad de su Padre. El Señor fue humillado, para mostrarnos que fue verdadero hombre. Decía que todo lo quería olvidar, porque estaba dispuesto a perdonar a los pecadores y a no volver a recordar sus pecados…”.
Williram, abad de Ebersberg, en Baviera, quien defendiera los derechos de la Iglesia en tiempos de Gregorio VII, comenta el Cantar de los Cantares, haciendo decir a Cristo: “Heriste mi corazón, hermana mía, esposa mía… por ti me hice hombre. Heriste mi corazón, esposa mía; mi sangre fue la dote, a cuyo precio te adquirí. Por amor a ti, consentí en recibir las llagas que me hicieron los clavos y la herida hecha por la lanza, una vez fijo en la cruz”.
Por su parte, Michel Psellos (+ 1079), volviendo sobre Gregorio Ni-ceno y san Nilo, aborda el tema del rey pacífico y reflexiona sobre la corona de espinas: “Esa corona le fue dada el día de su muerte salvadora, cuando la Iglesia pasó a ser su esposa, al precio de su sangre divina. Ese día es un día de gozo para su corazón porque, al aceptar la muerte por nosotros, nos liberó de la servidumbre de nuestro enemigo… Se llenó interiormente de alegría, aun cuando exteriormente su cuerpo fue torturado por los sufrimientos”.
- El corazón, asilo y refugio. Entrada en el corazón
La piedad del siglo XII, siglo rico en fundaciones monásticas, en corrientes doctrinales y en prosperidad económica y en intercambios, parece haber encontrado el camino hacia el corazón. Aquí, los textos son frecuentes y no es posible citarlos todos. Guillermo de Saint Thierry, abad benedictino que sc hizo cisterciense y gran amigo de san Bernardo, junto con decir que la lanza del soldado abrió los sacramentos de la redención, agrega: «Por la puerta abierta de vuestro costado, queremos entrar por entero hasta vuestro Corazón, esa sede segura de la misericordia; queremos penetrar en vuestra alma santa, llena con la plenitud de Dios, llena de gracia y de verdad y fuente de salvación y de consuelo. Abrid, Señor, la puerta hecha en el costado de vuestra arca». Y, en un registro más místico, sigue: «Felices aquellos a quienes admitís a vuestros ósculos santos; felices aquellos a quienes encerráis en vuestro corazón, como en un santuario escondido… Vuestra ala protectora cubre a quienes pusieron su esperanza y se ocultaron en lo íntimo de vuestro corazón…» Luego afirma: “Al acercarme a la feliz herida del costado, a esa puerta abierta en el lado del arca, no solamente meteré el dedo y la mano, sino que penetraré todo entero hasta el corazón mismo de Cristo…”.
San Bernardo de Claraval (+1153), quien piensa que el Señor acogerá a quienes hayan reformado su corazón, ve a Jesús, que lo invita a acercarse a su costado, «porque me ha preparado allí un asilo. Ojalá pueda, si fijo mi morada en su costado abierto, asemejarme a la paloma que vive en la grieta de la roca» 85. También comenta el texto del Cantar de los Cantares. «El hierro atravesó su alma; tuvo acceso a su corazón, a fin de que ahora sepa compartir nuestras debilidades. El secreto de su corazón ha quedado al descubierto por las aperturas de su cuerpo; descubierto ese gran sacramento de bondad, las entrañas misericordiosas de nuestro Dios… ¿Hay algo más que ver, fuera de sus heridas? Y ¿por dónde podríamos ver más claramente, Señor–si no es por vuestras heridas–, ¿que sois lleno de bondad y mansedumbre y abundante en misericordia?”. “En Él habito tanto más seguro, cuanto que sé que es poderosísimo para salvarme”
Philippe de Harvengt, abad premonstratense (+1182), dice que Cristo está feliz de hallarse herido de amor, y declara sobriamente: «Cristo habla de la secreta morada en la que habita su solicitud llena de generosidad y en la que recibe y acoge al alma que fue juzgada digna de sus favores y que, por un efecto particular de la gracia, mereció quedarse en esta morada» . La herida no tuvo su origen en el odio, sino en la fuerza ardiente de la caridad.
Con mayor sensibilidad se expresa el abad Pierre de Celles, quien llegó a ser obispo de Chartres (+ 1187): «La caridad de Cristo no puso coto a las entrañas de su misericordia ni se echó atrás ante la apertura de su costado». Habla de las llagas abiertas donde descansará la paloma y pule su estilo cuando habla de la flecha del amor: «¡Oh alma!, tú que amas a Dios y eres el objeto de su amor de reciprocidad, si quieres ser traspasada por la flecha del amor, compórtate de manera que la punta no sea ni demasiado corta ni demasiado débil, porque la herida… es como una puerta que, en el cielo, sigue siempre abierta; por ella, Cristo intercede por nosotros ante su Padre… Entrégate a Él sin reservas, a fin de que, fuertemente engrandecido por todas las potencias de tu alma, ames ardientemente y poseas por entero a quien contemplas con sus miembros extendidos sobre la cruz”.
Rilinde, abadesa benedictina de Neuburg y luego de Hohenburg (Alsacia), comentó el amor divino con Herrade de Landberg. Añade una preocupación apostólica a su enfoque del corazón y no olvida a la Virgen María: “Debes acercar siempre tu boca y tu corazón a la herida de mi costado y acordarte, al mismo tiempo, de todos aquellos a quienes rescaté con mi sangre, tanto los vivos como los muertos… El corazón de la Madre de Dios está lleno de la dulzura del amor divino; por eso sus palpitaciones son tan suaves”.
- El corazón abierto manifiesta el amor
Lo repite Pierre de Blois (+1200), asociando el simbolismo de la sangre con la vid pisoteada en el lagar (punto de partida de un tema célebre en la iconografía: el lagar místico): “En la hora de su Pasión, la sangre de Cristo se escapó tanto de sus manos como de sus pies traspasados, como de su costado, semejante al néctar exquisito que emanaba de los racimos pisoteados en el lagar de Sorec… La lanza me descubrió el secreto, al cual aludió el Señor por boca del profeta: «Tengo un secreto». Semejante a la llave que abre un tesoro, la lanza me permitió ver cuán suave es el Señor”.
Adam, abad cisterciense de Perseigne, vuelve sobre este tema de la fuente de la gracia, que conoció la patrística: «En el costado abierto del Cordero divino tuvo origen una nueva fuente que, brotando de las profundidades de su corazón, alimenta con una profusión de gracias el río que allí nace… Semejante a la bodega en que se conserva el vino, la herida abierta de Cristo ofrece el brebaje de una caridad maravillosa y vivificante». Esto no quita que el corazón del hombre deba responder con el amor, como ya lo dijo san Bernardo.
A la herida de amor se la comprende en un doble sentido. Se refiere tanto al alma cristiana que hiere a Cristo, como a la Iglesia: “Se entiende por “corazón» el amor, del cual se afirma que se encuentra en el corazón. En la cruz, Cristo fue herido por este amor que profesa a la Iglesia.”.
El corazón fue herido en la flagelación, cuando Cristo hizo de la Iglesia la coheredera del Reino celestial; lo fue por segunda vez en la cruz “para que, convirtiéndose en mi esposa, participarais de mi gloria”. EI alma herida hiere el Corazón de Cristo “cuando también ella padece los sufrimientos expiatorios que Él soportó; hiere finalmente su Corazón cuando, por un efecto de la gracia, corresponde a sus deseos”.
Gilbert de Holland (+1172), quien continuó el Comentario de san Bernardo al Cantar de los Cantares, exhorta al alma fiel (como a las hijas de Jerusalén invitadas a «salir»): “No te canses, alma fiel, de atravesar al Esposo con tus dardos; válete de tus afectos piadosos como si fueran flechas. No temas actuar aquí demasiado libremente; no te contentes con herir una sola vez a tu Esposo, sino llénalo de heridas. Feliz tú, si tus flechas llegan a enterrarse en Cristo, si Cristo es el objeto de tu amor, si tu mirada se fija constantemente en Él… Lanza, pues, sobre ella (la herida) el dardo de una mirada piadosa: El recibe favorablemente a quienes le lanzan esa clase de dardos”.
Egberto, abad benedictino de Schonau (+ 1184), se siente herido por el amor de Cristo: “Señor, haced que vuestra palabra vivificante, más penetrante que la más aguda de las lanzas, hiera mi corazón. Entonces, el amor a Vos y a mis hermanos brotará como de una fuente”.
Nuevamente es propuesta la imitación de san Juan. Así, Aelred, abad cisterciense de Rielvaulx (+ 1172), escribe: “Oh Juan, qué dulzura, qué gracia, qué suavidad, qué luz y qué devoción habéis sacado de esa fuente. Allí se esconden todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia de Dios.
A tu vez, virgen cristiana, llénate de gozo; acércate más y pide tener tu parte de dulzura… Te sentirás feliz de poder prolongar tu descanso en el pecho del Señor”.
La misma idea la encontramos en una oración a san Juan: «Discípulo amado de Jesús, evangelista sublime, guarda e hijo adoptivo de la santísima Virgen, habla por mí al Corazón de Jesús》97.
De esta manera, los contemplativos pasarán de la ofrenda del corazón al intercambio de corazones. El Liber de doctrina cordis, de origen español, invita: “Entrega tu corazón a quien, ofreciéndote su corazón, quiere hacer un intercambio maravilloso contigo… Entrégalo a quien, el primero, te entregó su corazón, a fin de que le devuelvas corazón por corazón. Feliz reciprocidad en el amor, que pone a tu disposición las dos cosas intercambiadas, ya que tú continúas conservando tu propio corazón, mientras que quedas en posesión del de Cristo”.
Lutgarda, primero benedictina y luego cisterciense (+1246), se sentirá convertida por Cristo, quien le descubre su pecho y le recomienda que, en adelante, no busque las caricias de un amor vano. Lutgarda tiene al apóstol Juan como mediador especial. «Mira aquí qué es lo que debes amar y por qué lo debes amar», le dice el Señor. Ha quedado conquistada y nunca más se desviará. Tiempo después, en su vida religiosa, recibirá una gracia en el monasterio de Saint-Trond. La monja, «《rústica y sin le-tras》,dice que poco le importa conocer los secretos de la Escritura, y le dice a Dios: «Lo que quiero es vuestro corazón》.A lo que el Señor le responde: «Más bien, soy yo quien quiere tu corazón》.Ella le dice: «Que así sea, Señor, pero de tal manera, que otorguéis a mi corazón el amor de vuestro Corazón y que, en Vos, tenga mí corazón bien resguardado y, para siempre, a vuestro cuidado». Tuvo lugar, entonces, el intercambio de corazones o, mejor, la unión del espíritu increado con el espíritu creado, merced a la excelencia de la gracia. Es lo que dice el Apóstol, cuando escribe: «El que está unido al Señor, no forma con El sino un solo espíritu»”. El biógrafo Thomas precisa que la confidencia recibida de Lutgarda fue un favor místico. Posteriormente, al dirigirse al coro para orar por los pecadores, Lutgarda ve aparecérsele el Señor, y desprende uno de sus brazos de la cruz para abrazarla. «La estrecha contra su costado derecho y pone la boca de ella en la herida». A partir de entonces, Lutgarda se siente más fortalecida y más fiel en el servicio de Dios. La orientación apostólica es aquí clara. Lutgarda sacará del Corazón la fuerza para orar por los pecadores. Esto acontece en los tiempos en que Juliana de Cornillon se interrogaba acerca de sus visiones, que la llevarían a solicitar la fiesta del Corpus Christi. Lutgarda, hecha cisterciense para huir de la dignidad de abadesa, a los veinticuatro años, ve a Jesucristo intercediendo ante el Padre por los pecadores. Le dice a ella: «Mira cómo me ofrezco por entero al Padre en favor de mis pecadores. Quiero que tú también te ofrezcas por entero a mí por mis pecadores y que desvíes la cólera que está a punto de tomar venganza de ellos». Casi todos los días, en el sacrificio de la Misa, Jesucristo le repetía lo mismo . ¡Y esto, cinco siglos antes de Margarita María! Su vida se muestra empapada por el misterio del Corazón, aun cuando no recibió la misión de propagarlo en el mundo cristiano.
- Las visiones místicas de los confidentes
El siglo XIII es testigo de la eclosión de una vida religiosa apostólica, con los franciscanos y los dominicos. También lo es de una eclosión de vida religiosa femenina, que se cumple dentro de un ambiente de fervor místico: las monjas escriben o dictan sus revelaciones, dentro de una atmósfera de fervor místico, que da origen a obras penetradas de un lirismo muy afectivo. La autoridad de san Bernardo se extiende en los medios cistercienses. Es también la época de las visiones, que detallan el sufrimiento concreto de Jesús y lo relatan en textos de gran belleza literaria. La sensibilidad se expresa en oraciones, lo que ya se había iniciado en el período anterior. La devoción a la Pasión de Cristo, sin embargo, sigue profundizándose. La contemplación del Corazón está íntimamente unida a la Eucaristía, la cual aparece como el don del corazón lleno de misericordia. La mística, más que la teología (que se orienta hacia la escolástica), alimenta la experiencia religiosa. Con las Órdenes apostólicas, la devoción penetra en los medios religiosos laicos, aunque todavía no en las capas populares. Si a veces estas son alcanzadas, lo es por intermedio de los monjes conventuales.
Debemos citar una oración, compuesta en el medio ambiente alemán, típico de la propagación de la devoción. Las oraciones se recopilan, se aprenden de memoria y alimentan la piedad: «Señor Jesucristo, Hijo de Dios, en consideración de las angustias que asaltaron vuestro santísimo Corazón en los momentos en que entregabas tus santos miembros al sufrimiento y a la muerte y en nombre de vuestro amor y de vuestra fidelidad a los hombres, os suplico que aplaquéis el dolor de mi corazón, como aplacasteis el dolor de vuestros apóstoles, apareciéndoseles después de vuestra resurrección» ; su origen es del siglo XII y aparece en un manual de oraciones encontrado por la reina Inés de Hungría en el siglo XIV.
Un manuscrito de Bruges invoca: «Por este mismo amor que quiso que vuestro Corazón fuese traspasado, te suplico que te muestres propicio, a pesar de mis muchos pecados; dígnate concederme una santa muer-te y una resurrección gloriosa».
Las oraciones que dejara el premonstratense Herman Joseph (+1241) celebran en términos poéticos a Jesús, el Amado, y le piden: “Dejadme gustar, en el cáliz de vuestro Corazón, el más generoso de los vinos. Y una vez que haya saciado mi sed, concédeme tu ósculo”.
También es capital, si bien demasiado larga para transcribirla, la oración sacada de la Vitis mystica y atribuida a san Buenaventura, no a san Bernardo 104, en la que volvemos a encontrar la herida, el templo, la purificación del alma, la transformación del corazón humano y el intercambio de amor. ”Pidámosle que cautive nuestro corazón con los lazos de su amor, ese corazón todavía tan duro e impenitente”.
Para Matilde de Magdeburgo (+ 1293), el corazón traspasado por la lanza del soldado permitió que la sangre se derramara sobre toda la tierra. «Se abrió, entonces, la puerta del reino, abierto a todos los viajeros que quieran entrar en él105. El corazón, en efecto, es siempre un refugio. A él acude Cristina de Stumbeln (+ 1312), víctima de frecuentes tentaciones y dolorosas luchas, quien va a hacer su nido en las grietas de la roca, en las llagas del Salvador 106. Margarita de Cortona (+ 1297), convertida a los 30 años, se siente llamada por su ángel, al cual el Creador no solamente le concedió adentrarse en él, gracias al incendio de amor, sino que también él se adentró en su alma por la gracia. La santa expresa a Cristo el deseo de entrar en su corazón.
Matilde de Hackerborn, amiga de santa Gertrudis, cuyas confidencias recibiera, ve al Corazón de Jesús como una gran casa por la que el Señor se pasea. En ella habitan cuatro niñas: Humildad, Paciencia, Mansedumbre y Caridad. Tenemos aquí una interpretación más moralizante y menos mística que la de Gertrudis, al menos en este aspecto.
Al abrazo del Crucificado, del que gozó Lutgarda y conoció Francisco de Asís, siguen los gestos de amor: Gertrudis, tentada por la ciencia, a la que experimentó como un seto de espinas que la separaba de Cristo, medita largamente en el Pesebre y en la Pasión: Un día, quita, en la visión, los clavos que atraviesan las llagas. “Mi dulcísimo Jesús, ¿de qué manera recibir este pequeño servicio que os he prestado, quitando de las sagradas llagas de vuestros pies y de vuestras manos los crueles clavos de hierro que tanto dolor os causaron, para poner en su lugar otros que no son tan duros y que esparcen un suave olor?”. De Matilde se dice que: “la Bienaventurada Virgen se dignó tomarla en sus brazos y la acercó al Corazón divino, de manera que pudo besarlo hasta cinco veces…”. También Gertrudis celebra el intercambio de corazones: “Vuestra inestimable y familiar ternura, Señor, se ha acrecentado más aún, al ofrecerme, de varios modos, el noble tesoro de vuestra divinidad, quiero decir, vuestro Corazón, para hacer todas las delicias de mi alma. A veces, me lo dais como un puro don y, a veces tomáis el mío en cambio para enfatizar que yo era toda de Vos y que Vos erais todo mío”.
En el momento de su muerte, Matilde fue saludada con dulzura por Cristo: «¿Dónde está mi prenda? A estas palabras ella abre con ambas manos su corazón, colocado frente al Corazón abierto de su Amado. Entonces el Señor pone su corazón sagrado sobre el de su esposa y, absorbiéndolo totalmente con la fuerza de su divinidad, lo asocia a su gloria».
En su lirismo, la misteriosa beguina Hadewich describe al Crucificado que se inclina al alma amante: «¡Ah!, esta dulce provocación y este corazón abierto las lleva (a las almas) a solicitar poseerlo. Esas ricas maravillas de este Corazón riquísimo hacen abrir la boca más allá de toda expresión y las abrasa con un fuego que no se extingue jamás. Arden en el deseo de satisfacerlo totalmente y la verdad de este rico Corazón abierto dice a sus espíritus que Él les pertenecerá enteramente».
Tenemos también el éxtasis de Beatriz de Nazaret, cisterciense, en el momento de la comunión: “En la unión dulcísima de este abrazo, el Señor atrajo a sí el corazón de su esposa y todo su espíritu fue absorbido en Él. Allí su alma… gustó, como en el cielo, de esos torrentes de caridad que ni el ojo vio, ni el oído escuchó, ni pueden llegar hasta el corazón del hombre”.
También santa Gertrudis vive, durante la comunión, la herida del corazón: “Después de haber comulgado y habiéndome arrodillado, me pareció ver que un rayo luminoso se escapaba, como una flecha, de la herida ensangrentada del costado derecho de la imagen que tenía ante mis ojos. El rayo de oro salía de la divina llaga, luego se recogía sobre sí mismo para lanzarse nuevamente sobre mí. Se detuvo todavía una vez, atrayendo hacia sí todos ms deseos, dentro de una dulzura indecible”.
Francisco de Asís conocerá los estigmas en el Monte Alvernia y Clara de Montefalco (+1308) verá grabarse en su corazón los diversos instrumentos de la Pasión; Gertrudis, por su parte, conocerá la impresión, en su corazón, de los estigmas, los cuales se conservarán espiritualmente.
También se invoca la sangre del Corazón. Matilde de Magdeburgo estima que una sola gota habría bastado para rescatar a la humanidad. El Señor le responde: “Eso no bastaba a mi Padre. La pobreza, el trabajo, el dolor, la pasión y el desprecio golpearon, tocándola, la puerta del cielo, hasta el momento en que mi sangre, tocada por la lanza del soldado, cayó a raudales sobre la tierra…”.
Tentada en los últimos días de su vida, Margarita de Cortona vio aparecérsele un ángel, que le decía: “Pongo en tu mano este estandarte: hay allí dos cruces, una blanca y otra roja, signos del agua y de la sangre del costado de nuestro Señor. Con él te defenderás y vencerás todos los ataques de tu enemigo”.
También el Señor recuerda el agua y la sangre a otra pecadora convertida, Angela de Foligno, a la cual decía: «No te amé en broma». «En una larga enumeración, Cristo le dice que satisfizo por todos sus excesos. Satisfice, tomé sobre mí tu penitencia, sufrí horriblemente. Tú pintabas tus mejillas… Mi cara fue cubierta de salivazos… Te serviste de tus ojos para mirar vanidades, para mirar lo que daña. . los míos, en cambio, se cubrieron, primero de lágrimas y luego de sangre…A causa de los pecados de tu corazón, en el que se desencadenaron el odio, la envidia y la tristeza de tu corazón poseído por la concupiscencia y por un mal amor, mi corazón fue traspasado por un golpe de lanza y de mi herida brotó tu remedio: el agua para apagar el mal fuego y la sangre para la redención de las tristezas».
La devoción a la Pasión y a las cinco llagas, muy desarrollada entre los franciscanos, vuelve a encontrarse, transformándolo, con el valor del agua y de la sangre, sobre los cuales santa Catalina de Siena no cesará de volver en sus escritos.
San Juan sigue siendo aquel a quien se dirigen las almas devotas. Gertrudis la Grande lo interroga en los Maitines de su fiesta: «¿No experimentaste el encanto de los latidos del Corazón divino, cuando en la Cena descansaste sobre su pecho bendito? Y ¿por qué guardaste a ese respecto un silencio tan absoluto, hasta el punto de no haber escrito nada que lo diera a entender?» La respuesta de san Juan tiene un valor instructivo especial: «Mi misión consistía en ofrecer a la Iglesia, todavía en sus primeros tiempos, una palabra sencilla acerca del Verbo increado de Dios. Respecto a lo que esos latidos expresan de dulzura, quedaba reservado a los últimos tiempos el darlos a conocer para que el mundo, embotado por la edad, vuelva a recuperar algún ardor al escuchar esos misterios». La idea de una maduración de los tiempos y de una revelación que tendrá lugar en el correr de las edades, se hace presente aquí. «Helfta podía llegar a ser un primer Paray», dice el padre Debognie (172); sin embargo, las revelaciones de Gertrudis permanecerán ocultas. Sólo se conocen de ellas dos ejemplares manuscritos, que la santa quería difundir. El hogar monástico de Helfta se extinguirá. Jesús había hecho a Gertrudis varias promesas (siete). Le había dado en prenda su Corazón.
La literatura mística femenina, sobre todo en las obras de santa Gertrudis, quien explota la vena poética y litúrgica, abunda en imágenes sobre el Corazón de Jesús. Es una lira que Jesús ofrece a la Santísima Trinidad, a la que añade tres cuerdas nuevas, que celebran el poder del Padre, la sabiduría del Hijo y la amabilidad del Espíritu Santo. Es un altar de oro radiante de llamas, que se cubre de ofrendas; es una lámpara ardiente que desborda; un incensario encendido, que hace subir al cielo las adoraciones de los hombres; una copa de oro; una fuente abundante; una casa de descanso. “Del corazón divino brotan las aguas vivas de una límpida fuente”.
Sin tratarse de una «misión», algunos místicos piensan que se les confía una tarea de propaganda y de apostolado. En el Legatus, Gertrudis dice que el Señor promete gracias a los que lean el libro. Quienes copien los relatos sentirán que en su corazón penetran saetas de amor salidas del Corazón divino. Margarita de Cortona recibe la invitación de expandir la práctica de la devoción: “Di a mis hermanos menores que sus almas se apresuren a penetrar en mí por el amor. Quienes desean penetrar en él, comiencen por mi pesebre y continúen, con compasión de corazón, meditando sucesivamente hasta el suplicio final de mi Pasión. En cada una de las etapas de mis dolores, que se mantengan en la contemplación del amor de mi Corazón ardiente”.
- Lenta y segura expansión
La Edad Media sigue haciendo fructificar lo recibido de la patrística y de los siglos místicos que la precedieron. La meditación sobre la persona de Cristo, la contemplación de su Pasión y de sus sufrimientos interiores en un ambiente de devoción eucarística creciente, la multiplicación de fórmulas de oraciones a partir del siglo XIII, originales y profundas, el recurso al Corazón de Jesús en las circunstancias más diversas de la vida cristiana, la propagación de las experiencias místicas y los cánticos y los himnos son otros tantos hechos que atestiguan que la devoción gana terreno en la esfera pública. La fiesta de la Santa Lanza será concedida litúrgicamente por Inocencio IV en 1353 (en el texto se hace mención del Corazón de Jesús). En los conventos de los dominicos alemanes se celebra la fiesta de las cinco llagas. Incluso hubo en Colmar, en el monasterio de Unterlinden, una fiesta del «Sagrado Corazón». Con la invención de la imprenta, la imagen del Corazón abierto, rodeado por una corona de espinas y envuelto en llamas reúne, para el uso de la piedad popular, el simbolismo y la realidad, muchas veces afirmados por tantos textos y tantas experiencias. A pesar de esto, la expansión conoce también momentos sombríos, debidos al Cisma de Occidente, a las luchas entre Juan XXII y Luis de Baviera y a los Hermanos del Libre Espíritu. Catalina de Siena será un rayo luminoso en las postrimerías del siglo XIV. En el siglo XV, la disminución en el impulso de la devoción es sensible-no deja de influir el progreso del humanismo-,a pesar de los nuevos movimientos devocionales en los Países Bajos. Cuando parecía que todo se extinguía, los cartujos, como escritores, traductores e impresores, contribuyeron poderosamente a una renovación de la devoción. Sin embargo, su esfuerzo no será continuado. Fue en la mitad del siglo XVII cuando todo renació.
Alberto Magno (+ 1280) había mantenido muy fuertemente la vinculación entre la devoción y la teología. «Con la sangre de su Corazón, el Señor regó el jardín de la Iglesia, al hacer brotar al mismo tiempo los sacramentos de su Corazón»126 y, según la gran tradición, une la Pasión y la sangre a la Redención. «En la cruz, Cristo se unió a la Iglesia de tres maneras: por su sangre, abriendo los brazos para abrazar a su esposa con tierno amor; después de su muerte, por la apertura de su costado, del cual nació la Iglesia, y por los misterios mayores de la sangre de la Redención y del agua de la regeneración». Abrió un camino que su discípulo, santo Tomás, no prosiguió.
El Maestro Eckart (+ 1327) une el Corazón con el fuego: «En la cruz, su corazón ardía como un brasero, como un horno, cuyas llamas se escapan por todas partes. Así es como Jesús ardía de amor por toda la tierra»128
Se sigue meditando y contemplando el Corazón refugio, pensamiento que, con frecuencia, va asociado al de san Juan. Juan Tauler (+1361) escribe: «Si quieres descansar, con san Juan, sobre el Corazón lleno de amor de nuestro Señor Jesucristo, te es necesario tomar como modelo el amor de nuestro Señor… Debemos golpear en el corazón abierto del Se-ñor. Debemos buscar en él refugio con toda piedad, teniendo conciencia de nuestra profunda pobreza y de nuestra nada». “Nos dio su corazón herido para que pudiésemos establecer allí nuestra morada, mientras llegamos a ser puros y sin mancha, mientras nos hacemos conformes a su Corazón, dignos y prontos para ser introducidos con él en el Corazón divino del Padre”.
Margarita Ebner (+1351) es guiada por san Juan hacia el Corazón: “Y cuando pensaba en el dulcísimo brebaje que le fue dado a beber en el Corazón de Cristo, las palabras me faltan para hablar de ello”.
Adelaida Langmann escucha que le dicen: “Mi Corazón divino está abierto para ti. Escoge tú misma lo que deseas. Sea lo que sea lo que me pidas, te lo concederé mil veces más. Inclínate hacia mí y descansa sobre mi Corazón como san Juan”.
En muchos maestros de espiritualidad es particularmente importante y frecuente la contemplación activa de la sangre de Jesús. Margarita Ebner contempla una imagen: “Entonces nuestro Señor Jesucristo se inclinó desde lo alto de la cruz y me permitió besar su Corazón abierto y beber la sangre que escapaba de su herida”. Durante la misa, Cristina Ebner ve al Salvador en la cruz, que le permite beber en la herida del Corazón, como la abeja en el cáliz de la flor. Tauler sugiere que, al comer, se vea a Jesús que bendice la copa y la presenta roja por la sangre divina. Pone estas palabras en boca de Cristo: «La sed ardentísima que tenía de la salvación de los hombres hacía hervir y brotar de mi costado mi sangre encendida de amor. Dejar en mi corazón una sola gota de sangre y de agua sin poder derramarla fuera de este Corazón amante, por la salvación de las almas, habría sido más cruel a mi alma, que sufrir una muerte durísima. La misma reacción encontramos en santa Catalina de Siena, para quien la realidad de la sangre de Jesús es central (a sus corresponsales los conjura gustosa «por la Sangre de Cristo»): «Sentía un deseo infinito de la salvación de los hombres; mis sufrimientos y mis dolores finitos no podían manifestar este deseo sin límites. Quise entonces que mi Corazón fuese abierto; en esa forma conoceríais sus secretos íntimos y que os amaba mucho más de lo que puede expresar un dolor finito». «¡Oh sangre divina, quemáis y consumís nuestras almas en la hoguera del amor divino!
Las encerráis en la hoguera del amor divino. En verdad, el alma no puede gustar de Vos sin que la agarréis y la rodeéis de llamas. Vos mismo os habéis derramado en las llamas de la caridad》135.Catalina de Siena dice también: “Entonces, Dios arrancó mi corazón y exprimió su sangre sobre la faz de la santa Iglesia.”, subrayando, así, la reciprocidad que lleva al sacrificio.
La inmanencia del Corazón de Cristo y del corazón del hombre es confirmada por Suso: «Este corazón divino se inclinaba a mi propio corazón, de una manera espiritual; no sé cómo. Mi corazón se hallaba encerrado en el Corazón divino». Santa Catalina de Siena experimenta los estigmas (invisibles) y penetra en el Corazón de Jesús, cosa que interpreta por esta sencilla oración: “Pensad en mí, Señor, y yo pensaré siempre en Vos”. Llegará hasta verse “privada de corazón”, al quitárselo el Señor de su pecho. Se le devolverá el corazón: “Ayer te quité tu corazón. Ahora te doy mi corazón para que vivas siempre de él”.
Ir al Corazón es uno de los temas de la predicación de san Bernardino de Siena (+1446)138. Ofrecer el corazón del hombre al Corazón de Cristo es una de las oraciones de santa Catalina de Siena: «Dios eterno, aceptad el sacrificio de mi vida por vuestro Cuerpo místico, la Iglesia; nada os puedo ofrecer, si no es lo que Vos me habéis dado. Tomad mi corazón y exprimidlo sobre la faz de vuestra esposa», O bien esta otra ofrenda en forma de petición, debida a Dionisio el Cartujo, gran teólogo alemán de fines de la Edad Media (+1471): “Señor Jesucristo, unido a las alabanzas que dirigís al Dios de toda eternidad, quiero dirigiros ahora estas alabanzas y estas oraciones, si bien os ruego, por vuestra infinita misericordia, que me deis un corazón contrito y piadoso, un corazón humilde y puro, un corazón lleno de celo y de fidelidad, un corazón según vuestro corazón, un corazón, en fin, que Vos santificaréis en vuestro Corazón, que Vos amarraréis al vuestro y que en el vuestro lo recibiréis…”. Eco de la oración de Adelaida Langmann: “Señor, os pido en nombre del amor que vuestro Corazón bondadosísimo y amantísimo tuvo por (María Magdalena) y que, aún hoy día, fomentáis para con todos aquellos que os aman, que perdonéis todos mis pecados y me hagáis llegar a las gracias de la contemplación”.
Finalmente, las oraciones son innumerables. El padre Richstätter reunió las de la Edad Media alemana. Ingenuas o sabias, afectivas y también teológicas, propagaron la devoción; se las leía, oraba y comentaba. Citemos para terminar (sintiendo ser injustos para con tantas otras conocidas, pero que no podemos transcribir aquí), la oración del franciscano Stephan Fridolin (+1498), quien contempló la Pasión y también las 《grandezas》de Jesús: “Considera el Corazón herido de Cristo como la verdadera puerta, por la que se llega a la gracia y a la amistad de Dios; por ella se sube a los gozos eternos que nunca terminan. En él descansó su alma santísima y su adorable divinidad, por la que se nos conserva la existencia. Considera el Corazón abierto de Cristo como el más seguro asilo de los que en él se refugian… Considera el Corazón bondadoso de Cristo como una perfecta compensación por tus pecados y por los de la humanidad, ya que el Señor ha vertido la Sangre santísima de su Corazón. Considera el Corazón inflamado de Cristo…”.
