Resucitó (Mt 28,6)
El resucitador único
Es un oficio muy suyo, resucitar Él y resucitar a los demás.
Tan suyo, tan exclusivamente suyo, que ante la muerte el único que se ha atrevido a hablar y a mandar es Jesucristo.
El talento del médico podrá conservar a un hombre sano, curarlo algunas veces, si está enfermo, prevenirlo para que no caiga; pero dar la vida, cuando la vida se acabó, éso no lo hacen, no lo pueden hacer los médicos.
El cariño de una madre con el esmero de sus cuidados, con el calor de sus besos, con el fruto de sus abnegaciones, hará prodigios cerca del niñito enfermo, llegará quizás hasta hacer misteriosa violencia a la vida para que no se vaya, pero si vino la muerte a cerrar aquellos ojitos queridos, ¡ah!, la madre no podrá volvérselos a abrir.
¡Pobre ciencia y pobre cariño de los hombres, que no podéis devolver la vida, que no podéis resucitar a nadie!
Pero el Cristo de mi Sagrario puede resucitar, ¡vaya si puede!
Me lo asegura el Evangelio, me lo confirman cada día las resurrecciones que le veo hacer.
El Evangelio me dice que resucitó a una niña recién muerta, a un mozo a quien llevaban a enterrar y a un hombre maduro enterrado hacía cuatro días.
Y desde entonces acá, ¡cuántos muertos, jóvenes y viejos, hombres y mujeres de poco y de mucho tiempo, resucitados en el Sagrario! ¡Y qué resurrecciones!
Lo que se ve desde el Sagrario
Yo soy sacerdote del Señor y como tal custodio de un Sagrario y, si como sacerdote que veo las almas por dentro, puedo certificar de muchas defunciones espirituales, como custodio del Sagrario he de certificar también de muchas, muchas resurrecciones. Yo he visto pasar por delante de mi Sagrario muchos muertos llevados a enterrar por sus propios vicios y pecados que oficiaron de verdugos y asesinos; yo he olido desde mi Sagrario la corrupción de muchas almas y hasta de pueblos enteros, muchos años ha muertos y sepultados en cieno; yo me he estremecido de terror muchas veces al ver muertas, casi a mis pies, almas brindando salud hacía un instante; yo sufro angustias de muerte ante el contraste diario del Sagrario, Palacio de la vida que nunca muere, y el mundo, pudridero gigantesco de las almas. Sí, desde ningún punto de la tierra se conoce y se siente la alegría de la vida de las almas y la inmensa tristeza de las almas muertas como desde el Sagrario.
Lo que se saca del Sagrario
Pero también no pocas veces detrás de aquellas almas de niños muertos por el primer pecado mortal, de jóvenes licenciosos, de hombres empedernidos en la iniquidad, de mujeres disipadas o prostitutas, he visto llegar a un amigo, una hermana, una madre, se han postrado de rodillas delante del Sagrario y se han puesto a llorar… ¡Dios mío, Dios mío, y qué milagros hacen esas lágrimas ante los Sagrarios, por las almas muertas! ¡Cómo se repiten las lágrimas de Jairo y su familia junto a su niña recién muerta, las lágrimas de la viuda de Naím detrás de su hijo que llevan a enterrar, las lágrimas de Marta y María junto al sepulcro del hermano muerto y corrompido y cómo se repiten el «levántate y anda» arrancado al Corazón de Jesús, por aquellas lágrimas…!
¡Madres y hermanas que lloráis hijos y hermanos muertos del alma, ya sabéis en dónde y cómo vuestras lágrimas se hacen omnipotentes y resucitan muertos!
¡Llorad en el Sagrario!, ¡llorad junto al Corazón que vive allí!, ¡lloradle mucho, que el que es inflexible y duro para resistir a los soberbios, no sabrá, ni querrá resistir a las lágrimas de la humilde y porfiada confianza…!
Señor, grande y magnífico eres sacando de la nada los mundos por un acto de tu omnipotencia y de tu voluntad soberanas, y grande y magnífico eres también tornando los muertos a la vida por la sola influencia de unas lágrimas humanas…