EL CORAZÓN DE JESÚS: MANANTIAL QUE SACIA LA SED

GABINO URÍBARRI BILBAO, S.J

  1. HORIZONTE BÁSICO DE APROXIMACIÓN: LA PERSPECTIVA DEL CORAZÓN

1.1.  CORAZÓN, PALABRA PRIMORDIAL DE LA ESCRITURA

Corazón es una palabra primordial en muchas culturas, también en la nuestra; es una protopalabra que nos sitúa ante lo básico y fundamental, ante algo originario y profundo, nunca del todo penetrable por la conceptualización racional. El corazón dice la persona tomada en su conjunto, en su verdad y autenticidad, como denota la expresión castellana: «te lo digo con el corazón en la mano». El corazón alude a la profundidad de la persona, a su interioridad, a sus pensamientos y sentimientos más genuinos, a su calidad última. Los verbos que se conjugan con el corazón se refieren a la persona en su autenticidad e interioridad, al centro y el hondón de su alma; así, por ejemplo, el corazón se parte, se hiela, se encoge, se da, se ensancha, se abre. Se puede ser de «buen corazón» o actuar como alguien que «no tiene corazón».

La Escritura recoge en líneas generales este modo de ver. Para el AT el corazón designa el órgano corporal, pero con mucha mayor frecuencia se emplea en sentido figurado. Así, corazón (lêb, lêba¯b), se refiere a lo íntimo de la persona, a su centro. Al corazón se le asignan un buen número de operaciones espirituales. Es sede del deseo, de la voluntad, de los sentimientos y del conocimiento. De tal manera que el corazón viene a designar a la persona entera. Más interesante todavía, el corazón es el ámbito decisivo de la relación con Dios. El buen israelita se distingue por buscar a Yahveh con todo el corazón y toda el alma (Dt 4,29) y por interiorizar la oración del shemá: «Escucha, Israel, Yahveh nuestro Dios es el único Dios. Amarás a Yahveh tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu fuerza» (Dt 6,4-5; cf. 10,12; 11,13). Dios conoce y escruta en profundidad el corazón humano (Jer 17,10).

La Escritura también nos habla de un corazón de Dios, con deseos, sentimientos, designios, compasión y conocimiento (ej.: Gen 6,6; 8,21; Os 11,8; 1Re 9,3; Jer 7,31; 44,21). Por eso, se puede reconocer un deseo de Dios de circuncidar los corazones (Dt 10,16; 30,6), para que alcancen un conocimiento auténtico de Dios, incluyendo la conducta correlativa. La nueva alianza significará la sustitución de un corazón de piedra, en- durecido e ignorante de Dios, por un corazón de carne, que agrade a Dios y lo conozca verdaderamente (cf. Ez 36,26; Jer 31,33-34). Con la nueva alianza en Cristo se nos ha donado este nuevo corazón circuncidado (Rom 2,29).

En el NT se continúa básicamente con esta comprensión del corazón, tomada de la mentalidad bíblica. Sobre lo que ya hemos indicado, se acentúa más si cabe que el corazón es el centro de la vida espiritual, para bien y para mal. Pues del corazón nacen las mejores y las peores inclinaciones humanas (ej.: Mc 7,21; Rom 2,5; 8,27; 10,10; 1Cor 14,25; 2Cor 3,14; 1Tes 2,4; 2Tes 3,5; Heb 3,12), la obediencia a Dios y la obstinación. Se pide a Dios que fortalezca el corazón del creyente (1Tes 3,11-13; 2Tes 2,16-17; 3,5). La conversión del corazón, de enorme importancia (1Cor 4,5), se identifica con la fe, que es obra de Dios (Hch 16,14). Esta conversión se hace duradera por la inhabitación del Espíritu en los creyentes (Rom 5,5; 2Cor 1,22; Gal 4,6-7), transformando sus corazones, llevándolos a una auténtica vida en Cristo, gracias a la cual ahora conocen a Dios, le agradan, se llenan de su conocimiento. Viven y son en Cristo; aman en Cristo a los hermanos (Filp 1,8) y se comportan con un corazón puro (cf. Heb 10,22; 1Jn 1,7), en el que Cristo habita (Ef 3,17). Así da fruto la semilla del reino de Dios, que Jesucristo plantó en nuestros corazones (cf. Mt 13,19; Lc 8,12.15).

No cabe duda de que con estos temas tocamos aspectos nucleares de la antropología y la soteriología cristiana; ser cristiano consiste en una transformación pneumática del corazón, don precioso de Dios gracias a Jesucristo. Sobre el particular profundizaremos más adelante.

1.2.  LA SABIDURÍA DEL CORAZÓN PIDE UNA EPISTEMOLOGÍA SIMBÓLICA

Un primer factor que marca una teología y una espiritualidad del corazón radica en el ámbito en el que necesariamente se mueve: su horizonte de comprensión es simbólico. Es propio, entonces, de la teología del Sagrado Corazón jugar con la combinación de imágenes y de símbolos que se asocian y combinan (corazón, lanza, costado, sangre y agua, cordero, buen pastor), como es tan propio de la teología de los Padres. Estas imágenes, a su vez, repletas de símbolos, a modo de iconos, representan los misterios de la fe, mueven los sentimientos, suscitan afectos, configuran al sujeto creyente y le introducen en el mundo por ellas evocado. Por eso, en esta manera de acercarse a los misterios de la fe se unen estrechamente la espiritualidad y la teología, la oración personal y la liturgia oficial, la contemplación y la vida práctica. Su carácter simbólico no merma, ni mucho menos, su vigor ni su profundidad. Al contrario, aquello que nos habla de lo primordial, de lo originario, del misterio último de Dios y del hombre, solamente se puede representar de modo simbólico, aproximándonos así de un modo menos desafortunado al misterio nunca totalmente apresable por los limitados conceptos humanos.

Por esto mismo, la teología y la espiritualidad del Corazón de Cristo combina una serie de textos bíblicos en los que entiende que se habla en el fondo del corazón de Cristo, sin la necesidad de una presencia literal del término corazón. Parte de la intuición válida de que allí donde se habla tanto del corazón, como de la interioridad, de la conciencia última, del deseo profundo, de lo que habita en el pecho, de la intimidad profunda se está hablando de un modo u otro del corazón del Señor, sin hacer tampoco una disociación estricta, como no lo hace nuestro lenguaje ordinario, entre el corazón en sentido figurado y en sentido físico, si bien predomina la comprensión del corazón como sede y expresión última de la profundidad de la persona.

Un segundo factor fundamental, en continuidad con la epistemología de cuño simbólico en la que nos movemos, consiste en que el tipo de conocimiento que entra en juego es un conocimiento propio del corazón, mucho más que de corte racional o especulativo. El acercamiento principal a la temática que nos ocupa solamente se puede lograr en su profundidad en el coloquio personal «de corazón a corazón» con el Señor[5], en una relación interpersonal en la que se descubre el amor del Corazón del Señor y de la que surge el deseo de una respuesta de amor determinándose el propio corazón incluso con oblaciones generosas. Esta es la perspectiva más querida de toda la espiritualidad oriental[7], con una base bíblica indudable. Bástenos con mencionar el caso de María, que guardaba y meditaba en su corazón cuanto acontecía a su alrededor en relación con su Hijo (Lc 2,19.51; cf. 1,66). La magnífica serie de homilías del P. Peter-Hans Kolvenbach sobre el Corazón de Jesús recorren de un modo vibrante los bellísimos acordes de esta sinfonía de corazones.

Esta perspectiva no nos sitúa fuera del ámbito teológico propiamente dicho. Según Santo Tomás el corazón de Cristo es la clave de comprensión de toda la Escritura. Karl Rahner opina que solamente una persona que ame y ore podrá comprender lo que se diga acerca del corazón de Cristo, pues dicha comprensión exige una afinidad con el objeto, una disposición particular y una actitud apropiada[11]. En nuestra época ha sido A. Saint-Exupéry quien ha puesto en circulación la famosa frase del capítulo veintiuno de El principito: «Sólo se ve bien con el corazón, lo esencial es invisible a los ojos», popularizando de un modo sencillo y profundo la índole característica de una epistemología cordis, componente imprescindible de toda theologia cordis[12].

El tema que se nos ha dado, El amor a Jesucristo, dentro del marco del encuentro con el prójimo y con la trascendencia, ha quedado ahora ubicado en su justa medida: se trata de un encuentro entre personas o, más precisamente, entre corazones que aman y anhelan una respuesta de amor, entre el Señor y cada uno de sus discípulos. Veamos ahora a grandes rasgos qué nos sugiere la teología sobre este particular.

  1. LÍNEAS DE FUERZA PARA UNA FUNDAMENTACIÓN

2.1.  BUSCANDO UNA ORIENTACIÓN ACTUAL Y ADECUADA

La teología y la espiritualidad del Sagrado Corazón, inspirada en el movimiento que se inició en torno a las experiencias místicas de santa Margarita María de Alacoque, ha dado enormes frutos de piedad, de santidad, de caridad y de apostolado. Sin embargo, dicha versión de la devoción al Sagrado Corazón está muy marcada en sus formas por elementos especialmente acentuados, dependientes de una determinada sensibilidad, que le otorgan un perfil específico, que no se ha de identificar necesariamente sin más con la teología y la espiritualidad del Sagrado Corazón en sentido estricto. Es más, la devoción originada en Paray-le-Monial se caracteriza, según K. Rahner, por tres rasgos que le dan un perfil propio y la sitúan en una coyuntura concreta de la historia de la Iglesia, de la teología, de la cultura y de la espiritualidad. Así, siguiendo a K. Rahner, la devoción de Paray-le-Monial se caracterizaría por: a) la interioridad, que mira hacia los sentimientos y afecciones internas del corazón de Jesús; b) una fe intensa en el amor de Dios, a pesar de que dicho amor parezca fracasar confrontado con un alejamiento, cada vez mayor, del mundo y de la sociedad de Dios, y una aguda conciencia de la sobreabundancia del pecado, y c) la reparación a este corazón tan injustamente afrentado.

Nuestra actual sensibilidad teológica y espiritual no resuena de modo espontáneo con estas tres coordenadas. Aunque la cristología actual no desconoce la pregunta por el conocimiento y los sentimientos que pudo tener el Señor Jesús, su orientación está marcada por la investigación histórica de Jesús y se dirige más bien hacia su conciencia mesiánica y de filiación, sin dejarse llevar por especulaciones acerca del dolor de Jesucristo por el pecado a lo largo de la historia universal o el dolor que ahora mismo le causarían las afrentas de los pecadores que menosprecian las espléndidas dádivas del Redentor. La soteriología se orienta más, como en el primer milenio, hacia la comprensión de la objetividad de la salvación realizada por el conjunto de la vida, muerte y resurrección de Jesucristo, que hacia la exploración de los sentimientos íntimos del corazón del Redentor, evidentemente sin silenciar la ofrenda consciente de amor que preside la entrega sacrificial de Jesucristo. La teología de la reparación ha dejado de cultivarse como disciplina asociada a la soteriología, la penitencia o la ascética. Si bien es cierto que hoy día la distancia entre la fe cristiana y la sociedad en el mundo occidental se ha agrandado mucho más, la mirada que eligió el concilio Vaticano II hacia el mundo, especialmente en la constitución pastoral Gaudium et spes, fue más bien la de búsqueda de puntos de empalme, que la del reproche distante y afrentado. Por otra parte, la consideración del pecador que predomina en la teología está muy marcada por las parábolas de la misericordia y por los resultados de la investigación histórica de Jesús, que hacen primar con mucho el amor misericordioso sobre la ofensa infligida a Dios o a Jesucristo por el pecador, a pesar de todo el magnífico desarrollo que ha supuesto la concepción del pecado estructural (teología de la liberación) y las estructuras de pecado (Juan Pablo II). En resumidas cuentas, el estilo de Paray-le-Monial tal cual parece no solamente difícil de recuperar en sus formas devocionales específicas y más características, sino que incluso resulta francamente complicado de repristinar si uno opta por mantenerse dentro de las líneas maestras de la teología actual.

Como no parece conveniente proponer una espiritualidad y una teología aisladas del resto del movimiento de la cultura, la teología y la espiritualidad, si de alguna manera se quiere recuperar la teología del Sagrado Corazón y la espiritualidad que la acompaña se ha de optar por un nuevo camino, lo cual es plenamente legítimo, dado que la forma de devoción promovida a partir de Santa Margarita María de Alacoque se originó en el siglo XVII, siendo deudora de una amplia corriente que proviene de la misma Escritura, del misterio de Cristo mismo, sin que previamente y durante siglos se hubieran dado las formas devocionales concretas que se propusieron con tanto énfasis y no pocas dificultades a partir de ese momento]. Ni GS 22 ni Juan Pablo II en su encíclica Redemptor hominis, 9a recogen el estilo Paray-le-Monial; sin embargo, ambos se hacen eco claro y sustancial de la importancia del corazón humano de Cristo, como centro y condensación de la revelación de la misericordia de Dios. Benedicto XVI, por su parte, en su primera encíclica, Deus caritas est, no duda en remitir a Jesucristo como el amor de Dios encarnado (esp. DCE 12-15) ni deja de mencionar «el costado traspasado de Cristo» (DCE 12), pero tampoco se sitúa en el horizonte de Paray-le-Monial.

Consciente de esta situación, el P. Ignace de La Potterie ha ensayado una vía de aproximación que se sitúa en el horizonte de la cristología actual; es decir: que parte de la investigación histórica sobre Jesús y la reconsideración de la humanidad de Cristo a partir de la nueva mirada al concilio de Calcedonia[8]. Este intento no deja de ser valioso. Sin embargo, por tres razones no seguiré esa línea. En primer lugar, por las dificultades que entraña la investigación histórica sobre Jesús y su modo de manejar los textos bíblicos, en concreto los evangelios, descartando para la interpretación teológica aquellos que no resisten la criba de la crítica histórica. Además, los textos evangélicos más relevantes para la teología y la espiritualidad del Sagrado Corazón se encuentran en el evangelio de Juan, para cuya comprensión el simbolismo resulta imprescindible. En segundo lugar, porque este modo de proceder no empalma suavemente con el planteamiento que hemos hecho en el epígrafe anterior, donde hemos optado por una epistemología de corte simbólico, como la más apropiada para inteligir cordialmente la teología y la espiritualidad del corazón. En tercer lugar, porque parece apropiado descubrir y proponer algún radical antropológico de fondo en nuestra situación cultural con el que pueda empalmar la teología y la espiritualidad del Sagrado Corazón. Por estas razones, partiré de la sed, que nos permitirá conectar más fácilmente con la densa escena del costado traspasado, auténtico centro neurálgico y bíblico de la teología y la espiritualidad del Sagrado Corazón.