Por Henri CAZELLES,PSS
¿Cuál es la razón de que la Iglesia de Cristo acepte la devoción al Corazón de Cristo y rechace la devoción a la santa Cabeza o a otras partes del cuerpo del Señor? Es sabido que las visitandinas, no obstante el apoyo de la antigua reina de Inglaterra, María de Est, esposa de Jacobo II, solamente en 1697 recibieron la autorización de celebrar la misa de las Cinco Llagas para la fiesta del Sagrado Corazón (el 31 de agosto) y que san Juan Eu-des había hecho aprobar por los obispos de Rennes, Coutances y Evreux. Después de la peste de Marsella, recibieron el apoyo de los reyes de Polonia y de España y de los obispos de Cracovia y de Marsella; pero la iniciativa fracasó ante la objeción del cardenal Próspero Lambertini, futuro papa Benedicto XIV: el corazón no es la sede («sedes》) de las afecciones y de las virtudes; amor, odio y otros afectos del alma tienen, según las opiniones fisiológicas modernas, su sede en el cerebro. No fue esta objeción la razón del movimiento profundo, que multiplicó las súplicas a la Santa Sede, las cuales finalmente obtuvieron de Clemente XIII,en 1765,la fiesta y el oficio deseados. Sabido es que Pío IX y León XIII extendieron el culto público a la Iglesia universal. Sin embargo, esta aquiescencia, lo mis-mo que aquellas reticencias del Magisterio, nos invitan a examinar lo que representa el Corazón de Nuestro Señor en el misterio de la Encarnación. Nos invitan, en especial, a mirar de cerca lo que significa el «corazón»en la Biblia, fuente conjunta de nuestra fe con la tradición, como lo dijo el último Concilio.
Nos sorprenderá, en primer lugar, el hecho de que en dos escenas evangélicas, capitales para nuestra devoción al Sagrado Corazón, los evangelistas evitaron emplear esta palabra «corazón», a pesar de que ciertamente se trata, en ellas, del corazón.
1.Cuando el cuarto evangelio nos da a entender que Pilato envió a unos soldados a rematar los cuerpos de los ajusticiados antes de la caída de la tarde, encontraron que Jesús ya estaba muerto. Uno de ellos, empero, golpeó con su lanza su costado y al punto salió sangre y agua. Según la opinión de expertos recientes, el Santo Sudario de Turín da testimonio de una llaga que se abrió como acontece en los cuerpos de los ya muertos y que no estaba cerrándose, como en los de los vivos. El Evangelista evita aquí la palabra «corazón»-kardia-y utiliza «plura》,de donde viene nuestra palabra pleura, la cual sólo él emplea en el Nuevo Testamento y tan sólo aquí y en la escena con Tomás (Jn 20,20.25.27), salvo un caso en Hechos 12,7, cuando el ángel que va a liberar a Pedro lo toca en el costado. Si san Juan escogió este término, ello se debe-como muy bien lo observaron los Padres-a que en Cristo Juan veía al nuevo Adán. Del costado del nuevo Adán-en griego, plura-se había formado Eva,y del nuevo Adán iba a nacer la Iglesia, purificada por el agua del costado y vivificada por su sangre, que es su vida. Volveremos sobre este punto.
- El segundo texto es el de Lucas 2,35: la profecía de Simeón, con ocasión de la presentación en el Templo. El anciano anuncia a María que su hijo será un signo de contradicción y que una espada traspasará «tu propia alma» o «tu propia vida». También aquí se evita la palabra «corazón» y el Evangelio prefiere una palabra más amplia, psycbé, que en la Biblia significa muchas cosas: el mismo ser, su aliento y su vida. Esto no obstante, el evangelista continúa y echa mano entonces de la palabra «corazón», pero no se trata ni del Corazón de Cristo ni del de María: «a fin de que queden al descubierto las intenciones de muchos corazones .La Biblia de Jerusalén incluso precisa: «intenciones íntimas». Podríamos valernos también de la Traducción Ecuméni-ca,que traduce: «los debates» de muchos corazones o las reflexiones, los cálculos, los razonamientos. En todo caso, se trata de una actividad que llamaríamos intelectual o espiritual, que ubicaríamos más bien en el cerebro que en el corazón. Pero la palabra «corazón» está indicando lo que hay de más oculto, más íntimo y más fundamental en los pensamientos de los hombres.
Así es como el Nuevo Testamento emplea dicha palabra en una multitud de expresiones de todos conocidas: «María conservaba fielmente todas estas cosas en su corazón» (Lc 2,22.61) y las meditaba. «Lo que sale del corazón son las malas intenciones, asesinatos, adulterios, fornicaciones, robos, falsos testimonios, injurias» (Mt 15,19). Cuando la epístola a los Efesios nos habla de «los ojos del corazón» y la epístola a los Romanos dice que «el corazón insensato de los paganos ha llegado a ser presa de las tinieblas», no puede tratarse del corazón órgano dentro del pecho, el cual no tiene ojos ni inteligencia, Del corazón de Dios se habla en raras ocasiones; pero cuando en Hechos 13,22, se recuerda que Dios escogió a David, un hombre según su corazón, no puede ser que se esté atribuyendo a Dios un órgano corporal.
Así, pues, el Nuevo Testamento emplea la palabra corazón en un sentido metafórico. Es preciso, sin embargo, precisar cuál y qué relación pueda tener con el corazón que impulsa la sangre en las arterias.
El Nuevo Testamento no hace sino seguir al Antiguo, donde la palabra corazón aparece centenares de veces, aunque poquísimas para designar el órgano. En el libro de Samuel encontramos un caso bastante pintoresco. David, proscrito con sus partidarios, aseguraba la protección de los rebaños de un cierto Nabal, en el desierto de Judá. Un día, Nabal se negó a pagar a David lo que le debía. Este iba a efectuar una mala acción, cuando la esposa de Nabal, la prudente Abigail, corrió a apaciguar a David. De regreso, encuentra a Nabal enfiestado, totalmente inconsciente del peli-gro: «su corazón estaba alegre y completamente ebrio». Abigail esperó hasta la mañana siguiente para ponerlo al corriente. Su flujo sanguíneo da sólo una vuelta. Es el ataque de apoplejía: «Su corazón murió dentro de él-nos dice el texto hebreo- y se tornó como piedra». Incluso aquí podemos preguntarnos si el empleo de la palabra «corazón》 no es más metafórico que literal.
Lo mismo que en francés, el hebreo y otras lenguas de la época utilizan la palabra «corazón» para evocar no solamente los sentimientos del hombre, sino también su carácter, sus disposiciones, sus intenciones y su voluntad. Decimos «tener buen corazón», «tener el corazón traspasado», «corazón dolorido», e incluso cuando decimos «me duele el corazón», el empleo de la palabra es más metafórico que real.
El Padre Dborme nos dice que, entre los babilonios, la felicidad cumplida se expresa por «el bienestar de la carne y el bienestar o el gozo del corazón». Estamos felices, cuando el corazón está contento. Si se desea alguna cosa, es porque el corazón nos lleva hacia eso: es lo que aconteció con los dioses babilonios, cuando quisieron el diluvio. Se ruega a un dios de todo corazón, literalmente, «su corazón todo entero». Cuando se gana un proceso, se tiene el corazón contento, dichoso; lo mismo acontece, si se ha dado satisfacción a un deseo. En cambio, si un niño está inquieto por no haber recibido noticias de su padre, escribe gentilmente a este:《Que mi padre me haga llegar una carta y mi corazón dejará de sentirse mal». El mal del corazón es la tristeza. Si nos duele el corazón, lo es tanto física como moralmente, y en este caso se trata también de la tristeza. Las pasiones pueden invadir el corazón. Tener el corazón tomado, significa sentirse furioso. El corazón puede saltar, inflamarse, irritarse, quebrantarse y, también, al contrario, apaciguarse. Cuando las cosas van mal, se ruega al dios o a la diosa que se aplaque. El corazón traiciona también los movimientos de la voluntad y no solamente los deseos y los sentimientos. Un hombre fiel es aquel cuyo corazón se encuentra fijo y estable. Con el corazón, se describen igualmente las cualidades y los defectos: un corazón henchido es el corazón de un orgulloso. El corazón expresa no solamente la voluntad, sino también la inteligencia: un «corazón amplio» es el privilegio de un hombre inteligente. Para decir que un hombre ha perdido el espíritu, se dirá que un dios, por ejemplo el dios sol, más luminoso y clarividente que los demás, le ha «arrancado el corazón». En cambio, el hombre que reflexiona es aquel que habla con su corazón. El corazón medita y, lo mejor para él, es llegar a ser un «corazón prudente», lo cual permite que un rey tenga un «corazón inteligente», que sepa discernir lo que conduce al bien o al mal.
En realidad, el corazón es lo íntimo del hombre, esa región a la cual su mirada no siempre logra penetrar, pero de la cual proceden los movimientos profundos del sentimiento, de la inteligencia y de la voluntad, que hacen tomar decisiones, a partir de un punto invisible que escapa a los vecinos y a los más cercanos. A veces es con el hígado y no con el corazón, con los que se fraguan estas expresiones. La felicidad no consiste solamente en el bienestar del cuerpo y en el gozo del corazón, sino también en «la iluminación del hígado». Si el corazón puede «irritarse», el hígado pue-de «arder». Para expresar un deseo, se dirá que «el hígado me condujo». Al igual que el corazón, también el hígado puede aplacarse. Un hígado enfermo expresa la tristeza. En cambio, la terrible diosa fenicia, Anat, ríe en su hígado, cuando ha exterminado a la humanidad del Levante y sumergido sus piernas en la sangre hasta los muslos. Estas expresiones que hacen relación al hígado son menos numerosas y, con frecuencia, los israelitas, en sus salmos, transformaron en kabod, gloria, ciertas expresiones de antiguos himnos, en los que se hablaba de kabed, hígado. Participamos de esa orientación, pero retenemos esta transformación, que dará prioridad al corazón, cuando se trate de expresar las disposiciones más profundas del ser humano…o divino.
Antes de tratar del sentido de la palabra «corazón» en la Biblia, con-viene echar una última mirada a otra gran civilización antigua, anterior a Israel y a su Biblía: la prodigiosa civilización egipcia, a la cual Salomón estuvo muy lejos de menospreciar. A M. Piankhoff debemos un librito encantador, lleno de citas: que lleva por título: «El corazón en los textos egipcios, desde el Antiguo Imperio hasta fines del Nuevo, es decir, del año 3000 al 1100 antes de Cristo». En él volvemos a encontrarnos con todas las expresiones babilónicas. Si los hombres están felices, se debe a que un dios «ha animado su corazón». Si, por el contrario, se está triste, es en decir de un campesino- «porque se me ha colmado de preocupaciones y mi corazón está sobrecargado. Hasta los corazones de los animales pueden llorar, cuando el rebaño se queja por la situación del país». Si estamos inquietos, estamos como «el caballo que piafa; el sueño no viene a mi corazón». Si estamos cesantes, no hay nada que hacer y «el corazón salta en su lugar». Si nos invade el temor, los corazones se estremecen en el cuerpo. El corazón se siente abatido, puede debilitarse, puede «salir de donde está». Pero puede «hallarse, en su lugar». «Lavar el corazón» es alegrar a alguien; «expandir el corazón» es dar felicidad. Finalmente, el corazón es el deseo e, incluso, el proyecto. Dios creó el cielo y la tierra, según «el corazón de los hombres», nos dice el sabio Merikaré, hacia el año 2000 antes de Cristo.
El corazón expresa también el estado de ánimo, la bravura y el valor. El «corazón se alza», ya sea cuando se reanima, como cuando se enamora. El corazón puede estar ávido y puede, igualmente, memorizar una frase. Si lavar el corazón significa alegrar, «anegar el corazón» significa olvidar. Cosa inteligible es aquella delante de la cual se encuentra el corazón. Se piensa en el corazón. «Mi corazón lo sabe, pero mis ojos no lo ven».
En consecuencia, el corazón equivale a todo lo íntimo que hay en el ser. Después de estos muchos ejemplos, comprenderemos mejor las expresiones bíblicas que nos hablan del corazón.
Corresponde, a menudo, a lo íntimo del hombre, en oposición a su carne o a su cuerpo; en este sentido, canta el salmo 73,26: «Mi carne y mi corazón se consumen: ;Roca de mi corazón, mí porción, Dios por siempre!». Por el contrario, en el salmo 84,3, se dice: «Mi corazón y mi carne gritan de alegría». El hombre tiene su corteza y su interior, así como existe el corazón de una fruta y el corazón de los mares; sin embargo, del corazón de Dios se hablará con mucha menor frecuencia. Con todo, se hablará. Se dirá, más bien, que Dios está lleno de amor y de misericordia; también se dirá, empero, que Dios escoge un rey según su corazón. El caso es que un hombre sin corazón es un idiota (Jer 5,21;Os 7,11).Tampoco es muy halagador ser corto de corazón. En cambio, Salomón, en la plenitud de su sabiduría, será llamado «amplio de corazón» (1 Re 5,9).El hombre puro de corazón es aquel que jamás engaña; cuya conducta es límpida. El de corazón completo (shalem) es aquel que practica todos los mandamientos de Dios (1 Re 8,61); David fue un hombre de corazón íntegro (Job 9,4), lo mismo que Abimelek, el que, sin saberlo, tomó para sí a Sara, la esposa de Abrahán (Gén 20,5). Sede de la inteligencia, de la memoria y de la voluntad, el corazón es también sede del amor y del odio («No odiarás en tu corazón a tu hermano», dice Lev 19,17), de la alegría y de la tristeza. «Lo que sube al corazón» (2 Crón 7,11) es lo que se hace consciente y, de hecho, es aprobado. Para Job, la gente de corazón (Job 34,10.34) es gente inteligente, y Job dice que los reconoce: «Tengo un corazón como vosotros».
Nos hemos extendido bastante para demostrar que el Sagrado Corazón, expresión que no es bíblica, es la expresión del estado y del comportamiento de un ser, cuyas facultades interiores están por entero asumidas por el Dios santísimo. Se trata mucho más-como lo vamos a decir-de lo más intimo del hombre, que del corazón del hombre y sus latidos.
Pero ¿por qué la Biblia, y la Iglesia en pos de ella, prefirieron hablar del corazón y no del hígado, siendo así que esta expresión también era usada en tiempos de la Biblia? Pienso que la razón es muy simple. El corazón se halla ligado a la sangre, mientras que el hígado lo está a la bilis. Sangre y bilis no son la misma cosa. Contamos con un texto egipcio curioso, que da testimonio de una reflexión acerca del corazón y su acción sobre todos los miembros de hombre. Se trata de dos textos del Papiro Evers, papiro médico del tiempo de los Patriarcas: «Inicio del secreto del médico. Conocimiento de la marcha del corazón, conocimiento del corazón. En él se encuentran conductos, que van a todos los miembros. Cualquiera que sea el lugar en que el médico, el sacerdote puro de la diosa Sekhmet o el mago pone sus dedos -en la nuca, en las manos, en el pecho, en ambos brazos o en ambos pies, en todas partes se encuentra con el corazón, por cuanto sus canales se hallan en todos los miembros, es decir, que habla de los conductos de todos los miembros». En el sistema circulatorio del hombre se producen todas las enfermedades. En lo que se refiere a la cabeza, hay en ella 22 canales; llevan el aire a su corazón y ellos son los que transmiten el aire a todos los miembros del cuerpo» (trad. de Piankhoff).
¿Dentro de lo rudimentario de una anatomía todavía en pañales, no encontramos aquí cierta sabiduría que descubre el papel del corazón en la irrigación vital de todo el individuo?
Otro texto, harto dificil, pone al corazón en relación con la sangre, lo que, para nosotros, es normal, aunque lo era menos para aquella época. «Su corazón está en su lugar, en cuanto sangre》.
Ahora bien, para la Biblía, la sangre es la vida. Habiendo sido afirmado esto, con ocasión de la alianza de Noé (Gén 9), hay un texto del Levítico que vuelve sobre ello con mayor insistencia, en el capítulo 17,a propósito de los sacrificios. No debe derramarse la sangre, ni menos consumirla. Pero Dios, de quien procede toda vida, puede aceptarla y, de hecho, la acepta.
Lo leemos, en efecto, en los comienzos de la ley de la santidad, así llamada por cuanto en ella se encuentra repetidas veces la siguiente exhortación que hace el Señor: «Sed santos como vuestro Dios es santo». Esta Ley comienza por el ritual de los sacrificios: «La vida de carne está en la sangre, y yo os la doy para hacer expiación en el altar por vuestras vidas, pues la expiación con la sangre se hace» (Lev 17,11).
El legislador insiste en esto, cuatro versículos después: «La vida de toda carne es su sangre», porque es vida, añade una versión. Lo que nosotros traducimos por expiación, la Biblia Ecuménica lo hace por absolución; en realidad es una revivificación. Para la Biblia, un pecador es un herido, cuya vida ha sido alcanzada, y eI rito de expiación es un rito de perdón, y no solamente de perdón, sino también de curación. El Señor aceptaba la sangre de los machos cabríos y de los corderos como símbolo de la sangre, identificada con la vida que se quería devolver en plenitud al pecador arrepentido.
Los ritos del Templo de Jerusalén desaparecieron con él; Cristo, sin embargo, es el verdadero Sumo Sacerdote y el verdadero templo, el templo de su cuerpo, vivificado por su sangre, como nos lo dice san Juan. EI culto al Sagrado Corazón es el culto a quien derrama su propia sangre, a fin de vivificar, con su propia vida, al pecador que viene a Él. Su corazón viene a ser toda la vida de Cristo, su vida más íntima, con la cual ama al Padre y, con Él, quiere vivificar en el Espíritu a los hombres perdonados y nacidos a una nueva vida. Este corazón sagrado es el corazón del Santo, del Verbo encarnado, que hace de nosotros hijos que viven con la misma vida del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. El corazón es el que derrama su sangre en toda criatura viviente, por los miles de canales del Cuerpo mís-tico, que es la Iglesia. El costado traspasado es un corazón que deja correr el agua de la vida pura y vivificada y la sangre de un hombre que es Dios, capaz de dar la vida y de renovarla. Este corazón, esta santidad profunda de Cristo en su envoltura carnal se encontraba tocada por el pecado de los hombres: este Cristo se hizo pecado, según la expresión de san Pablo. Este Cristo vivificó a sus hermanos después de haber sido, él mismo, alcanzado hasta la raíz de su ser: «Videbunt in quem transfixerunt».