Como a Simón, el fariseo desatento que lo convidó a comer, te dice a ti: “Tengo algo que decirte”.
Y antes de que le respondas, como aquél, “Maestro, di”, quiero y te ruego que te detengas un poco saborear esas palabras.¡Dicen en tanto al que las medita, que ellas solas calmarían mas de una tempestad y disiparían más de una tristeza…!
Fíjate en el afectuoso interés que revela ese tener El, ¿sabes quién es El?, Que decirte algo a ti, ti.¿Te conoces un poquito ?
¡El a ti!¿Puedes medir toda la distancia que hay entre esos dos puntos?¿No? Pues tampoco podrás apreciar cumplidamente todo el Valor de ese interés que tiene El en hablarte a ti. ¡El a ti!
Una comparación quedará idea aproximada de lo que significa ese interés.
Respóndeme: ¿Hay mucha gente en el mundo que tenía interés en decirte algo?¡Claro! Como están reducido el número de los que te conocen, en comparación con los que no te conocen, puedes afirmar que la casi totalidad de los hombres no tienen nada que decirte. Y entre los que te conocen, ¿Sabes si son muchos los que tienen algo que decirte?
La experiencia sin duda que habrá enseñado que de los que te conocen quizás no sean pocos los que digan de ti, ¡Se habla tanto de los demás!, Pero a ti, fuera de mendigos y necesitados, ¿Verdad que son muy pocos los que tienen que decirte algo que te interese, sólo para ti, que te haga bien?
¡Verdaderamente despertamos tan escaso interés en el mundo!
¿Qué interés despierto yo?
Nosotros tan insignificantes, pese a nuestro orgullo, en el mundo y ante los hombres; nosotros, para quienes ni los reyes, ni los sabios, ni los ricos, ni los poderosos, ni aun casi nadie en el mundo, tiene ni una palabra, ni un gesto de interés, sabemos, ¡bendito Evangelio que nos lo ha revelado!, Que el Rey más sabio, rico, poderoso y alto, nos espera a cualquier hora del día y de la noche en su Alcázar del Sagrario para decirnos a cada uno con un interés revelador de un cariño infinito la palabra que en aquella hora nos hace falta.
Y ¡que todavía haya aburridos, tristes, desesperados, despechados, desorientados por el mundo!¿Que hacen que no vuelan al Sagrario a recoger su palabra, la palabra que para esa hora suprema de aflicción y tinieblas les tiene reservada del maestro bueno que allí mora?
Y ¡tiene tanto valor esa palabra!¿No has visto cómo se calma el ansia del enfermo dudoso de la gravedad de su mal al oír al médico la palabra tranquilizadora y anunciadora de pronta mejoría? Y la palabra del médico no cura, ¡La palabra del Sagrario sí!
Alma creyente, lee en buena hora libros que te ilustren y alienten, busca predicadores y consejeros que con su palabra te iluminen y prepara en el camino de tu santificación; pero más que la palabra del libro y del hombre, busca, busca la palabra que para ti, ¿lo oyes?, Para ti sola tiene guardada en su Corazón para cada circunstancia de tu vida el Jesús de tu Sagrario.
Ve allí muchas veces para que te de tú ración, que unas veces será una palabra de la Sagrada Escritura o de los Santos que tú conocías, pero con un relieve y un sentido nuevos, otras veces será un soplo, un impulso, una dirección, una firmeza, una rectificación, no tienes más que pronunciar con el alma a estas dos palabras …
Maestro, di … … … … … … … … …… … … … … … … … …… … … … … … … … …… … … … … … …
Y sumergida en un gran silencio, no sólo de ruidos exteriores, sino de tus potencias, sentidos y pasiones, espera la respuesta suya. Que te la dará, no lo dudes, ¡es más fino … !