Luis Mª Medizabal S.J
Es un hecho que los últimos pontífices han proclamado con elogios la excelencia de la
devoción al Corazón de Cristo. Particularmente son conocidas las palabras de Pío XI,
confirmadas luego por Pío XII, que dice de ella que se encierra en esta devoción la
síntesis de toda la religión y la norma de vida más perfecta, porque con más rapidez lleva
a las inteligencias al conocimiento interior de Cristo nuestro Señor e inclina más
eficazmente las voluntades a amarle con más vehemencia e imitarle con más exactitud.
Ante palabras tan elogiosas de esta visión del Corazón de Cristo no puede uno menos
de preguntarse por los tesoros interiores que en ella se deben contener. En los últimos
estudios teológicos sobre esta materia se coincidía generalmente en que es preferible
servirse del término iniciación, introducción, vivencia del misterio del Corazón de Cristo;
porque evidentemente el culto al Corazón de Jesús, tan elogiado por los pontífices no se
refiere a un mero culto al simple corazón de carne. Recordando algunos hechos de la
historia de la espiritualidad aclararíamos diciendo que el culto al Corazón de Jesús no
puede compararse con el culto con el que se venera por ejemplo el corazón de Santa
Teresa en Alba de Tormes o el corazón de San Juan Vermans en Lovaina o el corazón del
Beato Roque González en Asunción del Paraguay. Todos comprendemos perfectamente
que es mucho más, que lo que se presenta a la veneración no es simplemente un órgano,
sino que es Jesucristo mostrando su Corazón, revelando de esta manera sensible la
profundidad insondable del misterio de su amor; es Cristo expresando su interioridad,
abriéndonos en ese gesto su intimidad.
El signo de mostrar el corazón es comúnmente aceptado para expresar la intimidad
abierta. En algunas lenguas existen vocablos distintos para designar el corazón de carne,
el órgano o víscera del corazón, y para designar lo que nosotros entendemos al hablar de
una persona de gran corazón. Se hace notar consiguientemente, por ejemplo en el japonés,
que no tendría sentido una frase en la cual se dijera que un hombre es de gran víscera
cardíaca. Sería una expresión desafortunada. En castellano no tenemos un término
distinto, pero sí comprendemos la diversa significación que puede tener esa misma
palabra: El término corazón es un término muy amplio que significa desde la víscera
cardíaca hasta la interioridad de la persona, aunque incluyendo siempre también el
corazón órgano. Esto es verdad. Es la diferencia entre hablar del Corazón de Dios, puro
símbolo, y hablar del corazón del hombre que es también símbolo, pero no puro símbolo,
se trata entonces del amor de un hombre concreto. Cuando hablamos así de un hombre de
gran corazón no excluimos evidentemente el corazón órgano, pero no nos reducimos a
esa víscera interna, nos referimos a la realidad que es la interioridad del hombre
constituido de espíritu y de carne.
Debe aparecer muy claro en toda exposición teológica que el gesto del corazón abierto,
del corazón mostrado, significa la interioridad humana manifestada. Pero hay todavía
más. Podríamos preguntarnos: ¿Qué otro signo encontraríamos para expresar una
interioridad manifestada? Podríamos pensar quizás en abrir el pecho. Y con todo el
corazón quiere decir algo más profundo. No es sólo la interioridad manifestada, cosa que
podría expresarse por el pecho abierto, sino que quiere decir que esa interioridad contiene
un corazón y lo manifiesta. Es decir, que se manifiesta y se abre una intimidad personal
rica en amor, en profundidad cordial; quizás con otras muchas riquezas, pero todas ellas
construidas y empapadas en el amor.
Así alguna vez refiriéndonos a un gesto que se asemeja a la manifestación de lo íntimo
del ser podemos decir: Me ha abierto su pecho pero he visto que es un hombre sin corazón,
es un hombre que no tiene corazón. Con esto querríamos decir: Ha puesto al descubierto
su interioridad. Me ha resultado sumamente pobre. En este sentido corazón es más que la
realidad interior, personal, nuclear. Quiere decir una interioridad rica de contenido,
empapada de verdadero amor, profunda cordialidad de la que arrancan los pensamientos,
los proyectos, los planes, las realizaciones.
Los exegetas nos repiten que en la Sagrada Escritura el corazón designa, de hecho, la
interioridad del hombre abierta: Corazón significa intimidad cordial abierta.
Es luminoso en este sentido lo que el padre Agustín de Cardaveraz escribía el 6 de
diciembre de 1734 al padre Bernardo de Hoyos sobre el Corazón de Jesús. Le dice: Y así
al fin principal de los designios del divino Corazón, que es pagar amor con amor y
resarcir las ingratitudes hechas al amor infinito que nos ha tenido, en el corazón no nos
hemos de parar sino en cuanto símbolo tomado por este dulcísimo amor que Jesús nos
tiene y nos muestra en su Sacramento de Amor. A esto se ha de enderezar desde luego la
vista. A esto se ha de exhortar y predicar, para cumplir con la voluntad expresa de Jesús.
Así se escribía hace más de dos siglos.
A este contenido quiero referirme yo en estas palabras. Pero antes surge una grande
cuestión: ¿Se puede prescindir de ese símbolo del Corazón abierto? Es una cuestión
eterna. En el campo humano, particularmente en el religioso y cristiano, el símbolo es por
una parte necesario como introducción y elevación; y por otra parte no hemos de
detenernos en él con obsesión, porque el signo y el símbolo por su naturaleza misma son
algo necesario pero que hay que trascender, hay que pasar más adelante. Esto tiene suma
importancia pastoral. El estar repitiendo una y otra vez, siempre poniéndolo presente, no
es lo más eficaz; sino que puede ser señal de que uno se detiene en algo que no es la
riqueza misma, quizás sin llegar a ella, sin llegar hasta la interioridad manifestada, cuya
comunicación precisamente pretende el símbolo.
El símbolo tiene, pues, una enorme importancia. Es un camino puesto y bendecido por
el Señor. Enriquecido con particulares gracias que Él quiere derramar para orientarnos y
elevarnos hasta las sublimes realidades que por él se significan. Pero recordemos siempre
que a través de ese signo se adquiere una visión de Cristo que no es la que teníamos antes
de ser introducidos a través del signo. Nos ilumina sobre una manera de ver a Cristo, de
su amor íntimo comunicado a nosotros. El contenido mismo se vuelve distinto. Se
acostumbra uno a ver a Jesús como amor constante a los hombres, a los cuales ama y de
los cuales se siente sensible a la respuesta de amor. Y ese contenido es el fruto de ese
signo, obtenido a través de él. Pero es el contenido fundamental al que nos dirigimos.
Una vez que hemos visto así el Corazón de Cristo gráficamente expresado, que nos
introduce a esa realidad fundamental sublime, no es que siempre lo tengamos que
proponer de esa manera y siempre pronunciarlo de nuevo; pero nos recordará lo que es la
vida del hombre respeto del Señor y lo que es el Señor respeto a la vida del hombre. El
Corazón con sus llamas, con su cruz, con sus espinas, viene a ser como una expresión o
frase feliz con que el Señor gráficamente nos expresa su amor y su deseo de
correspondencia y de reparación. Pero la frase feliz no se repite continuamente; se
pronuncia en los momentos oportunos.
Tenemos, pues, ahí los dos aspectos: Misterio del Corazón de Cristo, que no es
simplemente el culto al corazón de carne, el culto a la víscera cardíaca de Jesús, sino que
es el Corazón abierto. Es hora de que nos fijemos ya en ese contenido interior al que
tenemos que atender principalísimamente.
¿Cuál es la visión de Cristo implicada en el símbolo de su Corazón que se nos abre y
se nos presenta ante los ojos? La pregunta la podríamos hacer de esta otra manera: ¿Es lo
mismo Jesucristo que Corazón de Cristo? Claro está que todo depende del contenido que
uno da a esas denominaciones. Por eso podríamos preguntar concretamente: ¿Qué
entiendes tú bajo la palabra Jesucristo? Porque quizás lo entiendes según la visión del
Corazón de Cristo; puede ser que lo entiendas así. Pero si entiendes a Jesucristo
simplemente como un gran jefe, como un líder, como un gran liberador, al cual nosotros
seguimos casi como a un jefe de guerrilla, entonces tendríamos que decir que aún no has
llegado a la visión profunda del Corazón de Cristo, a lo que es el Corazón de Cristo, a esa
realidad íntima hacia la cual esa imagen y ese símbolo quieren orientarnos y elevarnos
llamando nuestra atención.
¿Qué diferencia hay entonces entre Jesucristo y Corazón de Cristo? Yo la expondría
así: El Corazón de Cristo es el mismo Jesús de Nazaret, el mismo Jesús que nació en
Belén, que recorrió los caminos de Galilea, que murió por nosotros, que resucitó, pero
recalcando, y es lo que quiere subrayar y meter por los ojos ese gesto, recalcando que es
Cristo resucitado vivo de Corazón palpitante, como lo expresa la Encíclica Haurietis
Aquas del Papa Pío XII al decir estas palabras, hablando del Corazón de carne del Señor
dice: Inclinando la cabeza entregó su espíritu. Entonces su Corazón se paró y dejó de
latir y su amor sensible permaneció como suspenso hasta que triunfando de la muerte se
levantó del sepulcro. Después que su cuerpo consiguió el estado de la gloria sempiterna
y se unió nuevamente al alma del divino Redentor victorioso de la muerte, su Corazón
sacratísimo no ha dejado nunca ni dejará de palpitar con imperturbable y plácido latido;
ni cesará tampoco de demostrar el triple amor con que el Hijo de Dios se une a su Padre
eterno y a la humanidad entera, de quien es cabeza mística con pleno derecho.
Según estas palabra magistrales, Cristo, resucitado, vivo, de Corazón palpitante, es el
que está misteriosamente cerca de nosotros ahora. ¡Ahora tiene Corazón humano! ¡Ahora
ama de veras con Corazón humano, con amor también humano, amor divino-humano!
Pero el amor humano, expresamente visibilizado, está misteriosamente cercano a
nosotros en la Eucaristía, en su presencia interior. ¡Ahora nos manifiesta su amor! Nos
declara su amor con Corazón humano palpitante. ¡Y ahora es sensible a la respuesta del
hombre!
Completando la expresión del Concilio que nos dice que Jesús amó con corazón
humano, añadiríamos: Jesús ama hoy con corazón humano. Esto es lo que quiere decir el
gesto de Jesús: Mira este Corazón que tanto ama a los hombres. No sólo que tanto amó.
Es evidente que amó y amó hasta dar su sangre. Pero hoy el peligro está en un entusiasmo
teórico por Jesucristo, pero que no lleve a la intimidad con Él. Por lo tanto fácilmente el
hombre no contempla a un Jesús que le manifiesta su intimidad, que le llama a ella, y no
vive toda su vida desde ella. Por eso repetimos: ¿Qué diferencia hay entre Jesucristo y
Corazón de Cristo? Pues, Corazón de Cristo es el mismo Jesucristo, pero recalcando que
se trata de Cristo resucitado vivo, de Corazón palpitante, misteriosamente cercano a
nosotros, que nos ama ahora, que ahora nos declara su amor y que ahora es sensible a la
respuesta de nuestra amistad. Ahí estaría el contenido. Es verdad que nos amó, que dio
su vida por nosotros, pero esto no es algo que terminó ya. Ahora Jesús está cerca, de esa
manera maravillosa, misteriosa, con ese amor divino-humano.
Así se supera la tendencia actual que trata de colocar a Jesucristo en un lugar muy alto,
en un grado muy elevado; pero que nos presenta, lo mismo que a un Dios abstracto, a un
Cristo también abstracto, como un Cristo cósmico, pero al que no llega nuestra vida y que
no llega hasta nuestra vida.
Colocando así el contenido del Corazón de Cristo nos colocamos en el punto central
de la vida cristiana. Ahora sí se comprende la expresión de Pío XI que es la quintaesencia
de la religión.
Hay que distinguir siempre entre el contenido al cual llegamos a través de ese signo
del Corazón de Cristo y el signo mismo a través del cual llegamos al contenido. Tenemos
que decir que quien no llega a ese contenido, quien no llega a vivir un cristianismo en el
cual se vive Cristo como realidad cercana a nosotros, en el cual se vive íntimamente su
amistad y una amistad que informa toda nuestra vida y toda nuestra acción hacia los
demás, no ha llegado aún a lo profundo del cristianismo. Pero una cosa es el signo, el
símbolo por el cual el Señor nos lleva a ese contenido y otra es el contenido mismo. De
ese contenido decimos que es esencial para una vida cristiana perfecta. No podríamos
decir lo mismo del signo a través del cual llegamos. Pero sí afirmamos con el Papa Pío
XI que ese signo, ese culto al Corazón de Cristo es un camino excelente que nos lleva
rápidamente, directamente, a ese contenido interior, a entender lo que es el amor y la
imitación de Jesucristo.
Viniendo a las dificultades que con frecuencia se presentan en la devoción al Corazón
de Jesús, con razón dice un teólogo francés especialista en esta materia que no se deben
achacar con fundamento principalmente a las imágenes, como si estas fueran el sumo
obstáculo que se presente a la devoción al Corazón de Cristo. Nadie niega, ni pretende
negar, que ciertas imágenes contribuyen poco al esplendor de esta devoción; pero a veces
se insiste demasiado en este punto. Si así fuera, si ahí estuviera todo el problema, sería
cuestión de encontrar buenos artistas que presentaran una imagen que satisficiera los
deseos y las apetencias de los que buscan una imagen digna. Pero no es este el punto
clave. Es posible que venga a añadirse a las otras dificultades más fundamentales. Pero
es claro que tampoco nos agradan muchas veces las imágenes del mismo Jesucristo, las
imágenes de la Virgen. Es cuestión de gusto. Es cuestión de promoción de un arte
verdaderamente sana, de un arte que pueda ser digna del gusto razonable del hombre
actual.
Pero la verdadera dificultad, afirma el teólogo francés al que nos estamos refiriendo,
hay que buscarla más bien en la crisis de vida interior y en la falta actual de vida mística
auténtica, en el poco sentido actual para la vida interior; y cuando falta ese sentido de la
vida interior sufre la devoción al Corazón de Jesús. Entonces falta el culto de la intimidad.
No del intimismo. Cuidemos de no confundir estos dos términos. Porque la intimidad de
Cristo de ninguna manera se puede presentar acertadamente como un intimismo
detestable que nos arranque de nuestras obligaciones de todos los tipos, de la dimensión
horizontal de nuestra vida. Sino que la misma intimidad con Cristo, la misma unión con
Dios, cuando es profundamente sentida es la que nos lleva a inserirnos en todos nuestros
deberes de nuestra vida sobre la tierra.
La devoción al Corazón de Cristo ofrece igualmente dificultades porque en ella los
puntos claves de la Teología se ponen al descubierto. Y muchas veces son puntos en los
cuales algunos hoy encuentran particular dificultad. Por ejemplo, está muy vinculada al
misterio de la realidad de Cristo, a la persuasión y fe en la resurrección verdadera del
Señor, a la comprensión de la teología del pecado como ofensa de Dios. Donde esos
aspectos no son aceptados o se encuentran en crisis teológica, es lógico que esa crisis
revierta de manera aguda sobre la teología del Corazón de Jesús. Aquí es donde
encontramos la verdadera dificultad, más que en el signo, en el contenido mismo.
Por otra parte es necesario que no nos detengamos obsesivamente en el signo, sino que
subamos al contenido, que expongamos la grandeza de la visión cristiana teológica, de la
visión de la caridad cristiana universal, que se sintetiza y se expresa en ese Jesucristo
resucitado vivo que lleva adelante su obra redentora, que nos asocia consigo en esa obra
redentora, que pide nuestra colaboración; en una vida en cuyo centro debe estar siempre
nuestro propio corazón, como en la vida de Cristo está su Corazón. Ha de ser una vida
cristiana que no se reduce a las obras exteriores, sino que sea una vida que arranque del
corazón; de un corazón identificado con Cristo, en cuyo centro está el corazón del hombre
asociado al del Cristo llevando adelante la obra redentora.
Se entienden de esta manera preciosamente las palabras que Pablo VI pronunciaba dos
meses antes de su muerte: La fiesta del Sagrado Corazón ha penetrado tanto en la
reflexión de las almas fieles, que ha asumido importancia casi de síntesis de nuestras
relaciones religiosas con Cristo. Todo se resume en dos aspectos de amor. Esta palabra
amor nos da la clave para resumir todo lo que nosotros debemos a Jesucristo. San Pablo
nos lo dice: Todo de Él, de nuestro hermano divino, de nuestro modelo y maestro, de
nuestro salvador. Él me amó y se entregó por mí. El descubrimiento de que existe una
Bondad preveniente, orientada hacia la persona humana que se entrega a sí misma hasta
el extremo da la razón a la imagen del Corazón, símbolo del amor divino y humano con
que se ha presentado Cristo ante nosotros. Y debería ser símbolo de la actitud perfecta
que nos une a Cristo. Es la actitud de nuestro pobre amor, amor débil, no pocas veces
infiel, pero siempre expresión de la totalidad que debemos y podemos ofrecer nosotros a
Cristo. También aquí otra vez el amor. En este encuentro de corazones tiene lugar la
cumbre de nuestra relación con Cristo, con Dios. El cristianismo de los últimos siglos ha
resumido y expresado de este modo el núcleo de la religión cristiana.
Estas palabras de Pablo VI nos hacen ver de nuevo que es necesario que más que
recalcar el símbolo y su importancia, admitiendo la gran transcendencia que tienen, nos
apliquemos al contenido maravilloso expresado e introducido a través de ese símbolo,
que el mismo Señor ha escogido como camino directo, rápido y lleno de bendiciones para
introducirnos en las realidades maravillosas que Él quiere poner en el centro de nuestra
vida.