El misterio del Corazón de Cristo, remedio del corazón humano.

Del libro” Vivir de veras con Cristo”, Luis María Mendizábal. S.J.

El culto al Corazón de Cristo puede no estar de moda, pero es sumamente importante en el momento presente, donde, junto a una crisis de fe, existe una crisis del corazón humano. Y ese corazón humano enfermo-que es la raíz de los desastres sociales y de las estructuras injustas que ese corazón humano egoísta ha ido construyendo-tiene que ser curado, y solo puede ser curado por el Corazón de Dios. Por eso tenemos que acudir a esa escuela que es el Corazón de Cristo.

El papa Pablo VI, hablando a los jesuitas, les decía: «¿Verdad que seguiréis viendo en la devoción al Corazón de Cristo la gran arma para combatir el ateísmo en el mundo?»

El papa Juan Pablo II […] lo propone como centro de todo el misterio de la Redención, como la manera más plena en que la Iglesia venera la misericordia de Dios.

Clave de interpretación

No podemos aislar el mensaje del Corazón de Cristo del evangelio. No son unas enseñanzas al margen de la revelación, no son unas nuevas enseñanzas. No es un culto al Señor al margen de su persona o al margen de la Eucaristía, sino que es penetración, es una llave de penetración.

Es una clave que el Señor quiere dar a su Iglesia y que se la da a través de un instrumento humilde, de un instrumento que no puede gloriarse de haber encontrado esa clave, pero que de hecho hace que se penetre de una manera inmensamente más profunda el evangelio. Y la Iglesia la acoge, la analiza, ve su aplicación, ¡porque es evangélica!

Es un gran don que el Señor nos quiere hacer a nosotros. Debemos aprovecharlo y transmitírselo a los demás.

Un peligro: si yo tengo el evangelio, ya no necesito esto. O también decir: si tengo la Eucaristía, ya tengo la devoción al Corazón de Jesús. Esto no es verdad. Es una lectura del evangelio iluminada por esa luz. Sí, no hay nada que no esté en el evangelio, pero esto nos introduce.

Cristo resucitado vivo

El Corazón de Cristo es el mismo Jesucristo: el Jesucristo de Belén, de Nazaret, de los caminos de Galilea, del huerto de Getsemaní, de la cruz. Pe-ro es el mismo Jesucristo recalcando que es Cristo resucitado vivo de Corazón palpitante que nos ama ahora, que ahora está junto a nosotros. Con Él trabamos una verdadera amistad, una relación personal. Le llega todo lo nuestro. Le podemos comunicar todos nuestros problemas con la certeza de que nos prestará una ayuda definitiva en el combate de nuestra vida.

Ese Cristo es mi amigo

El Corazón de Jesús no es simplemente pensar en el Jesús de hace dos mil años. No es que lo conozcamos a través de los relatos evangélicos, reflexionando, pensando, como si fuera un personaje que vivió hace dos mil años, en cuyas palabras nosotros encontramos tesoros de sabiduría, sino que es Jesucristo resucitado vivo el que viene a nuestro encuentro y nos habla ahora.

A un personaje de la historia lo podemos idealizar, podemos entusiasmarnos con él, pero no basta entusiasmarse con Cristo. Con eso vamos bien, por buen camino, pero ahí falta un gran paso que dar, el de llegar a decir: ese Cristo es mi amigo.

Venid a Mi

El Señor muchas veces nos invita también a nosotros a descansar en su Corazón, en la Eucaristía, si estamos espiritualmente abiertos. Nos invita a veces en la oración, en la adoración humilde de la Eucaristía, en momentos de recogimiento interior. Nos dice aquella misma palabra del evangelio, pero oída en nosotros: «Venid a Mí los que estáis cansados y agobiados y Yo os aliviaré». No dice: “Primero aliviaos y luego venid a Mí”.

Vivir de veras con Cristo vivo

¿Qué es ser cristiano? Vivir de veras con Cristo vivo, y vivir de veras de corazón a corazón. Que el sentido de nuestra vida está en el amor ¡y es así!

Somos objeto de un amor eterno

Somos objeto de un amor que nos ha amado eternamente, el amor de Dios Padre, eterno. Es impresionante pensar que jamás Dios ha sido Dios sin que yo estuviera en su mente y en su corazón. ¡Dios me lleva en su mente siempre, siempre! En su mente y en su corazón. En ese sentido mi vida es eterna: he estado eternamente en la mente de Dios.

Y eso se concreta luego en la Encarnación, en el Corazón de Cristo, de Jesucristo que nunca ha existido, como corazón, sin tenerme a mí en Él, siempre, siempre. Y nunca me ha olvidado y nunca me ha aborrecido, sino que siempre, aun a pesar de mis alejamientos e infidelidades, Él me ha tenido por suyo, siempre.

Con el embeleso de una madre

Y es que Jesucristo te ama; todo te viene del amor de Cristo. Piénsalo. Nunca llegarás a tocar el fondo de este pensamiento: en cada hora de tu vida está pesando sobre tu alma el peso infinito del amor de Cristo. Él piensa en ti, te ve, te ama infinitamente. Eres la ¡obsesión» de Jesucristo! Siempre e infinitamente, aun cuando duermes, con más embeleso que una madre con-templa a su hijo dormido en la cuna blanca, Jesucristo viviendo en tu pecho te vela y te contempla en un éxtasis de amor.

Dios tiene sed

La vivencia del misterio del Corazón de Cristo es una realidad grandiosa, hasta increíble según la razón humana: ¡que Dios ame al hombre personalmente, que Dios tenga sed del amor de cada hombre, que Dios busque a ese hombre y que el comportamiento de ese hombre llegue al Corazón de Dios, le afecte al Corazón de Dios! Es tan impresionante esto que quien llegue a tener luz para captar, quien tenga fuego para transmitirlo y evangelizarlo, arrastra a los hombres con la fuerza de la gracia, pero como un milagro.

¿Por qué me tratas así?

Y ese Jesús resucitado vivo de Corazón palpitante se pone ante nosotros como se puso ante Saulo, que caminaba hacia Damasco para perseguir a los cristianos, y nos llama personalmente y nos dice llamándonos por nuestro nombre: «Saulo, Saulo, por qué me persigues? Yo soy Jesús, a quien tú estás persiguiendo». Viene a decirnos, pues: ¿por qué me tratas como un ser abstracto, lejano, indiferente si Yo estoy cerca de ti, si lo que tú haces me llega al corazón? Eso es el Corazón de Jesús: la verdad de ese Cristo resucitado vivo que murió por nosotros y nos ama ahora con ese mismo amor. ¿Por qué me tratas así si Yo tengo corazón? ¿Por qué me tratas con esa frialdad, con esa dureza, con esa indiferencia? ¿Por qué pasas de largo si Yo tengo corazón?

Siempre estamos operando en el Corazón de Cristo

Mirando al Corazón de Jesús abierto, mirando a Cristo crucificado vivo, es cuando caemos en la cuenta de lo que es nuestra vida, de que realmente estamos operando en el Corazón del Señor y de que siempre estamos a tiempo. Siempre el Señor nos invita a que pongamos nuestra mirada en Él, «mirarán al que atravesaron». Somos amados personalmente por él, con amor apasionado y fiel, con un amor sin límites.

El símbolo del amor redentor

Lo que yo venero no es el órgano del Corazón de Jesús simplemente puesto así, sino es el Corazón coronado de espinas, lleno del fuego de amor, con la cruz sobre ese fuego, con la herida, con la sangre que brota de la herida y con los rayos luminosos que está despidiendo. Eso es el símbolo del amor redentor de Jesús.

Como un sol que irradia luz

Leed las manifestaciones del Señor a santa Margarita. En ellas aparece «Jesús resucitado, glorioso con un resplandor, que se abre su pecho y ve en él una hoguera de amor, como un sol que irradia luz». Eso es el Corazón de Cristo.

 

 

Esa herida es un buzón

El Corazón de Jesús tiene una herida, la de la lanza que está ahí. Esa herida es un buzón donde nosotros podemos echar las cartas de nuestras preocupaciones, de nuestros sufrimientos, de nuestros temores. Así: se me-ten en un sobre que se cierra y se echa en el Corazón del Señor, en la herida abierta del Corazón del Señor. Eso es decir que «cuando nuestra conciencia nos remuerde, Él es más grande que nuestra conciencia». Él tiene una capacidad de acoger nuestros problemas y preocupaciones, encenderlos en el fuego de su amor y sacar de ellos más amor para nosotros, para comunicarnos esa fuente de agua viva.

Podemos confiar en ese Corazón

Y es tan necesaria la confianza en nuestra vida, saber que podemos con-fiar en ese Corazón, incluso en los momentos negros, momentos oscuros de la vida. Puede ser que yo no vea ni salida ni luz en ese momento, pero tengo ante mí esa imagen, ese Corazón que me está diciendo: «Nada pasa sin que Yo lo permita, nada pasa sino a través de este Corazón herido por tu amor. Y entonces da confianza y serenidad, y uno lo abandona, de manera misteriosa, ¡sin verlo quizás de ninguna manera!, pero dejándolo todo en el Corazón del Señor.

Señor, mejor así, gracias

«Señor, mejor así, gracias».  ¿Y por qué puedo decir esto? Lo puedo decir porque llego a esa madurez, porque contemplo todo a la luz del Corazón de Cristo, porque tengo una confianza absoluta en ese amor de Cristo que es divino, que es todopoderoso y que me abraza personalmente. Porque sé que Él tiene poder y amor; y que, si Él lo permite, es porque me ama, porque sabe que en el fondo esto es el camino bueno para mí, aun cuando a mí no me lo parezca, aun cuando yo me haya encariñado con mil soluciones que Él no me ha querido dar. En las postrimerías de mi vida, cuando haya caído de mí la ceguera de mi egoísmo y de mis pasiones, lo veré como ca-mino providencial del Señor, pero entretanto me obcecan, entretanto me hacen creer que el Señor es cruel conmigo. En realidad, es el amor del Señor el que me acorrala continuamente.

Lámpara luminosa

Ahí aprendemos, bajo la guía de la Iglesia, también nosotros, a poner al Corazón de Cristo como sentido de todo. Y ver la historia de la salvación y la historia personal de cada uno de nosotros a la luz de ese Corazón abierto, sobreponiéndolo a cada página. Aun páginas para nosotros misteriosas e incomprensibles, cuando nos parece que no hay inteligencia de lo sucedido, cuando hay momentos oscuros en que hemos sido probados por la prueba del dolor; y, sin embargo, todo se ilumina con ese Corazón abierto. Tenemos que habituarnos a servirnos de ese Corazón abierto como de una lámpara refulgente que ilumina todo lo que se encuentra en nuestro camino, toda nuestra historia.