EL MISTERIO DEL CORAZON DE JESUS, CENTRO DE LA VIDA Y MINISTERIO

Corazón de Jesús

Luís-María Mendizábal Ostolaza, S.J.

Es sabido que el Concilio buscó la fórmula para expresar el centro de unidad de la vida y ministerio del presbítero. Este centro de unidad no se puso en la oración personal del sacerdote, cuya importancia se reconoce, así como su función animadora del espíritu sacerdotal. Se señaló como centro de esa unidad la «cariad pastoral». Con este nombre se quiere significar no simplemente la acción caritativa pastoral, sino el corazón del buen Pastor, que late en toda actividad mediadora .de sacerdote y en el centro de su misma vida personal. El sacerdote tiene que vivir con una vida y acción que sea expresión del corazón del Buen Pastor, tal como aparece en el capítulo 10 del Evangelio de S. Juan: es decir, en unión íntima de amor con el Padre y en una continua entrega de amor de sí mismo a Dios y a sus ovejas, que conoce por su nombre.

Es claro que nos encontramos en el Corazón de Cristo. Como en el orden de la gracia se infunde en el hombre en lo profundo de su persona, la justicia esencial y radicalidad de la que brotan los comportamientos cristianos como frutos resplandecientes que reflejan el rostro resplandeciente de Dios (Mt 15,19), así en la vida y ministerio sacerdotal se manifiesta el corazón sacerdotal tanto en el obrar como en el modo de obrar, como frutos y con los caracteres del corazón sacerdotal del que brotan.

El Sacerdote está destinado a una función instrumental. Pero más al fondo todavía hay que afirmar que su persona misma es asumida de entre los hombres para su oficio sagrado de mediador, sacerdote y víctima, entre Dios y los hombres en unión y participación del Unico Mediador Sacerdote y Víctima, Jesucristo, que es la forma instrumenti.

De esta asunción confirmada con el carácter sacerdotal deriva al sacerdote un conjunto de disposiciones espirituales germinales depositadas en su corazón. No sólo se le confía una misión, un carácter, sino también un corazón sacerdotal, participación del Corazón del Unico Mediador Jesucristo.

Corazón sacerdotal de Cristo

En Cristo Mediador podemos distinguir su mediación ontológica, su mediación activa, y su mediación psicológica. Jesucristo une en una sola persona dos naturalezas: la humana y la divina. Mediador es, no el que se aleja de los dos extremos, sino el que, participando de ambos extremos los une. Esto se realiza maravillosamente en Cristo.

Es mediador ontológico. Verdadero hombre y verdadero Dios. Factus ex muliere, factus sub lege, ut eos, gui sub lege erant, redimeret (Gál 4,5), siendo verdaderamente uno de nosotros, no sólo semejante a nosotros. También él ha sido tomado de entre los hombres. Y al mismo tiempo era Dios. Es su mediación ontológica.

Esta mediación ontológica se ordena a su mediación activa aI ofrecimiento cruento del sacrificio de la cruz, y a la comunicación de los dones divinos a los hombres. Comunicación de la Palabra que el Padre le ha comunicado, comunicación del don del Espíritu Santo.

Pero Jesucristo no realiza esta mediación activa solamente como acción exterior, como si él no estuviera personalmente y afectivamente interesado en su sacrificio y acción en cuanto a su actitud personal. Conviene recordar que su actitud intima era esencia1 a su revelación: su actividad mesiánica era expresión reveladora de su amor. Y su actitud íntima era esencial a la razón de su sacrificio. Es decir, que Jesucristo vivió psicológicamente su mediación. En este sentido la presentación del Corazón de Cristo ante los ojos del contemplativo es una llamada de atención al constitutivo interior del sacrificio y en general de la acción redentora de Cristo. Y se le propone al sacerdote como toque de atención que le ilumine sobre el sentido interior de su propia actitud sacerdotal.

A la luz del Corazón de Cristo tratamos de penetrar en su actitud interna mediadora. Su gracia capital y la visión beatífica contribuyen a la integración psicológica y cordial de su mediación ontológica y activa.

La carta a los Hebreos describe gráficamente la participación psicológica del Corazón de Cristo en su obra de redención: «El cual, habiendo ofrecido en los días de su vida mortal ruegos y súplicas con poderoso clamor y lágrimas al que podía salvarle de la muerte, fue escuchado por su actitud reverente» (Hb 5,7). Esta actitud interior psicológica, el Corazón mediador, es precisamente lo que quiere subrayar el autor de la carta a los Hebreos en su teoría del sacerdocio. El habla concretamente del sumo sacerdote aarónico. Pero se puede extender sin apenas variación al sacerdocio en general. Dice la carta a los Hebreos (5,l-2): “Porque todo Sumo Sacerdote (aarónico) es tomado de entre los hombres y está puesto a favor de los hombres en lo que se refiere a Dios para ofrecer dones y sacrificios por los pecados. Que pueda sentir compasión hacia los ignorantes y extraviados por estar también éI envuelto en flaqueza”.

El Autor introduce esta perícopa, no tanto para recalcar la necesidad de una vocación divina en el sacerdocio de Cristo, como se infiere inmediatamente después: «Y nadie se arroga tal dignidad, sino el llamado por Dios, lo mismo que Aarón. De igual modo tampoco Cristo se apropió la gloria del Sumo Sacerdote sino que la tuvo de quien le dijo: Hijo mío eres tú; yo te he engendrado» (Hb 5,5-7); cuanto por razón de un elemento que queda frecuentemente relegado a un nivel accidental al exponer el pasaje. Este elemento aparentemente accidental es precisamente «la capacidad de compasión» del sacerdote: «que pueda sentir compasión». Y precisamente este aspecto lo aplica el autor sagrado vigorosamente al sacerdocio de Cristo, diciendo: «Pues no tenemos un Sumo Sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras flaquezas, sino probado en todo igual que nosotros, excepto en el pecado. Acerquémonos, por tanto, confiadamente al trono de gracia, a fin de alcanzar misericordia y ‘hallar gracia para ser socorrido en el tiempo oportuno» (Hb 4,15-16).

Cristo fue probado en todo, hasta el punto de ofrecer preces y súplicas con fuerte clamor y lágrimas, aprendiendo de su experiencia lo costoso que es obedecer a la misión confiada por el Padre (cf. Hb 5,8). Esta mediación psicológica, esencial en su obra redentora, ese Corazón mediador de Cristo es el que se nos revela en la agonía de Getsemaní. Su vivencia mediadora constituye el lagar en el que es triturado su corazón en el Huerto, en el momento de su sacrificio cruento, sintiendo, por una verdadera im-pasión, por una parte todas las miserias y pecados humanos que presentaba ante el Padre y por los que se ofrecía a sí mismo, y por otra poseyendo la visión beatífica, recogiendo dentro de su corazón sentimientos tan opuestos como son los de la infinitud de Dios y los de las miserias y debilidades humanas.

LE GUILLOU afirma que una teología del Corazón de Jesús sólo puede fundamentarse sólidamente desde la agonía de Getsemaní. Así lo ha hecho su discípulo LETHEL en su disertación doctoral, tomando como autor, por el que entrar en esa teología, a Máximo Confesor. En efecto, la redención se ha realizado por una voluntad humana de una persona divina. Es lo que aparece en el Huerto: «No se haga mi voluntad sino la tuya». Pero es voluntad humana de una persona divina. Y hay que añadir más: hemos sido redimidos por un corazón humano. La redención no ha sido un puro acto de voluntad meritorio sino que Jesucristo la ha vivido con corazón redentor.

El sentido de su entrega por nosotros, no se refiere solamente a una «pro-existencia», para bien de los hombres, sino toda la profundidad del «HYPER» redentor, que lleva consigo la identificación con los pecadores, la asunción de sus pecados en su corazón, sintiendo profundamente en sí mismo los pecados del mundo. FEUILLET ha estudiado recientemente toda la riqueza escriturística de los relatos de la agonía. Jesús ha vivido la presencia en su corazón del pecado del mundo mientras sentía la riqueza de Dios, la majestad divina. Sentía al mismo tiempo toda la flaqueza de carne humana. Su corazón fue el lagar en que su amor le apretaba, hasta herir físicamente aquel corazón, según la teoría médica -discutible- del profesor U. Wedenissow, de Bérgamo. Con razón Juan Pablo 11 decía «Que el grito del Corazón de Cristo: ‘que todos sean uno’ queme vuestro corazón».

Pero no sólo en el momento supremo de la pasión y de su agonía. Desde su entrada en, el mundo al hacer la oblación una vez para siempre de su «cuerpo» (Hb 10,10), de su humanidad mortal, Jesucristo vivía ya psicológicamente su mediación. Bajo ese signo de oblación vive también su vida oculta en Nazaret precedida en sus dos etapas por la oblación litúrgica hecha en el Templo en la Presentación y en la Pascua de los doce años.

Su misma misión pública la inicia Jesucristo con la im-pasión tomando sobre sí los pecados de los hombres y sumergiéndose en el bautismo de penitencia de Juan en las aguas del Jordán cargado con los pecados del mundo iniciando con la austera cuarentena del desierto su misterio mesiánico: «Ipse infirmitates nostras accepit: aegrotationes nostras porta&» (Mt 8,17; cf. 1s 53,4; cf. Mt 9,36; 14,14; 15,32; 20,34; Mc 1,41; 8,2). Así lo ve Juan Bautista cargado con los pecados de los hombres para cumplir toda justicia y realizar las profecías de la víctima por el mundo y le queda impreso y le hace exclamar: «¡Mira! Es el Cordero de Dios que quita, -llevándolo sobre sí (cf. 1 Pe 2,24)-, el pecado del mundo» (Jn 1,29.36), confirmando por la teofanía en la que el Padre recuerda las palabras proféticas victimales: «Este es mi Hijo, el amado en quien tengo mis complacencias» (Mt 3,17; cf. Gén 22,2.16; 1s 42,l).

Y en toda su actividad bienhechora y sanante, Jesucristo vive su mediación vibrando en su corazón con las necesidades que debe remediar, con el dolor de la viuda de Naín, con el dolor de las hermanas de Lázaro, con la situación penosa de la multitud que está como ovejas sin pastor, con el paralítico depositado ante él, bajado del techo abierto por sus amigos solícitos. Y mientras remedia esos males con signos divinos que significan el don de la salvación que será dado en el Espíritu como fruto de esa im-pasión asumida en la oblación de su sangre, manifiesta en ellos la misericordia, la bondad, la mansedumbre y humildad suya y del Padre, en cuya participación hallarán el descanso de la comunión eterna.