El pletysmógrafo

Santísimo expuesto

Es un periódico el que me ha dado el tema para el artículo presente, tema por cierto de mucho interés y no poca miga.

Bajo el título un poco enrevesado de Pletysmógrafo me encontré días atrás con la descripción del invento yanqui enderezado, nada menos que a medir la intensidad del amor de una persona a otra.

¡Son siempre geniales estos yanquis!

Se trata, según decía el periódico, de un aparato en el que, mediante la inmersión del brazo en un depósito de agua puesto en comunicación con una aguja indicadora por medio de unos tubitos de caucho, las manillas de aquella van señalando el efecto que en el corazón del sujeto sometido al experimento produce los nombres que va pronunciando el operador.

Que el nombre que se pronuncia es indiferente, la aguja permanece inmóvil; que interesa el nombre, o mejor la persona que lo lleva, la aguja se mueve con más o menos velocidad, según el interés o el cariño despertado por aquél.

Sin meterme yo a averiguar la actitud de la noticia, cosa después de todo que no me interesa, quiero haceros partícipes de las impresiones que la noticia de tal invento me ocasionó, porque quizás en ellas encontraréis algo que os convenga y os sirva de provecho.

Y lo primero que se me ocurrió pensar fue que Pletysmógrafo, o mide-amores, era una gran ventaja y una gran desventaja, aunque parezca paradójico.

Gran ventaja, decía yo, para los que no acaban de convencerse de los engaños e ilusiones de esta vida terrena. Para esos, que, queriendo amar a Dios, no se deciden a quererlo con el todo corazón, porque le tienen robado pedacillos de este afecto verdaderamente ilusorios y sólo aparentes, para esos, repito, el aparato en cuestión les haría el gran servicio de demostrarles que todas aquellas palabras bonitas, y aquéllas caras sonrientes, y protestas a todas horas repetidas de cariño sincero de los que les rodean no son más que antifaces hipócritas de corazones indiferentes o interesados.

Es decir, que si metieran el brazo del aparato muchos y muchas de los que a todas horas nos pregonan cariño, y se deslizara en sus oídos nuestro nombre, se iba a quedar la aguja indicadora del amor más quieta que un marmolillo.

Digo, ¡a menos que el aparatito no obrará con sinceridad! …

Yo me atrevería a afirmar que de puro no moverse la aguja acusadora, se iba a poner mohosa gvjzncz. ¡Vaya que sí!

¡Y claro! Después de ese desengaño, la unión total con Dios tendría menos obstáculos y se haría con más prontitud y eficacia.

Y sería una gran desventaja y una verdadera desdicha el Pletysmógrafo para los que se empeñan en engañarse ¡que no son pocos!, Con la ilusión de que son unos parte-corazones a donde quiera que van o en dondequiera que se encuentran.

Porque hay personas, y cuenta que quien más, quien menos, todos participamos algo de este achaque, hay personas que, quizás sin darse cuenta, están íntimamente persuadidas de que sus miradas, sus palabras, sus ademanes, sus obras, todo lo suyo, en una palabra, son verdaderas piedras de imán que atraen  forzosamente a sí todos los corazones y los dejan cautivos de amor.

¡Que! ¿no os habéis fijado como muchas de vuestras amigas andan por esas calles y se presentan al mundo? ¿no es verdad que con toda aquella compostura de aceites y perifollos y aquellos colores prestados y aquél estudiado desdén olímpico van diciendo con aire de reina de percalina: Aquí voy yo, todo el mundo de rodillas?

¡Pobres reinas! ¡Si aplicaran el Pletysmógrafo a aquel coro de adoradores callejeros! ¡Qué chasco, Dios mío, qué chasco se llevarían!

Y no creáis que sólo a esas diosas de escenario disgustaría en las indicaciones del aparatito yanqui; que hay también por esos mundos Dios es muy metidos en su papel … y muy creídos de que no hay corazones que resistan a una sola de sus miradas.

¡Pobrecillos y pobrecillas, qué triste sería para ellos la vida el día en que se persuadieran de que con todas sus artes y artificios y prendas propias y postizas no habían conseguido sacar ni una sola chispa de amor, entiéndase bien, amor y no pasión, una sola chispa de amor en todos aquellos corazones que creían subyugados!

Nada, nada, que para esa gente no debe tener ni chispa de simpatía el inventor norteamericano. Les es seguramente más grata una alagadora ilusión que una desesperante realidad.

Otras aplicaciones

 

Y después de haber aplicado el aparato descrito a los amores humanos, se me ocurrió la aplicación que de él pudiera hacerse para medir otros amores más altos.

¡El amor del Corazón de Jesús a nosotros y el de nosotros a Él!

¡Medir su amor a nosotros! ¡Cualquiera, me decía yo, se atreve a inventar el aparato que lo mida!

Pero ¿qué digo? ¡Si el aparato mide-amores lo dejo Él mismo hecho!

¡Pues qué! La Cruz donde él murió por amor, ¿qué otra cosa es que un divino pletysmógrafo en el que hacen las veces de agujas indicadoras los tres clavos que están diciendo con una precisión admirable que hasta ahí llegó el Amor?

¿Y el Sagrario? ¿No es otro divino Pletysmógrafo que con la sublimidad de sus misterios está diciendo: Más allá no pudo ir el Amor?

¡Vaya si dejó señales para que conociéramos la intensidad de su amor el Corazón de Jesús! ¡Quizás no haya nada más claro ni más evidente en el orden natural como en el sobrenatural que esas señales de la intensidad de su amor!

¿Y el nuestro?

Eso es; nuestro pletysmógrafo para con Él; ¿cómo y por dónde sacar la medida de nuestro amor hacia Él?

También se conoce el procedimiento, que después de todo no es más que el mismo de que Él se vale para enseñarnos la medida del suyo.

¡Obras! ¡Obras! ¡Obras! ¡Ese es nuestro gran pletysmógrafo!

La Cruz y el Tabernáculo no son sino las dos grandes obras del amor y por eso son sus mejores señales.

Pues para conocer el amor de un alma al Corazón de Jesús y los grados de intensidad del mismo, véase sus obras.

¿Son obras que saben y huelen a Cristo?

Es decir, ¿son obra de sacrificio y de celo, de desprendimiento y abnegación, de buscar a Cristo en todo y no buscar más que a Él?

Pues ahí hay amor, y más amor mientras más obras y más sepan éstas a Cristo.

¿No hay obras de esas? Pues por más golpes de pecho, y rezos, y reverencias, y cultos esplendorosos, y palabras bonitas que haya, no hay amor a Él.

¡Ay, amigos míos, por eso andamos tan mal a pesar de haber tantos católicos en España y en el mundo!

Porque sé dice más que sé hace; porque hay más por fuera que por dentro; porque se busca lo secundario y se olvida lo principal; en una palabra, porque se habla más de Dios que se ama a Dios.

¡Amor, amor, amor! es lo que hace falta; que habiendo amor, habrá obras, y habrá consecuencia y  lógica en nuestra vida, mi gloria para Dios y bien para las almas.

Un ilustre escritor piadoso decía que más gloria da a Dios una docena de cristianos fervorosos que un millón de católicos tibios.

Y ya veréis cómo suben las agujas de vuestro pletysmógrafo y con ella subirán vuestras almas hasta llegar a Dios.

Del libro “ Granito de sal”, de San Manuel González, obispo.