QUÉ HACE EL CORAZÓN DE JESÚS EN El SAGRARIO

San Manuel González García

Del libro «QUÉ HACE Y QUÉ DICE EL CORAZÓN DE JESÚS EN EL SAGRARIO» de San Manuel Gonzalez

Mi
Padre, hoy como siempre, está obrando incesante 
mente y yo ni más ni menos (Jn 5,17)

   
 

  
El CORAZÓN DE JESÚS ESTÁ AQUÍ

         Llamo tu atención, toda tu atención, lector,
quien- quiera que seas, sobre la ocupación primera que he descubierto del
Corazón de Jesús.

   Así, estar y
no añado ningún verbo que exprese un fin, una manera, un tiempo, una acción de
ese estar.

   No te fijes
ahora en que está allí consolando, iluminando, curando, alimentando…, sino
sólo en esto, en que está.

   Pero ¿eso es
una ocupación?, me argüirá alguno. ¡Si parece que estar es lo opuesto a hacer!

   Y, sin
embargo, te aseguro, después de haber meditado en ese verbo aplicado al Corazón
de Jesús en su vida de Sagrario, que pocos, si hay alguno, expresarán más
actividad, más laboriosidad, más amor en incendio que ese verbo estar.

   ¿Vamos a
verlo?

        Estar en el Sagrario significa venir del cielo
todo un Dios, hacer el milagro más estupendo de sabiduría, poder y amor para
poder llegar hasta la ruindad del hombre, quedarse quieto, callado y hasta
gustoso, lo traten bien o lo traten mal, lo pongan en casa rica o miserable, lo
busquen o lo desprecien, lo alaben o lo maldigan, lo adoren como a Dios o lo
desechen como mueble viejo… y repetir eso mañana y pasado mañana, y el mes
que viene, y un año, y un siglo, y hasta el fin de los siglos… y repetirlo en
este Sagrario y en el del templo vecino y en el de todos los pueblos… y
repetir eso entre almas buenas, finas y agradecidas, y entre almas tibias,
olvidadizas, inconstantes y entre almas frías, duras, pérfidas, sacrílegas…

   Eso es estar el Corazón de Jesús en el
Sagrario, poner en actividad infinita un amor, una paciencia, una
condescendencia tan grandes por lo menos como el poder que se necesita para amarrar a todo un Dios al carro de
tantas humillaciones.

  
¡Está aquí!

       ¡Santa, deliciosa, arrebatadora palabra que dice
a mi fe más que todas las maravillas de la tierra y todos los milagros del
Evangelio, que da a mi esperanza la posesión anticipada de todas las promesas y
que pone estremecimientos de placer divino en el amor de mi alma!

   Está aquí

    Sabedlo, demonios que queréis
perderme, que tratáis de sonsacarme, enfermedades que ponéis tristeza en mi
vida, contrariedades, desengaños, que arrancáis lágrimas a mis ojos y gotas de
sangre a mi corazón, pecados que me atormentáis con vuestros remordimientos,
cosas malas que me asediáis, sabedlo, que el Fuerte, el Grande, el Magnífico,
el Suave, el Vencedor, el Buenísimo Corazón de Jesús está aquí, ¡aquí en el
Sagrario mío!

   Padre
eterno, ¡bendita sea la hora en que los labios de vuestro Hijo unigénito se
abrieron en la tierra para dejar salir estas palabras: «¡Sabed que yo estoy
todos los días con vosotros hasta la consumación de los siglos!».

   Padre, Hijo
y Espíritu santo, benditos seáis por cada uno de los segundos que está con nosotros el Corazón de Jesús
en cada uno de los Sagrarios de la tierra.   
¡Bendito, bendito Emmanuel!


[1] Cfr. Jn 11,28