Del libro «QUÉ HACE Y QUÉ DICE EL CORAZÓN DE JESÚS EN EL SAGRARIO» de San Manuel Gonzalez
- ¿Hacer? ¿Decir? Pero ¿quién puede averiguar lo que se dice y se hace en un lugar en el que ni se oye ni se ve nada?
¡Está tan callado y tan quieto el Señor en el Sagrario que parece que en él no pide otro homenaje que el de nuestra adoración en silencio!
Yo os digo, sin embargo, que no hay en toda la tierra un lugar en donde se hable más y mejor y se trabaje más activa y fecundamente.
No es al oído y al ojo de la carne a quienes toca oír y ver esas cosas, sino al oído y al ojo del alma. Con ellos atentos vamos a oír y a ver lo que se dice y se hace en el Sagrario.
- Y como no quiero que me creáis en materia de tanta monta por mi sola palabra, y como deseo que se tenga lo que yo afirmo del Sagrario como una realidad y no como una ilusión más o menos piadosa o como alegorías mejor o peor compuestas o aplicadas, propongo, a los que me lean, el siguiente interrogatorio, del cual sacarán la demostración concluyente de que en el Sagrario se dice y se hace en medio de su silencio y quietud. ¿Es de fe que nuestro Señor Jesucristo está todo entero en la Hostia consagrada?
-Sí.
Si está entero allí, ¿no es verdad que tendrá boca y ojos y manos y corazón?
Y aunque para nuestra insuficiencia sea un misterio el modo sacramental, o sea, cómo está nuestro Señor Jesucristo en la Hostia consagrada, ¿podrá creerse que estén privados de su ejercicio legítimo o por lo menos de su virtud o poder todos sus miembros y facultades de hombre verdadero?
-No.
De manera que si Jesucristo tiene boca en la santa Eucaristía; puede hablar con ella; si tiene ojos, puede ver con ellos; si tiene Corazón, puede amar con él, de modo misterioso, es cierto, como misterioso es el modo que tiene en la santa Hostia, pero no menos verdadero y real.
¿No es esto?
-Sí.
El único reparo que podría oponerse a esa doctrina es que los ojos y los oídos de nuestra cara no ven ni oyen nada de eso en el Sagrario; pero contra ese reparo se alzan la razón recta y la fe sobrenatural para decir muy alto que el Jesucristo del Sagrario es tan grande que tiene infinitos modos de ser percibido y que nuestros sentidos son tan chicos que no pueden aspirar a percibir a Jesucristo en todos sus modos, sino sólo en el que Él se les quiera mostrar.
Un ejemplo
- Tomad una pintura de arte, de mucho arte.
Ese cuadro, lo ven un niño, un hombre ignorante, un artista y otro artista de escuela contraria.
Pedid a todos los que están delante del cuadro que se fijen en él, en sus pormenores y en su conjunto.
Cuando lo hayan visto y examinado todos, llamad separadamente a cada uno y preguntadle lo que ha visto. Yo os aseguro que no encontraréis dos que hayan visto lo mismo; unos alaban una cosa, otros censuran otra; encontraréis más; mientras uno de ellos os dirá que aquello es una magnífica obra de arte, otro os asegurará con el mayor desparpajo que aquello no es ni más ni menos que unos cuantos borrones en un trapo. ¿Qué os dice eso? Que las cosas, mientras más buenas, tienen más modos de ser percibidas y que el hombre, mientras más ignorancia o más pasiones tiene, ve menos.
¿Verdad que sería una pretensión estúpida la del que dijera que el cuadro en cuestión no debía ser declarado obra de arte, hasta que lo proclamaran todos los hombres, sabios e ignorantes?
Éste es el caso
- ¿Podrá negarse fundadamente que Jesucristo dice o hace, está de este modo o del otro en el Sagrario porque los más groseros instrumentos de percepción del ser racional no lo perciben?
¡Bien parada quedaría la grandeza y el poder de Jesucristo si tuviera que amarrarse a nuestros ojos y oídos de tal modo, que no pudiera manifestarse ni obrar sino de manera que éstos dieran testimonio de Él!
Sí, amigos míos; a la grandeza de Jesucristo corresponde hablar tan fina y dulcemente que nuestros toscos oídos no lo perciban; a su Majestad soberana toca manifestarse tan soberanamente hermoso o tan delicadamente sutil que nuestros toscos ojos no lo alcancen si no se deja.
¡A ver! ¿Quién es tan osadamente ruin que se atreva a prohibir a Jesucristo el paso o la estancia en el Sagrario porque no se deja medir por su vista o por su oído?
¿Lo oís bien? ¡A Jesucristo, que entra en el mundo pasando por el seno de su Madre sin romperlo ni mancharlo, que se transfigura en el Tabor, que anda sobre las aguas con los pies enjutos, que muere cuando quiere y que se resucita a Sí mismo, que se aparece a la Magdalena y a sus discípulos, y no se deja conocer sino cuando quiere y de los que quiere, que penetra en la casa de sus apóstoles con las puertas cerradas…!
Ese Jesucristo que domina el espacio, la óptica, la acústica, la extensión, la velocidad y las propiedades de la materia y de la inteligencia del hombre, ¿no va a poder estar o hablar en el Sagrario sin que los ojos y los oídos del hombre pobrecillo le den el permiso o el visto bueno?
Sí, lo repetiré: Jesucristo, a pesar de su silencio y quietud del Sagrario, dice y hace…