Jesucristo me ama ahora (segunda parte)

Jesús ora en el huerto
                                                                                                         Del libro » En el Corazón de Cristo», de Luis M.ª Mendizábal, s.j.

                       3- Todo nos viene del amor de Jesús

 

Las circunstancias varias en las cuales se mueve nuestra vida, no se deben al acaso: Dios las quiere para nuestra santificación. Son una ayuda para obtener las gracias que nos mereció Jesucristo y provienen del amor personal de Cristo a nosotros. Para Él no existe la masa: nos conoce personalmente y en nuestra santidad individual.

En esto es verdad, sea cuando se trata de circunstancias naturales agradables: alegrías familiares, éxitos profesionales…, sea cuando se trata de gracias espirituales: fervor y gracias en la oración…, incluso en las cruces y dificultades que se nos presentan. Todo lo que nos sucede es un don de las manos traspasadas de Jesús, que mide todo sobre las llagas de su amor, dando  sólo aquello que ve es lo mejor para nosotros, junto con las gracias necesarias para soportarlo.

Es evidente que no haya gusto en vernos sufrir, y no permitirá que derramemos lágrimas sin motivo. Cuando nos manda dificultades, Él nos ama aún más, porque entonces Él mismo experimenta la pena de vernos sufrir. Y lo hace solamente porque está seguro de que aquellas dificultades son un bien para nosotros en aquel momento.

La delicadeza del amor de Cristo no ha estado lejos de nosotros ni siquiera mientras pecábamos. En aquel mismo instante Él se ocupaba de nosotros: para no dejarnos caer más abajo, para detenernos a tiempo y conservar la posibilidad de amarle más perfectamente durante toda la vida. Está es la realidad. Todas las gracias actuales que Jesús distribuye en cada momento, las distribuye con plena conciencia de lo que hacen. “Sin Mí, nada podéis hacer”, dijo Jesús.

Por lo tanto cada uno de nosotros depende de Él, como la Iglesia toda. Tal dependencia de Cristo, consciente y amorosa, reclama que vivamos para Él, sólo para Él, en la medida de las gracias que se nos han concedido: “Según la medida del donde Cristo” (Ef 4,7).

Debemos pedir la gracia de sentir en lo íntimo del alma esta verdad, a la luz de la fe, a fin de que sea para nosotros una norma de vida. Ver a Jesucristo en sus dones, que no son más que su presencia en nosotros y una participación de sus perfecciones. De esta manera aun los más grandes dolores que debamos soportar, se transformarán a nuestros ojos en una misteriosa señal de amor de Cristo.

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Rafael reyes era Profesor de un seminario. Siendo un joven, quedó ciego y así no pudo ser ordenado sacerdote. Sea en el mundo hay pruebas duras, entre ellas no es la más pequeña quedará ciego y tener que renunciar al sacerdocio para quien ha recibido y abrazado la vocación. Pero Rafael reyes que vivía fuertemente la realidad de su íntimo diálogo con Cristo, escribió en aquella ocasión una maravillosa poesía. Decía ella: “Cuando era niño mi Madre tenía la costumbre de acercarse a escondidas, poner de las manos en los ojos y preguntarme: “¿Quién soy?” Yo que la reconocía, respondía abrazándola: “¡Eres mi Madre!” Y ahora soy ya mayor y has venido Tú, Dios mío, y me has puesto las manos sobre los ojos, preguntando: “¿Quién soy?” Yo reconozco tu voz y tus manos y contestó: “¡Eres mi Padre!” Y mi deseo es que tú retires tus manos, para que yo pueda contemplar tu rostro y abrazarte para toda la eternidad”.

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Así debemos decir también nosotros durante nuestra vida, especialmente los días de oscuridad interior, y angustia, de cruz. “Eres tú, Jesús, mi amigo. Sólo deseó ver tu rostro. Véante mis ojos, dulce Jesús bueno…” y cuando las tinieblas se tornen más intensas y no sepamos guiar nuestra alma, con mayor confianza debemos echarnos en sus brazos suplicándole: “Guíame Tú, Señor… Yo no veo ya y la noche avanza. Oh Dios mío… Tú solo eres la luz”.

 

                                   4- Jesús me ama tal como soy ahora

 

Nosotros somos el resultado de toda nuestra vida y de todo nuestro pasado, de nuestras casualidades y defectos, de nuestro carácter, de nuestras infidelidades y pecados pretéritos.

Jesús no ama nuestro “yo” ideal, sino su real actuación: “Él sabía lo que había en el hombre” (Jn 2,25).

Quizás no estamos satisfechos de nosotros mismos porque nos vemos demasiado por debajo de lo que nuestro orgullo soñaba. Quizás por esto queremos disimularnos a nosotros mismo en lo que somos, cuando nos ponemos en oración, como si en realidad no continuásemos siempre siendo aquellos hombres débiles y pecadores… Quizás el recuerdo de nuestras infidelidades nos turba y constituye para nosotros un tormento: “¿Por qué he cometido tantos pecados y tan graves?” pero atención, no siempre esta pregunta nace en nosotros del amor a Cristo; también el amor propio y el orgullo pueden producir semejante fruto. Y sí queremos la prueba, preguntémonos: los pecados de los demás, ¿produce en nosotros un dolor igual? ¿Y no son acaso también ofensas a Cristo?

El recuerdo del pasado constituye con frecuencia para muchos un problema psicológico. No porque duden de haber sido perdonados, sino por el pensamiento de tantas ocasiones en las cuales no han sido fieles a Cristo. Así, el pasad infiel, es para algunos un peso muerto que arrastran toda la vida.

Pero no debemos preocuparnos. Cristo nos amas y como somos, con nuestro pasado. La mayor prueba de amor hacia Él es confiar en Él, aceptar la vida pasada tal como ha sido y estarle verdaderamente agradecidos por haber permitido aquellos pecados que ahora son la base de nuestra humildad.

No debemos turbarnos por nuestros pecados pasados. Debemos detestarlos y preferir la muerte antes que cometer otros. Pero debemos agradecer a Jesús que los ha permitido. Nadie puede querer servir a Cristo sólo con la condición de que el haga entre nosotros una obra maestra de justicia, en donde resplandezca sólo la inocencia. Debemos estar contentos de que Él haga de nosotros una obra maestra de su misericordia.

La vida espiritual no es como una combinación de trenes, en la que he perdido uno ha terminado todo el viaje. La vida espiritual puede ser más justamente parangonada con una excursión a la montaña. Perdido el camino una vez, y fracasado el primer proyecto, no por eso se debe renunciar. Hasta ponerse en manos de un guía. Es fácil que él nos conduzca a una excursión mejor que la que habíamos proyectado.

Fíate de Jesucristo, que tiene sus designios sobre ti. No te turbe el pasado: Él te ama ahora.

Confía tu pasado a la Misericordia, el futuro a la providencia y vive el presente amando. “Yo conozco a mis ovejas… Nadie las arrancará de mis manos” (Jn 10,28).

jesucristo

Afecta tu vida pasada y abandónate en las manos de Jesús. No hay en el Evangelio un solo pasaje en el que Jesucristo  eche encara un pecado aquellos a quienes ha perdonado. Un pecado llorado puede dar más gloria Dios que un acto virtuoso del cual nos vanagloriamos.

Pensar continuamente en el pasado y ocuparse siempre de él, significa tener un concepto erróneo del amor de Jesús. ¿No nos desagradaría acaso que una persona querida volviese siempre a recordarnos un dolor que nos causó una vez?