LA ADORACIÓN EUCARÍSTICA

DISERTACIÓN DEL P. LUIS MARÍA MENDIZÁBAL S.J. EN EL IV ENCUENTRO DE LA ADORACIÓN EUCARÍSTICA DE ESPAÑA

Agradezco… con reservas (risas) al P. Justo el que me haya invitado en un tema que me llevo muy en el corazón. Digo que agradezco con reservas porque ha sido un asalto a un pobre viejo… Yo ya estoy retirado de las corridas oficiales, «me he cortado la coleta», entonces, él me saca así y me dice «hable de lo que quiera, mysterium fidei». Pues eso, mysterium fidei, y es lo peor, encontrarse uno con un horizonte ilimitado, en un tema que es, por otra parte, tan rico y tan variado.

 

Vengo, pues, fuera de las «canchas oficiales», no con títulos de orador o conferenciante, sino de devoto de la Eucaristía que quiere hablar con vosotros de ese Misterio admirable. Mysterium Fidei es lo que el sacerdote propone después de la Consagración: es el misterio de la fe. Y el pueblo proclama: anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección, ven Señor, Jesús. Ahí está ya la muerte de Jesús, la Pasión, la muerte, la Resurrección y la Gloria: ¡Ven, Señor Jesús! Final. Y eso es el momento de la Consagración. El gran misterio de la Eucaristía es el misterio de la fe, porque en cierta manera es el punto cumbre de la fe, es la síntesis de la fe, implica la Encarnación, la Pasión, la Resurrección y la venida de Jesús y es lo que tenemos que creer en este año de la fe, por eso también la Eucaristía es alimento de la fe. Alimento.

 

Pablo VI, como documentos de la Eucaristía, me parecen importantes de los últimos Papas, Pablo VI, que escribió una Encíclica desde el Concilio, en septiembre de 1965; una Encíclica con ese título, Misterio de la fe «Mysterium Fidei», y en esa Encíclica recorre todo el misterio de la fe, de la Eucaristía y reafirma ese misterio de la Eucaristía. El mismo Papa, el año 65, el 30 de mayo, todavía en el Concilio, escribió una carta al Superior General de los sacramentinos, una carta en latín, preciosa, donde dice algunas cosas que vamos a aprovechar también, donde dice que: «Jesucristo, en la Eucaristía, no está de cierto modo pasivo recibiendo el obsequio de los fieles, sino el que es autor de la vida, allí vive y actúa, por lo que nosotros podemos tratar con Él, con una relación análoga a la que tenían los discípulos con Él en la vida terrestre». Es un texto precioso.

 

Porque ahora vemos que vosotros adoráis en Adoración Perpetua, al Santísimo, pero trataré de mostrar un poco que la adoración no es simplemente «estar» adorando, es un trato con Él. Es un acoger en fe a este Cristo vivo y tratar con Él. Tanto es así que, a mí me parece, que en los adoradores hay que cultivar dos cosas: la calidad de su adoración -«calidad» de la adoración- y la repercusión de la adoración en la vida diaria, en la vida real, que sea digna de un adorador, no basta que haya estado un rato, tiene que transformar. La Eucaristía es una fuerza transformadora.

 

La Eucaristía, dice el Concilio -la llama-, «todo el bien de la Iglesia», y también dice que es «fuente y cumbre» de la vida de la Iglesia. Toda la vida de la Iglesia, claro, es Cristo inmolado, glorioso, que da su Espíritu, que está ahí comunicando su Espíritu, transmitiendo esa fuerza vital, de vida, que es la que tiene que sostener nuestra existencia cristiana transformándola. Lo propio de la aportación de Cristo no es que nos ha traído nuevos mandamientos. Él manda, exige más: habéis oído que se dijo esto, esto, esto… Yo os digo más, os pido más. No, no es simplemente eso, lo que pide es transformar el corazón. El Señor, con su redención, transforma el corazón: «le quitaré el corazón de piedra, le pondré un corazón de carne». Y eso, en la Eucaristía lo hace, entrando Él mismo, su Corazón en el nuestro, para modelarlo y transformarlo. Porque eso, que es una orden, que es «habéis sido, yo os digo», es lo que puede hacer un corazón transformado. Nos resulta muy difícil, con corazón egoísta, que cuando te den una bofetada en la mejilla derecha, pongas la izquierda. Dice «es una orden» vuestra. No es una orden, es tener tal bondad de corazón que, si te dan una bofetada en la derecha, estés pronto a presentar la izquierda, haciendo un favor, aunque te lleves otra, pero para eso hay que cambiar el corazón y lo que Jesús viene es a transformar el corazón.

 

Entonces, en la Eucaristía, yo creo que es un tema muy del corazón del Señor. La Eucaristía hay que considerarla siempre en su totalidad, no en uno de sus aspectos parciales, que no sería bueno «parcializar» la Eucaristía.

 

¿Cómo podríamos exponerla, todo lo que es la Eucaristía?, porque a veces es «adorar al Santísimo»; otra es «comulgar»; otra es «la Misa». Hemos tenido como una ‘racha’ en que todo la Eucaristía era la Misa, y la Misa es el centro, es verdad, pero todo: si hay que hacer una novena a San…: «en la Misa, y con la homilía de la Misa, en la Misa». Y adoración al Santísimo por la tarde, que era una costumbre habitual en muchas parroquias, lo que llamaban ‘la función de la tarde’, a las tres y media, cuatro de la tarde: se Exponía el Santísimo; se hacía una visita al Santísimo; se rezaba el Rosario; se hacía alguna novena, si había que hacer, y se Reservaba el Santísimo. Y eso es bueno, es una forma de culto al Santísimo, válida. Y, en cambio ya, se reducía todo, ha de ser «en la Misa», y se ha perdido mucha riqueza eucarística por reducirla a la Misa. Entonces, podríamos decir que la Eucaristía vista así, en su totalidad, es banquete sacrificial de la Nueva Alianza permanentemente ofrecido.

 

La Eucaristía es banquete, banquete eclesial. No es simplemente «alimento», una cosa es «alimento» y otra es «banquete». El banquete se organiza, se invita al banquete, se participa en el banquete, y el banquete lleva consigo música, discursos, alegría… Convivium, es un «convivir». Pues bien, la Eucaristía es un ‘convivium’, es un banquete universal, aún cuando yo me acerque solo a la Eucaristía, aquí, en esta Misa, no es algo privado, mío; yo participo en el banquete eclesial que el Padre ofrece por la Alianza Nueva. Es banquete. Pero ese banquete es sacrificial, es decir, el origen del banquete es el sacrificio, el alimento del banquete es el Cordero de Dios, el sacrificio, inmolado. La música es el Cordero, es la Pascua, nuestra alegría es nuestra Pascua ha sido inmolado. Ese banquete está impregnado del sacrificio. Es banquete sacrificial, de la Nueva Alianza, porque en la Última Cena, el plato de la Última Cena, de hecho, esa Última Cena es inseparable de la Cruz, porque es una anticipación de la Cruz. Es su voluntad de entregarse le hace ofrecerse en la Última Cena, antes de que llegue la misma Cruz, como luego nosotros lo haremos presente en nuestro tiempo, pero Él lo anticipa al momento de la Última Cena. Y ahí, en esa Última Cena: este es mi Cuerpo entregado por vosotros; este es el Cáliz de mi Sangre derramada por vosotros; Sangre de la Nueva y eterna Alianza. La Alianza se hace por la Sangre de Cristo y se sella con la Sangre de Cristo.

 

La Alianza del Sinaí se hacía de otra manera, era Dios que aparece en esa majestad de truenos, de luces, de nubes, y Moisés se acerca con temor. No nos hemos acercado así, es muy distinto en el Cenáculo: Dios se ha hecho hombre. Dios. Y Dios que se entrega al hombre, es el Sacrificio. Yo creo -para mí, podéis disentir totalmente, pero para mí- el lavatorio de los pies no es simplemente un acto admirable de humillación de Jesús de lavarles los pies. Dice «habiendo amado a los suyos los amó hasta el extremo, les lavó los pies». ¿O eran tan sucios los pies? No sé si sería tan heroico lavarles los pies y tenían que lavarse antes de comer, tampoco debía ser. Por lo tanto, yo creo que no es ese el… habiendo amado, lo suyo es «amando hasta el extremo», sino que ese lavatorio es figura de la Cruz, de la Redención ofrecida humildemente por Cristo a cada uno. Yo creo que es conmovedor en la Eucaristía a Jesús, que se despoja de su manto, se arrodilla a tus pies y te pide que te dejes transformar, que te dejes lavar, con su Muerte, con su Sangre, con su Redención, con su Eucaristía. Por eso, curiosamente, en San Juan está el lavatorio de los pies y no está la institución de la Eucaristía, parece ocupar ese lugar que él ya ha anunciado en el capítulo sexto «el Pan que yo daré es mi Carne», pero que en ese momento queda en la figura de ese lavatorio, al fin del cual, lo mismo que en otras ocasiones, les dice «os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros, también lo hagáis vosotros, unos con otros». Entendemos bien esa recomendación del Señor, no es ‘lo que yo he hecho contigo, hazlo tú con otros, con los hermanos’, sino ‘lo que yo he hecho con vosotros, hacedlo entre vosotros’. ¿Qué es?, ¿lavarse los pies? No, no creo que fue la costumbre cristiana inicial lavarse los pies; porque lo ha hecho el Señor: lavarse los pies. No. Entienden muy bien: la postura cristiana es dar tu vida por tu hermano, por quien yo he dado mi vida. Y en la Eucaristía se nos da esa fuerza, ese corazón, para… Sé que no hay como una contraposición, primero la Eucaristía y luego un mandamiento de amar a los hermanos, hay una unidad. El amar a los hermanos es con el amor que recibo en la Eucaristía, con la verdadera caridad, con corazón transformado, no simplemente por una corrección humana; lo hago, tengo que cumplir con la Eucaristía y tengo que hacer como dos cosas distintas, sino con la fuerza de la Eucaristía, yo tengo que entregarme, es vivir con esa forma de la Eucaristía, «eucaristizado», es decir, quiere decir que nosotros tenemos que ser como el Cuerpo partido, la Sangre derramada por los demás, por los hermanos, por el pueblo.

 

Así se entiende que es fuente y cumbre de la vida de la Iglesia. La Eucaristía es fuente y cumbre, todo el bien de la Iglesia. ¿Por qué?, pues porque es el sacramento formal del Cuerpo Místico, de la unión con Cristo y de la unión entre los hermanos. Es el sacramento de la unión. En efecto, es fuente de la vida cristiana, de la vida espiritual y es, introduce, fortifica el misterio de la comunión cristiana. El misterio ese, que describe San Juan, cuando dice que el mensaje que traemos es que tenéis comunión con nosotros y nuestra comunión es con el Padre y con su Hijo Jesucristo, y así tenemos que ser. Esto inicia el misterio eucarístico, lo fortifica esa comunión; es el gozo del mensaje del Nuevo Testamento.

 

El Señor quiere establecer en el mundo la civilización del amor que arranca de su corazón, la civilización del amor; no la civilización correcta, respetuosa que tiene que serlo en los derechos de los demás, sino del amor. La vida humana está regida por el principio del egoísmo, un egoísmo, diríamos, moderado. Modera el egoísmo porque a veces no se puede concederlo todo porque acaba en mal, entonces uno tiene que ceder un poco, el otro cede otro poco, llegamos al consenso cediendo por aquí, cediendo por allá…, pero egoísmo, cada uno con lo suyo. El mundo que Jesucristo ha venido a instaurar se funda en el amor. En el amor. Yendo por Cristo, que así amó, que ha entregado su vida: así amó Dios al mundo que entregó a su Hijo; así amó María al mundo que entregó su Hijo. Y ese es el principio, en la civilización del amor, que es una verdadera revolución y que siempre queremos que lo empiecen otros… Mientras que a nosotros no nos dé lo que queremos…, luego pensaremos en el amor. No, es ese paso valiente de Jesús que dice, después de la Consagración, haced vosotros lo mismo. Haced vosotros lo mismo, hacedlo en memoria mía, no solo el renovar ese sacramento de consagración, sino haced esto: este es mi Cuerpo entregado por vosotros; esta es mi Sangre derramada por vosotros, haced esto en memoria mía, es lo que tiene que transformar el mundo.

 

Y decía -recuerdo- aquel cardenal tan admirable Van Thuan, arzobispo de Saigón, que estuvo tantos años preso, que luego liberado le hicieron cardenal y dio los ejercicios al Papa, y ese anciano, en esos ejercicios al Papa decía esta frase: «la revolución de la civilización del amor tiene que empezar por la Eucaristía». Yo creo que ahí está la clave: la Eucaristía. Bien, viviéndola y transmitiéndola, difícil, porque la Eucaristía no es precisamente el Kerigma. La acción de la Eucaristía no es simplemente, como la predicación de San Pablo, lo dice, lo enseña a los que ya lo vivían allí: Yo os he enseñado lo que yo he recibido yo mismo del Señor, pero -diríamos- no es la predicación, porque es un misterio, y realmente la misma preparación de los fieles, había lo que llamaban las catequesis mistagógicas, que no se debían exponer a quienes no habían sido ya preparados, bautizados y, entonces, venían ya las del misterio, las que son propias del misterio. Pero es verdad que actúa, esa frase de Pablo VI: Jesucristo en la Eucaristía verdaderamente vive y actúa. Pues bien, esa revolución tiene que empezar por la Eucaristía. ¿Y qué tiene esa Eucaristía?, ¿qué es? Pues tiene que transformar la vida del hombre, porque el nivel que se nos pide en el Concilio mismo es muy alto, y eso arranca de la Eucaristía. Es un hecho. Pueblo donde la Eucaristía pasa desapercibida es un pueblo frío en la fe cristiana, lo veréis y lo experimentaréis. Familia, pueblo, donde la Eucaristía es vitalmente vivida es fervorosa, hay amor, hay servicio de los demás, no son como dos temas distintos. Es así, porque la vida que nos transmite Jesucristo en la Eucaristía es una vida excelente que el Concilio se encargó de describir. Dice en la Constitución sobre la Iglesia, Lumen Gentium: «Dado que Cristo Jesús, Supremo y eterno sacerdote, quiere continuar su testimonio y su servicio por medio de los laicos -¿por qué dice en los laicos?, porque el peligro podría estar que eso es para gente religiosos, monjes… No, los laicos-, los vivifica con su Espíritu y los impulsa sin cesar a toda obra buena y perfecta. A quienes asocia íntimamente a su vida y a su misión, les hace partícipes de su oficio sacerdotal». Recalca que el cristiano, por el Bautismo, es profeta, sacerdote, rey, tiene los munera de Cristo (munera Christi): Sacerdote, Profeta, Rey. Y es Sacerdote, y es verdad. ¿Y para qué es Sacerdote?, para la ofrenda de la Eucaristía y para la ofrenda de sí mismo con la Eucaristía. Y este es un tema que tenemos que actuar, es en la Eucaristía, ofrecemos Cristo al Padre, pero nosotros nos implicamos en ese ofrecimiento, lo ofrecemos con Él y nos ofrecemos con él. Entonces dice: «a quienes asocia íntimamente a su vida y a su misión, también les hace partícipes de su oficio sacerdotal […] Y, por lo cual, los laicos, en cuanto consagrados a Cristo, dirigidos por el Espíritu Santo, son admirablemente llamados y dotados para que en ellos se produzcan siempre los más diversos frutos del Espíritu. Pues todas sus obras, oraciones e iniciativas apostólicas, la vida conyugal y familiar, el trabajo cotidiano, el descanso de alma y cuerpo, si son hechos en el Espíritu, e incluso las mismas pruebas de la vida si se sobrellevan pacientemente, se convierten en sacrificios espirituales, aceptables a Dios por Jesucristo, que en la celebración de la Eucaristía, se ofrecen piadosísimamente al Padre junto con la oblación del cuerpo del Señor\». Es que la Eucaristía nos «eucaristiza».

 

El Papa, recientemente, insiste en lo que él llama la Logiké latreia, que es el culto latréutico «Logiké», razonable que dice San Pablo: «ofrecer vuestros cuerpos como hostia viva, santa, agradable a Dios. Tal es vuestro sacrificio Logiké , y no os conforméis con este mundo. O sea, que la Eucaristía nos «eucaristiza», nos lleva, nos empeña en la vida, en esa disposición interior, cada uno en la profesión que tenga, tiene su misión que cumplir en este mundo, pero el corazón tiene que estar así, en esa unión con la Eucaristía, enriquecido por la comunión y que dentro de nosotros ofrezcamos Cristo al Padre y a nosotros mismos, con Cristo al Padre. Ese es el sacerdocio.

 

En el Decreto que el Concilio dedica a los sacerdotes les dice unas cosas muy bellas para indicar este espíritu eucarístico que tiene que haber en nuestra vida. Dice: «Los demás sacramentos, al igual que todos los ministerios eclesiásticos y las obras de apostolado, están unidas a la Eucaristía y se ordenan a ella». Entonces, ¿qué buscamos?, pues, principio, fuente y cumbre de la vida de la Iglesia. Están ordenados a ella. «Pues en la Sagrada Eucaristía se contiene todo el bien espiritual de la Iglesia, es decir, Cristo en persona, nuestra Pascua y pan vivo que […] da vida a los hombres […] con su Carne, vivificada y vivificante, por el Espíritu Santo, los cuales, de esta forma, son invitados y llevados a ofrecerse a sí mismos, sus trabajos y todas las cosas creadas juntamente con Él. Así la Eucaristía aparece -todo esto es del Decreto de los sacerdotes, número cinco- como fuente y cima de toda la evangelización.

 

Es, pues, la sagrada sinaxis -la sagrada Eucaristía, comunión- el centro de la congregación de los fieles que preside el presbítero. Enseñen los presbíteros a los fieles a ofrecer al Padre en el sacrificio de la misa la Víctima divina y a ofrendar la propia vida juntamente con ella».

 

Y esto es lo que es «participar activamente» en la misa. Algunas veces, cuando se ha hablado de participar activamente es que cantamos, que va a subir una a leer, porque participa… Eso es superficial, hágalo de buena hora, pero lo que es «participar» es vivir la ofrenda de Cristo al Padre y la ofrenda de sí mismo con él al Padre. Eso es participar y hacia eso tenemos que tender.

 

Bien, alguna pequeña idea sobre la comunión. Verán, yo creo que es importante que… Ya sabéis que soy muy del Corazón de Jesús, he encontrado ahí un tesoro inmenso, no de prácticas de cierta devoción, hablo del misterio del Corazón de Jesús. Y, en ese misterio del Corazón de Jesús, en el mensaje fundamental que la Iglesia acepta, transmite, es que a la Santa, de la que Dios se sirvió, el Señor se le presenta en la Eucaristía. Esto es importante. No es que estando ella allí, en su celda, venía el Corazón de Jesús y se presentaba, sino que estando con el Santísimo expuesto, delante del Santísimo expuesto. La Hostia Santa se abre, diríamos, se presenta Jesús, que es el contenido de la Eucaristía. Jesús mostrando su amor: mira este Corazón que tanto ama a los hombres, y en respuesta solo recibe ingratitudes, olvidos y desprecios. Es el grito de la Eucaristía expresado así.

 

Pues bien, creo que es muy importante esto, no digo que sea un peligro nuestro pero yo noto que a veces se «cosifica» demasiado el Santísimo: vete a hacer una visita al Santísimo; tengo una hora de adoración al Santísimo… Creo que es bueno recalcar: es a Jesucristo Sacramentado. Voy a esta con Jesucristo; voy a tratar con Él, con adoración, con respeto, con confianza, que es lo que debe ser la calidad de la adoración, lo que decía yo. A veces se adora «algo», así, como una nube que está ahí, ahí está, como si tuviese uno un disquete y la disquetera, pum, póngalo el disquete que suena y óigalo. Pues ese que está ahí es Jesucristo, Jesucristo. Ese que veía Santa Margarita en realidad está, es así. Es buscar a Jesucristo como persona viva, por eso me gusta tanto aquella frase de Pablo VI en la carta al Superior General de los Sacramentinos, cuando le dice, Jesucristo… No, el 30 de mayo del 65 hubo un Congreso Eucarístico en la ciudad italiana de Pisa y el Papa envió un legado suyo, el Cardenal Florit, y le escribió una carta al Cardenal Florit por ese motivo y, entonces, le dice: El Redentor, en este admirable Sacramento no está con nosotros de una manera pasiva, recibiendo los obsequios de los fieles, sino que el que es autor de la vida vive y actúa en la Eucaristía.

 

Yo, en la adoración voy a esto, a recibir… Voy a un encuentro. Encuentro, respetuoso, pero valorando lo que es, donde el Señor tiene sed de mí. Y es verdad. Eso difícilmente lo creemos, que el Señor tiene sed de mí. El encuentro de la samaritana: «mujer dame de beber». Eso es verdad, lo pide. Si una fuente tiene sed, sed de que vengan a beber. «Tengo sed». Entonces, es así, Él tiene sed; yo vengo a beber. Beber de esa agua, beber del costado abierto de Cristo, vengo a recibir mucho desde esa adoración, desde ese encuentro adorador-reparador, a ese amor de Cristo que se nos da. O sea, que creo que esto es importante. Es alimentarnos.

 

El encuentro de la comunión no es un cambio de lugar de la Hostia que, en vez de estar aquí, está aquí y me da devoción el tenerlo aquí; otros lo llevan en el bolsillo y le da devoción, sino que es un abrazo de Cristo al que comulga. Es un abrazo, es un contacto cualificado, que es el abrazo, le abraza, y el abrazo de Cristo es abrazo del Padre, es un momento impresionante. Es abrazo de Padre y de Cristo es comunicación de Espíritu Santo, y eso se realiza y ni le damos importancia, pero eso, vitalmente, es así. La Eucaristía es vida, no es simplemente veneración de una reliquia, de una «cosa» que se expone, se venera así. La exposición misma del Santísimo no es como exposición de una reliquia, sino que es esa comunión, ese abrazo de Cristo al que comulga. Y, entonces, en la presencia eucarística, se prolongan los efectos de la misa y comunión.

 

Me llamó la atención -y creo que, en cierta manera, me cambió el «chip»- el Papa Juan Pablo II, cuando yo estudié Teología, hace muchos años, allí, cuando bajábamos del Arca Noé y yo (risas)… Cuando estudiábamos Teología, decíamos siempre «la Eucaristía como Sacrificio», luego «el Sacramento de la Eucaristía» y, luego, la «Presencia Eucarística». Bien, y el Concilio de Trento lo trata así también, porque el Concilio de Trento pensó en un tratamiento explícito de la Eucaristía, a fondo, pero primero lo que hizo fue ir viendo las sentencias de los protestantes y fue respondiendo como Sacrificio, como Sacramento, como Presencia, pero hubiese tratado más. Pues bien, tratábamos así: Eucaristía como Sacrificio, el Sacramento de la Eucaristía, Presencia Eucarística, pues bien, en su primera Encíclica, Juan Pablo II, en la Encíclica Redemtor Hominis, número veinte, habla de la Eucaristía, dice: «el Sacramento-Sacrifico, Sacramento-Comunión, Sacramento-Presencia». Me parece estupendo, todo es Sacramento: Sacrificio-Sacramento, Sacramento-Comunión y Sacramento-Presencia. ¿Qué quiere decir eso?, que en la Presencia del Señor se dan gracias sacramentales, y son gracias sacramentales las que normalmente se han de dar por el Sacramento. Una gracia sacramental no se da sin el Sacramento, porque la misma (ininteligible) sacramental de la Iglesia en la institución de Cristo. Por lo tanto, quiere decir que en la adoración, entendida de esa manera vital, a Cristo, no solo pasivo de lo que yo lo adoro, sino en ese diálogo, en esa comunicación, yo recibo gracias en mi adoración que me enriquecen. No que momentáneamente me cambien mis sentimientos en ese momento, pero me hacen bien, me van transformando interiormente y va haciendo ese trabajo, no simplemente del momento. Si a uno se le dice: oye, durante un mes vaya tomando baños de sol; se va a la playa y el primer día dice «pues no siento nada, pues ya no vuelvo»… La Eucaristía va haciendo efecto en nosotros alimentando. En ningún alimento, de repente, le da a uno las dimensiones finales, pero hace falta ser constante y participar en la Comunión, sino no nos sirve. Y, entonces, la adoración nos prepara a la Comunión y es como una Comunión tratando con Él, como una actuación de la Comunión, en cuanto a recibir gracias sacramentales de la Eucaristía, y es real. Y esto es -creo yo- que a veces nos cuesta entenderlo.

 

Recuerdo siempre -y voy a terminar con esto, querido P. Justo-, yo creo que, el P. José Julio Martínez, S J, que tiene el libro ese tan bueno, «El drama de Jesús», que es una vida sencilla de Jesús, pues contaba con todo el fervor con que él contaba, que había tenido una charla sobre la fuerza pedagógica de la Eucaristía, que era verdadera la fuerza de la Eucaristía, que hay que contar con ella y que Jesucristo actúa; actúa en el Sagrario y actúa en la Exposición, en la adoración. Y después de esas charlas vino un maestro de Álava y vino a decirle:

 

-Padre, lo que usted dice es verdad.

 

-¡Claro que es verdad!

 

-No, quiero decirle que lo he experimentado.

 

Y le contó esto: Yo tenía en mi escuela -una escuela unitaria- un chico que no podía con él. Empleé todos los métodos, incluso los métodos de la vara y todos (risas), no había manera, se reía, se burlaba… Y un día, ya cansado, le dije:

 

-Ven acá.

 

Y no sabía qué le iba a decirle. Y se acercó, saltando, bailado y dice:

 

-¿Qué quieres?

 

Y me vino:

 

-Mira, vete a la Iglesia que está ahí cerca, y allí, en el altar de la izquierda, con un velo blanco está el Sagrario. Ahí está Jesús. Vas a ir y le vas a decir a Jesús cómo te portas conmigo, cómo te portas en la escuela. A ver qué te dice.

 

Y él salió saltando, brincando… Y ellos dijeron:

 

-Don Manuel, ese ya no vuelve… este va a coger nidos…

 

Pasa media hora y no volvía. «Este no vuelve ya». Pasa tres cuartos de hora y se abre la puerta y vuelve llorando. Y yo pensé: le habrá cogido su padre por ahí… Y le dije:

 

-Ven aquí -y vino-. ¿Qué te ha dicho Jesús?

 

-Que también usted me perdone…

 

Y fue ya un chico ideal de mi escuela.

 

Bien, pues yo creo que esto es realidad, es la verdad. Y nosotros somos los que tenemos ese tesoro, como tienen algunos países pozos de petróleo que no explotan y están ahí tapados, pero están ahí, y, a veces, la Eucaristía está tapada. En el Sagrario, sencillo, sí; la Exposición lo expone y lo cuida. La Exposición tiene dos raíces, una: deseo de la Iglesia de honrar a su Esposo y de tener siempre presencia de la Iglesia con Él, lo cual favorece a que muchos puedan ir también en ratos a verle. Y, luego, nuestro deseo de ver.

 

Había en tiempo, en la Edad Media sobre todo, lo más importante de la misa era ver cuando elevaba el ver. Ver a Dios, Y, entonces, tenemos un deseo como de ver, como de quitar velos y de verlo lo más cercano posible y, entonces, tiene esa solemnidad que vosotros cultiváis tan bien, tan admirablemente y que hacéis una obra magnífica, pero que no sea en desdoro de los Sagrarios de las parroquias, que hay que seguir insistiéndoles para que no esté solo en los Sagrarios, que no vayamos a tener ahí Sagrarios Abandonados, con una Custodia muy solemne y luego Sagrarios de los pueblecillos o de las parroquias hay que cultivar también.

 

Así que yo os felicito por esa cosa tan grande y os pido perdón por esas palabras que os he dicho que os merecíais algo más.

 

(Extraído de la grabación)