La civilización del amor: el Reino del Corazón de Cristo

El acto redentor de Jesucristo en la Cruz desemboca en el reinado de Cristo glorioso. Jesucristo es constituido Señor y Rey por su inmolación y glorificación. La nueva creación es su reinado de amor.

Sin embargo, el término «Rey» sugiere tantas cosas que existe cierta preocupación al utilizarlo en referencia a Jesucristo. Jesús mismo sentía esa preocupación en su vida pública y predicac1ón. Y esto le llevaba a prohibir frecuentemente a sus seguidores que corrieran la voz de que El era el Mesías-Rey.

Reino en este mundo, pero no de este mundo

San Juan orienta su relato de la pasión sobre el tema central de la realeza de Cristo. En el centro del proceso ante Pilatos suena la gran pregunta: «¿Tú eres Rey?» Y Jesús, antes de dar la respuesta, matiza el sentido de su realeza: «Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de este mundo, mis soldados hubieran luchado para que yo no fuera entregado en manos de los judíos.»

Con estas palabras Jesús matiza la calidad de su reino. Su reino, siendo verdadero, no es a la manera de los reinos terrestres, apoyados en la fuerza y en los ejércitos. Pero, evidentemente, su reino es verdadero, y debe realizarse en este mundo.

Jesucristo no nos ha redimido de una manera estrictamente individual, salvando a cada uno en su intimidad y llevándolo al cielo, sino que ha redimido a la humanidad entera y a cada uno de nosotros, miembros de la humanidad y en relación con ella.

La salvación hay que entenderla como salvación universal de la humanidad, y por cierto ya desde este mundo. Traicionaría la voluntad de Dios y de Cristo quien renunciara a la transformación de la humanidad sobre la tierra en una nueva humanidad salvada por Cristo.

Esta transformación de la humanidad, esta nueva creación en la que consiste el Reino de Cristo, se ha de establecer no por la fuerza o por la violencia, sino a través de la transformación de los corazones, que luego se expresen y se irradien en la vida y en la sociedad.

El mundo de hoy tiene sed de una civilización nueva

 

La gran tarea de los apóstoles del Corazón de Jesús es mostrar al mundo que en el Corazón de Jesús encontrará la solución de los males que le torturan y el cumplimiento de los anhelos que arden en su pecho.

Esto tiene aplicación en el punto en que nos encontramos. El mundo está anhelando, sin tener conciencia refleja de ello, el reinado del Corazón de Cristo, porque está anhelando la civilización del amor.

Es evidente que en el mundo hay muchas estructuras injustas, que se deben cambiar. Pero esas estructuras son injustas por el corazón del hombre que las monta y las mantiene.

Esa injusticia de las estructuras no se remedia por el simple cambio de ellas por otras. Nunca se establecerá así el orden. Porque, si no se cambia el corazón, las nuevas estructuras serán fruto de nuevo del corazón injusto y malvado.

Las espectaculares convulsiones del mundo comunista oriental, de ese mundo proclamado por muchos hasta ayer como el camino de la salvación de los pueblos, confirman por vía de experiencia que no puede hallarse la felicidad por el camino de la revolución violenta y de las luchas del odio.

La enfermedad del mundo está en su corazón. Tiene un corazón de piedra, materialista, egoísta. Por eso se inclina inmediatamente a fundar la sociedad sobre las riquezas, sobre el odio, sobre las luchas. No advierte que quien aumenta el odio aumenta el reinado del mal.

El ideal es, pues, el establecimiento de un mundo nuevo de una creación nueva, fruto de la redención de Cristo: que adquiere matices concretos y luminosos a la luz del Corazón de Cristo.

El mundo necesita remedio, necesita curación, porque el hombre tiene corazón de piedra. El remedio lo tiene en el Corazón de Cristo por el que se establecerá la civilización de su amor.

La civilización del amor

 

La expresión civilización del amor la acuñó Pablo VI y la utilizó, sobre todo, a partir del Año Santo de 1975. La acogió e hizo suya Juan Pablo ll y la convirtió en programa de acción, destacando en múltiples ocasiones los elementos que aquí entran en juego:

  1. a) La experiencia de un mundo sin corazón. Hay medios materiales para remediar muchos males del mundo, pero falta ese medio principal que se llama corazón humano, el cual constituye el centro impulsor de la fraternidad y que nos ha traído Jesús con su Corazón, con su amor. Muchos experimentan en sí y alrededor de sí esa dureza del corazón.

 

  1. b) Evangelizar a ese mundo que anhela el Corazón de Cristo. Nuestro celo apostólico, que brota de la entrega reparadora al Corazón de Jesús, debe dirigirse a localizar y detectar la sed que de hecho hay en el hombre, aunque quizás no sentida como tal.

 

Es la nueva evangelización. El hombre se hace hombre a través del corazón. El hombre de hoy anhela la civilización del amor

  1. c) Trabajar por el establecimiento de la civilización del amor. Con hermosos rasgos describía Juan Pablo TI esa civilización del amor en 1986:

«Es una sociedad en la que el trabajo seno, la honradez, el espíritu de participación en todos los órdenes y niveles, la actuación de la justicia y de la candad, sean una realidad. Una sociedad que lleve el sello de los valores cristianos como el factor más fuerte de cohcs1ón social y la mejor garantía de su futuro.

 

Un armonioso vivir juntos que elimine las barreras de la unidad nacional y constituya el marco del desarrollo de la reg1ón y del progreso humano.

Una sociedad en que estén a salvo y custodiados los derechos fundamentales de la persona, así como las libertades civiles y los derechos sociales, con plena libertad y responsabilidad, y en la que se emulen mutuamente en el noble servicio del país, cumpliendo así su vocación humana y cristiana. Una emulación que se proyecte al servicio de los más pobres y de los más necesitados en el campo y en las ciudades. Una sociedad que avance en una atmósfera de paz y de armonía…»

Y a todos exhortaba a trabajar por ella sin desanimarse, a pesar de los graves obstáculos.

  1. d) La pieza clave: la trasformación de los corazones. Esa transformación no es obra humana. Es fruto de la redención de Cristo y se realiza a través de la expiación del pecado y de la adhesión al Corazón de Jesucristo:

«Frente al Corazón de Cristo aprende el corazón del hombre a conocer el verdadero y único sentido de su vida y de su destino, a comprender el valor de una vida auténticamente cristiana, a preservarse de algunas perversiones del corazón humano y a unir el amor filial hacia Dios con el amor hacia el prójimo.

Así -y es la verdadera reparación que pedía el Corazón del Salvador-, sobre las ruinas que han acumulado el odio y la violencia, podrá levantarse la tan deseada civilización del Amor, el reino del Corazón de Cristo.»

El principio fundamental de la civilización del amor está en el corazón humano transformado desde la fuente de vida del Corazón de Cristo y participando de él.

Y todo corazón que ama a Jesucristo y sintoniza con su Corazón tiene que anhelar el establecimiento del reino de su amor, la civilización del amor

Colaboración universal al reino del Corazón de Cristo

 

A todos mueve el Papa a que trabajen por establecer la civilización del amor, según su vocación y su puesto en la sociedad. Nadie puede quedar indiferente o inactivo.

Pero la acción constructiva del reino de Cristo no es la simple técnica o la simple acción, sino la que brota de un corazón bueno con la bondad nueva de Cristo. Es la acción que se produce como expresión de un corazón que se entrega y ofrece.

Tal calidad del corazón es fruto de la acción del Espíritu Santo. Su importancia vital para el establecimiento del reino es la que nos urge a cultivar en todos los cristianos esa cualidad del corazón.

Por otra parte, donde hay un corazón que se da a Cristo y a los hombres, que se ofrece personalmente en fuerza del sacerdocio común recibido en el bautismo, entonces toda la vida de ese hombre es fecunda y constructora de la civilización del amor.

Claro está que si ese ofrecimiento es verdadero, y el hombre se entrega de veras por la salvación del mundo y para reparar su pecado en orden al establecimiento del reinado del Corazón de Cristo, pondrá cuantos métodos estén a su alcance para edificar también activamente, según sus posibilidades y vocación, la civilización del amor.

Es, sencillamente, el programa y la espiritualidad del Apostolado de la Oración: la entrega personal, reparadora, de la persona y de la vida al Corazón de Jesús por medio de María, para cumplir fielmente la voluntad de Dios y establecer el reino del Corazón de Cristo, la civilización del amor.