La conciencia filial de Jesús

Del libro "EL MISTERIO DEL CORAZÓN TRASPASADO", Ignace de La Potterie

Podría decirse que el tema de esta última parte ya lo hemos tratado, porque acabamos de hablar de la filiación de Jesús revelada por su obediencia al Padre. Sin embargo, la actitud filial de Jesús aparece allí solo de forma indirecta, a través de su obediencia; era un descubrimiento, hecho por los cristianos, de lo que dicha obediencia implicaba; era, pues, el fruto de una segunda lectura. Es necesario ahora dar un paso más y tratar de descubrirla en sí misma, para llegar a lo más profundo del corazón humano del Hijo de Dios. Para captar la diferencia entre la obediencia de Jesús y su filiación, hay que recordar el texto de Hcb 5,8: «Aun siendo Hijo, aprendió, sufriendo, a obedecer», y el maravilloso comentario a este texto del cardenal Newman7’0, Según este texto, la filiación es anterior a la obediencia. Rigurosamente hablando, solo el hombre Jesús ha vivido en un sometimiento total al Padre; esta obedíencia perfecta era una actitud de su naturaleza humana \ era su comportamiento como criatura, como siervo, y por tanto, una consecuencia de la encarnación. Sin embargo, la actitud filial de Jesús ante el Padre lo constituía propiamente Hijo de Dios, lis algo notable que los evangelios nos muestren en el hombre Jesús cada una de estas dos acritudes: tanto la obediencia como !a acritud filial. Además, la segunda no es simplemente una interpretación teológica de la primera, realizada en la Iglesia primitiva, la conciencia filial de Jesús se puede captar directamente en sí misma, y no solamente por medio de su obediencia; era el punto central de la experiencia profunda del Jesús histórico. Es lo que es preciso mostrar ahora. dada la amplitud de la materia, hemos de comentamos con un simple esbozo.
a) El título «Hijo de Dios»
Detengámonos algunos instantes en las confesiones de fe de la Iglesia primitiva, para conocer el lugar preferente que allí se le daba al título de Hijo de Dios’1, Así es como se expresa Pablo en Gal 2,20: «Yo vivo en la fe del Hijo de Dios, que me amó y se entregó por mí». Observamos en este texto el estrecho vínculo entre la filiación de Cristo, su amor a los hombres y su ohlaeión salvífica. A propósito de la encamación, Pablo escribe un poco más adelante; «Envió Dios a su Hijo.., para que recibiéramos la adopción filial» (Gil 4,4-5). Para Pablo, ¡a filiación divina de Jesús es tan importante que utiliza, en todas sus caras, esta misma fórmula: «el Padre de nuestro Señor Jesucristo* (Rom 15,6; 2 Cor 1,3; 11,31 i Ef 1,3; Col 1,3}.

Dios es el Padre de todos los hombres, pero lo es de una forma única respecto a Cristo; y la finalidad de la revelación de esta filiación única de Jesús es darnos la posibilidad de participar en ella, como hijos adoptivos.
F.n la teología joánica, estos temas adquieren aún más importancia. Juan escribe su evangelio para que creamos «que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios» (Jn 20,31; cf. 1 Jn 5,13). Para Juan, el título más característico de Dios es el de Padre, como lo demuestra la extraordinaria frecuencia de la palabra pater en sus escritos ■*; correlativamente, Jesús es para él el Hijo de Dios74, o mejor aún, «el Hijo unigénito», título que solo emplea Juan para Jesús en el Nuevo Testamento (Jn 1,14.18; 3.16.18; 1Jn 4,9). En 2 Jn 3, Juan supo expresar lo esencial de esta teología: «Dios Padre y Jesucristo, el Hijo del Padre».
b) El origen del título: la conciencia filial de Jesús
Ahora es preciso superar el empleo cristiano del título «Hijo de Dios», porque este indica ciertamente la prerrogativa esencial de Cristo, pero no dice nada de su conciencia. Preguntarse sobre la realidad existencia! de la conciencia filial de Jesús no puede tener sentido sino en el plano del Jesús concreto de la historia. Recientes estudios muestran que el origen del empleo pospascual del título «Hijo de Dios» hay que buscarlo precisamente en esa conciencia filial de Jesús, en el curso de su vida terrena. Aquí están sus datos esenciales.

Se puede, en fin, considerar como cierto que Jesús hablaba de Dios como de su Padre en un sentido único, Sobre todo hay que señalar que en los cuatro evangelios Jesús distingue siempre entre «mi Padre» y «vuestro Padre»™. Unos cuantos versículos después, Mateo utiliza las dos fórmulas: «Vuestro Padre que está en los cielos» (Mt 7,1 l) y «Mi Padre que está en los cielos» (7,21). Esta distinción es aun mis sorprendente en las palabras que dirige Jesús a María de Magdala el día de la resurrección: «Subo al Padre mío y Padre vuestro, hada mi Dios y vuestro Dios» (Jn 20,17}, Del mismo modo, en su oración, Jesús utiliza para dirigirse a Dios una fórmula sin precedentes en toda la devoción judía: «Abbá», mi Padre (Me 14,36). Y este empleo sorprendía de tal manera a las primeras comunidades cristianas que Pablo pide a los creyentes que repitan tal cual esta palabra aramea de Jesús en sus oraciones para que, con la acción del Espíritu del Hijo, también ellos puedan llegar a ser hijos de Dios (Gal 4,6; Rom 8,15). Si Jesús considera a Dios como Padre, es porque a la vez el se siente como su Hijo, Es probable que él no se llamara a sí mismo Hijo de Dios. Pero en otros pasajes él se define, en sentido absoluto, como «el Hijo» (Mt 11,25-27 par; 21,3738 par; c£ 24,36 par).
El primero de estos textos, el himno del júbilo, nos permite comprender mejor lo que debía ser la conciencia filial de Jesús . Cuando él dice: «Todo me ha sido entregado por mi Padre» (Mr 11,27a), se atribuye a sí mismo la soberanía universal que describía Daniel (7,44); esta soberanía consiste aquí en que posee los secretos de Dios, pero también en que tiene el derecho y la misión de revelarlos. «Hablando de esta manera —escribe W, Marche!—, Jesús manifiesta su conciencia  de ser el rey del reino. La continuación del versículo deja ver cuál es el objeto de esta tentación: es el misterio de la vida del Padre y del Hijo, El Padre conoce al Hijo y el Hijo conoce a! Padre; este conocimiento mutuo es perfecto, exclusivo, único, pero e! Hijo puede revelar este misterio. F.l conocimiento perfecto de Jesús es evidentemente consecuencía de su filiación divina. En efecto, como Hijo que es, Jesús conoce a aquel que es su Padre.
Algunos textos de Juan permiten determinar mejor cuál es la fuente de este conocimiento del Hijo : «El Padre y yo somos uno» (Jn 10,30; cf. 17,11.22); existe entre ellos una inmanencia recíproca: «Yo lo conozco (ego arda autón), porque procedo de él» (7,29; cf. 8,35; 17,25}.
Se puede decir, sin caer en ía más mínima exageración, que la relación filial entre Jesús y el Padre era el centro de gravedad de la Cristología. Toda la vida de Jesús está orientada hacía el Padre. Esto es lo que principalmente Juan nos enseña en el maravilloso final del prólogo (ya citado), donde reúne en pocas palabras Jo esencial de su visión sobre el misterio de Cristo: «El Hijo único, que está en el seno del Padre, es quien Jo ha dado a conocer» (3,18),
El misterio profundo de esta relación de Jesús con el Padre, y de la inhabitación del Padre en él y de Jesús en el Padre, fue admirablemente recordado, en un sentido espiritual y trinitario, por Guillermo de Saint- lhierry. Este autor, amigo de san Bernardo, explica la pregunta de los primeros discípulos en Jn 1,38, «Domíne, ubi habitas?», con este comentario:
Oh Verdad, responde, te lo ruego. Maestro, ¿dónde vives? «Ven, dice él, y mira. ¿No crees que yo estoy en el Padre y que el Padre esta en mí?*. Gradas a ti, Señor […], hemos encontrado tu lugar. Tu lugar es (tí Padre;y mas aún, el lugar de tu Padre eres tú. En este lugar, por tanto, estás localizado.

Pero tu localización es la unidad del Padre y del Hijo, la consustancialidad de la Trinidad11.
Se impone ahora hacer una última observación. En los diferentes textos que hemos citado, la relación con el Padre no es la del Verbo en Dios en el plano exclusivamente trinitario, sino la dd hombre Jesús. En esto precisamente consiste su misterio: él, Jesús, es el Hijo único; quien habla y actúa en él es el Hijo del Padre; él nos revela que es el Hijo, el Verbo orientado hacia Dios, y que el Padre está en él. Vemos, pues, la importancia absolutamente central de esta conciencia humana que Jesús tenía de su yo divino82, o digámoslo mejor, de la conciencia de ser el Hijo de Dios; esta conciencia es el centro de la sagrada humanidad de Jesús. Como decía Urs von Balthasar, a propósito de Blondel y de su diálogo frustrado con Loisy: a partir únicamente de la objetividad histórica abstracta —a partir de una lectura horizontalista del evangelio, añadimos nosotros— será «siempre imposible arriesgarse a dar el salto al misterio de la conciencia que Cristo tenía de sí mismo, de la que nace la fe de la Iglesia» B\ El misterio de la conciencia de Jesús, ei misterio del Corazón de Cristo, solo puede ser descubierto por ei cristiano que posee la fe en su corazón.