La devoción al Sagrado Corazón de Jesús(III)

Sagrado Corazón de Jesús

Del libro “La devoción al Sagrado Corazón de Jesús” del R.P. Juan Croiset, escrito en 1734.

Cuando justa y razonable es la devoción al Sagrado Corazón de Jesús

Las razones que persuade en el amor de Jesús que exceden a todo sentido; las almas gustan de ellas, según el estado de gracia en que se hayan; y parece que el querer buscar motivos, que nos inclinen o muevan a amar nuestro Señor, es olvidar lo que somos, no creer que ignoramos lo que su majestad tres. Podría, pues, parece inútil traer aquí motivos que nos deba mover a la devoción al Sagrado Corazón de Jesús, respecto de que ella por si es un ejercicio de amor que se debe tener a Jesucristo; no obstante, porque todos los hombres no siempre se hallan en unas mismas disposiciones, y porque la gracia no es siempre igual en todos ellos, sea juzgado convenientemente hacer al menos algunas reflexiones sobre los tres principales motivos, que parece nos tocan mas y a los que todo hombre racional se sujeta.

Estos tres motivos se derivan de tres cosas que tienen la mayor fuerza sobre nuestro espíritu y sobre nuestro corazón, y son: la razón, el interés y el gusto. Se dará ahora a conocer en este capítulo y en los dos siguientes: primero, cuán justa y razonable es la devoción al Sagrado Corazón de Jesús; segundo, cuán útil y provechosa para nuestra salvación y perfección; y tercero, cuenta es su verdadera suavidad y dulzura. En verdad, ya bien se mide el objeto material y sensible de esta devoción, que es el corazón de Jesús, ya bien se atienda al principal y espiritual, que es el amor inmenso de Jesucristo para con los hombres, ¿Qué sentimientos de respeto, de reconocimiento y de amor no deben ocupar nuestro corazón?

       I.            En las excelencias del Corazón adorable de Jesús

El Corazón de Jesús es Santo o con la santidad el mismo Dios, de donde proviene que todos los movimientos de este Corazón, según la dignidad de la persona que los obra, son acciones de un precio y de un Valor infinito, pues son obras de un hombre Dios. Luego es justo que el Sagrado Corazón de Jesús sea honrado con culto singular, pues honrando lo, honramos su divina persona.

Si la veneración que tenemos a los Santos nos hace tan precioso su corazón, teniéndolo por la más preciosa de sus reliquias, ¿Qué debemos pensar del adorable corazón de Jesús?, ¿Qué corazón ha estado jamás en disposición están admirables y tan conformes a nuestros verdaderos intereses?, ¿Dónde hallaremos nosotros otro, en quien nos haya sido tan útil es sus movimientos? En este Divino Corazón es donde han sido ejecutados estos mismos designios. Este Sagrado Corazón, dice un gran siervo de Dios, es el asiento de todas las virtudes, el manantial de todas las bendiciones y el retiro de todas las almas Santas.

Las principales virtudes qué se pueden honrar en el son, primero, un amor muy ardiente a Dios su Padre, junto con un respeto o muy profundo y la mayor humildad que jamás se vio; en segundo lugar, una paciencia infinita los males, un extremado dolor de los pecados con que se cargó, la confianza de un hijo muy tierno, acompañada de la confusión de un pecador grande; en tercer lugar, una compasión muy sensible de nuestras miserias, un amor inmenso para con nosotros a pesar de estas mismas miserias y, no obstante todos estos movimientos de cada uno estaba en el más alto grado que era posible, una igualdad inalterable de ánimo nacida de una conformidad tan perfecta como la voluntad de Dios, que no pudo turbar se por ningún acontecimiento por contrario que pareciese a su celo, has humildad, a su mismo amor y a todas las demás disposiciones en que se hallaba.

Este adorable Corazón está aún con los mismos sentimientos, que mas no puede ser, y sobre todo siempre ardiendo de amor para con los hombres, siempre abierto para franquear les toda suerte de gracias y bendiciones, siempre conmovido por nuestros males, siempre ansioso de hacernos participantes de sus tesoros y de dárselos a sí mismo, siempre dispuesto a recibirnos y servirnos de asilo, demorará y de paraíso en esta vida.

Con todo esto, no se halla en los hombres sino dureza, desprecio e ingratitud: ¿no son estos motivos capaces de mover a los cristianos a honrar a este Sagrado Corazón, y a reparar tantos desprecios y tantos ultrajes con pruebas manifiestas de su amor?

    II.            La amabilidad que se halla la persona de Jesucristo

Nadie se puede aplicar a conocer a Jesucristo, sin que luego hallé en Él todo lo que hay de amable en las criaturas, ya sean racionales, ya sean destituidas de razón: cada uno tiene su atractivo para amar: uno son llevados de una hermosura grande, otros de una dulzuras singular; una interinidad indulgente, una elevación grande, junto con una gran modestia son para algunos los encantos a los que no pueden resistirse: otros hay que se dejan llevar por las virtudes que les faltan, pareciéndole es más admirable es que las suyas: y otros gustan más de las cualidades que son más conformes a sus propias inclinaciones. Las buenas cualidades y las verdaderas virtudes se hacen amar por todo el mundo. Pero sí hubiese alguna persona sobre la tierra, dice un gran siervo de Dios, en quien, ocurriese en juntas todas las razones de amar, ¿Quién dejaría de amarla? Pues todo el mundo sabe y confiesa que todo lo dicho se halla junto con excelencia en la adorable persona de Jesucristo, y, no obstante, no es amado Jesucristo sino por muy pocos. La más brillante hermosura, dice el profeta, no es sino una flor seca en comparación de la de este divino Salvador: a mí me parece, dice Santa Teresa, que el sol no despide sino sombras y oscuridades después que vi en un éxtasis algunos rayos de la hermosura de Jesucristo. Las criaturas más perfectas en este mundo son aquellas que tienen menos defectos: las cualidades más bellas en los hombres están acompañadas de tantas imperfecciones, que, al paso de aquellas por una parte nos atrae, éstas nos desazonan por otra. Jesucristo es sólo soberanamente perfecto, todo es en el igualmente amable, y nada hay en el que no deba atraer todos los corazones. Él es en quien hallamos todas las preciosidades de la naturaleza, todas las riquezas de la gracia y de la gloria, todas las perfecciones de la divinidad juntas: no se descubren aquí sino abismos, y como espacios inmensos y una infinita extensión de grandezas: en fin, este hombre de Dios que nos ama tan tiernamente, y a quien los hombres aman tan poco, es el objeto del amor, de los respetos, de las adoraciones y de las alabanzas de toda la corte celestial.

Al este divino Señor es quien tiene la autoridad soberana de juzgar a los hombres y a los ángeles. La suerte y felicidad eterna de todas las criaturas está en sus manos: su dominio se extiende sobre toda la naturaleza: todos los espíritus tiemblan en su presencia, y están obligados a adorarlo, bien con una sumisión voluntaria, bien con un sufrimiento forzado de los efectos de su justicia. El reina absolutamente en el orden de la gracia y en el estado de la gloria, y todo el mundo visible e invisible estaba bajo sus pies. ¿no es esto, hombres insensibles, no es esto un objeto digno de nuestros más profundos rendimientos? Y este hombre Dios, con todos sus atributos id toda la gloria que posee, amando nos hasta el punto que nos ama, ¿no merece la que le amemos nosotros?

Pero lo que parece aún más amable en este divino Salvador, es que quiera juntar todas estas cualidades tan bellas, todos estos tan magníficos títulos y esta elevación tan sublime con una tan inefable dulzura y una ternura tal para con nosotros, que llega a ser exceso. Su dulzura es tan amable, que encanta incluso a sus más mortales enemigos. Él fue llevado, dice el profeta, como una oveja al matadero, y lo abrió su boca más que un cordero, que queda mudo delante de él que le trasquila.

Él se compara asimismo, unas veces con un Padre que no puede contener se dé alegría a la vuelta de un hijo descarriado, y otras con un pastor que, habiendo hallado la oveja perdida, la pone sobre sus hombros y convida a sus amigos y vecinos para regocijarse con ellos, por haber hallado su oveja. Ninguno que ha condenado, dijo a la mujer adúltera, ni yo tampoco te condena de, vete en paz y no peques más.

No usar de menos dulzura con nosotros hasta ahora todos los días. Es cosa bien extrañar ver cuántos medios es conveniente poner en el mundo por no ofender a un amigo: son los hombres tan delicados, que bastará muchas veces el no estar de humor para hacer olvidar los quince años de servicios, y una palabra sola, dicha fuera de propósito rompe tal vez la mayor amistad.

No es de esta condición el amable Jesús, parece increíble, pero es verdad que siempre tiene más cuenta de nosotros que el más reconocido de nuestros amigos; no se piense que él sea capaz de romper con nosotros por la más ligera ingratitud: el ve todas nuestras infidelidades, conoce todas nuestras flaquezas, y sufre con una bondad increíble todas las miserias de los que ama: a veces parece que él os olvida y se porta como si no los oyera; pero su compasión llegar hasta consolar por sí mismo a las almas afligidas; porque no quiere que el miedo de deseaba ver a darle llegue a turbarnos de suerte que oprima el espíritu: desea que se eviten las menores faltas; pero no quiere que nos perturbamos aún por las graves, sino que nos hace pintamos de ellas: pretende que la alegría, la libertad y la par del corazón sean la herencia eterna de los que verdaderamente le aman.

La menor de estas cualidades en un grande del mundo le bastaría para ganar los corazones de todos. La sola noticia de alguna de estas virtudes en un principio causa impresión a nuestro corazón y le hace amar incluso a los mismos extraños. Jesús es sólo en quien todas estas bellas cualidades, todas estas virtudes y todo lo que se puede imaginarse de grande, excelente y amable, se haya reunido; ¿y es posible que tantas razones de amor no pueda de hacernos amarlo verdaderamente? Muy poco o es menester en el mundo muchas veces para dejarnos ganar el corazón y se lo damos pródiga mente, y ¿sólo vos, Señor, sólo vos no podéis tener parte en él, ¿sólo vos no bastaréis para qué os lo demos?

¿Se podrá por ventura hacer alguna reflexión sobre estas cosas, y dejar de amar ardientemente a Jesucristo? ¿Y no tener por lo menos un sentimiento de dolor de lo poco que él le amamos? A la verdad, por muchos títulos le debemos nuestro corazón: ¿se lo podremos de dar, sea a todos estos títulos se añaden los beneficios inmensos que nos ha hecho, y el ardor y la ternura extremada con que nos ha amado y nos ama todavía, sin cesar ningún día de darnos evidentes pruebas del amor inmenso que nos tiene?