Del libro “La devoción al Sagrado Corazón de Jesús” del R.P. Juan Croiset, escrito en 1734.
Cuán provechosa sea esta devoción para nuestra salvación y perfección
Si Jesucristo ha hecho tantos prodigios para obligarnos a amarle, ¿Qué favores no hará a los que vierte con ansia de manifestarle su reconocimiento y su ardiente amor? Este Dios de bondad nos ha amado con ternura, dice San Bernardo, y nos ha colmado de bienes cuando no le ama vamos, ni queríamos tampoco que él no os amase; ¿qué dones, pues, y que gracias no franquear a aquellos que le aman, y estén penetrados de un vivo dolor por verle tampoco amado? Bastantemente se ve que la devoción al Sagrado Corazón de Jesús es una prueba, o por mejor decir, un continuo ejercicio de una ardiente amor a Jesucristo; a más de que ella consiste en la práctica de los más altos ejercicios de nuestra religión tiene uno no sé qué de tan eficaz y tierna, que por medio de ella se consigue todo de Dios: y a la verdad, sí Jesucristo hace tan grandes gracias a los que tienen devoción a los instrumentos de su pasión y a sus llagas, ¿qué favores mara a los que tienen una devoción tierna su Sagrado Corazón?
Santa Matilde en sus revelaciones decía así sobre esta materia: “Yo vi un día al Hijo de Dios que tenía en sus manos su propio Corazón más reluciente que el sol, y que y que esparcía rayos de luz es hacia todos los lados, y entonces fue cuando este amable Salvador me hizo saber, que de la plenitud de este divino Corazón redundaban todas las gracias que Dios franquea incesantemente a los hombres, y a cada uno según su capacidad”. Y esta misma Santa aseguró, poco antes de su muerte, que habiendo un día pedido con instancia a nuestro Señor alguna gracia para una persona que se la había encomendado, Jesús le dijo: “hija mía, decid a la persona por quien me rogaréis, que todo lo que ella desea lo busque en mi Corazón, que tenga una gran devoción a este Sagrado Corazón, y que me pida en este Corazón mismo, como un niño que no sabe otro artificio que el que le dicta el amor para pedir a su Padre todo lo que quiere”
Y habiendo Dios dado a entender a la persona, de quien se ha hablado en el segundo capítulo y a quien el V.P. De la Colombière tenía tanta veneración, a las grandes gracias que tenía como vinculadas a la práctica de esta devoción, le hizo también saber que ponía en esto o el último esfuerzo de su amor para con los hombres, que había resuelto descubrirle es los tesoros de su Sagrado Corazón, inspiran dolores esta devoción que debía encender el fuego de su amor en el corazón de los insensibles y abrasar el de los menos fervorosos: publicar por todo el mundo, inspirar, le dijo este amable Salvador, y recomendar esta devoción a todo género de personas como un medio seguro y fácil para conseguir de mí un verdadero amor de Dios; a los eclesiásticos y religiosos como un medio eficaz para llegar a la perfección de su estado; a los que trabajan por la salvación del prójimo, como un medio seguro para mover las almas más empedernidas; y a todos los fieles, como una devoción de las más sólidas y más propias para conseguir la victoria contra las más fuertes pasiones, para ponerlo unión y paz de las familias más discorde es, para desasirse de las imperfecciones más envejecidas, y para conseguir un amor muy ardiente y muy tierno para conmigo; en fin, para llegar en poco tiempo, y de un modo muy fácil, a la más acendrada y sublime perfección de su estado.
San Bernardo, lleno de estos sentimientos, no habla jamás del Sagrado Corazón de Jesús, sino como de un tesoro de todas las gracias y de un manantial inagotable de todos los bienes: “¡Oh dulcísimo Jesús!, exclama este Santo, qué de riquezas encerráis en ese vuestro corazón, y que fácil es el enriquecernos teniendo este infinito tesoro en la adorable en la Eucaristía”. En este adorable corazón, dice el cardenal San Pedro Damiáno, hallamos todas las armas para nuestra defensa, todos los medios oportunos para la curación de nuestros males, todos los socorros más poderosos contra los asaltos de nuestros enemigos, todas las consolaciones más dulces para aliviar nuestras penas, todas las más puras delicias para llenar nuestra alma de alegría. ¿Estáis afligido? ¿Vuestro corazón se siente agitado de inquietud, de miedo o de pasiones? Veníos a postrar delante de nuestros altares, Arrojaos en los brazos de Jesucristo, entrad hasta su mismo Corazón, que este es el asilo y la retirará de las almas Santas y un lugar de refugio donde nuestra alma se halla en perfecta seguridad”.” El Sagrado Corazón de Jesús, dice el devoto Lansperegio, no sólo es el asiento de todas las virtudes, es también el manantial de las gracias con que ellas se consiguen y se conservan: tened una tierna devoción a este amable corazón todo lleno de amor y de misericordia, continuar en pedir por el todo lo que deseáis conseguir, ofrecer por el todas vuestras acciones, porque este Sagrado Corazón es el tesoro de todos los dones sobrenaturales, él es el camino por donde nos unimos más estrechamente con Dios, y por donde Dios más amorosamente se nos comunica; debe, en vez, pues, despacio, en este Sagrado Corazón todas las gracias y todas las virtudes de que tenéis necesidad, y no temáis se agote este manantial y tesoro infinito: Recurrid a él en todas vuestras necesidades: sed fieles en las Santas prácticas de una devoción tan razonable y tan provechosa, que bien pronto sentiréis sus efectos”.
Tenemos un ilustre ejemplo de todo esto o en la vida de Santa Matilde. Habiéndosele aparecido el Hijo de Dios, la mandó que le amase ardientemente, y en el Santísimo Sacramento honrase cuanto pudiese a su Sagrado Corazón que se le daba en prenda de su amor, y para que fuese su lugar de refugio durante su vida, y todo su consuelo en la hora de su muerte. Desde aquel día se vio esta santa muy llena de una extraordinaria devoción a este Sagrado Corazón, y recibió tantas gracias, que solía decir que si se hubiesen de escribir todos los favores y los bienes que ella había recibido por medio de esta devoción, no habría libro, por grande que fuese, capaz de contenerlos. La feliz experiencia que se ha hecho y que hacen todos los días aquellos que practican con fervor esta devoción confirma bien los sentimientos de estas personas tan queridas de Dios.
“Estoy resuelto, dice el autor del cristiano interior, para no depender en adelante sino de la divina Providencia sin buscar consolación mi apoyo en las criaturas; debo ser semejante a un niño que, sin inquietud y sin miedo, reposar dulcemente en los brazos de su Madre de las que recibe mil caricias y dulzuras: yo confieso que de esta suerte me trata nuestro Sr., Porque sin yo buscar, por otra parte, de que sustentar y enriquecer mi alma, ha hecho en su Sagrado Corazón todos los socorros y todos los bienes de que necesito, y los hallo en tan grande abundancia, y he sido enriquecido tan liberalmente de ellos, que algunas veces quedó atónito, temiendo no haya de mi parte negligencia en recibir de este Sagrado Corazón tan grandes gracias a tan poca cosa“.
Pero cuando no se pudiese traer en favor de esta devoción ni autoridades, ni ejemplos, ni revelaciones particulares, y cuando el mismo Jesucristo no se hubiese explicado tantas veces, ni tan claramente a su favor, sobran razones a un cristiano para concebir y que nada hay tan sólido ni más ventajoso para nuestra salvación y para nuestra perfección que una devoción, que no tiene otro motivo sino el más puro amor a Jesucristo, y cuyo fin es reparar, cuanto os sea posible, todas las injurias que sufren la adorable Eucaristía, honrándole y haciéndole amar ardientemente por todos.
Y este amable Salvador, que tanto ha hecho por ganar los corazones de los hombres, ¿podrá rehusar nada a los que le piden un lugar en su Corazón? Si Jesucristo se deja dar hasta al que no le ama, e incluso se deja llevar a la hora de la muerte a gentes que casi nunca se han dignado visitarlo en toda su vida, y que han sido insensibles a las evidentes señales que les daba de su amor y a los crueles ultrajes que recibe en la adorable Eucaristía; en fin, agentes que puede ser le hayan ellos mismos maltratado, ¿Qué no habrá, pues, por los fieles servidores, que heridos entrañablemente de ver a su buen maestro tampoco amado, tan raramente visitado, tan cruel mente ultrajado, le hacen de cuando en cuando una ofrenda honorífica, un acto de desagravio por los desprecios que sufre, y nada olvidan para reparar tantos ultrajes con sus frecuentes visitas, con sus adoraciones, con sus rendimientos y principalmente con su ardiente amor? Es, pues, evidente que nada hay más razonable, ni más provechoso que la práctica de esta devoción: ¿y será necesario formar largos discursos para persuadir su uso a los cristianos?