La devoción al Sagrado Corazón de Jesús(VI)

Corazón de Jesús Oración

Del libro “La devoción al Sagrado Corazón de Jesús” del R.P. Juan Croiset, escrito en 1734.

      ¿Cuánta es la verdadera dulzura de la devoción al Sagrado Corazón de Jesús?

Aunque y todos los ejercicios de devoción pueden llegar de consuelo interior a cuantos lo practican, y que no hay obra buena que no esté acompañada de un gusto y una alegría indecible, que es inseparable del testimonio de la buena conciencia y que sobrepuja a todos los demás placeres; con todo es cierto que Jesucristo ha querido echar como el resto de estos favores sensibles en aquellas prácticas de devoción que miran a honrarle en el Santísimo Sacramento. Las vidas de los santos están llenas de ejemplos que demuestran esta verdad. Cuando San Francisco de Asís, San Ignacio de Loyola, Santa Teresa, San Felipe, San Luis Gonzaga y otros muchos santos se acercaban a este augusto sacramento era cuando sentían su corazón más abrasado de amor. ¡Qué de suspiros amorosos exhalaba sus pechos, y qué dulce es lágrimas destilaban sus ojos en la celebración buena participación de este adorable sacramento! ¡De qué consolaciones, de que torrente de delicias no se llenaron! En verdad, así aun hoy mismo todos aquellos que las imitar, y esto es lo que nos hace decir, que Jesucristo no sabrá negaros sus más dulces caricias a los aficionados a su Sagrado Corazón. Siempre se ha observado que los Santos, que han tenido la mayor devoción y ternura a este Sagrado Corazón, han sido todos los más favorecidos; y así siempre que ablande esta devoción se valen de términos que dar a conocer bastante las extraordinarias gracias y dulzuras interiores de que estaban llenos: “¡Oh cuán bueno y cuán dulce es, exclama San Bernardo, (en su sermón de la Pasión), el morar en este Sagrado Corazón! Bástame, prosigue este santo, ¡oh mi amado Jesús! El acordarme de vuestro Corazón, para llenar me dé alegría”. Por medio de esta devoción recibieron tan grandes favores Santa Gertrudis y Santa Matilde. Santa Clara aseguraba que, a la tierna devoción que tenía al Sagrado Corazón de Jesús, debía toda las extraordinarias gracias de que se llenaba su alma siempre que se ponía delante del Santísimo Sacramento; y Santa Catalina de siena se sentía tan abrasada del amor de Jesús en cuanto separaba a contemplar este adorable Corazón, y habiéndose ha parecido Jesucristo a Santa Matilde, le dijo estas admirables palabras: “Hija mía, si quiere conseguir el perdón de los descuidos en mi servicio, que en una tierna devoción a mi Corazón; porque él es el tesoro de todas las gracias que te hago continuamente, y el mismo es el manantial de todos los consuelos interiores y de aquellas dulzuras inefables de que lleno a mis fieles amigos”.

El V.P. De la Colombière no se explicaba jamás de otra suerte, y aunque Dios le condujo por mucho tiempo por los caminos de la sublime perfección, no por consolaciones sensibles, sino solamente por una viva fe y compruebas Bastantemente fuertes, no obstante, el espíritu divino parece que mudó de conducta, luego que le inspiró la práctica de esta devoción. Véase cómo este siervo de Dios se explica sobre esta materia en su Retiro Espiritual: “Mi corazón se derrama y siente las dulzuras que puedo gustar y recibir de la misericordia de mi Dios, sin poderlas explicar. Sois muy bueno, Dios mío, en comunicaros con tanta bondad a la más ingrata de vuestras criaturas y almas indigno de vuestros siervos; seáis por ello alabado y bendito eternamente. He reconocido que Dios quería que yo le sirviese en el cumplimiento de sus designios, tocante a la devoción que ha inspirado a una persona a quien su majestad se comunica a muy confiadamente. ¡Que no pueda yo, Dios mío, andar por todo el mundo y publicar lo que Vos deseáis de vuestro siervos y amigos! “. Y en otra parte exclama: “Cesad, mi Soberano y amado Maestro, de llenarme de vuestros favores; reconozco cuán indigno soy de ellos, mi acostumbra haréis a que os sirva por interés o me obligaréis a excesos; porque ¿Qué no haría yo, si no me obligaseis a obedecer a mi director, para merecer un momento de las dulzuras que me comunicáis? ¡Insensato de mí! ¿Qué digo yo merecer? Perdonadme, Amado mío, esta palabra: turbado estoy con el exceso de vuestras bondades, no sé lo que digo, ¿puedo yo merecer estas gracias y consolaciones inefables de que me prevenís y me llenáis? No, mi Dios, vos solo que sois quien, por medio de vuestras fatigas y dolores, os habéis constituido el mediador para con vuestro Padre de todos los favores que yo recibo; seáis, pues, eternamente bendito: enviadme miserias y trabajos para que pueda tener alguna parte en los vuestros. No creeré, pues, que mi amáis, hasta que me hagáis sufrir mucho y por largo tiempo”. Así se explica este gran siervo de Dios en el exceso de las dulzuras y consolaciones interiores que sentía en el ejercicio de su tierna devoción al Sagrado Corazón de Jesús.

   De la devoción que los Santos han tenido al Sagrado Corazón de Jesús

Como el ejemplo de los Santos es, por lo común, un poderoso motivo para movernos a la devoción que ellos han tenido, y por otra parte no sirve de instrucción para aprender a practicar la bien, conviene apuntar aquí los sentimientos de algunos de ellos, que tuvieron la mayor ternura hacia el Sagrado Corazón de Jesús y que han sido los más fervorosos en esta devoción.

Santa Clara, abrasada en amor de Jesucristo y queriendo usar de algún retorno, no creyó hallar práctica más propia para manifestar su reconocimiento que la de saludar y adorar muchas veces cada día su Sagrado Corazón en el Santísimo Sacramento, y por medio de esta devoción, como se lee en su vida, se llenaba su alma de muy dulces delicias y recibía los más señalados favores. La oración de Santa Gertrudis al Sagrado Corazón de Jesús, es una prueba de la estimación que está prodigiosa Santa hacía de esta devoción, y el historiador de su vida, describiendo su preciosa muerte, dice que esta alma dichosa tomó su vuelo hacia el cielo, y se retiró al Santuario de la divinidad, al Corazón adorable de Jesús, que este su divino Esposo le había abierto por un exceso de amor.

Santa Matilde se hallaba tan penetrada de esta devoción, que a todas las horas hablaba del adorable Corazón de Jesús y de los singulares favores que recibía todos los días por ésta. Este amable Salvador le dio él mismo su Corazón en prenda de su amor y para que le sirviese de lugar de refugio, en donde hallase continuamente un dulce reposo durante su vida, y una paz y consolación indecible en la hora de su muerte.

Santa Catalina de Siena se tomó pecho extraordinariamente en la misma devoción, de suerte que hizo una entera donación de su corazón a su divino Esposo, recibiendo en trueque el Corazón de Jesús, protestando que en adelante no quería ni vivir ni obrar, sino conforme a los movimientos y las inclinaciones del Corazón de Jesús.

“Si os hayáis con cuidado de mi salud, dice San Elzeario, escribiendo a Santa Delfina, su virgen esposa, y deseáis saber de mí, y muchas veces a visitar a nuestro amable Jesús en el Santísimo Sacramento: entrad en su Sagrado Corazón, y tendréis noticias de mí; allí me hallaréis todos los días, porque esta es mi morada ordinaria “.

Pero las palabras de San Bernardo, no solamente descubren cuáles eran los admirables sentimientos de este santo para con este adorable Corazón, sino que también hacen ver que la devoción a este Sagrado Corazón no es solamente de nuestro tiempo. “¡Oh dulcísimo Jesús mío, exclama, que de riquezas encerráis en vuestro Corazón! ¿Será bien que los hombres sientan tampoco la pérdida que causa el olvido y la indiferencia que tienen para con vuestro amable Corazón? Por mí, continúa el santo, nada quiero omitir por ganarle y por poseerle: yo le consagrar en todos mis pensamientos; sus sentimientos y sus deseos eran los míos; en fin, daré cuanto tengo por comprar este precioso tesoro. Pero, ¿qué necesidad hay de comprarlo cuando verdaderamente es mío? Digo con toda seguridad que es mío el Corazón de Jesús, pues lo es de mi cabeza, y lo que eres de la cabeza, ¿no pertenecerá a los demás miembros? Este Sagrado Corazón será, pues, en adelante el templo donde yo no cesaré de adorarlo, la víctima que continuamente ofreceré y el altar donde te haré mis sacrificios, sobre el cual las mismas llamas del divino amor con que arde el suyo consumirán también el mío: en este Sagrado Corazón hallare yo un modelo para arreglar los movimientos del mío, y un caudal exorbitante para pagarle todo lo que debo a la divina Justicia, y un lugar seguro, donde estar ha cubierto de tempestades y naufragios, diré con David: yo he hallado mi corazón para rogar a mi Dios: y es así, porque lo he hallado en la adorable Eucaristía, hallando allí al Corazón de mi soberano, de mi buen amigo y de mi hermano, el de mi amable Redentor; y después de esto, ¿cómo podrá ser que no pida yo confianza, y que no consiga lo que pidiere? Vamos, hermanos míos, entremos en este amable Corazón, para nunca salir de él. Dios mío, continúa el Santo, si se siente tanta consolación con sólo el recuerdo de este Sagrado Corazón, ¿Que será si se le ama con ternura? ¿Qué será sigue entrando en él, moramos allí todos los días? Meterme totalmente, Jesús mío, dentro de vuestro divino Corazón qué tantos atractivos tiene para mí; pero ¡qué digo! Ese costado abierto ¿no me franquea la entrada? Y hasta la misma llaga de ese corazón, ¿no me estaba convidando a que entre en él?”.

Y se debe añadir a esto, lo que el célebre Lanspergio, tan conocido por sus obras llenas de una dulce y sólida piedad, nos dejó escrito sobre esta misma materia en un ejercicio particular de la devoción al Sagrado Corazón de Jesús, lo que él llama medio eficaz para ser abrasado en breve tiempo de un ardentísimo amor de Dios; dice así: “ Tened un gran cuidado de ejercitaros continuamente en actos de una constante devoción al adorable Corazón de Jesús todo lleno de amor y misericordia para con nosotros: por él habéis de pedir lo que queréis conseguir; por él y con el debéis ofrecer al Padre eterno todo cuanto hiciereis; porque este Sagrado Corazón es el tesoro de todos los dones sobrenaturales y de todas las gracias; es el camino por donde más estrechamente nos unimos a Dios y por donde el mismo Dios se nos comunica más liberalmente; por esto, pues, os aconsejo que pongáis en los parajes por donde más frecuentemente pasaseis alguna devota imagen que representé al Sagrado Corazón de Jesús, cuya vista os haga acordar continuamente de vuestras santas prácticas en la devoción de este Corazón, y os mueva siempre a amarlo más; cuando os sintiereis movidos de una devoción más tierna, podréis besar esta imagen con los mismos sentimientos que si besaseis verdaderamente el Corazón de Jesús; a este debéis continuamente esforzaros a unir el vuestro, no queriendo tener otros deseos ni sentimientos que los de Jesucristo, persuadiéndoos de que su Espíritu y Corazón se pasan al vuestro, y de que los dos se hacen un solo corazón. Bebed, bebed despacio en este amable Corazón todos los bienes imaginables, que jamás los agotaréis. En adelante conviene, y aun es necesario, honrar con una singular devoción al Sagrado Corazón de nuestro Señor Jesucristo, que debe ser vuestro asilo, en el cual os debéis refugiar en vuestras necesidades para sacar el consuelo y todos los socorros que necesitáis; porque aun cuando todos los hombres os abandonaren y olvidaren, Jesús es solamente el amigo fiel, él os conservara siempre en su Corazón, poned vuestra confianza en Él; los demás os pueden engañar, y efectivamente os engañan, sólo el Sagrado Corazón de Jesús os ama sinceramente, y el solo es quien jamás os engañada “. Hasta aquí es lo que dice Lanspergio en el capítulo titulado” Ejercicio de la Devoción al Sagrado Corazón de Jesús”, donde se hayan dos admirables oraciones al Sagrado Corazón de Jesús y al de María.

El autor de Cristiano interior; persona de una piedad tan sublime como sólida, nos dice cuál era su práctica, y la alta idea que tenía de la importancia de esta devoción. “El Sagrado Corazón de Jesús, dice en el cap. Séptimo del libro cuarto, es el centro de los hombres; cuando nuestra alma estuviese distraída o disipada, será menester llevarla dulcemente al Corazón de Jesús para ofrecer al Padre eterno las santas disposiciones de este Sagrado Corazón, para unir lo poco que nosotros haremos con lo infinito que Jesucristo hizo; de este modo, no haciendo nada, hacemos mucho por medio de Jesucristo. Este divino corazón sea en adelante vuestro oratorio, alma devota en él, y por el debéis ofrecer todas vuestras oraciones a Dios Padre, si queréis que le sean agradables. Esta será vuestra escuela donde iréis a aprender la sublime ciencia de Dios, contraria a las opiniones y a las infelices máximas del mundo. Este será vuestro tesoro donde iréis a tomar lo que habéis menester para enriqueceros de pureza, de amor puro y de felicidad; pero lo que es aún más precioso y más abundante en este tesoro, son las humillaciones, los sufrimientos y un ardiente amor a la mayor pobreza; y saber que la estimación y el amor de todas estas cosas es un don tan precioso, que no se haya sino en el Corazón de un Dios hecho hombre como en su primer origen: los demás corazones, por santos y nobles que sean, tienen su más o menos, según quieran beber en este tesoro, esto es, en el Corazón de Jesús “. En fin, se ha observado, que no solamente todos los Santos que han sido llenos de las mayores gracias tuvieron a Jesucristo un amor muy ardiente y muy tierno, sino que casi todos los que tuvieron para con su majestad está ternura extremada, han tenido también una singular devoción a su Sagrado Corazón.

Los que han leído la vida de San Francisco de Asís, los opúsculos de Santo Tomás, las obras de Santa Teresa, las vidas de San Buenaventura, de San Ignacio, de San Francisco Javier, de San Felipe Neri, de San Francisco de Sales y de San Luis Gonzaga, habrán podido observar bien la tierna devoción que estos grandes Santos tuvieron al Sagrado Corazón de Jesús, y para que se veía que esta devoción es peculiar a todas las almas escogidas, que arden en el amor ardentísimo de nuestro amable redentor, no hay sino leer la vida de aquella gran sierva de Dios, Armilla Nicolasa, que murió poco ha en opinión de santa: véase lo que se lee en su vida titulada El triunfo o del amor divino. “Luego que me su fe día alguna aflicción, dice, de parte de las criaturas, recurría a mi amable Salvador, quien inmediatamente me llenaba de los más dulces consejos; tanto cuidaba de consolarme en todas mis penas, que diríais que tenía el que yo tuviese algún disgusto; y las más veces me mostraba su Corazón abierto a fin de que yo me escondí ese en él, y me hallaba a el mismo instante encerrada en este Sagrado Corazón con tan grande seguridad, que todos los esfuerzos del infierno me parecían verdaderas flaquezas, y muchísimo tiempo pasó en que no me podía hallar en alguna otra parte que en este Sagrado Corazón, de modo que decía a mis amigas: si queréis hallarme, no me busquéis en otro lugar sino el corazón de mi divino Salvador; porque yo no he de salir de él ni de día ni de noche, él es mi asilo y el lugar de mi refugio contra todos mis enemigos”.