Del libro “La devoción al Sagrado Corazón de Jesús” del R.P. Juan Croiset, escrito en 1734.
Disposiciones convenientes para tener una tierna devoción al Sagrado Corazón de Jesús
Cuarta disposición. El recogimiento interior
La cuarta disposición que se requiere para conseguir esta devoción es el recogimiento interior. Dios casi no se deja sentir entre el bullicio, y un corazón entregado a todos los objetos, un alma que esta continuamente con cuidado superfluos y con pensamientos inútiles, no está en estado de oír la voz de Aquel que no se comunica a las almas ni las habla al corazón sino en la soledad. La perfecta devoción al Sagrado Corazón de Jesús es un continuo ejercicio de este amor a Jesús, y no podrá durar sin este recogimiento. Jesús se comunica con más particularidad al alma por medio de esta devoción, y por esto es menester que ésta se halle en paz, apartada del embarazo y tumulto de cosas exteriores, y en disposición para escuchar la voz de este amable Salvador y para buscar las singulares gracias que hace a un corazón libre de todo cuidado y que en nada quiere ocuparse sino en Dios.
Este recogimiento interior es el fundamento o de todo el edificio espiritual de las almas, de suerte que sin él es imposible adelantar en la perfección; y se puede decir que todas las gracias, que un alma que no está fundada sobre estos cimientos recibe de Dios, son como las letras que se escriben sobre el agua, o como las figuras que se forman sobre arena. La razón es, porque para adelantar en la perfección es necesario unirse más y más con Dios y sin este recogimiento no se puede unir un alma con Dios; porque su majestad no hace su asiento o sino en la paz del espíritu y en el retiro de un alma que no se distrae en varios objetos, ni se inquieta con el tumulto de las ocupaciones exteriores. San Gregorio repara que, cuando Jesucristo quiere abrasar a un alma con su divino amor, una de las primeras gracias que le hace, es darle un amor grande al recogimiento interior.
Puede decirse que le origen de nuestras imperfecciones ordinariamente es la falta de recogimiento y de atención sobre nosotros mismos. Esto es lo que detiene tantas almas en el camino de la virtud, y esta es la causa de que el alma no halle casi ningún gusto en los Santos ejercicios. Un hombre poco recogido jamás fue muy devoto. ¿En qué consiste, decía un hombre Santo, qué tanto religiosos y tantas personas devotas llenas de buenos deseos y que al parecer hacen todo lo que deben para llegar a ser Santos, no obstante, sacan tan poco fruto de sus oraciones, de sus comuniones y de los libros que leen, y después de haberse ocupado en todos los ejercicios de la vida espiritual por tantos años, apenas se conoce que hayan aprovechado algo? ¿De dónde nace que los directores, que conducen a otros en el camino de la perfección, se detengan ellos siempre en sus imperfecciones ordinarias? ¿Cuántos hombres celosos hay, cuantos operarios que trabajan con fervor en la salud de las almas y del todo se entregan a las buenas obras, y con todo tienen las pasiones muy vivas y están siempre sujetos a las mismas faltas, sin hallar casi ninguna entrada en la oración, y pasan la vida en no sé qué descaecimiento de espíritu, sin gustar jamás los dulzuras de la paz del corazón, siempre con inquietud, y en fin, en tal disposición que la memoria de la muerte les atemoriza y la menor desgracia le desconsuela? Todo esto o procede del descuido en guardar el corazón y en conservarse el recogimiento. Estos tales se descuidan de su interior y se entregan demasiado a la exterior. De aquí nace el que cometan una infinidad de faltas, el hablar sin consideración, el dejarse arrastrar ciegamente por los ímpetus de su natural, por los movimientos desreglados y acciones puramente naturales, lo que no les sucedería si tuviese en un cuidado continuo en arreglar su interior, y si reparase en un poco en el trato exterior con los prójimos dos. Para impedir que las pasiones, que se alimentaren este género de vida vista, no se fortalezcan tanto o más peligrosamente, cuanto se disfrazan más con él es precioso pretexto del celo y de la virtud.
Es precioso, pues, confesar que el recogimiento es tan necesario para amar perfectamente a Jesús y para aprovechar en la vía del espíritu, que no se adelanta un alma en esto, sino a proporción de lo que adelantaren este excelente ejercicio. Éste es el camino por donde San Ignacio, San Francisco de sales, Santa Teresa, San Francisco Javier y San Luis Gonzaga llegaron a la cumbre de la perfección; y si no tenemos cuidado en nosotros de conservar los recogidos, aun cuando procuremos el bien de las almas, sacaremos muy poco fruto o aun de las mejores acciones. Conservémonos en silencio si queremos escuchar la voz de Jesús; retiremos nuestra alma del murmullo e inquietud de las cosas exteriores para poder hallar la libertad de conversar con él más despacio, y para amarlo con ardor y con ternura. El demonio, que reconoce muy bien las ventajas grandes que saca el alma de esta paz interior y de esta guarda del corazón, pone todo su esfuerzo para hacerla perder ese recogimiento, y porque desconfía de poder quitarle sus ejercicios y sus buenas obras, se sirve del mismo ejercicio de estas buenas obras para obligarla derramarse en exterioridad es, y sacarla, digámoslo así, de la trinchera donde estaba defendida de sus tiros. Una alma, pues, llevada de no sé qué satisfacción que se suele hallar en ese tropel de las acciones exteriores, engañada con el especioso pretexto de que hace mucho por Dios, se disipaba y pierde insensiblemente esta unión divina y este recogimiento interior, sin el cual, aunque él se trabaje mucho, se adelanta poco. Una alma disipada es como una oveja errante y descarriada, que muy presto o es tragada por el lobo. Pensamos nosotros que no será fácil el volver a entrar dentro de nosotros mismos; pero, además de que esta presencia de Dios es una gracia que no siempre está a nuestra disposición, el alma casi nunca se halla en estado de liberarse de los muchos objetos exteriores que la ocupa, y con la mucha detención que ha hecho, digámoslo así, en un país extraño, pierde el gusto de las cosas espirituales. Los remordimientos e inquietudes que siente después que ha hecho alguna reflexión sobre sí misma, hacen que este recogimiento interior le venga a ser como un género de suplicio: ella se ve disipada, y ella quiere su disipación. ¡Oh mi Dios! ¡Y qué perdida tan grande es la de un alma que innecesariamente y sin reparos se derrama en las cosas exteriores! ¡que el de gracias no hace inútiles! ¡De cuantos señalados favores no se priva por la falta de este recogimiento!
Para evitar este daño, es menester tener gran cuidado en poner nos siempre en la presencia de Dios, y en conservar el recogimiento o en medio de nuestras ocupaciones exteriores. Es menester que, mientras trabaje en espíritu, el corazón esté en reposo y se mantenga firme en su centro que es la voluntad de Dios, de la que no se debe apartar. Para conseguir este recogimiento interior, que verdaderamente es un don de Dios, que jamás lo niega su Majestad a los que desean con ardor y ponen los medios para conseguirlo, es menester acostumbrarse a considerar los motivos que debemos tener en todo lo que hacemos. Antes de comenzar una acción, reparemos siempre si es conforme a la razón, si agradar a Dios y si la hacemos por él. Mientras hacemos en la acción, levantemos algunas veces nuestro espíritu al Señor, purificando de nuevo nuestra intención. Para poder conocer si hacemos una acción por Dios, la más cierta señal es no sentir pena cuando la hayamos de dejar, continuará sin inquietud ni de disgusto, y no enfadar nos cuando no os la interrumpan. Pero el más seguro y eficaz medio para este recogimiento interior es el representarnos a Jesucristo practicando alguna acción: consideremos con qué modo, con que he modestia y con qué exactitud la ejecutaría cuando andaba en la tierra, que cuidado en hacer con perfección todo lo que hacía, y al mismo tiempo con que tranquilidad y con qué dulzura lo ejecutaba. ¡Cuán diferente es su modo de obrar del nuestro! Sí aquello que estamos obligados a hacer no nos agrada, cuán frívolas razones damos para excusar nos y cuantos pretextos para diferir lo; y si lo hacemos, ¡con qué flojedad! Si es según nuestra inclinación, luego sentimos un género de complacencia que inmediatamente causa distracción en el alma. El solo temor de no lograrlo nos llena de inquietud y de congoja. Propongamos no os, pues, a Jesús por modelo y miremos le continuamente, si queremos conservar nos en recogimiento interior y arder siempre en su amor.
Cuando se dice que para conservarse en recogimiento interior es menester que no se ocupe mucho el alma en cosas exteriores, no se ha de entender que la ocupación de las cosas exteriores que son de obligación sean impedimento al recogimiento interior. Puede uno estar muy recogido en la acción exterior. Los mayores Santos que tuvieron telecomunicación con Dios, y que por esto vivieron el mar recogimiento interior, se emplearon muchas veces en cosas exteriores. Así lo hicieron los Apóstoles y todos los varones apostólicos que se emplearon en la salvación del prójimo; y así es un engaño el creer que las mayores ocupaciones sirvan de embarazo; cuando Dios nos pone en estos empleos, estos mismos empleos son los más propios para unirnos continuamente con él. Es menester prestaros solamente el espíritu a estas ocupaciones exteriores y no entregar las del todo del corazón.
Es preciso absolutamente, decía un gran siervo de Dios, escoger una de estas dos cosas: o hacer una vida interior, o hacer una vida floja e inútil, una vida llena de mil ocupaciones vanas, de las cuales ninguna nos conducirá a la perfección a que Dios nos llama, y si no tuviéramos gran cuidado en conservar nos en recogimiento interior, estaremos tan lejos de corresponder a los designios de Dios, que ni siquiera nos conoceremos, y por esto o no llegaremos jamás al grado de santidad y perfección que nuestro estado pide.
Un hombre, cuyo corazón no está recogido, se derramaba por todas partes sin hallar en ninguna descanso, y busca con ansia todo género de objetos sin poder saciar se con ninguno; cuando, si se diera al recogimiento y entrase dentro de sí mismo, encontraría allí a Dios y gustaría de Dios, quien con su presencia le llenaría de tal abundancia de bienes, que no iría más a otra parte a buscar con que saciar el vacío de sus deseos. Esto se ve todos los días en las personas interiores. Pensamos nosotros que el amor que ellas tienen al retiro y a la pena que sienten en derramarse a exterioridad es efecto de su melancolía; nada menos que eso: la causa es que tienen a Dios dentro de sí mismas, y las dulzuras inefables de que se llena su corazón hacen que todos los divertimentos y placeres, que el mundo les ofrece, les sean tan de sabidos y sin gusto o que les vienen a causar horror. Cuando se ha gustado una vez lo que es Dios y lo que son las cosas del espíritu, todo lo que tiene gusto de carne y sangre parece desabrido.
Admirable son los provechos que se sacan de la vida interior después que una vez se haya establecido. Se puede decir que solamente estas almas gustan de Dios y sienten las verdaderas dulzuras de la virtud. Yo no sé si es efecto del recogimiento interior, o premio del cuidado que se tiene en andar siempre unido con Dios; pero lo cierto es que un hombre interior posee la fe, la esperanza y la caridad de un modo tan sublime, que nada es capaz de hacerle vacilar. Hallase, casi sin sentirlo, superior a todos los temores humanos, siempre se mantiene en un mismo ser, y su espíritu estaba inmóvil siempre en Dios. De todo lo que ve un o toma ocasión de levantar el pensamiento a Dios. En las criaturas no ve sino a Dios, así como aquellos que han mirado por largo espacio al sol, que en cualquier objeto o que después miren les parece siempre que ven el sol.
No por eso se ha de pensar que el recogimiento interior haga ociosa a la gente y que alimente la flojedad; un hombre verdaderamente interior es más activo, y hacen más bien y mayor servicio a la Iglesia en un día, que otros cien hombres no interiores la pudieran hacer en muchos años aunque tuviesen muchos más talentos naturales que él. No solamente porque la distracción impide el fruto que suele producir el celo; sino también porque un hombre, que no siendo interior trabaja mucho, es un hombre que todo a lo más lo hará por Dios, cuando por medio del recogimiento es el mismo Dios quien obra por este hombre. Quiero decir, que una persona que no viven recogimiento interior puede tener a Dios por motivo de sus acciones; pero el natural, el amor propio y la inclinación del genio, tendrán ordinariamente la mayor parte en sus buenas obras; y al contrario, una persona recogida, atenta siempre así y a Dios, siempre alerta contra los ímpetus de natural y contra los artificios del amor propio, nada obra que no sea por Dios y según los movimientos del espíritu de Dios.
La diferencia sola que hay entre un hombre interior y el que no lo es, bastará para que hagamos el debido aprecio del recogimiento interior. En un hombre poco recogido, se deja ver que no sé qué aire de relajación, que oscurece las más ilustres acciones de virtud, y causa un cierto género de desazón que disminuyen la estima que se había concebido de su devoción, y hace que sus palabras no se impriman; y al contrario, ¿qué impresión no hace la modestia, la dulzura, la paz que se dejan ver en el semblante de una persona verdaderamente interior? Su moderación, su silencio y el continuo cuidado sobre sí misma, todo causa veneración y amor a la virtud. Es bien dificultoso en conservarse por largo tiempo en recogimiento interior y no ser verdaderamente devoto: pues es cierto que la falta de devoción proviene ordinariamente de la falta de recogimiento.
Los medios de adquirir este recogimiento interior y de conservar este don tan precioso después de haberlo conseguido, son tener gran cuidado: primero, en evitar la demasiada prisa en lo que se hace, y en no emprender cosa que nos impida el cumplir con entera libertad de espíritu todos nuestros ejercicios de devoción; segundo, en no derramará jamás nuestro corazón en las ocupaciones poco necesarias, de suerte que se quede estéril y seco para la oración: tercero, en velar continuamente sobre nosotros mismos y en procurar tal disposición que siempre estemos en estado de orar; cuarto, en hacernos dueños de nuestras acciones, sobreponiendo nos a nuestros empleos, teniendo nuestro corazón libre del embarazo y turbación que ocasionan hasta las obras que se hacen para el bien de las almas, la aplicación al estudio, el cuidado de la familia, el trato con el mundo, el embarazo de los negocios y las demás ocupaciones, no mirando jamás a los empleos de nuestro estado sino como medios para llegar a nuestro último fin; quinto, el retiro y silencio, medios eficaces para andar recogidos; es muy difícil que una persona que hable mucho conserve mucho el recogimiento; sexto, el mismo recogimiento interior, el que no solamente es señal de una gran pureza de corazón sino que también es premio de ella. Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios, esto es, andarán continuamente en su presencia; séptimo, para hacer más fácil el ejercicio de la presencia de Dios, tomar alguna señal que nos haga acordar de él, como cuando da el reloj, al empezar o acabar alguna obra, siempre que se entere en algún lugar o se salga de él, la vista de una imagen, la venida de alguna persona y otras cosas semejantes; octavo, la moderación y sosiego en todo lo que se hace, pues es un gran medio para adquirir el recogimiento, especialmente si se tiene cuidado en proponerse por modelo la modestia y la dulzura de Jesucristo; noveno, hacer algunas frecuentes reflexiones que ayuden a está recogido, como pensar que Dios estaba en medio de nosotros, o por mejor decir, qué nosotros estamos con él, que en todo lo que hacemos él nos ve, nos oye y nos toca, ya sea en la oración, en el trabajo, en la mesa hubo en la conversación: el hacer muchos actos de fe tocante a la presencia de Dios, el estar uno con la misma modestia cuando ésta sólo que cuando está acompañado, en fin, que el recogimiento interior es un Don De Dios, y que es menester pedírselo muchas veces y pedírselo como disposición necesaria para amarlo ardientemente; este motivo hacer eficaces todas nuestras oraciones. La devoción a los Santos que se aventajaron más en esta vida interior, puede servir mucho para conseguir este recogimiento interior, como a la reina de todos los Santos, San José, San Joaquín, Santa Ana, San Juan bautista y también muy en particular a San Luis Gonzaga, de la compañía de Jesús, etc.