La devoción al Sagrado Corazón de Jesús(XIV)

Corazón de jesús

Del libro “La devoción al Sagrado Corazón de Jesús” del R.P. Juan Croiset, escrito en 1734.

Medios particulares para conseguir este perfecto amor a Jesucristo y está tierna devoción a su Sagrado Corazón

  • Primer medio. La oración

Fuera de los obstáculos que sean de vencer, y de las disposiciones en que se debe estar para conseguir este perfecto amor a Jesús y esta devoción tierna su Sagrado Corazón, será muy al caso destacar aquí los medios más propios y contundentes a este fin.

La oración es el primer medio para conseguir el ardiente amor de Jesucristo y la tierna devoción a su Sagrado Corazón. Extraño es que los cristianos no logren todo cuanto deseara, teniendo medio infalible para conseguir todo lo que pidieron, cuando esto consiste sólo en que lo pidan como se debe. No hay cosa y a que Jesucristo sea ya tantas veces y tan solemnemente obligado, escuchar nuestras oraciones; y ninguna le agrada tanto como aquella en la que pedimos su amor. Hallé se estrechamente obligado a conceder este amor a todos los que se lo pidiera, y es muy creíble que cuando no se viese tan obligado, esta misma petición le obligaría.

Jesucristo ha hecho cuanto es imaginable, y más todavía de lo que podemos concebir, para obligarnos a amarle. Dependiendo de su majestad el darnos este amor, ¿habrá quien se atreva pensaré que no se la va a denegar si se lo pedimos? Mas ¡ay dolor!¡Cuán poco estiman los hombres este amor, pues les causa tan poca pena el estar privados de él! Y es manifiesto que les causa poca pena, pues no lo piden más y con instancia. Vosotros os admiráis cristianos, de que no amáis más ardientemente a Jesucristo siendo este amor tan justo y tan conforme a toda razón; pero debe admirar os más, si es que de algún modo le amaréis, de que siendo éste amar el mayor de todos los dones, apenas os hayáis dignado pedírselo.

De todos los medios que tenemos para conseguir el amor de Jesucristo, ninguno es más eficaz que la oración y ninguno más fácil; porque, ¿quién hay que se pueda excusar de orar? No obstante, esto es la cosa más olvidada. Puede decirse que el más poderoso motivo por el cual Jesucristo nos quiere obligar a servirnos de este medio, no sale jamás de él: pedid, y estad ciertos de que seréis oídos.

Pero, Dios mío, no es esto o lo que tenemos.

Infelices, tememos que si nos escucháis, nos obligará nuestro amor hacernos más buenos, más recogidos y mas Santos de lo que querríamos ser: tenemos que si os amamos ardientemente, nos di gustar a todo lo que hemos amado y todo lo que amamos a uno, y por decirlo de una vez nos parece que entonces no podemos excusarnos de amaros. Pero no miréis, o Salvador mío, a estos primeros sentimientos que detestamos al punto que los percibimos, darnos solamente vuestro amor con vuestra gracia, y seremos bastante mente ricos. Bien pronto nos di gustar a todo lo demás, si abriendo nos vuestro Corazón nos hacéis en gustar sólo un vez de las dulzuras que se hallan en amaros. Roguemos, pues, cristianos, roguemos y pidamos muchas veces este amor, porque es imposible pedirle con instancia y no conseguirlo. El medio es fácil y es eficaz: se puede decir, que en esta materia al pedir lo de veras, es lo mismo que temer lo ya conseguido.

No temamos hacer peticiones, pero tan excesivas o tan apremiantes, que moleste vos a Jesucristo por nuestra indiscreción o por nuestra importunidad. Nada hay que temer en esto; porque es todo al contrario. La razón porque conseguimos tampoco de Dios, es porque no le pedimos lo bastante, pero porque somos muy escasos en nuestros deseos, por poco que confía a dos en nuestras oraciones, y Jesucristo o no puso en el evangelio la parábola de aquel hombre que consiguió lo que pedía por su importunidad, sino por enseñarnos que si queremos conseguir lo que pedimos, nos hemos de hacer importunos.

Nosotros conseguimos poco, porque es muy poco lo que pedimos, y lo poco que le pedimos, no se lo pedimos bastantemente. No nos contentemos con pedirle menos que su amor; pero un amor tierno, ardiente, generoso y perfecto; y es menester pedirle este amar con ansia de importunidad. Yo concibo que, aunque su majestad no estuviese tan solemnemente obligado a no rehusarnos nada de lo que le pidiéramos en su nombre, no pudiera dejarte escucharnos sin faltar a su promesa. Nosotros no sabemos muchas veces lo que pedimos; pero ofendí éramos a Jesús y desmintiera amos nuestra creencia si pidiéndole su amor, dudas hemos de sí nos escucharía, sobre todo si se lo pidiese más con sinceridad y con ansia.

Burns habéis traído, Sr., este hermoso y divino fuego sobre la tierra, y ¿Qué deseáis sino que toda ella se encienda? ¿En qué consistirá, pues, que ello no esté abrasado con el? Concederme, Señor, por vuestra inefable bondad, vuestro amor: ésta será en adelante mi ordinaria oración; os la haré por la mañana, por la tarde, cuando descanse, cuando trabajé y os la de todas horas, y no cesare jamás de decir: dadme, Señor, sólo vuestro amor con vuestra gracia, que esto solo me bastaba para ser feliz, dichoso y bienaventurado.

  • Segundo medio. La comunión frecuente

El segundo medio es el uso de los sacramentos, a saber, la frecuente comunión. Bastardas solo saber lo que quiere decir comulgar, para concebir que no hay medio más seguro para estar una persona abrasada, en breve, en el amor ardiente de Jesucristo como el comulgar muchas veces. “ No es posible, dice el sabio, que se traía el fuego en el seno, sin que queme”. El amor divino a encendido, digámoslo así, un horno grande sobre nuestros altares en la adorable Eucaristía, ¿y quién no sabe que acercándose a este sagrado fuego se han abrasado todos los Santos en el amor ardiente y tierno de Jesucristo? El amor en que ardían al salir de la comunión se dejaba ver muchas veces en su rostro. ¡Cuántas veces le era preciso, aun en lo más riguroso del invierno, buscar refrigerantes para moderar aquellos sus divinos ardores! Sólo el nombre, y la sola imagen de Jesucristo, bastaron no pocas veces para transportar les entra todos y en éxtasis asombrosos; y no se puede dudar que el amor grande que tenían a Jesucristo los primitivos fieles no fuese en ellos efecto de la comunión frecuente.

Los que por la inocencia de su vida, y por el ejercicio de una verdadera virtud, se hacen dignos de comulgar con frecuencia, experimentan aun hoy día los admirables frutos de esta comunión frecuente. Cada día aman más a Jesús, y su amor crece a medida de la frecuencia con que se alimentan con este pan de ángeles, el que, bien lejos de causarle disgusto por el uso repetido, hace crecer sensiblemente su hambre así como se va aumentando el amor que tienen a Jesús.

Todos los demás sacramentos son efectos del amor que el hijo de Dios tiene a los hombres, y no hay ninguno que no sea propio, para hacer nacer en nuestro corazón un verdadero amor a este Salvador divino; “ pero el sacramento del altar, dice San Bernardo, es el amor de los amores”, porque es el efecto del mayor de todos los amores que Jesucristo puede tener a los hombres, y al mismo tiempo es el más profundo manantial del más ardiente y tierno amor que deben tener le los hombres: todo contribuye en este ministerio a influir y aumentar este ardiente amor, ya el presente tan rico que en él se nos hace, ya el modo con que se nos hace y ya también el fin porque se nos hace. Jesucristo o nos da su Cuerpo adorable y su preciosa sangre, los que se hacen nuestro alimento. A la verdad, ¿qué será capaz de encender este fuego divino en el corazón de los hombres, si no lo hace este manjar? Pero el modo con que nos hace Jesucristo que esté presente, no nos obliga menos a amarlo. Este divino Salvador, que fue el esperado del pueblo de Israel, el deseado de las naciones y el deseo de los collados eternos, se hizo rogar y solicitar para que viniese al mundo por espacio de cuarenta siglos; pero ahora el mismo ruega a los hombres, les insta, y aun les hace violencia para obligarles a que lo reciban. Obligadlos, dice él mismo en el Evangelio, obligadlos a que vengan al convite que les he preparado, obligadlos a entrar. Vez cuanto o su amor es impaciente, cuán enemigo de dilaciones no sufre tardanzas, ni sabe usar de reserva. Más ¿qué pretende este amable Salvador con tanto empeño? Pretende hacerse amar por los hombres, les da su Cuerpo y su Sangre para ganarles el corazón: no se convierte el mismo en alimento sino para ganarle su corazón, por apoderarse de él sin dejarles en cierta manera camino alguno para poder resistirse. “La primera intención que debéis tener cuando comulgáis, dice San Francisco de Sales, debe ser el adelantaros y fortificaros en el amor de Dios; porque sólo debéis recibir por amor, lo que sólo por amor se os da”. “No puede el Salvador, continúa este gran santo, no puede ser considerado en una acción, ni más amorosa, ni más tierna que ésta, en la cual se aniquila, digámoslo así, y se reduce a manjar para penetrar nuestras almas y unirse íntimamente a nuestro corazón y a nuestro cuerpo”.

Nos admiramos mucho del fervor de aquellas almas puras, que jamás se acercan a nuestros altares sin que dejen de sentir sensiblemente que van creciendo el amor que tienen a Jesucristo, y sin que dejen de abrasar se todas: estos divinos ardores no llegaron hacerse tan maravillosos sino después que vinieron a ser tan raros; pero, ¿no es un prodigio aún más estupendo el ver que las comuniones sean tan frecuentes, y que estas maravillas sucedan tan rara vez? Vuestros pecados, vuestras recaídas y vuestras flaquezas os afligen, almas inconstantes: vosotras bien parece vez seáis corregiros y vencer esa repugnancia, esa tibieza, y romper esa pequeña atadura, que es la única cosa que os detiene el camino de la virtud. Bien parece que quisierais también amar ardientemente a Jesucristo: convenís en que sólo los que lo aman perfectamente son los perfectamente dichosos y, no obstante, después de dos mil comuniones os hayáis tan imperfectos y tan tibios, que aun apenas amáis a Jesucristo.

¿En qué, pues, consiste este prodigio?¡Ah!, En que es poco eficaz vuestro querer.

Un año, os diez años, hace que decís misa todos los días, habéis recibido el Cuerpo y Sangre preciosa de Jesucristo o más de tres mil veces en vuestra vida, y hace un año o diez años, que combatir contra una imaginación, contra un fantasma, contra un no sé qué, que decís que os impiden el daros del todo a Dios y el gustar la paz y la dulzura que se experimenta en su servicio; y no caigáis de vencer la, y aun podrá ser quizás venga menos vuestro amor a Jesús.

¡Oh mi Dios! ¿Son herejes, o infieles esos con quienes se tienen estos discursos?, Se lamentaba un gran siervo de Dios. ¿Cómo, pues un cristiano que se alimenta tantas veces con el Cuerpo de Jesucristo, puede desear alguna cosa en vano? ¿A quién jamás podrá hacerse creer que un Dios presentado por precio de las gracias que se piden, no sea capaz de conseguirlas? ¿y qué Jesús que no instituyó este misterio sino para hacerse amar, rehúse jamás su amor a aquel a quien será asimismo todo entero sin reservas? Mas, si con todo esto sucede la desgracia de que comulgan do de ocho a ocho días e incluso más frecuentemente, que diciendo la misa todos los días, no se saque ningún fruto de este sacramento, que no haya enmienda, y que se abuse de la comunión: en fin que no se amen más a Jesús, que se sientan todos los días la misma tibieza, las mismas flaquezas, ¿se habrán de dejar por eso la comunión? ¿Se dejará de decir por esto misa todos los días?

No; pero debemos arreglar la vida, debemos corregir estos vicios, estas faltas que impiden nuestro aprovechamiento. La falta no proviene de que comulgamos a menudo, sino de que no comulgamos, debemos. Si todo el alimento que tomáis, por noble que en sí sea, os viniese a ser dañoso porno tomarlo con la proporción que debíais hacerlo, ¿Qué consejo sería bien Tomás ace entonces, no comer nada, o comer con aquellas precauciones necesarias para que ese mismo alimento que os fuese de provecho? Un hombre al que por un estudio excesivo se le subió todo el calor natural a la cabeza, y no puede hacer la coacción del alimento que toma incluso a sus horas, precisamente caerá enfermo. Junte ser después todos los médicos y académicos de todas las universidades del mundo, ¿habrá alguno que ordene o enfermo que no tome ningún alimento? No: preciso es que; pero es menester que sea con las precauciones necesarias: es menester que en adelante sea menos indiscreto y menos imprudente.

Mas si no comiera, no se corrompería al menos aquella vianda en su estómago, verdad es; pero moriría de debilidad: está grande disipación de espíritu no le impediría entonces la digestión; pero destruir y a bien presto todas sus fuerzas, y le haría caer antes de mentir cuatro horas en un mortal desfallecimiento: no moriría de indigestión; pero moriría de hambre. En fin, por decirlo de una vez, sería un desatino privarme del medio con qué vive, por librarle de lo que le hace algún daño. Es fácil aplicar a los que no sacan ningún fruto de la comunión. Estos tales tienen bastante motivo para temer que la conducta de su vida no ande bien arreglada, que su conciencia no sea pura, que sufre este muy débil, y en fin, que sus confesiones no falten o por poco sinceras, o por poco dolorosas y menos resueltas en orden a una verdadera enmienda. Si sois pues, malos, enmendar os cuanto antes para comulgar a menudo; y si sois imperfectos, comulgar muchas veces para enmendaros.

El Hijo de Dios llama a este misterio agradable el pan nuestro de cada día, para enseñarnos cuán frecuente debe ser su uso.

El convida a su banquete a los pobres y a los ciegos, para darnos a entender que en cualquier necesidad y en cualquier enfermedad que se parezca, si es que aún todavía y vida, no debemos dejar de comer de este pan de vida.

El poco fruto que la mayor parte de los cristianos, y principalmente en los eclesiásticos, sacan de la comunión frecuente, hace dudar si es conveniente o no el comulgar a menudo. Pero no se podrá responder mejor a esta duda, que poniendo aquí lo que San Francisco de Sales dice sobre este asunto.

“El comulgar todos los días, no siendo sacerdotes, dice este Santo, ni yo lo apruebo, ni tampoco lo vitupero; más de comulgar todos los domingos, yo lo exhortó y aconsejó a cualquiera, supuesto no reinar en su corazón algún apego o adhesión al pecado. Éstas son las palabras mismas de San Agustín, con las cuales, ni vitupera ni alaba absolutamente el comulgar cada día, sino que lo deja a la discreción del Padre espiritual, porque así como la disposición necesaria para una tan frecuente comunión, siendo muy exquisita, ni se debe aconsejar generalmente; así también, porque esta disposición, aunque exquisita, se puede hallar en algunas almas sólidamente virtuosas, tampoco sería acertado disuadirlo a toda clase de personas”.

“En esto se debe atender al estado interior de cada uno en particular. Imprudencia grande sería el aconsejar indistintamente a todos este tan frecuente uso; mas no lo sería menor injuria hará los que lo hicieron por el consejo de un sabio y prudente director. Graciosa fue la respuesta de Santa Catalina de Siena cuando diciendo la, porque la veían comulgar a menudo, que San Agustín no alababan y reprobada el comulgar todos los días, respondió: ya pues que San Agustín no lo reprueba, no lo reprobéis vosotros tampoco”.

“He aquí, Filotea, que San Agustín exhorta y aconseja mucho el comulgar todos los domingos; habló, pues, siempre que pudiere es; pues que, como ya he presupuesto, no tienes ninguna afición al pecado mortal ni al pecado venial, y así quienes verdaderamente la disposición en que pide San Agustín, y hasta tienes una mas excelente, pues qué, no solamente no tienes afición a pecar, sino que tampoco tienes afición al pecado, y así debes comulgar todos los domingos, y aún más a menudo sea tu padre espiritual lo tuviere por bueno”.

“Si los mundanos, continúa este Santo o en el capítulo siguiente, te preguntan en porque comulgáis tan a menudo, responde le es que es para aprender a amar a Dios, para purificarte de tus imperfecciones, para librarte de tus miserias, para consolarte tus aflicciones y para apoyarte en tus flaquezas. Diles que dos clases de gentes deben comulgar a menudo: los perfectos, porque, hallándose bien dispuestos, haría muy mal en no llegarse al manantial y fuente de la santidad y perfección; y los imperfectos, para llegar a hacerse perfectos; los fuertes para que no se debilite, y los débiles para que se fortifica en; los enfermos para que salen, y los sanos para que no enfermen; y que tuvo, como imperfecta, débil y enferma, ha es menester comunicarte a menudo con quienes tu perfección, tu fuerza y tú me dijo.

Diles que los que no tienen muchos negocios mundanos deben comulgar a menudo porque tienen comodidad para ello, y los que tienen muchos negocios del mundo porque tienen necesidad, y porque aquel que trabaja mucho y está cargado de penas debe también comer viandas sólidas y a menudo. Diles que reciben el Santísimo Sacramento para aprender a recibirlo bien, porque es casi imposible hacer bien una acción no habiéndola ejercitado muchas veces. Comulgar a menudo, Filotea, y lo más a menudo que pudiere es, con el aviso y parecer de tu padre espiritual, y créeme, que sea así como las liebres por el invierno en medio de nuestras montañas se vuelven blancas porque no perder ni, en sino nieve, así tú, a fuerza de adorar y comer la hermosura y la pureza de este divino Sacramento, también te volverás perfectamente hermosa y perfectamente buena, y perfectamente pura”.

He aquí el consejo que da San Francisco de Sales a todos los que, teniendo un verdadero horror a toda suerte de pecados mortales, desean su aprovechamiento. Es cierto que el deseo de comulgar es ordinario a los que viven una fe y que aman verdaderamente a Jesucristo; y al contrario, se experimenta mucho que, a medida que una persona se va a cada día más y más en golf ando en el mundo y por consiguiente referían do en el amor de Jesucristo, vaya sintiendo más repugnancia en llegarse a la Sagrada Comunión. Y así no hay que predicar a los viciosos que se aparten de la comunión, porque por sí mismos lo hacen bastante mente, y jamás se vio ninguna de estas almas corren pidas y sumergidas en desórdenes que apetecía ese este alimento celestial, que encierra las delicias de las almas puras y de todas las que aman verdaderamente a Jesús.